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Exp. 248161 - IMPRENTA MUNICIPAL
 
I, Ui È PESI
CELEBRE ALFARERO DEL STGLO XVI
su VIDA, SUS OBRAS, SU lAIPORTANCIA HISTÎBICA
POR
JOAQUIN OLMEDILLA Y PUIG
s
MADRID
TIPOGRAFÍA DE MANUEL G. HERNÁNDEZ
IMPRESOR DE LA REAL CASA
Libertad, i6 duplicado
1885
 
BERNARDO PALISSY
I
ABÍA finalizado el siglo XV.
En ese período en que la humanidad parecía
despertar de profundo sueño, realizando los gran-
des portentos que han servido para designar aque-
lia época con el honroso dictado de renacimiento de las le-
tras, puede registrar asimismo la crítica histórica la existen-
cia de no pocos hombres que contribuyeron, en las múltiples
carreras y ocupaciones, á fomentar y enaltecer con sus in-
ventos y trabajos lo que antes era imperfecto y escaso, ilu-
minando con los destellos de su inteligencia la oscuridad de
la ignorancia, 6 estableciendo el orden donde imperaban la
anarquía y confusión por el error producidas.
En tal período, ha recogido con avidez la crítica no pocos
nombres, ha colocado con justicia en el templo de la in.
que
mortalidad, y cuyas obras admira y enaltece incesantemente
todo el que sabe apreciar el valor é importancia del genio. Y
sebee, estos juicios, aue ha recaído la inapelable sanción del
tiempo, es cada día más necesaiio íngistir en su estudio, por-
que llevan envueltas grandes enseñanzas, y en los motivos
que los han producido, hay siempre mucho que aprender,
como en todo efecto grandioso existe una causa productora
de sumo interés y significación notable.
Nuestra nación tuvo entonces, como es sabido, grande
importancia política y religiosa. Las monarquías de Carlos I
y Felipe II, serán con variedad de pareceres juzgadas; pero
siempre señalarán una época de gran interés histórico en la
España del siglo XVI, cuyos sucesos tenían eco en el mun-
do entero, y cuya influencia poderosa era motivo 6
para mirar
con veneración y respeto cuanto de nosotros procedía.
Cierto es que había espíritu intolerante incompatible con
determinadas ciencias; pero no puede menos de mirarse con
vivo deseo aquella época, que aunque tenga hechos dignos
de censura, posee en cambio brillantes testimonios de gran-
deza y sublimidad.
Esa centuria ha dejado también honrosas huellas en la
ciencia, cual vamos á tener ocasión de apreciar en estas lí-
neas, al evocar los recuerdos de un sabio.
Digno de llamar la atención pública y prorrumpir en aplau-
sos de entusiasmo que se trasmitan á las generaciones suce-
sivas, es el que se eleva en alas de su genio sobre el nivel de
sus contemporáneos, en alguna de las manifestaciones de la
inteligencia; pero si quien alcanza tan insigne honor ha sa-
lido de las filas del pueblo, sin más educación ni otra instruc-
ción que las por su propio esfuerzo adquiridas, entonces el
elogio y el entusiasmo tienen una base firmísima y toman
las proporciones de la épica leyenda, ó la narración heroica.
Tales reflexiones sugieren al abrir el libro de la historia y
hallar en sus páginas el nombre de Bernardo Palissy, celebri-
dad nacida enmedio de la modestia del trabajo y luz creada
en las tinieblas del infortunio, que ha surgido apesar de las
contrariedades, y ha desafiado las vicisitudes de todo género
que han tratado de oscurecerla ó anularla, como la firme roca
vence de las tempestades del océano.
Vamos á dar idea de lo que fué un hombre que ha logrado
alcanzar los honores de la inmortalidad, y que tal veznafar
muchos sea, ó desconocidfi..-é--«?ittK'vag^ recordado, al
modo que irisante perla se halla oculta en los abismos in-
sondables.
Bernardo Palissy vió la luz primera en los comienzos del
siglo XVI, en la diócesis de Agen, cerca de la pequeña ciu-
dad de Biron, pueblo insignificante del Perigord, entre el
Lot y el Dordoña. No se sabe de una manera exacta el año
preciso de su nacimiento, aunque D'Aubigné lo fija en 1499
y otros en i5io. Los años primeros de su niñez también son
la historia desconocidos. Sábese, sin
para embargo, que pasó
grandes privaciones y tuvo reñidos combates con la suerte, 7
y'que una vez llegado á la juventud, recorrió los Pirineos,
Flandes, los Países Bajos y las orillas del Rhin, observando
las curiosidades naturales, lo mismo en las montañas que en
los bosques, las cavernas, las minas y los precipicios, apren-
diendo á leer en la Naturaleza y á observar sus maravillas,
que pasaban ante sus ojos, no como la fugaz centella, sino
como esa luz permanente que alumbra y no ciega, para dejar
el recuerdo de nuevas ideas que ilustran y enaltecen.
grato
perseverancia y amor al trabajo, su
Sus penalidades, su
valor y constancia sin límites, tan grandes como su talento,
de
la abnegación sin ejemplo que le conduce hasta el punto
sacrificar muebles y trajes, para arrojarlos en la hoguera cuan-
do carecía de indispensable combustible con que alimentar
sus hornos, todo le hace adquirir la categoría de héroe y már-
tir á la vez del trabajo; pues los episodios interesantes de que
su vida está erizada, no revelan en modo alguno la figura de
medianía, sino la del genio que se levanta con
vulgar justi-
cia por cima del nivel común.
No es una celebridad buscada y forzosamente traída al
templo de la fama. Su nombre se ha abierto paso de un
modo espontáneo, como los rayos del sol atraviesan la den-
manua-
sa masa de compactas nubes. Sus escritos y trabajos
les le colocan al nivel de las grandes lumbreras de la huma-
nidad, para quienes no rigen las leyes destructibles del tiem-
pues á medida que pasan los años, lejos de
po, desaparecer
y hundirse en la sima de lo perecedero y finito, permanece
cada vez más vivo y lozano.
Fué sin disputa uno de los más decididos propagadores de
la superioridad de la experiencia sobre el parecer autoritario
del maestro, en el siglo XVI, lo cual suponía en aquella
época, gran valor y extraordinaria fe en sus convicciones,
como procedentes de asiduo y prolongado estudio y de no ha-
ber presenciado los hechos sin apreciar su trascendencia, de-
jando en aquella mente, no fugaz y pasajero recuerdo, sino
la indeleble huella del duro metal en la inaccesible roca.
Nacido en época tormentosa y educado bajo el influjo del
combate y en el seno del conflicto, revélase en sus ideas, en
su carácter, en su constancia y en toda su conducta, el valor
y la entereza, que unidas á la superioridad de su ingenio,
había forzosamente de producir los sazonados frutos que rin-
diera á su patria. Así le vemos arrostrar y desafiar el peligro,
vencer las contrariedades, realizar en práctica las concepcio-
nes de sus mágicos sueños y crearse un nombre que no des-
aparecerá jamás de las páginas de la historia.
Desgraciadamente, las guerras de religión se hallaban en
esta época en su grado mayor de crudeza. Desconocíanse los
lazos de la amistad y los de la familia, y á veces el hermano
y el padre se hallaban empeñados en los horrores de lu-
chas fratricidas, después de las cuales no había otro resulta-
do que la devastación y empobrecimiento de los pueblos, y
por tanto, su retraso moral y material; pues los progresos
son incompatibles con la anarquía y devastación propias de
la guerra, donde el que triunfa goza de una victoria fundada
en las desdichas y amarguras.
No era fácil sustraerse entonces de tener una significación
marcada en religión y en política, y los odios, los atropellos,
las venganzas, las represalias, los disgustos de todo género
que llevaban consigo esas profundas divisiones, no conteni
das á veces, ni aun dentro del hogar doméstico, eran in-
mensos.
También fué Palissy víctima del vendaval que arrolló á
tantos otros, cuyo único delito era la diferencia de opiniones,
sin que bastase á templar la ira vengadora de sus enemigos
los grandes servicios debidos á tan peregrino entendimiento,
como arrolla y destruye el devastador torrente, de igual ma-
ñera á la maléfica cizaña, que á la flor que perfuma con su
aroma, á la planta que nos suministra alimento, ó nos de-
vuelve la salud en benéfica medicina.
Calvinista de los más decididos, cuya religión comenzaba
á propagarse de un modo extraordinario por el Mediodía y
Oeste de Francia, vióse complicado en las guerras civiles
que desolaron su país natal. El edicto de Enrique II, dado
en el mes de junio de i55g, fué terrible para los calvinistas.
Amenazado de muerte salvó su vida, merced á la protección
del Conde de la Rochefoucauld y otros personajes, y debió
su salvación al gran Condestable, Duque de Montmorency, 9
que intervino en su favor con la Reina madre, la famosa
Catalina de Médicis. Reconocido á tales favores, luego que
recobró su libertad, se dedicó al servicio del Rey, de la Rei-
na madre y del Condestable.
Formó el primer gabinete de Historia natural que hubo
en París, principalmente de geología y mineralogía. Dió pú-
blicas conferencias á las que asistían los principales miem-
bros del Parlamento y sabios catedráticos de la Sorbona y de
la facultad de Medicina.
Una de sus primeras ocupaciones fué, según él mismo
asegura, la de cortar, reunir y pintar los vidrios de colores
que se usan en las catedrales, cuyo arte tuvo gran impor-
tancia en Francia en el siglo XVI. Para esto, se necesitaban
conocimientos en dibujo y perspectiva, así como también de
la pintura en vidrio, que no tenía la generalidad, por cuyo
motivo, eran sumamente apreciados los artistas que llegaban
á poseer esta especialidad con alguna perfección. No pocos
templos ostentaron trabajos de Palissy, en este concepto.
Después de sus variados viajes, se casó en Saintes, y hacia
el año 1044 dedicóse con afición extraordinaria al denomi-
nado arte de la tierra, y principalmente á la preparación de los
esmaltes aplicados á la porcelana. Vió una copa de porcela-
na esmaltada, cuya belleza llamó sobremanera su atención
de artista, y apesar de no conocer la naturaleza química de
las tierras arcillosas, se puso á trabajar con decidido empeño
para buscar el modo de preparar los esmaltes, como el que
marcha á tientas y dando tropezones por medio de oscuridad
densísima. Ya tendremos motivos de apreciar la brillantez
con que resolvió el problema que se propuso.
II
10
La utilidad, interés y conveniencia de sus descubrimien-
tos, persuadiéronle de la necesidad de darlos á conocer, y dio
en iSyS un curso público que anunció por medio de carte-
les. En primer lugar, se propuso popularizar sus trabajos, y en
segundo, buscar la controversia, para ver si por medio de la
discusión y examen se depuraban hechos dudosos y se afir-
maban y comprobaban los ya conocidos, obteniendo de tal
suerte una sanción pública y un veredicto respetable.
Contáronse entre sus oyentes, nada menos que Ambrosio
Pareo, Juan Viret y otros muchos sabios que aplaudieron y
encomiaron sobremanera al disertante, que presentaba sus
producciones tan dignas de consideración.
Estas lecciones públicas, que tanto llamaron la atención,
duraron hasta 1584, notándose principalmente extraordina-
ria originalidad en sus observaciones, sobre todo en lo refe-
rente á la constitución de las montañas, al origen de las
rocas, al crecimiento de los minerales, abundando en atre-
vidas y extensas consideraciones sobre asuntos importantes
de la ciencia y revelando esos destellos de genio, imposibles
de confundir con los tardíos y exiguos frutos de las vulgares
medianías.
Se halló rodeado de una atmósfera, en que por doquier se
respiraba el ambiente artístico en toda su pureza. No podía
permanecer extraño á la benéfica influencia de Lescoty otros
dignos émulos de Leonardo de Vinci y Benvenuto, que la
corte de Francisco I reunió en torno suyo y cuyas obras pri-
vilegiadas adornaban aquellos espléndidos salones. Así es
que, inspirado con tan buenos ejemplos, fabricó Palissy va-
sos esmaltados que decoraban los jardines y las poéticas
fuentes ó los artísticos gabinetes de aquella época, cuyo lujo
y riqueza son indescriptibles.
Fortuitamente y de un modo casi maravilloso, pudo librar-
se de la hecatombe de San Bartolomé, lo cual debió acaso á
ser olvidado en medio de la confusión producida en momen-
tos tan críticos, ó tal vez, y esta hipótesis es más probable, á
la secreta protección que Catalina de Médicis le dispersara,
aun cuando más tarde le deparase todavía la suerte días
aciagos y no pocas ocasiones de apurar hasta las heces el II
cáliz de la amargura y experimentar grandes, aunque inme-
recidos infortunios.
III
En la época de Palissy, había decaído algún tanto el arte
cerámico de la grande altura y perfección á que lo elevaran
Lucas de la Robia en Florencia, en el año de 1430, y Fonta-
na en Pésaro, en 1640, cuyas obras fueron admiradas por los
Duques de Toscana, que premiaron á los artistas que las eje-
cutaban con grandes recompensas, y los trabajos llevados á
cabo eran de grandísima estimación, juzgándolos dignos de
regalo á los más altos personajes y á los mismos Soberanos.
Se refiere que el gran Duque presentó al Emperador Carlos V
todos los artistas que se ocupaban en este ramo, como verda-
dera^notabilidades, lo cual indica el grande aprecio con que
se les consideraba.
Durante largo espacio de tiempo, que excedió de dos años,
visitó todas las fábricas de vidrio de las cercanías y concibió
el propósito de hacer un horno igual á los empleados para
la preparación del vidrio. Falto de toda clase de recursos,
vióse obligado á practicar por sí mismo hasta los más hu-
mildes trabajos mecánicos, tales como hacer la argamasa,
cargar con los ladrillos y conducir el agua.
Una vez terminada la fabricación del horno, restaba toda-
vía la preparación del esmalte y la fusión del mismo. Seis días
y seis noches consecutivas permaneció sin apartarse del hor-
no, y cuando parece que la operación va á terminar, falta la
leña, y por tanto, hay gran riesgo de que se malogre un tra-
bajo en pos del cual había insistido tanto tiempo. Pero no
se arredra. Arrojó al horno los apoyos de diferentes objetos,
las mesas, los entarimados, todos los muebles que encontró,
con tal de evitar que se extinguiese el fuego, precisamente
en el momento en que más necesitaba su concurso. Creyé-
ronle loco ó por lo menos maniático, diciendo que quemaba 12
su casa, y mofábanse de su entusiasmo por sus trabajos los
mismos que debieran aplaudir su celo y elogiar tanta abne-
gación, pues todo para él era secundario, comparado con la
realización de su científico propósito.
También propalaron la especie de que era monedero falso,
por lo cual el infeliz no sólo tenía que luchar con las dificul •
tades científicas, sino, lo que es más terrible, con la ignoran-
cia de sus contemporáneos, y lo que todavía es más descon
solador, con la envidia y el celo de sus émulos y difamadores.
Después de todos estos acontecimientos y aventuras, vino
á parar á la miseria, y abrumado de deudas, falto de pan para
sus hijos, que se hallaban en la más tierna infancia, iba por
las calles sin darse cuenta de lo terrible de su situación y
como al acaso, cediendo forzosamente á superior é irresisti
ble impulso, cual débil caña que se rinde á los empujes del
viento, sin medio de resistir la tormenta.
Pero apesar de tantas tribulaciones, no se extinguió para
él un rayo, aunque débil y lejano, de consoladora esperanza
en el porvenir. Muchas veces, dice, esforzábame en arrancar
una sonrisa á mi rostro, en el momento de saludarme una
persona, cuando mi corazón estaba desgarrado por la amar-
gura y ansioso de verter torrentes de lágrimas, en el seno de
la amistad ó rodeado por los afectos de la familia.
Muchas noches pasó á la intemperie, al cuidado de sus
hornos, recibiendo la lluvia que caía á torrentes ó el huracán
impetuoso que le molestaba de un modo extraordinario, ex-
poniéndole á enfermedades y contingencias graves, retirán-
dose en horas avanzadas de la noche ó á veces al rayar el
alba, transido de frío, y con los vestidos mojados, verdadero
mártir del trabajo y del fanatismo científico, apóstol de una
idea plausible, que no reconoce dificultades ni obstáculos y
que arrostra gustoso todo linaie de sacrificios, sin otro mó-
î3
vil que la realización de un fin altamente meritorio. Ya ten-
dremos ocasión de observarle en otras manifestaciones de su
existencia, no menos dignas de conocerse.
IV
La escasez de datos biográficos que respecto á esta cele-
bridad se consignan, revelan, como ya sabemos, en primer
término, que sus contemporáneos no le apreciaban en lo que
valía y la sociedad en que vivió no fué justa al olvidarle, ni
supo apreciar sus esfuerzos y el alcance de su talento. Ade-
más, indica también que él mismo era poco dado á la exhi-
bición y no se cuidaba de consignar los hechos verdadera-
mente científicos que realizaba, tal vez despechado por el
menosprecio de la opinión pública y por la poco favorable
acogida que sus descubrimientos tenían.
Lástima grande que muchos de sus contemporáneos no se
hubiesen fijado en las relevantes cualidades que adornaban á
un hombre tan digno de ser recordado. Porque, á no dudar-
lo, los que tuvieron ocasión de apreciar su mérito con más
exactitud, fueron los que le conocieron personalmente. Cier-
to es que la generación que presencia los hechos, es la me-
nos apta para escribir la historia; pero es muy de lamentar
la negligencia de los que tienen motivos, y por tanto, debe-
res ineludibles de suministrar datos acerca de la vida de un
personaje, y su silencio sea causa de que permanezcan en el
olvido hechos dignos de pasar llenos de gloria á la pos-
teridad.
En vano es, pues, buscar esos datos minuciosos, propios
de la intimidad del hogar y espansiones de la amistad, que
retratan perfectamente al hombre, fuera de aquellos actos de
su vida pública, donde se encuentra más ó menos cohibido
y en situación algún tanto violenta. La biografía de este
personaje hay que presentarla por los hechos que dió á cono-
cer á la generalidad y deducir de los mismos las necesarias
H
consecuencias para colocarle en el sitio que le corresponde y
adjudicarle la gloria que conquistó.
Por estos hechos se viene en conocimiento de su impor-
tancia; pero se carece, por desgracia, de otros detalles úti-
les para completar un perfecto y acabado estudio biográfico,
cual fuera de desear.
Un nombre modesto, casi oscuro, y representar, sin em-
bargo, tan importante papel en la historia de una rama de
los conocimientos humanos, sólo puede atribuirse á descui-
do imperdonable en el estudio de esa ciencia durante largos
periodos de tiempo, ó á desconocimiento del valor de un per-
sonaje que aporta preciosos datos y no se le escucha hasta
que la fuerza de los hechos pone en claro cuanto consignó.
Triste es tener que apelar al fallo de la posteridad, que ha
visto lo que no pudieron observar los que conocieron al in-
dividuo cuyos hechos juzgamos, y ante cuya luz permane-
cieron ciegos cual si miraran de cerca á deslumbrante lumi-
naria.
No ha sido menester gran esfuerzo para que esta figura
atraviese incólume las generaciones que se han sucedido du-
rante tres centurias. Los mismos hechos la han asignado el
triunfo. Reunir las condiciones que poseía la persona de que
tratamos, es sumamente difícil. Escritor, artista, obrero,
filósofo, químico, propagandista, y revelar en tantas y mul-
tiformes manifestaciones una inteligencia de primer orden y
una tenacidad y constancia desusadas, se halla en las fronte-
ras de lo legendario y traspone los límites de lo conocido y
vulgar.
V
Un retrato hemos podido ver de este hombre ilustre, y las
facciones dan á conocer desde luego algunas de las cualida-
des morales enumeradas. De regular estatura, enjuto de car-
nes, casi demacrado, mirada fija y penetrante, nariz arquea-
da, frente espaciosa y semblante taciturno, cual si estuviere
i5
profundamente preocupado por ideas de difícil realización ó
venciendo las contrarias apreciaciones que luchan en su
mente, para dar el triunfo á la que reúna mayor posibilidad 6
sea superior en el terreno de la ciencia. He aquí la impresión
que produce la semblanza de Palissy, en la hipótesis de que
fuese, como creemos, exacta la pintura y fiel el parecido.
Es autor de unas quince disertaciones sobre diversos
asuntos, pertenecientes á la mineralogía, á la química, á la
geología y á otras especialidades relacionadas con estas cien-
cias. Sus trabajos fueron impresos en Lyon, en la Rochela y
en París, desde iSSy á i58o, y por tanto, en vida del autor.
Posteriormente se han hecho dos ediciones de sus obras:
una por Faujas de Saint Fond, profesor del Museo de His-
toria Natural de París, y por Gobet, publicada en París en
1777; otra en 1844, por Cap, revisada con extraordinario es-
mero y procurando separar lo que falsamente se ha atribuido
á Palissy, de lo que en realidad le pertenece. Al propio tiem-
po tuvo presentes algunos manuscritos de Palissy, por cuyo
motivo merece este trabajo gran crédito y no pequeña con-
fianza en su consulta.
Al leer sus obras, se descubre inmediatamente al hombre
observador y práctico, que al escribir le guía principalmente
el móvil de ser útil á sus conciudadanos, revelahdo los in-
convenientes que ha. encontrado en la realización de sus tra-
bajos y mostrando el camino que debe seguirse para ven-
cerlos; al propio tiempo indican la meditación y estudio
que ha tenido precisión de emplear para conseguir conoci-
mientes tan profundos en las materias que expone, realizan-
do verdaderos progresos científicos en medio de una sociedad
y época en que muchos errores se hallaban de tal suerte
admitidos, que ofrecía peligros el combatirlos.
Puede considerársele al lado de Paracelso y Jorge Agrí-
cola, como uno de los iniciadores del gran movimiento cien-
tífico que caracteriza el siglo XVI, cuando ya comenzaba el
decaimiento de la alquimia para dar origen á los albores de
la ciencia química, cuyas primeras ráfagas no tardarían en
aparecer en el horizonte, siendo el representante del ere-
púsculo de nuevo y esplendoroso día.
Todo debido á que su inteligencia era superior á la déla
neralidad ge-
y no pudo menos de protestar contra algunos
errores, tradicionalmente y sin examen admitidos por los
que le precedieron.
Los títulos de las obras más importantes de Bernardo
Palissy son los siguientes;
Del Arte de la tierra, su utilidad,- de los esmaltes y del
fuego.
De las tierras arcillosas.
De las piedras.
De la marga.
De las sales diversas y de la sal común.
De las aguas y las fuentes.
Tratado de los metales y alquimia.
Tratado del oro potable.
Triaca ó mitridato.
De los hielos.
Declaración de los abusos é ignorancia de los médicos.
Verdadera receta para que todos los franceses aprendan
á producir el aumento de sus riquezas.
Este número de libros y la acogida que tuvieron por parte
del público, en unos tiempos en que se leía y se imprimía
poco, dan á conocer que se trataba en dichas obras asunto
de importancia y se dilucidaba de manera que llamaba la
atención del lector. La vida que han tenido esos libros y el
haber llegado su memoria á nuestros días con encomio,
indica que merecen la consideración y el aprecio del biblió-
filo y del historiador, seguros de encontrar en aquellas pá-
ginas no pocos datos que ilustran, no sólo la historia de
una ciencia, sino la crítica histórica general.
Las obras de este autor tienen además estiló propio y ca-
racterístico. La originalidad está en ellas perfectamente mar-
cada, retratándose toda la energía y naturalidad de lenguaje
que le eran peculiares. Desconocedor de los idiomas griego y
latino, no pudo escribir sus obras más que en francés, su
idioma patrio, y su publicación abarca, como ya hemos dicho,
un período de veintitrés años, desde iSSy á i58o, reunidas
después en un volumen en 4."? por Faujas de Saint-Foud y
Gobet, en París en 1777. La Biblioteca Nacional de París
posee un manuscrito titulado Extracto de los discursos de Ber-
nardo de Palissyy marcado con el núm. 1.644, donde hay
consignados muchos de los datos que publicamos en este
opúsculo.
Imposible leer los escritos de Palissy con algún deteni- 17
miento, sin que acto continuo se forme idea elevada de su
autor á despecho de algunas faltas de lenguaje y de no pocos
humorísticos rasgos de carácter que revelan al individuo que
rompe en muchas ocasiones con la sociedad en que vive, co-
noce sus defectos y se los echa en rostro y se aparta de los
trillados caminos hasta entonces seguidos, para ir en pos de
la verdad por distintos rumbos, todo lo cual indica el hom-
bre superior, juzgándole, como es consiguiente, con relación
á la época en que escribió y en el estado de la ciencia en
aquel tiempo.
Empleaba en sus obras la forma dialogada. En alguna de
ellas representa dos personajes imaginarios, uno á quien de-
nomina teórico y otro práctico. El primero es un escolástico
refractario á toda novedad y progreso, que se obstina en no
admitir lo que le dice el segundo, cuyo aprendizaje ha sido
la naturaleza, considerándola como el más sabio de los li-
bros, de páginas siempre abiertas y á toda hora prontas á
satisfacer nuestros deseos y aspiraciones con tal de que se
sepan interpretar sus elocuentes frases y se dé el verdadero
valor á sus sublimes sentencias.
Cierto es que algunos críticos le censuran, porque el inte-
rés que inspira en sus obras es más bien hacia su persona,
por la relación minuciosa y extensa que hace de sus sufrí-
mientos y aventuras, que de la parte científica de sus trfiba-
jos, y echan menos una relación extensa de las fases, ya fue-
sen afortunadas ó malogradas de muchos de sus experimen-
tos con el fin de que pudiera servir de beneficiosa escuela
práctica donde aprender útiles principios. Pero los que de tal
modo le juzgan, no tienen en cuenta la época en que sus li-
bros se escribieron, en la cual se daba grande importancia á
cuanto pudiera excitar la imaginación, y prescindir de los
detalles expuestos por Palissy, equivaldría á condenar al
i8
olvido las obras apenas hubiesen visto la luz pública.
Aun aquellas personas poco inclinadas á admitir sin gran
examen las notabilidades populares, y que la tradición tras-
mite de una en otra edad, no pueden menos de considerarse
vencidas ante los hechos del individuo á que nos referimos.
Su perseverancia y su valor, que le conduce á despreciar la
vida, si ha de conservarla á costa de sus creencias y de su
dignidad, le hacen acreedor á ser considerado en la categoría
de los hombres que descuellan entre la multitud, alcanzando
los honores del heroísmo aun cuando hayan de reconocerse
defectos en la persona á quien se adjudica tal honor, más vi-
sibles, por lo mismo que son tan grandes sus méritos.
En su discurso acerca de La naturaleza de las aguas y de las
fmnteSy da idea de la conducción de las aguas de un punto á
otro por medio de acueductos y tuberías. La naturaleza de
las aguas termales la explica por la existencia de un fuego
subterráneo que arde sin cesar, y asigna grandísima impor-
tancia á la fuerza del vapor de agua. Explica también la for-
mación de los manantiales, debida, según él, á la infiltra-
ción de las lluvias, é indica cómo podrían hacerse fuentes ar-
tificiales, imitando en lo posible á la naturaleza, para lo cual
debe contemplársela primero en sus efectos, para después to-
maria por modelo y seguir sus inspiraciones.
En las guerras religiosas, los odios y rencores se llevan á
un grado inconcebible. En el siglo XVI se esparció diferen-
tes veces el rumor de que las fuentes públicas habían sido en-
venenadas, á lo cual era debido el desarrollo de algunas epi-
demias mortíferas. Este rumor ha tenido, desgraciadamente,
eco alguna vez en nuestros días y ha producido algunas víc-
timas, sacrificadas entonces como ahora á la ignorancia ó á
la perversidad. El origen de esta falsa idea tuvo, en la época á
que nos referimos, el fundamento de los muchos casos de
asfixia, producidos por la presencia de gases irrespirables,
que se acumulaban en el fondo de ciertos pozos.
Refiere Palissy un accidente de este género en los si-
guientes términos: «En el gran mercado de Brie quiso pro-
cederse á la limpieza de un pozo, y el primero que bajó mu-
rió en el acto. Bajó otro operario para inquirir la causa de la
desaparición de su compañero, y sufrió igual suerte. Un
tercero que descendió igualmente, al llegar á la mitad del
camino prorrumpió en gritos, y habiéndole subido inme-
diatamente, estuvo durante mucho tiempo tan enfermo, que
costó gran trabajo salvarle la vida.»
Lo súbito de la muerte, que no dejaba lesión alguna cada- 19
vérica; lo raro y anómalo de las condiciones en que se verifi-
caba, infundió gran terror y fué motivo para que las exalta-
das imaginaciones de aquella época se diesen á discurrir y á
forjar las más absurdas y extraordinarias fábulas. Ya era un
espíritu maligno, ya los efectos de un veneno que los judíos
ó los alquimistas fabricaron en mal hora, ya los resultados
de una venganza, y de todo esto se hace cargo Palissy para
refutarlo y combatirlo, procurando llevar la ilustración y cul-
tura á sociedades demasiado crédulas é ignorantes.
Explica el origen de las aguas minerales por la disolución
de las sales que se encuentran en las entrañas de la tierra.
Las aguas termales supone que son producidas «por un
fuego continuo en el interior de la tierra.» Se ocupa de la
causa de los manantiales que forman el origen de los ríos y
arroyos, y supone que proceden únicamente de las aguas de
lluvia, en lo cual difiere de lo que habían creído casi todos
los filósofos que dieron hipótesis acerca del particular, los
cuales decían que los manantiales referidos estaban alimen-
tados por el Océano, del que podían considerarse como hijos.
VI
En el tratado de las tierras arcillosas detiénese ligeramente
en el origen de la palabra arcilla, que, según la opinión de
sabios de la Sorbona, significa tierra pegajosa ó grasa. Pero
Palissy duda de la exactitud de esta etimología, atribuyén-
dola más bien á la griega argos, blanco.
Dice que existe gran diferencia entre la multitud de tierras
arcillosas conocidas.
Sabía que toda arcilla contenia humedad, la- cual era ex-
pulsada por la acción del calor, y apropósito de esto, refiere
el hecho de un alfarero, que habiendo construido varias imá-
genes de santos, las expuso en el horno á una temperatura
demasiado alta, y observó una serie de detonaciones, segui-
das de la ruptura de todas las figuras que habían sido calen- 20
tadas bruscamente.
El conocimiento exacto de la cerámica exige extensos es-
tudios en diversos órdenes de ideas, con él relacionadas. La
química, en primer término, para investigar la composición
de las tierras que se emplean; la mineralogía y geología, para
conocer las localidades y terrenos en que yacen, son igual-
mente necesarias; la física, para poder apreciar el conjunto
de propiedades que poseen y las alteraciones que han de ex-
perimentar mediante las diversas influencias á que han de
someterse las materias empleadas, y por último, el arte en
sus diferentes manifestaciones estéticas, que han de revelar
el mérito del que á tales obras se dedica.
Los trabajos en este arte requieren también, más todavía
que en otros, gran suma de conocimientos prácticos, sólo
adquiribles en los talleres donde se realizan las obras. Una
pequeña diferencia en la cantidad de arena que se adiciona á
la arcilla con que se forma la masa de una vasija; el grueso
del barniz ó baño que la cubre, la temperatura á que después
se expone para que adquiera dureza y resistencia, así como
el tiempo de exposición á esas temperaturas, todp tiene in-
fluencia grandísima en los resultados obtenidos para conseguir
desde esas admirables obras que figuran en los museos y
tienen un valor fabuloso, hasta los frágiles y toscos platos
que forman parte de las vajillas más modestas.
En efecto, se hace forzoso un caudal de conocimientos que
no á todos les es dado poseer para darse razón de los que
acontece en la fabricación de objetos de loza y porcelana que
á toda hora usamos, y que suponen gran número de opera-
cienes. Siquiera estas manipulaciones estén encomendadas á
personas empíricas, la dirección es forzoso que esté presidida
inteligencia perita y para quien sean familiares, tanto
por una
los estudios teóricos adquiridos en el libro, como los resul-
tados de la práctica que comprende multitud de ideas im-
posibles de trasladar al papel, y gran número de problemas
cuya solución solo puede alcanzar el que una y otra vez se
ha encontrado frente á frente de tales obstáculos, y ha tenido
que pugnar con dificultades de cierta índole.
Por eso el mérito de Palissy es tan indiscutible. Reunir 21
todas las condiciones enumeradas, llegar á la perfección en
su especialidad, hacerla progresar de una manera extraor-
dinaria hasta el punto de que recorra largo espacio lo que
había permanecido estacionario, son títulos suficientes á que
quien tal ha realizado, se le considere como celebridad, y
pueda ir su nombre unido al de los grandes descubridores, al
de los genios ilustres, al de aquellas figuras que ha de señalar
la humanidad en sus recuerdos de gratitud, y en sus tributos
de premio.
Los trabajos de Palissy en el arte de la tierra, constituyen
sin duda asunto tan digno para escribir extenso volumen. El
mismo lo ha relatado en sus obras, con una ingenuidad y
exactitud admirables. En efecto, se ve al hombre superior que
lucha un día y otro con lo desconocido, y en fuerza de in-
cesante trabajo y sin igual constancia, logra resultados que
utiliza su talento y su genio para continuar por un áspero
camino donde todo son dificultades, y en pos del cual ha de
hallar la resolución de complicados problemas. Es un ejemplo
de abnegación sin límites.
La cerámica tiene también importancia en la historia. En
algunos objetos de loza que pueden considerarse como monu-
mentales, y en ese concepto han sido conservados, se oh-
servan dibujos y pinturas que ilustran sobre manera res-
pecto á las costumbres de una época.
Los vasos destinados á usos religiosos y funerarios, así
como los que servían como premio á los vencedores de di-
ferentes ejercicios públicos, son otros tantos testimonios del
elevado papel que ha tenido siempre la fabricación de estos
objetos.
Hubo ya entre los griegos obreros célebres cuyos nombres
han pasado á la posteridad. Plinio dice que una vasija de
barro llegó á pagar por ella el Emperador Vitelio doscientos
sextercios. Entre los israelitas, en la genealogía de la tribu de
Judá, hubo una familia de alfareros que trabajaba exclusiva-
mente para el Rey y habitaba en su palacio, disfrutando todo
género de consideraciones.
En España no deja de tener asimismo importancia bis-
tórica la cerámica. La ciudad de Sagunto, citada por Plinio, 22
era célebre antes de sus heroicos hechos, por sus bellísimas
porcelanas de color rojo jaspeado que los romanos estimaban
en mucho y de las cuales todavía se conserva algún
raro ejemplar en los museos de antigüedades. No hay es-
cavación más ó menos importante que no dé por resultado
el hallazgo de algún objeto de cerámica que atestigua no
pocos hechos históricos relacionados con las costumbres, los
usos, religión y cultura de un pueblo.
La naturaleza de la pasta de que las vasijas están cons-
truídas, el estilo, sus formas, su ornamentación, ofrecen
gran constancia en los antiguos pueblos, muy distantes de
la versatilidad de las sociedades actuales, ávidas de emo-
ciones y de cambios, sedientas de nuevas ideas, aun cuando
muchas veces sean inferiores bajo todos conceptos á las
que antes poseían sujetas á los caprichos de la moda y
donde alcanza todo escasa vida y efímero poder. Por eso
la cerámica antigua tiene gran valor histórico y arroja no
poca luz, sobre las costumbres de algunos pueblos, no con-
signadas en escritos, ni legadas á la posteridad en otra
forma.
Bajo ese concepto, Palissy comprendió perfectamente el
papel que debía desempeñar en sus investigaciones y la utili-
dad que en este linaje de estudios habían de reportar sus
obras. Sus visitas á los grandes museos, donde se admiran
los sorprendentes primores del arte; la contemplación de los
grandes monumentos; la inspección de los magníficos hechos
que la naturaleza nos presenta, fueron para él fuentes
inagotables de inspiración y elocuentes maestros donde
aprender sabias lecciones, que su cerebro después dió forma
y agigantó de modo extraordinario, como la semilla que se
deposita en feraz terreno, se convierte en el árbol majes-
tuoso y espléndido.
Los motivos de los grandes progresos del arte cerámico,
en la época actual, después de un periodo de quietismo de
muchos siglos, son sin duda alguna los adelantos de la mi-
neralogía que ha suministrado materiales para la fabricación
de vasijas y las grandes conquistas de la química, que ha
enseñado los medios de emplear esos materiales. Por eso, 23
á las margas y ocres usados por los antiguos, hay que
agregar hoy el cuarzo, el silex, kaolín, talco, feldspato, yeso,
fosfato cálcico, sulfato de barita, plomo, estaño, manganeso,
cobre, cromo, oro y otra porción de cuerpos que la química
moderna proporciona y que han aportado considerable con-
tingente al arte en sus variadas formas.
VII
La obra de Falissy, titulada Verdadera receta, por medio de
la cual puedan todos losfranceses aprender á multiplicar sus ri-
quezas, vió la luz pública por vez primera en La Rochela en
1563, en 4.", y contiene muy buenos preceptos agrícolas.
La cuestión de abonos se trata perfectamente, tanto bajo
el punto de vista teórico como práctico. Dice y con mucha
razón: «en las producciones del suelo, es donde hay que
buscar la verdadera piedra ñlosofal y el medio de multiplicar
los tesoros.»
Divídese este libro en cuatro capítulos titulados: Agricul-
tura, Historia natural, Jardín ameno y Ciudad fortificada.
Trata todos estos asuntos con superior talento, y después
de haber enseñado á unir lo agradable con lo útil, lo ameno
con lo científico, lo árido y desabrido con lo atractivo y
que deleita, múestrase rígido y severo moralista y hace muy
profundas reflexiones, que indican el gran conocimiento que
poseía de los vicios de la humanidad. Dice que la avari-
cia y la ambición son las causas del mayor número de cala-
midades que afligen al hombre y perturban su tranquilidad
y su razón, de lo cual deduce profundas y numerosas refle-
xiones, que prueban cuán lejos estaba de la vulgaridad el
autor de esta obra, que no por ser bien poco conocida, deja
de ser considerada como un testimonio del mérito indiscu-
tibie de quien la escribió.
En el Tratado de los metales dice que el oro y la plata de los
alquimistas, si bien presentan el aspecto de la plata y oro 24
verdaderos, es fácil, sin embargo, descubrir su falsedad con
el auxilio de la copelación.
Con este motivo, refiere el hecho siguiente, ocurrido en la
corte de Catalina de Médicis:
«El Señor de Courlange, Chambelán del Rey, hallándose
un día delante de Carlos IX, se vanaglorió de que sabía fa-
bricar el oro y la plata. El Monarca le ordenó qué procediese
á la fabricación. Llegado el momento de cum.plir su promesa,
llevó el de Courlange dos botellitas llenas de agua clarísima,
como si acabara de salir de una fuente, en cuyos líquidos,
cuando se sumergía una aguja ú otro objeto de hierro, que-
daba enteramente cubierto por un baño de oro en una de las
botellas y de plata en la otra.
Después colocó azogue dentro de las referidas botellas,
cuyo cuerpo inmediatamente se solidificó, adquiriendo en
una de ellas color de oro y en la otra de plata. Entonces el
Rey tomó aquellas masas y se presentó á su madre Catalina
de Médicis, diciéndola que ya sabía fabricar oro y plata; lo
cual era completamente falso é ilusorio. »
Como se dedicaran con grande afán á la alquimia, no sola-
mente los filósofos y médicos, sino hasta los Príncipes y
magnates, exclamaba Palissy:
«Dejadlos, en buen hora; esas aficiones les ponen al abri-
go de peligrosos entretenimientos y más perjudiciales vicios.
Respecto á los médicos, dice, trabajando en la alquimia,
aprenderán á conocer la naturaleza, y esto les servirá de mu-
cho en su profesión, donde conocerán la imposibilidad de sa-
lir airosos en muchos casos.»
Se ocupa, aunque á la ligera, del medicamento ya conoci-
do entonces con el nombre de mitrídato ó triaca y se propo-
ne demostrar que el conjunto de sustancias de que se compo-
ne, la multiplicidad de cuerpos que entran á formar parte de
tan complicado y heterogéneo remedio, que llevaba el nom-
bre del famoso Rey del Ponto, Mitrídato, es más bien perju-
dicial que útil á la salud, fundándose en que no puede existir
una acción determinada, en un sentido, tratándose de sus-
tancia tan compleja, donde unos cuerpos neutralizan y anu-
lan los efectos de los otros y á veces producen una resultan- 25
te contraria á lo que se trata de combatir.
Las obras en porcelana de Bernardo Palissy se caracteri-
zan también, como sus escritos, por un estilo peculiar y ex-
elusivo. Las formas del desnudo tíon purísimas. El esmalte
es duro y con mucho brillo; pero se notan con frecuencia en
él una multitud de pequeñas grietas. Los colores son vivos,
pero poco variados; limitanse al blanco amarillento, sin
llegar jamás á esa brillantez y blancura del esma:lte de Lucca
de la Robia. El Museo de Sevres posee un plato elíptico,
obra de Palissy, de 52 centímetros de longitud, cuyo fondo
es blanco; pero no tiene la preciosa é inimitable blancura de
las porcelanas de Nevers.
Tuve ocasión, hace bastantes años, de apreciar una obra
de Palissy en porcelana, consistente en una gran taza, si bien
no de grandes detalles artísticos, suficiente para dar exacta
idea de sus trabajos cerámicos. Formaba parte este objeto de
la colección que poseía mi inolvidable padre, cuando en los
años de 1842 á 1849 estableció en Madrid una fábrica de loza,
donde sin auxilio ni subvención alguna, logró, por sus propios
esfuerzos, realizar trabajos de bastante importancia en este
género. Conocedor profundísimo de la parte científica de tal
industria, así como también aleccionado por lo que observó
de la misma en el extranjero, debiera haber prosperado la fa-
bricación, á no surgir inconvenientes de detalle con que á
veces se tropieza, sin que basten á vencerlos ni la inteligen-
cía y conocimientos de primer orden, ni la buena fe é incan-
sable actividad, todo lo cual se reunía en el caso á que me
refiero.
He podido, por lo tanto, apreciar, siquiera fuese en los pri-
meros albores de mi razón, todas las operaciones que com-
prende la fabricación de la loza en sus varias formas, y con-
siderar después, cuando he podido darme cuenta de los he-
chos, las dificultades que hay que vencer para alcanzar aigu-
nos resultados prácticos en este ramo de la industria. Dichas
dificultades, que ya señaló Palissy en la cerámica, las oí des-
pués referir y comentar muchas veces de los labios del queri-
do autor de mis días, cuyos conocimientos científicos eran
tan extensos y notables, como su modestia y laboriosidad.
VIII
Á Bernardo Palissy puede asignarse la gloria de haber intro-
ducido en Francia el estudio de la docimástica, así como tam-
bién el descubrimiento de algunos fósiles de importancia en
la ciencia paleontológica. No es de extrañar que hiciera descu-
brimientos en este sentido, pues las exploraciones para reco-
lectár tierras con que fabricar los objetos de su arte, habían
de dar por resultado el hallazgo de cuerpos que en manos
de un hombre de su inteligencia, no habían de pasar des-
apercibidos, ni desconocer tampoco su significado ó im-
portancia en la ciencia. Era un buen intérprete del lenguaje
de la naturaleza, para no entender el significado de sus sig-
nos y desaprovechar sus máximas y avisos.
Las observaciones que hizo en los variados viajes respecto
á la constitución de las rocas, fueron, pues, motivo de nuevas
conquistas científicas. Vióse un modesto fabricante de porce-
lana, que ignoraba los idiomas sabios, ó sea el griego y el
latín, el cual se atrevió á decir ante el mundo entero que
las conchas fósiles eran verdaderas conchas, en lejanos
tiempos depositadas en aquellos sitios por el mar; cuyas ideas
se hallaban en pugna con las creencias de entonces, que
atribuían la presencia de los objetos referidos al acaso ó á
caprichos de la naturaleza.
El tratado que titula del Arte de la tierra^ de los esmaltes y
del fuego se lo dedica al Sr. Antonio de Pons, y al frente del
libro en la dedicatoria, dice que ya en edad muy madura y
cuando siente lo cercano del fin de sus días, por haberse
completamente tornado en blancos sus cabellos y su barba,
anhela consignar el fruto de su experiencia, cual si desease
despedirse del mundo como aquellos árboles que, cambiando
el hermoso verdor de sus hojas, en el triste otoño, en pálidos
matices, dan sus últimos frutos condensando en ellos toda
su existencia, para no volver en otras primaveras á rendir
. 27
sus olorosas flores.
Este tratado dió grandes pruebas de una fuerza de volun-
tad y de paciencia que á pocos les es dado poseer.
Indica álgunos procedimientos nuevos para llegar á con
seguir los baños ó esmaltes en las porcelanas, perfeccionando
los ya conocidos, insiste en la conveniencia y necesidad de
la práctica, preferible bajo todos conceptos á la teoría, y
principalmente abre nuevos y extensos horizontes al método
experimental en la ciencia, por cuyo motivo puede, en con-
cepto de algunos, colocarse esta obra al lado del Novum or-
ganum, del canciller Bacon, sin que desmerezca en lo más
mínimo.
Al hablar de los esmaltes, refiere que pasó veinticinco años
en tentativas y pruebas, sólo posibles en quien tiene una
paciencia, fuerza de voluntad, fe y decisión tan inquebranta-
bles como el hombre de quien nos ocupamos. Cambió de
hornos diferentes veces, empleó materias distintas en la pre-
paración de los esmaltes, gastó sumas considerables en la
realización de su propósito, caminando primero á ciegas,
como pudiera llevarlo á cabo quien fuese, en medio de oscu-
ridad densísima, por desconocido país. Pero no le arredra-
ron las contrariedades, ni la falta de éxito, ni tampoco le
desalentaron las censuras y burlas de que fué objeto, hasta
que logró, al fin, lo que se proponía, ó sea el descubrimiento
del esmalte, ó baño blanco de la loza, base de todos los
demás. No hay ejemplo de mayor constancia en la investiga-
ción de una idea.
Después de muchos tanteos acerca de los esmaltes, resol-
vió proceder con método en estas investigaciones, que tanto
le daban que pensar y obligaban á trabajar, poniendo á prue-
ba su paciencia y dándole á conocer, no tanto por su talento
y caudal de ideas como por su constancia, sólo comparable
á la de esos flemáticos de los países del Norte, que pasan
días enteros en la observación de un objeto, á fin de deducir
grandes sentencias que redunden en provecho para la ciencia.
Propúsose, pues, en un principio fabricar tan sólo el esmalte
blanco y después los de colores, y así consiguió resultados
provechosos y sus trabajos y pruebas fueron coronadas por 28
el éxito.
Parece ser que conocía dos distintas composiciones de es-
malte. Una sumamente dura, que se dejaba difícilmente ra-
yar por el acero y tenía más estaño; otra más trasparente,
más amarillenta y blanda, aunque difícilmente rayable tam-
bién con la punta del cuchillo. Puede decirse que en muchos
casos la porcelana de Palissy era un intermedio, entre la es-
maltada ordinaria^ que no puede rayarse cuando está bien
hecha, y losx)bjetos de barro plomíferos, que se rayan con
la mayor facilidad.
La pasta tiene una dureza, permeabilidad é infusibilidad,
que se buscan en vano en otras porcelanas, así como un tin-
te blanco amarillento, mediante el cual son reconocidas por
quien tiene costumbre de apreciar estos trabajos.
Las sustancias que empleaba como esmaltes, según refie-
re en su obra, eran: el estaño, el plomo, el hierro, el acero,
el antimonio, la arena, la sosa, las cenizas glaveladas (ó sea
el carbonato de potasaj·'y el litargirio. Con esta enumeración
basta ya para forma.se idea de que conoció prácticamente la
acción del calor sobre los indicados cuerpos y los cambios
físicos y químicos que experimentan, con arreglo á la tem-
peratura á que se exponen, así como también habida razón
de la naturaleza de las vasijas cuya superficie han de barni-
zar, para que resulten con la belleza, resistencia, sonoridad,
homogeneidad en el baño, etc., á fin de que puedan destinar-
se á los variados y múltiples usos en que se emplean.
No pasaron tampoco desapercibidos para Palissy algunos
detalles respecto á la manera de esmaltar los objetos de por-
celana, por lo que se refiere á los baños ó esmaltes colorea-
dos. Así, por ejemplo, hay algunas piezas que necesitan ser
retocadas en los sitios en que el esmalte falta, á consecuenr
cia del espesor de las mismas, y otras que deben ser barni-
zadas, en parte, por inmersión en el baño y además en otros
espacios, mediante una brocha. Todo esto ha
, que venido á
perfeccionarlo el tiempo y la experiencia, fué ya iniciado por
el alfarero que ha legado á la posteridad tan glorioso iiombre.
Ni es tampoco de extrañar que formara tan grande empe-
ño en conseguir buenos esmaltes para la porcelana. El obje- 29
to principal de estos baños 6 cubiertas es hacer la pasta
impermeable á los líquidos, y principalmente á los cuerpos
grasos, sin cuyo requisito serian las vasijas completamente
inútiles muchas veces. Además, les comunican dichos bar-
nices brillo y colores agradables á la vista, y por tanto, ga-
nan considerablemente en aprecio, asi como también ad-
quieren resistencia mayor y dureza proporcionada á los usos
á que han de destinarse.
Tardó, por consiguiente, muchos años en descubrir el
modo de fabricar buenos esmaltes; perc la constancia en el
trabajo fué coronada del más glorioso éxito, pues sus mag-
niñeas porcelanas fueron en todas partes buscadas y mira-
das con singular aprecio en el mundo entero.
También estudió los monumentos de la antigüedad, dis-
tinguiéndose en este sentido por las apreciaciones notables
que verificó en muchos de estos singularísimos auxiliares de
la historia, testigos irrecusables é imparciales de los hechos
que presenciaron las generaciones trascurridas y que han so-
brevivido á los héroes y á las vulgaridades.
En el opúsculo en que trata de las diversas sales y de la sal
común, ocupándose de las cenizas de los vegetales, hace una
observación muy digna de tenerse en cuenta, á saber: que la
corteza es la parte más rica en sales alcalinas, mientras que
el leño contiene muchas menos.
Habían dicho los antiguos que la sal es el enemigo de la
vegetación, y Palissy protesta de tal creencia, y tiene la
gloria de ser el primero que establece la teoría verdadera de
los abonos.' Demuestra, casi con la misma exactitud que pu-
diera hacerse hoy, que el estiércol acelera la vegetación en
razón directa de las sales que contiene; asi es que, separadas
estas sales, puede decirse que el estiércol no tiene valor al-
guno en concepto de abono.
Dedujo, en efecto, que las sales, y principalmente las sa-
les amónicas (sulfato, carbonato, fosfato y cloruro), son las
que hacen el papel más importante en su acción como
abonos.
Hablando del alumbre, hace notar perfectamente la pro-
piedad que posee esta sal de fijar los colores. «El 30
alumbre,
dice, es sumamente útil á los tintoreros; cuando se trata de
teñir una tela blanca en roja, debe sumergirse en agua alu-
miñosa. Por este procedimiento recibirá la tela el color y lo
fijará de una manera indeleble, todo lo cual no será posible
si no se ha practicado esta operación previa.» Estas frases
dan á conocer el profundo estudio que había llevado á cabo
de la mayor parte de las sales y sus aplicaciones.
Hay sales en todas partes, dice. «Las tenemos en las
plantas, '•en los animales y en las piedras, poseyendo diversos
sabores.» Ningún otro había hasta entonces aplicado el nom-
bre de sal á tantas sustancias. Así es que para él, «la capa-
rrosa es una sal, el nitro es una sal, el vitriolo es una sal, el
alumbre es una sal; el borax, el azúcar, el sublimado, la
sal gemma, el tártaro, la sal amoniaco, todas esas sustan-
cias son sales.»
Vemos, pues, en efecto, que á excepción del azúcar, todos
esos cuerpos se hallan perfectamente comprendidos en la de-
finición de sal que hoy acepta la ciencia. Y esto es tanto
más digno de ser tomado en consideración, cuanto que se
refiere á escritos dehace tres siglos, publicados en medio de
las ideas más erróneas y absurdas respecto á los conoci-
mientos químicos. Por eso revela este modo de expresarse
un talento superior que se sobrepone á las preocupaciones y
errores de su siglo, dando á conocer el concepto de la pala-
bra sal de una manera bastante aproximada á la que hoy la
química entiende, respecto á un asunto que constituye inte-
resantísima parte de su estudio y acerca del cual hay multi-
plicadas teorías y puntos de discusión, lo cual indica que se
trata de trascendental estudio y de vital cuestión.
Refiere en su libro titulado El arte de la tierra, que le ocu-
rrió el contratiempo de que el frío, el viento y la lluvia, le
estropeaban la mayor parte de las obras antes de haber sido
terminadas. Asi es que deshacía lo que antes habla hecho
para perfeccionarlo, lo cual dió lugar á que personas igno-
rantes le censurasen diciendo que nose ocupaba en otra cosa
más que en hacer y deshacer sus obras, dando á entender
que se trataba de un maniático ó de una persona desconoce-
dora de lo que traía entre manos, cuando en realidad debie- 3^
ran admirarle y enaltecerle, porque sacrificaba en aras de su
ideal y noble propósito, intereses, reposo, salud, bienestar y
familia.
En el tratado de las piedras (que es indudablemente el de
más importancia bajo el punto de vista mineralógico) expone
algunas ideas en completa oposición y refutando en absoluto
la ciencia de su época.
Fué el primero que practicó experimentos precisos y con-
cluyentes acerca de la cristalización, entonces denominada
congelación. Sostiene con verdadera fe que las sales y demás
sustancias sólo cristalizan cuando están liquidadas ó se ha-
lian disueltas en el agua. Así es que las primeras nociones
científicas de cristalografía de que hace mención la historia,
á
hay que buscarlas, á la verdad, en la obra de Palissy, cuyo
espíritu observador no pasan desapercibidas las condiciones
en que los cristales se originan en el seno de un líquido y
las formas geométricas de los mismos.
época en que la autoridad escolástica se hallaba en
.^.^n^la
oposición con los libre-pensadores, surgían frecuentemente
conflictos entre las diversas opiniones, y no pocas veces resul-
taban choques entre la verdad y el error. Palissy considera •
ha un absurdo la trasmutación de los metales, tal como la
entendían los alquimistas; pero admitía, sin embargo, la po-
sibilidad de la transformación de los cuerpos orgánicos en
metales.
Así es que se expresa de este modo; «Aseguro que el hom-
bre, la madera á metal. Cua-
y las hierbas pueden reducirse
lesquiera que sean las condiciones en que se sepulte el cadá-
ver humano, seguramente ha de tornarse, más ó menos tarde,
en sustancias metálicas.» Continúa después exponiendo apre-
ciaciones de parecida índole, las cuales demuestran la gran
riqueza de su imaginación entusiasta.
En la obra titulada Tratado de las margas, da una idea Pa»
lissy de los pozos artesianos, si bien es cierto que aparece
el concepto de una manera algún-tanto vaga é indetermina-
da. Dice que una barrena sería susceptible de taladrar fácil-
mente ciertas piedras blandas, por cuyo medio podrían en-
centrarse 32
aguas capaces de subir más altas del sitio en que
la barrena las había encontrado. Añade, además, que la cau-
sa de la ascension de dichas aguas, podrá ser debida á que
procedan de puntos más elevados que el agujero que se ha-
ya practicado.
Aun cuando la explicación es algún tanto confusa, basta,
sin embargo, para adjudicar á su autor la gloria de haber te-
nido idea de un descubrimiento que la ciencia ha realizado
posteriormente.
Todos los problemas que presenta la ciencia de su tiempo,
los aborda con singular valentía, estudiándolos y procurando
resolverlos en lo que se refiere á sus principales conocimien-
tos, ó sea la física, la química y la agricultura con sus prin-
cipales aplicaciones. Expone un procedimiento para formar
fuentes artificiales, muy parecido al que en épocas posterio-
res ha sancionado la ciencia agronómica, como útil y con-
veniente para que prospere el arbolado y se conserve la fer-
tilidad de las plantas cual conviene á los intereses de un
país. En todos sus actos se ve, pues, al obrero infatigahJe^""^
que reúne la superioridad en inteligencia y la perfección en
la práctica.
IX
No participó de los errores de los alquimistas de su época,
y contribuyó á veces á demostrar la mala fe con que en oca-
siones procedían.
Dijo, como ya hemos expuesto, que las sales no son una
trasmutación del agua, sino que pueden cristalizar, después
de haberse disuelto en este líquido.
Encarece la necesidad de que los médicos se ocupen de
química y la conozcan mejor, en la seguridad de que han
de encontrar en sus útiles verdades la clave de la resolución
de no pocos problemas en la ciencia de la vida. A los agri-
cultores les aconseja que estercolen la tierra y no Corten los
árboles, pues el día que los bosques hayan desaparecido, ha-
brán concluido las artes y la industria, y por tanto los ele- 33
mentes de la vida de los pueblos.
Sus ideas en filosofía natural le dan á conocer como pen-
sador profundo y cual persona que se eleva en sus ideas á re-
giones donde no se ciernen las inteligencias vulgares, sino
que por intuición llega á determinados principios. Así se ex-
presa en las siguientes frases: «La ciencia se revela á quien
la busca;» y después: «Hay necesidad de no abusar de los do-
nes de Dios y ocultar sus talentos en el seno de la tierra;
porque está escrito que el loco que oculta su locura, vale
más que el sabio que disimula su ciencia.»
Palissy no pudo disfrutar de su gloria. Su nombre, ya lo
hemos dicho, fué apenas conocido por la sociedad en que
vivió, faltándole el debido aprecio de sus contemporáneos, que
no supieron valorar su gran mérito. Los errores que combatió
le sobrevivieron por espacio de más de dos siglos. Cuando se
hizo alguna luz en el profundo caos de las ciencias físicas, y
se comenzó á tener idea exacta de algunos de sus grandes
hebhos, fué la ocasión en que apareció el nombre de Palissy
rodeado de la aureola de esplendor que á genio tan ilustre
correspondía. Salió, pues, de su tumba para volar por el mundo
entero, á la par que otros grandes hombres sobre cuya me-
moría había caído el injusto sudario del olvido, y á quienes
se adjudicaba una reparación, demasiado tardía por desgracia.
En i557 apareció eñ Lyon un libro de muy cortas di-
mensiones intitulado Declaración de los abusos é ignorancia de
los médicos, cuyo autor, según manifiesta la portada, era Pedro
Braillier. Pero las ideas, el estilo, la forma, la presentación y
otras varias circunstancias, han inducido á los críticos á creer,
con algún fundamento, que el tal Pedro Braillier era tan
sólo un pseudónimo que ocultaba el verdadero autor de la
obra, el cual no era otro que Bernardo Palissy; por cuyo
motivo se le asigna también este trabajo en la lista de los
3
que dió á luz, y como tal autor figura en la crítica que de
sus obras hacen sus biógrafos.
En un pequeño opúsculo que titula Tratado del oro potable,
se propone demostrar Palissy que la pretendida panacea co-
nocida con este nombre es un medicamento más bien peli-
groso que útil. 34
En último caso, es el oro muy dividido lo que con tal de-
nominación se administraba.
A Paracelso le juzga con gran severidad, y á muchos de
los que siguieron sus doctrinas administrando los susodichos
oros potables, los califica de charlatanes y de que adquirían
fama por ilícitos medios. A este propósito refiere algunas
anécdotas que no dejan bien parada ciertamente la buena fe
profesional de los que acudían á ciertas farsas, incompatibles
con la seriedad del que posee un título académico.
Entre los hechos que indica, trascribiremos el siguiente;
«Conocí—dice—en un pequeño pueblo de Poitou, un médico
en extremo ignorante. Tenía una pequeña habitación secreta
cerca del sitio por donde se entraba á su casa, con oculto
agujero por el cual observaba los que venían á consultarle y
le traían la orina, que mandaba siempre llevar á sus clientes
para deducir mediante su examen el diagnóstico de la enfer-
medad. Instruida su mujer en el papel que había de desem-
peñar, se sentaba en un banco cerca de la puerta, é interro-
gaba al que venía acerca de la enfermedad, y sus detalles, di-
ciéndole al paso que su marido estaba ausente y no tardaría
en volver. Mientras tanto, éste oía toda la conversación sin
ser visto. Cuando el enfermo había hablado lo suficiente,
entonces decía la señora: ya llega mi marido, podéis con-
sultar con él. En efecto, aparecía éntonces el médico por
otra puerta, examinaba las orinas que le presentaban con
atención suma, y acto continuo pronunciaba extenso dis-
curso sobre la enfermedad que padecía el que le consul-
taba, aprovechando, como era consiguiente, todos los datos
que recogiera al escuchar oculto en sitio próximo. Volvía el
enfermo á su casa, y eran de oír las ponderaciones acerca del
saber del médico, de su ciencia intuitiva, y de su sagacidad
y perspicacia, que llegaban al extremo de adivinar lo que pa-
decía con sólo ver su orina, pudiendo caliñcarse
una persona
de verdadero prodigio, cercano á lo milagroso. Por este medio
llegó á conseguir extraordinaria fama, gran clientela y no
pocos intereses.»
Después de referir lo anterior, sobran los comentarios.
Fué, pues, escritor y obrero al propio tiempo, distinguién- 35
dose en ambos conceptos. Justo es, sin embargo, consignar,
con entera ingenuidad, que sus escritos adolecen de no esca-
so número de faltas literarias, cual había de acontecer en
quien exponía sus ideas sin pretensiones de erudito y sin cui-
darse de corrección en su estilo, ni mucho menos meditar en
la elegancia de la frase. Mas posee, apesar de todo, grande
originalidad, y en sus obras se encuentran no pocos datos,
que brotaron de aquella inteligencia, para quienes las leccio-
nes del tiempo, los hechos y lós desengaños no fueron esté-
riles ni ociosos. No son, por lo tanto, esos lunares, motivo
para disminuir en lo más insignificante su valor y su impor-
tancia.
X
^"ba existencia de Palissy, agitada por encontradas corrien-
variedad de contrastes, por multiplicadas contrarie-
tes, por
dades, crece ajiganta en el combate, cual sucede á los
se y
caracteres templados en el vertiginoso movimiento de las
lucha. Lejos de decaer y hundirse ante la adversi-
ideas en
dad, le animan espolean los inmerecidos reveses de la
y
fortuna. Fiel á sus ideales y adorador de sus convicciones,
persiste en el propósito que una vez concibiera, persuadido
de sólo la constancia y la fe pueden lograr la realización
que
las grandes aspiraciones, de igual manera que el cincel
de
arrancar de tosca piedra lá peregrina estatua.
dis-
Fué desgraciado hasta por la época en que vivió. Las
cordias y perturbaciones más profundas dividían su patria,
que atravesaba entonces crisis penosa y días de amargura.
En i588 fué preso y conducido á la Bastilla; pero las perse-
cuciones no fueron suficientes á convertirle en apóstata ni á
ceder en lo más mínimo de sus ideas.
Un día fué á verle á la prisión Enrique III, acompañado
de un noble, título del reino, el Conde de Maulevrier.
Parece ser que el Soberano hubo de decirle estas pa-
labras: 36
—Buen hombre, hace cuarenta y cinco años estáis al ser-
vicio de mi madre y al mío; hemos consentido que continua'
seis viviendo en vuestra religión; pero de tal modo me ase-
dian los Guisas y el pueblo, que me veo obligado á abandona-
ros á vuestros enemigos, que, seguramente, mañana mismo
os quemarán si no os convertís.
—Señor—dijo Bernardo;—doy gustoso mi vida por la
gloria de Dios. Habéis dicho que tenéis lastima de mí. Pues
bien; yo soy quien tengo lástima de vos, puesto que habéis
pronunciado la frase me veo obligado. Esas palabras no son
propias de un Rey; ni vos, ni los Guisas, ni el pueblo, ni na-
die, pueden obligarme á cosa alguna; porque sé afrontar la
muerte con tranquilidad.
A fines de iSSg murió Palissy, en el fondo de tétrico y os-
curo calabozo de la Bastilla, á la edad de noventa años. En
medio de su infortunio, todavía alcanzó la suerte de no con-
cluir á manos del verdugo, cual querían muchos de sus fu-
riosos enemigos, que no transigían jamás con las diferencias
de opiniones religiosas que de él los separaban, cual si la hu-
manidad, en ocasiones, se hallase poseída de un vértigo y re-
corriese la pendiente de las represalias y los odios con el fu-
rpr de la locura ó la insensatez del embriagado.
Puede presentársele como ejemplo patente de infatigable
laboriosidad, sin encontrar premio alguno á tanta virtud y á
tan relevante mérito. Mártir de la ciencia, debe ser colocado
en el catálogo de los que han sacrificado su vida en aras del
bien de los demás y enaltecido su nombre, sin otro premio
que la satisfacción de su conciencia honrada, despreciando
la indiferencia, el desdén, el ridículo y el castigo material
con que fué insultado por una sociedad ciega, hasta el extre-
mo de no distinguir al hombre de mérito extraordinario y de
preclara inteligencia.
Los últimos momentos del alfarero fueron tan edificantes
y ejemplares, cual su vida virtuosísima y llena de abne-
gación.
Con la rectitud y tranquilidad de una conciencia honra-
da, vio acercarse el fin de sus días, que tuvieron lugar en tan
avanzada edad, siendo, apesar de tantas contrariedades, ver- 37
dadero ejemplo de muerte natural y prolongada longevidad,
como piloto que llega tranquilo al lejano puerto de su em-
prendido viaje, después de haber atravesado borrascosos ma-
res y salido milagrosamente incólume de repetidos nau-
fragios.
Pasar una existencia consagrada enteramente al trabajo,
sin otro "premio ni recompensa que la satisfacción propia, y
llegar al ocaso de su vida, habiendo realizado sus apiraciones,
perdonando á los que le ofendieron y tranquilo con su hon-
rado proceder, tal es la síntesis biográfica de Palissy, que
termina su carrera, como el ocaso del sol en serena tarde
de estío, que después de haber iluminado con vividos fulgo-
res, desaparece en el horizonte, dejando imperecederos
recuerdos de su espléndida y deslumbrante luz, en la seguri-
dad de que no han de extinguirse jamás los benéficos efectos
producidos en su paso por el mundo.
Damos por terminada nuestra tarea. Hemos querido dar á
conocer este estudio que hace algún tiempo teníamos hecho,
y del cual hay en nuestro idioma muy poco consignado,
para rendir un homenaje de admiración y simpatía á un
mártir, héroe y modesto representante del trabajo, cuya
gloria pòstuma será más imperecedera, por lo mismo que se
halla cimentada en sólido é inapelable fallo.
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APÉNDICE
Tratándose de un personaje histérico de la importancia del que acabamos
de ocuparnos, consignaremos las obras que del mismo tratan, rindiendo de
tal suerte el tributo de justicia á quienes nos han servido de guía en el traba-
jo que antecede.
Vie-et travaux de Falissy, par Mr. V. Schoelcher.—Revue de Paris, 1834.
—Tomo V, pág. 293.
Bernard Palissy, par Mr. Dusommerard.—1834.
Notice sur Palissy, par Mr. Miel.—Recueil de la société libre des Beaux
Arts.—1835.
Bernard Palissy, par Mr. G. Thebutien.—Portraits et histoires des hommes
útiles, 1837,pág. 40.
JBernard Palissy, par Alfred Dumesnil.—Paris, 1851.
Etude sur Palissy, par Camille Duplesis. Premiado en 1855 Sociedad
de Agricultura, Ciencias y Artes de Paris.
lyaitê des arts ceràmiques et depoteries, par Alexandre Brongniart.
Histoire de la Chimie, par Fernand Hoeffer.
Les martyres de la sciencie, par G. Tissandier.
Enciclopediae Roret, Manuel de Céramique.
Louis Figuier. —Les merveilles de la science.
 
 
22 23
sextercios. Entre los israelitas, en la genealogía de la tribu de Los motivos de los grandes progresos del arte cerámico,
Judá, hubo una familia de alfareros que trabajaba exclusiva- en la época actual, después de un período de quietismo de
mente para el Rey y habitaba en su palacio, disfrutando todo muchos siglos, son sin duda alguna los adelantos de la mi-
género de consideraciones. neralogía que ha suministrado materiales para la fabricación
En España no deja de tener asimismo importancia his- de vasijas y las grandes conquistas de la química, que ha
tórica la cerámica. La ciudad de Sagunto, citada por Plinio, enseñado los medios de emplear esos materiales. Por eso,
era célebre antes de sus heroicos hechos, por sus bellísimas á las margas y ocres usados por los antiguos, hay que
porcelanas de color rojo jaspeado que los romanos estimaban agregar hoy el cuarzo, el siléx, kaolín, talco, feldspato, yeso,
en mucho y de las cuales todavía se conserva algún fosfato cálcico, sulfato de barita, plomo, estaño, manganeso,
raro ejemplar en los museos de antigüedades. No hay es- cobre, cromo, oro y otra porción de cuerpos que la química
cavación más ó menos importante que no dé por resultado moderna proporciona y que han aportado considerable con-
el hallazgo de algún objeto de cerámica que atestigua no tingente al arte en sus variadas formas.
pocos hechos históricos relacionados con las costumbres, los
usos, religión y cultura de un pueblo.
La naturaleza de la pasta de que las vasijas están cons-
truídas, el estilo, sus formas, su ornamentación, ofrecen VII
por medio de
flicar sus ri-
Rochela en
bs agrícolas,
tanto bajo
con mucha
bde hay que
le multiplicar
pos: Agricul-
b, y después
bl, lo ameno
atractivo y
i y hace muy
cimiento que
Due la avari-
pero de cala-
tranquilidad
aerosas refle-