Reconozco mi debilidad por un cierto tipo de ciuda- des: por esas ciudades que ni son capitales ni aspiran a serlo. Me gustan las ciudades que van a la suya, que son independientes en un sentido bastante propio, esto es, no-dependientes, que no miran de reojo (ni como competidora emergente ni como enemiga a batir) a ninguna otra. Me gustan, y me gusta pensar que algunas bien próximas, como Bilbao, Sevilla, Zaragoza o Valencia, son así, y que de esta manera de percibirse y de estar en el mundo (o cuando menos en el Estado) se desprende una manera de vivir, y de ahí un modo de hacer y de pensar. En realidad, debe de ser que con las ciudades pasa lo que, en un extremo, sucede con las personas y, en el otro, con los pueblos, países o naciones: que hay que desconfiar de la autén- tica entidad de los que se pasan el día reclamando su identidad. Mejor pensar que, cuando la identidad exis- te, aparece al final, casi como un adorno o redundan- cia que acompaña lo que efectivamente se ha conse- guido realizar. Somos aquello que hacemos, no lo que nos contamos o cómo nos empeñamos en vernos. Pero me doy cuenta de que otros, en cambio, sien- ten fascinación por las ciudades grandes, ávidas de protagonismo y de poder: probablemente así se entienda la conversión de algunas de las más gigan- tescas megalópolis en destinos turísticos. Ellas encarnan, por así decirlo, la intensidad más genuina junto con la riqueza más desbordante. Tanta es la complejidad de las situaciones y la proliferación de los puntos de intersección, que se tiene la impresión de que en ellas puede ocurrir cualquier cosa en cual- quier momento. Ello explicaría también la fascina- ción por la calle que sienten muchos artistas, en especial los fotógrafos. La calle se les aparece como fascinante por lo instantáneo, lo efímero, lo incon- trolable, y su medio se considera como el más ade- cuado para captar esa fantasía. Pero, más allá de esta diferencia en el gusto, de la diversa atracción estética que unas u otras ofrezcan, habría un denominador común, relacionado no tanto con la apariencia como con el sentido. Suele haber un acuerdo entre los defensores de la ciudad (cada vez más, por cierto: sus detractores parecen andar en franca retirada) en la extraordinaria funcio- nalidad de este invento moderno. Funcionalidad que no parece necesitar de elaboradas argumentaciones ni de complejas demostraciones: es un lugar común subrayar las ventajas de orden práctico que ofrecen dichos conglomerados urbanos. En ellos se puede encontrar de todo, y de manera casi inmediata. Pero la funcionalidad –como el ser aristotélico: discúlpenme la deformación profesional– se dice o se vive de muchas maneras, lo que equivale a afirmar que el buen gobierno de una ciudad (o la vida buena en ella, como prefieran decirlo) sería aquel (o aquella) que consiguiera que los distintos sectores que com- parten el mismo espacio pudieran disfrutarlo de modo análogo. Porque para unos funcionalidad sig- nifica disponer de aparcamiento en un radio razona- ble, o la posibilidad de encontrar en las proximida- des de la propia vivienda establecimientos de todo tipo (farmacias, panaderías, supermercados…), mien- tras que para, pongamos por caso, un anciano esa misma palabra tiene que ver con la cercanía de un ambulatorio, o con cosas que la persona joven, por definición, acostumbra a dejar de percibir, como la dificultad, con el tiempo que le ofrece el semáforo en verde, para cruzar una gran avenida. Para un niño, en cambio, la funcionalidad se traduce en la existencia de parques en los que jugar o de guarderías cercanas a su casa a las que poder asistir, y para las personas con movilidad reducida, en la ausencia de barreras y obstáculos de todo tipo... La idea es bien simple: la ciudad es un gran invento, desde luego, siempre que sea capaz de encontrar este equilibrio. De lo contrario sigue siendo un invento, sólo que infernal. La ciudad es un gran invento (o no) Manuel Cruz Fotos Enrique Marco Editorial Barcelona METRÒPOLIS número 73, otoño 2008 Editor Direcció de Comunicació Corporativa i Qualitat de l’Ajuntament de Barcelona. Director: Enric Casas. Edición y producción Imatge i Producció Editorial. Director: José Pérez Freijo. Passeig de la Zona Franca, 60 · 08038 Barcelona. Tel. redacción: 93 402 31 11 · 93 402 30 91 Direcciones electrónicas bcnrevistes@bcn.cat www.bcn.cat/publicacions www.barcelonametropolis.cat Dirección Manuel Cruz. Dirección editorial Carme Anfosso. Edición de textos Jordi Casanovas. Gestión editorial Jeffrey Swartz. Gestión de redacción Jaume Novell. Tel. 93 402 30 91 · Fax 93 402 30 96 Coordinación Cuaderno central Miquel Caminal. Colaboradores habituales Martí Benach, Joaquim Elcacho, Josep M. Fort, Eduard Molner, Jordi Picatoste Verdejo, Sergi Doria, Karles Torra, Jaume Vidal. Colaboradores en este número Olga Àbalos, Francesc Arroyo, Joan Barril, Elisabeth Bosch, Miquel Caminal, Jordi Casassas Ymbert, Franco la Cecla, Albert Corominas, Mónica Degen, Antoni Domènech, Núria Escur, Francisco Fernández Buey, Alessandro Ferrara, Josep Ferrer, Daniel Gamper, Carles Guerra, Jordi Llovet, Juan José López Burniol, Gerard Maristany, Joan Martínez Alier, Martí Peran, Manuel Pimentel, Xavier Pla, Pere Antoni Pons, Vera Sacristán, Joan Tugores Ques, César de Vicente Hernando, Rosa Virós. Consejo de Ediciones y Publicaciones Carles Martí, Enric Casas, Eduard Vicente, Jordi Martí, Jordi Campillo, Glòria Figuerola, Víctor Gimeno, Màrius Rubert, Joan A. Dalmau, Carme Gibert, José Pérez Freijo. Diseño original Enric Jardí, Mariona Maresma. Maquetación Santi Ferrando, Olga Toutain. Fotografía Albert Armengol, Laura Cuch, Enrique Marco, Antonio Lajusticia, Christian Maury, Pere Virgili, Dani Codina. Ilustración Sergio López Navarro · Bimbo. Ilustración Cuaderno Central Miguel Gallardo. Fotografía Cuaderno central Gianluca Battista. Archivos Age Fotostock, Corbis, Magnum Photos, Reuters. Corrección y traducción Tau Traductors, L’Apòstrof SCCL, Daniel Alcoba. Edición de web Miquel Navarro. Administración Ascensión García. Tel. 93 402 31 10 Distribución M. Àngels Alonso. Tel. 93 402 31 30 · Passeig de la Zona Franca, 60. Comercialización Àgora Solucions Logístiques, SL. 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Comité asesor Marc Augé, Jordi Borja, Ulrich Beck, Seyla Benhabib, Massimo Cacciari, Victòria Camps, Horacio Capel, Manuel Castells, Paolo Flores d’Arcais, Nancy Fraser, Néstor García Canclini, Salvador Giner, Ernesto Laclau, Carlos Monsiváis, Sami Naïr, Josep Ramoneda, Beatriz Sarlo, Fernando Vallespín. 1 Editorial Manuel Cruz Plaza pública 4 Desde la otra orilla Los ayuntamientos y la crisis económica Manuel Pimentel 6 El dedo en el ojo El urbanismo paradójico César de Vicente Hernando 8 La mirada del otro Vida urbana Mónica Degen 10 Metropolítica Conflictos por extracción de recursos y contaminación Joan Martínez Alier 16 Masa crítica Remo Bodei: “Las pasiones políticas son como los sueños” Entrevista de Daniel Camper 24 De dónde venimos / A dónde vamos Caminante, hay camino y mapa Franco la Cecla Andar productivo y andar ocioso Martí Peran 31 Historias de vida El mal tiempo está en casa Núria Escur 36 Voz invitada Sobre política. Una reflexión filosófica Alessandro Ferrara Cuaderno central La universidad, ante su crisis (La encrucijada Bolonia) 48 Una institución a debate Miquel Caminal 50 Sobre la universidad y sus funciones Francisco Fernández Buey 56 ¿Qué gobierno se necesita en la universidad pública? Josep Ferrer 60 Qué ocultan la excelencia y la competitividad Joan Tugores Ques 64 El recurso a la tradición universitaria, ¿mera excusa? Jordi Casassas Ymbert 68 Recorrido por las opiniones estudiantiles Francesc Arroyo 72 Cara a cara entre el sistema público y el privado Albert Corominas y Vera Sacristán 76 La autonomía universitaria, de vuelta a los años treinta Antoni Domènech 80 Universidad docente / institutos de investigación Elisabeth Bosch 84 Propuestas / respuestas La ausencia de voluntad política Juan-José López Burniol Ciencias y humanidades separadas Jordi Llovet De los objetivos de la universidad en el siglo XXI Rosa Virós Ciudad y poesía 90 Canción del puerto Tomàs Garcés Observatorio 92 Palabra previa Solos en el calvero del bosque Joan Barril 95 Zona de obras Carrers de frontera, por Pere Antoni Pons. La vocació de modernitat de Barcelona, por Xavier Pla. Antoni Rovira i Trias. Arquitecte de Barcelona, por Gerard Maristany. La fábrica de porcelana, por Carles Guerra 100 Teatro El regreso del teatro político Eduard Molner 101 Música Pau Riba, arrebato de precisión Karles Torra 102 Artes plásticas Investigaciones de Laboratorium Jaume Vidal 103 Diseño Siguiendo la senda: señalética para el cementerio de Montjuïc Josep M. Fort 104 Cine Miñarro, o la aventura personal de un productor Jordi Picatoste 105 Artes en la calle Rogelio Rivel, diez años de escuela de circo Martí Benach 106 Rincones vivos La nueva música doméstica del colectivo IBA Olga Àbalos 108 En tránsito Entrevista con George J. Borjas Sergi Doria 112 Medio ambiente Atrapar la fuerza del sol desde el Fórum Joaquim Elcacho Portada y contraportada Fotos: Gianluca Battista Resulta llamativo el escaso peso político de los municipios a la hora de negociar el reparto del gasto público. El poder lo ostentan en exclusiva los partidos, que están demasiado ocupados en equilibrar regiones y nacionalidades y en contentar aliados. Los ayuntamientos y la crisis económica Texto Manuel Pimentel Editor y escritor © S. Bimbo Estamos bajo los efectos de una crisis de intensidad y exten- sión desconocidas. Primero fue la caída del sector de la cons- trucción, iniciada en 2007 pero acentuada a lo largo de 2008. Aunque no es la primera crisis inmobiliaria que sufrimos –tampoco será la última–, ninguna de las anteriores vino unida a una drástica restricción crediticia como la actual. Es de prever que sea aún más profunda que la del 93 y que la del 77. La suspensión de pagos de la mayor inmobiliaria españo- la, Martinsa-Fadesa, fue todo un símbolo de un sector que sufre la caída de las ventas, el incremento de los tipos de inte- rés y la imposibilidad de refinanciar sus abultados activos. Otras muchas inmobiliarias y promotoras han cerrado sus puertas desde entonces, arrastrando en su caída a proveedo- res, empresas constructoras y subcontratistas. Esta crisis inmobiliaria también arruina los presupuestos de ingresos previstos por la inmensa mayoría de los ayuntamientos, que durante los años de bonanza contaron para sus arcas con los emolumentos de licencias, tasas, recalificaciones y conve- nios. Esas importantes partidas han caído casi un 70% en 2008, y se espera que el nuevo año sea aún peor. Los munici- pios ahondarán en sus déficits y tendrán que endeudarse aún más si quieren mantener su nivel de gastos. Y, como veremos a continuación, esto no lo tienen fácil. La actual crisis va mucho más allá de la de la vivienda. El daño que las tristemente famosas subprime norteamericanas han infligido al sistema financiero ha puesto contra las cuer- das a bancos y cajas de ahorros. Aunque la crisis es internacio- nal –y de hecho ha golpeado con mayor crudeza a entidades norteamericanas, inglesas y suizas–, en España reviste unas especiales características. Nuestros bancos eran muy solven- tes y estaban fuera del juego subprime, pero han terminado siendo víctimas de la onda expansiva de su agujero. España era el segundo país importador de capital del mundo y, de repente, nos han cerrado el grifo. Si antes financiábamos nuestro crecimiento con aporte exterior, ahora tendremos que hacerlo con nuestra propia capacidad de generación de fon- dos, a los que habrá que restar los vencimientos de las obliga- ciones contraídas por nuestras entidades financieras. Esto quiere decir que estamos sufriendo una brusca contracción del dinero que los bancos ponen a disposición de empresas y familias, lo que las ahoga. Las unas no pueden invertir o aten- der sus necesidades, y las otras no consumen. Esta espiral es la que está agravando la crisis en España aún más que en otros países, donde la restricción crediticia no ha tenido tanta inten- sidad. Y los ayuntamientos también sufrirán la escasez de fon- dos en circulación. Los créditos se les pondrán más difíciles y más caros. Si el Gobierno no arbitra medidas extraordinarias para la financiación municipal, seremos testigos de graves retrasos en los pagos a personal y proveedores por parte de los municipios con mayores desequilibrios presupuestarios. Los costes financieros se ven agravados por la subida de los tipos de interés. No parece que hasta finales de 2008 vayan a remitir, aunque todos albergamos la esperanza de que el control de la inflación a lo largo de 2009 permita cierta relajación en los tipos que dictamina el Banco Central Europeo, que, hasta ahora, ha sido bien claro: no cederá en sus posturas a pesar de la situación de Irlanda y España, los países más afectados por la actual situación. Y para terminar de dibujar el escenario, parece que el petróleo se mantendrá caro –aunque no tanto como en meses pasados– y el coste de la alimentación irá en alza, lo que castigará el poder adquisitivo de las familias. El comercio urbano se resentirá, y se limitarán las nuevas aperturas, lo que también significará una disminución de los ingresos pre- vistos para los municipios. En resumen, por todos lados nos aprieta el cinturón. ¿Qué pueden hacer los ayuntamientos para paliar la situación? En estos momentos se está negociando la nueva financia- ción autonómica que condicionará los presupuestos públicos durante los próximos ejercicios. Aunque estamos habituados a escuchar aquello del “50-25-25” del reparto del gasto público entre Estado, comunidades autónomas y ayuntamientos, la verdad es que nadie se ha acordado de estos últimos a la hora de la negociación. Una vez más, tendrán que conformarse con lo que les den. Resulta llamativo el escaso peso político de los municipios. El poder lo ostentan en exclusiva los partidos políticos, y estos se encuentran demasiado ocupados en equi- librar regiones y nacionalidades y en contentar a aliados nacionalistas y no nacionalistas como para meter la variable municipal en el sudoku presupuestario. Es una lástima. Ahora Desde la otra orilla es la ocasión de ordenar el reparto de la tarta de una manera más ecuánime. Algo similar hemos visto en la asignación de los presupuestos para el desarrollo de la importantísima y muy esperada Ley de la Dependencia, que puede quedar en agua de borrajas si no se dota adecuadamente. Comunidades autónomas y Gobierno se pelearon por los fondos sin que nadie se acordara de que los ayuntamientos son piezas funda- mentales para el desarrollo de la ley. La crisis será prolongada y dura, pero no eterna. Tenemos que comenzar a trabajar para superarla. El que fuera presiden- te de la Fed, la Reserva Federal de EE.UU., solía repetir que en economía el estado de ánimo de las sociedades pasa de la euforia al pánico y del pánico a la euforia sin solución de con- tinuidad. Estamos inmersos en pánico, y nos olvidamos de que el sol volverá a brillar algún día. ¿Qué se puede hacer desde los ayuntamientos? No existen soluciones mágicas, sino muchas mejoras par- ciales. Las fórmulas clásicas las conocemos bien. Contención del gasto municipal hasta donde nos sea posible, refinancia- ción de la deuda, mejora en la gestión de cobros de tributos y tasas, enajenación de suelo residencial y patrimonio munici- pal ocioso, entre otras, son medidas siempre recomendables. Son necesarias, pero no serán suficientes en esta ocasión. Los ayuntamientos son agentes económicos de primera magni- tud y deben esforzarse más. ¿Cómo? Pues, por ejemplo, lle- gando a un gran acuerdo con los servicios públicos de empleo para colaborar en la gestión de las políticas activas de empleo, que servirán para recolocar al número creciente de desempleados. Los municipios también pueden colaborar con la actividad económica facilitando trámites, arbitrando suelos industriales y manteniendo un diálogo permanente con empresarios y sindicatos. Deben arbitrar propuestas innovadoras e imaginativas para ayudar a los nuevos emprendedores. Algunos abrirán el debate –siempre polémi- co– de la privatización de ciertos servicios municipales para sanear las arcas vacías. Los más codiciados por las empresas son el abastecimiento de aguas y la recogida de basuras. Ya veremos lo que ocurre. Los ayuntamientos son demasiado importantes como para que no se les tenga en cuenta a la hora de encontrar soluciones para una crisis que nos golpea con una fuerza inusitada. En esta ocasión no dispondrán de los ingentes fondos comunitarios que nos beneficiaron en la última cri- sis del 93, pero tienen mayor experiencia y profesionalidad. El reto es grande, pero confiamos en que estarán a la altura de las circunstancias. Plaza pública, 5 M En el paroxismo de su ilusión, la ciudad posmoderna ha alcanzado un resultado que la contradice como ciudad. Los componentes que se muestran de ella distorsionan la comprensión del objeto completo. El urbanismo paradójico Texto César de Vicente Hernando Coordinador del Centro de Documentación Crítica La ciudad posmoderna es una ilusión ideológica. Es el resul- tado de un alto número de ilusiones cognitivas. Se presenta como una ciudad geológica, resultado de la superposición de muchas otras organizaciones urbanas del pasado a las que llama “patrimonio cultural”, pero lo hace para convertir en mercancía para el turista edificios, calles y objetos acu- mulados en museos. Lo artístico ha ocultado la realidad. El espectáculo de las escenificaciones en los “paisajes históri- cos” ha eliminado la historia real por medio de la dramatiza- ción de novelas de ficción y personajes populares. La histo- ria como objeto de consumo. Se presenta como una ciudad clásica y moderna gracias a que ha derribado aquellos testi- monios que señalaban la violencia y la barbarie sobre la que se cimentó: acabó con los edificios obreros, asfaltó de nuevo para un mejor servicio urbano, según dicen, las calles empe- dradas en las que fueron asesinados y golpeados cientos de personas y transformó el horror de las cárceles y la tortura en las sedes de instituciones públicas y privadas. Los edifi- cios, al contrario de lo que pensaba Teresa Gracia, son obli- gados a callar. Se presentan como un gran escaparate para elegir y ofrecer oportunidades en las que la elección sigue siendo entre una cosa y otra igual. Si antes se hacía desapa- recer el contenido en el continente (la realidad en el simula- El dedo en el ojo Plaza pública, 7 © S. Bimbo cro), ahora lo que desaparece es el continente en el conteni- do (el simulacro en la realidad). Cárceles falsas para vivir unos momentos intensos; seres humanos que se ganan unas monedas fingiendo ser estatuas. En el paroxismo de su ilusión, la ciudad posmoderna ha alcanzado un resulta- do que la contradice como ciudad. Los componentes de la ciudad que se muestran distorsionan la comprensión del objeto completo. Si las ciudades antiguas respondían a una concepción simbólica del espacio, las ciudades posmoder- nas responden a las ilusiones liberales que dominan nues- tra vida cotidiana y que Jean-León Beauvois nos ha enseña- do a leer en nuestras propias decisiones, puesto que las ide- ologías que habitan los sistemas de poder generan modos específicos de conocimiento y acción. En la ciudad posmoderna se da el 80% de las actividades culturales representativas de nuestro tiempo. Todas ellas se realizan en un perímetro limitado que los ayuntamientos de las grandes ciudades denominan “almendra central”. El 90% de los acuerdos comerciales relevantes de las ciudades se efectúan en ese perímetro. La ciudad posmoderna lo tiene todo del capitalismo: lo imaginable y lo deseable (el ocio), lo necesario y lo básico (los servicios), las mercancías y los productos (el consumo), la especulación y las inversio- nes (el capital financiero). Todo un universo inmaterial que produce un inmenso espejismo cognitivo. Lo único que no se encuentra en esta almendra central son los obreros, los trabajadores, los empleados que la hacen funcionar y que, sin embargo, cada día atraviesan decenas de kilómetros desde las periferias para llegar al corazón de la misma. Tampoco la precariedad, ni la miseria, ni la destrucción. La ciudad se vigila mediante cámaras. A todos ellos los encuentra uno fuera de la almendra central, fuera de los barrios del primer anillo. Fuera de los barrios del segundo anillo. Los encuentra en los pueblos del extrarradio, en los municipios que se agolpan en las cercanías de la ciudad de la que sólo les separan las circunvalaciones (flujos de capi- tales) y los parques (espacios paradójicos para que la ciudad insostenible se presente como sostenible). En ese mismo perímetro se concentra una mayor densidad de población flotante y diversa (de países, clases e intereses diferentes). El movimiento de la ciudad posmoderna es continuo. La fuerza centrípeta (inmaterial) que ejerce esa almendra cen- tral está en proporción inversa a la fuerza (material) que expulsa a cientos de personas de los centros hacia la perife- ria: la fuerza del dinero especulativo sobre los solares de ese centro, la fuerza de la rentabilización de los antiguos edifi- cios anunciada y apoyada por bancos y empresas, la fuerza de capitalización de los metros cuadrados. Estas fuerzas expanden la ciudad posmoderna hacia fuera; mientras, las arterias circulatorias y la remodelación de los barrios han añadido anillos a la cartografía urbana. Ningún simulacro, sin embargo, puede sostenerse sin materialidades (sin obreros, sin vida) y sin contradicciones. Lo antagónico es lo real en la ciudad posmoderna. El famoso “caballo de Troya” no es una verdadera imagen para definir los centros okupa- dos o los espacios liberados. Desde hace mucho tiempo en estos lugares de la colectivización en medio del más salvaje capitalismo, en estos espacios en los que se suspende la relación capital y se instituyen nuevos vínculos sociales, se dieron cuenta de que el caballo de Troya es el símbolo de lo que ha hecho el capitalismo con nosotros y que ya nos enseñó Foucault: introducir a través del placer y de las ilu- siones de los posibles su control sobre nuestras vidas. Así que los centros okupados y los espacios liberados sólo pue- den ser agujeros negros: regiones infinitas del espacio- tiempo provocadas por una gran concentración de masa en su interior, con enorme aumento de la densidad, cuya ener- gía provoca un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de dicha región. Es por ello por lo que la única fuerza que se puede oponer a esa fuerza centrípeta de la ciudad posmoderna es, precisa- mente, un campo gravitatorio como el de los centros okupa- dos y los espacios liberados. La masa interior, al contrario de lo que cualquier materialismo aleatorio pudiera definir, ejerce una interacción con los elementos de su alrededor, y es ésa la única manera de respirar y de conseguir que la ciu- dad deje de ser una ilusión ideológica. Cuando vemos el mapa de la ciudad posmoderna se pro- duce una última ilusión cognitiva, tal vez una alucinación: nos encontramos con una nueva ciudad medieval que reser- va las funciones administrativas, comerciales y culturales a un núcleo central amplio, y las funciones defensivas (lími- tes y fronteras), a los municipios cercanos. Las torres, los centros comerciales, ya no son defensivas sino disuasorias: prometen que se encontrará en ellos lo que hay en la ciudad sin tener que ir a ella. A la “almendra central” los habitantes de las periferias sólo van a trabajar. “Las geografías menta- les traicionan prejuicios de clase”, escribe Mike Davis. En efecto, la ciudad medieval fue el cumplimiento de las condi- ciones vitales que impuso el feudalismo, la ciudad posmo- derna lo es de las condiciones vitales que impuso el capita- lismo hace ya más de cinco siglos. Referencias Jean-León Beauvois: Tratado de la servidumbre liberal, Madrid, La Oveja Roja, 2008. Mike Davis: Ciudad de cuarzo, Toledo, Lengua de Trapo, 2003. Teresa Gracia: Casas Viejas y Una mañana, una tarde y una vida de la señorita Pura, Madrid, Endymión, 1992. M La mirada del otro Una diversidad de nuevos “públicos” está accediendo a los espacios de Barcelona, condicionando la política diaria con su presencia y actividades. Pero no hay que idealizar el proceso. Las interacciones que construyen nuestras identidades se integran en un entramado de relaciones de poder. Vida urbana Texto Mónica Degen Departamento de Sociología urbana, Universidad de Brunel (Reino Unido) © S. Bimbo ¿Qué recuerdan cuando piensan en una ciudad que visitaron en el pasado? Yo practico periódicamente el ejercicio del recuerdo urbano con los taxistas que me llevan a Heathrow. En un espacio marcado por las expectativas y los destinos desconocidos, la conversación suele adoptar la siguiente fór- mula: “¿Adónde va?” A menudo, mi respuesta es Barcelona, la ciudad en la que me crié. La reacción suele ser de admira- ción, seguida de una recopilación de experiencias personales: “Disfrutamos tanto paseando por la Rambla… ¡cuánta ani- mación en una sola calle!”; o también: “Entonces nos senta- mos a tomar algo cerca de la plaza Catalunya, mi mujer dejó el bolso a su lado y en un abrir y cerrar de ojos había desapa- recido”. Las impresiones que la gente cuenta no suelen versar sobre la célebre arquitectura de Barcelona, sino más bien sobre su gente, sobre el ambiente cívico y social de la ciudad. Así pues, la experiencia urbana tiene tanto que ver con la interacción con el entorno físico como con la sociabilidad del lugar. Dicho de forma sencilla, los encuentros que tenemos con multitud de extraños al visitar Barcelona, Nueva York o Londres informan nuestra percepción de la ciudad. En los últimos años se han debatido a fondo las mejores prácticas de planificación y diseño urbano para crear una imagen de marca y obtener visibilidad en la pasarela global. Aunque existe el argumento evidente de que las ciudades se parecen cada vez más al mostrar pautas urbanísticas simila- res y calles con idénticas sucesiones de establecimientos multinacionales comerciales, es la gente, la arquitectura social de la ciudad, la que ofrece cada vez más parámetros de diferenciación. Por mucho que se trate de una característica difícil de aprehender y que a menudo brilla por su ausencia en los análisis de casos de regeneración urbana, es posible entrever esta efímera cualidad en artículos periodísticos sobre los barrios de moda. Ya se trate del Born, Gràcia o el Raval, es la riqueza y diversidad de la vida pública lo que se destaca más a menudo. Aunque pueda parecer obvio, es fundamental subrayar que esta vida pública se experimenta, ante todo, por los sen- tidos. El cuerpo es el medio y el contexto a través del que nos relacionamos con el mundo, y los cuerpos crean la vida urba- na. Si analizamos la reciente regeneración urbana de Barcelona a través de las sensaciones físicas que suscita su nuevo diseño, puede identificarse una creciente tendencia hacia la homogeneización –quizás incluso la esterilización– sensorial. Ya sean las transformaciones en torno al Fórum o el proyecto de la plaza de las Glòries, los entornos nuevos se caracterizan por texturas suaves, amplias explanadas y cohe- rencia visual que da la impresión de orden y modernidad. Sin embargo, estos espacios se ven sometidos a un rápido proce- so de apropiación, y su homogeneidad sensorial es perturba- da por las diversas prácticas de sus usuarios. El ejemplo más elocuente es la plaza frente al Macba, que desde su construc- ción en 1995 ha sido tomada gradualmente por los vecinos del Raval, skateboarders y turistas. La hegemonía visual del monumento de Meier se ve perturbada rápidamente por la vida de la calle, con el chirrido de las ruedas mezclándose con música hip-hop y las oleadas de los doner kebabs. En psicología es un hecho sabido que construimos nuestra identidad en relación con nuestro entorno. La interacción con los demás conforma y depura constantemente quiénes somos y quiénes deseamos ser. En Uses of Disorder, Sennett argumenta que los sentimientos de desubicación y desorden son centrales a la hora de desarrollar una vida social civiliza- da. Sin embargo, una gran parte de la cultura urbana contem- poránea tiende a querer erradicar las situaciones de confron- tación y exploración. Y, como individuos, tendemos a cons- truir una identidad que sea coherente y filtre las perturbacio- nes dejándolas fuera. No obstante, Sennett propone una cul- tura urbana que promueva los encuentros con la diferencia a fin de cuestionar nuestros propios límites. Aunque la Barcelona en que crecí, en las décadas de los 1980, ya era bas- tante cosmopolita, en los últimos años se ha producido una espectacular transformación social que puede palparse ins- tantáneamente en sus calles y plazas. Desde 1996, el número de residentes extranjeros ha aumentado del 1,8% al 15,6% en 2007. Asimismo, el turismo se ha triplicado a 11,7 millones en el mismo año. De forma simultánea, muchos jóvenes de la ciudad la están abandonando debido al aumento del precio de la vivienda. Así pues, ¿qué tipo de ciudad está surgiendo? Por una parte, podríamos afirmar que Barcelona se ha convertido, en palabras de Sennett, en una ciudad más compleja desde una perspectiva social, con mucho que ofrecer para promover el crecimiento cívico a nivel individual. Toda una diversidad de “públicos” está accediendo a los espacios públicos de Barcelona, condicionando la política diaria de la ciudad a tra- vés de su presencia y actividades. Pero es importante no idea- lizar este proceso. Las interacciones que construyen tanto nuestras propias identidades como las de los lugares se inte- gran en un entramado de relaciones de poder. Debemos pre- guntarnos si lo que ocurre en las calles se ve reflejado en una representación más formal en la política urbana. Una de las consecuencias de la expansión urbana de Barcelona es el descenso de la afiliación a asociaciones políti- cas y cívicas, sobre todo entre los jóvenes. Aunque los líderes locales no han tardado en emitir una “ordenanza de civismo” para regular el comportamiento incívico, percibido como un subproducto del turismo de masas, siguen mostrándose rea- cios a imaginar un modelo diferente de gobierno urbano. Un nuevo modelo que podría incluir interpretaciones más flui- das de la participación política y la ciudadanía, definidas en torno al concepto de movilidad en vez de a nociones espacia- les fijas. Aunque se incentiva a los inmigrantes para empa- dronarse en el municipio y, al hacerlo, estos adquieren dere- chos básicos a los servicios sociales, la escolarización y el sis- tema de salud, se les sigue negando la ciudadanía política, es decir, el derecho a voto. En lo que concierne a otro grupo social mucho más móvil (algunos dirían veleidoso), Marisol García plantea en La metaciudad Barcelona la necesidad de un debate para evaluar si cabe delimitar los derechos y obligacio- nes de turistas y visitantes como parte de una nueva carta de ciudadanía urbana. En este caso, puede apreciarse cómo las tensiones existentes entre ciudadanos locales y globales, móviles y residentes suscitan preguntas fundamentales en cuanto a cómo promover una democracia más inclusiva no solo a pie de calle, sino también en el marco de la política urbana. Asimismo, existe una necesidad clara de adoptar medidas que garanticen que aquellos que desean quedarse en el centro no se vean obligados a mudarse al área metropo- litana, y por tanto gocen de un “derecho a la ciudad”, es decir, que exista una oferta de vivienda asequible. En última ins- tancia, esto implica que la ciudad controle y gestione las fuer- zas del mercado privado y el sector inmobiliario. En los últi- mos años, en mi opinión, las consideraciones mercantiles se han impuesto sobre las cívicas y han determinado el aspecto y las impresiones asociadas a la vida urbana de Barcelona, excluyendo así determinadas prácticas, grupos sociales y sig- nificados que no se ajustan a los objetivos de desarrollo eco- nómico internacional. El reto de Barcelona consiste en refle- jar en su planificación y gobierno futuros la permeabilidad y diversidad de su vida callejera. M © Sc ien ce Ph ot o L ib ra ry / Ag e F ot os to ck La economía es un subsistema de un sistema físico más amplio. No hay una economía circular cerrada. Entran recur- sos y salen residuos. A veces los afectados por los residuos y por la extracción de recursos naturales serán generaciones futuras que no pueden protestar porque aún no han nacido, o unas ballenas que tampoco van a protestar. Pero a veces los perjudicados son personas pobres, que protestan ya ahora en sus luchas del ecologismo de los pobres por la jus- ticia ambiental. El sistema de mercado no garantiza que la economía enca- je en los ecosistemas ya que los mercados no valoran las necesidades futuras ni los perjuicios externos a las transac- ciones mercantiles, como ya señaló Otto Neurath contra Von Mises y Hayek en el famoso debate sobre el cálculo económi- co en una economía socialista en la Viena de 1920. Ahora bien, si el mercado daña la naturaleza, ¿qué ocurrió en las economías planificadas? No sólo han supuesto una explota- ción de los trabajadores en beneficio de una capa burocrática, sino que preconizaron el crecimiento económico a toda costa y además les faltó la posibilidad, por ausencia de libertades, de tener grupos ecologistas que protestaran. El ecologismo popular La extracción de materias primas llega a los últimos confi- nes tropezando con la resistencia popular e indígena. Muchas veces las mujeres son líderes en esas luchas. Así, alrededor del mundo hay defensores de los manglares con- tra la industria de camarones de exportación. Los consumi- dores de esos langostinos tropicales no saben de dónde viene lo que comen. Una nueva institución, el referéndum ambiental local parece haber nacido en Tambogrande, en Piura (Perú), en 2000-2002 aunque tal vez hay precedentes. Fue inmediata- mente adoptado en Esquel (Argentina), también en un caso de minería de oro. Y en septiembre de 2007, en Carmen de la Frontera, Ayabaca y Pacaipampa, en el norte de Perú, el pro- yecto de minería de cobre Río Blanco de la Minera Majaz fue derrotado en un referéndum local. No todos entienden el carácter estructural de estas protestas, creen que son NIMBYs (“not in my back yard”, o “no en mi patio trasero”) cuando son manifestaciones locales del movimiento global por la justicia ambiental. Hay redes nacionales (como la Conacami en el Perú) o redes internacionales que surgen de estas protestas, como Oilwatch, que nació en 1995 de expe- riencias en Nigeria y Ecuador. El ecologismo popular es a veces protagonizado por grupos indígenas como los embe- rá katío en la represa de Urrá, en Colombia, como los mapu- ches contra la Repsol, en Argentina. Hubo casos históricos de resistencia antes de que se usara la palabra ”ecologismo”. Por ejemplo, contra la conta- minación de dióxido de azufre causada por la empresa Río Tinto que culminó en la matanza a cargo del ejército el 4 de febrero de 1888. La memoria de esos sucesos nunca se per- dió. Hubo los “humos” de Río Tinto en Andalucía como, años más tarde, los “humos” de La Oroya en el Perú. Sin embargo, el influyente politólogo Ronald Inglehart sostie- ne que el ecologismo es un nuevo movimiento propio de sociedades prósperas que desarrollan valores sociales pos- materialistas, Ahora bien, las sociedades prósperas no son “posmaterialistas”, al contrario, consumen muchos mate- riales y energía y por tanto producen cantidades de desechos. Así pues, la tesis de que el ecologismo tiene raí- ces en la prosperidad se puede plantear precisamente por la relación entre riqueza y producción de desechos. El movi- miento por la recogida selectiva de basuras urbanas nació donde están llenas de plásticos y hay quien se inquieta por la producción de dioxinas al incinerarlos. Existe ese ecolo- gismo de la abundancia. Pero hay también un ecologismo de los pobres que pasó inadvertido hasta el movimiento Chipko en el Himalaya en 1973 y la muerte de Chico Mendes en Brasil en diciembre del 1988. También hay un ecologis- mo popular en los movimientos de justicia ambiental en EE.UU. contra la ubicación de vertederos de residuos en zonas donde vive gente pobre y “de color”. Conflictos por extracción de recursos y contaminación Texto Joan Martínez Alier ICTA, Universitat Autònoma de Barcelona En los conflictos por extracción de materias primas, por contaminación local o regional, comprobamos el uso de diversos lenguajes. Los poderes públicos y las empresas suelen imponer el lenguaje económico, pero los afectados tal vez acudan a otros lenguajes disponibles en sus culturas. Metropolítica Plaza pública, 11 Lo que entra en la economía como insumo sale transfor- mado como residuo. Una parte se acumula como un stock pero a la larga es también residuo. Eso se mide con la conta- bilidad de flujos materiales (material flow accounting, MFA), que ya forma parte de las estadísticas de la Unión Europea (Eurostat 2001). El MFA mide en toneladas los materiales extraídos del territorio nacional agrupados en biomasa, minerales y combustibles fósiles, así como también los pro- ductos importados y exportados. Posteriormente, a partir de esta información cuantitativa, se calculan indicadores de flujos materiales. En el caso de España, por lo menos hasta el año 2008, se ve que la economía no se desmaterializa ni en términos absolutos ni tan solo en relación con el PIB. La tendencia es similar en países latinoamericanos y en la India y China, donde crece la intensidad material, es decir, se necesitan más kilogramos para producir un euro, una tendencia totalmente opuesta a la desmaterialización. Comercio ecológicamente desigual Las economías ricas nunca han dependido tanto de las importaciones como hoy. Históricamente distinguimos dos tipos de mercancías: las “preciosidades” de alto precio por unidad de peso (oro, plata, marfil, pimienta, diamantes) y las materias primas o mercancías a granel (bulk commodities). Inicialmente los medios de transporte no permitían expor- tar hacia las metrópolis volúmenes de poco valor unitario, a menos que el propio barco (de teca, por ejemplo) fuera el bien exportado. Poco a poco eso fue cambiando. Europa se abastecía de carbón hasta la segunda guerra mundial; hoy importa grandes cantidades de petróleo y gas, igual que Estados Unidos, cuya contrapartida son emisiones de dióxi- do de carbono. El metabolismo de las sociedades ricas no se sostiene sin conseguir a precios baratos las materias primas. Cristina Vallejo (siguiendo los pasos de Fander Falconí) ha calculado los flujos de materiales de Ecuador, un país que no solo exporta emigrantes sino que, como América Latina en general, exporta petróleo, bananos, harina de pes- cado y productos forestales. Por persona y año, cada ecuato- riano dispone de 4 toneladas de materiales de las cuales exporta 1,6 toneladas; solamente 0,3 toneladas son importa- das. En cambio, en la UE disponemos por persona y año de 16 toneladas, de las cuales 3,8 son importadas y exportamos 1,1 toneladas por persona y año. Vemos que la UE importa (en toneladas) casi cuatro veces más que exporta. Importamos barato y exportamos caro, mientras que muchos países del Sur siguen la regla de San Garabato, “compre caro y venda barato”. En países grandes, el comer- cio ecológicamente desigual se establece también entre regiones. Así, en India, hay zonas sacrificadas a la explota- ción minera en los estados de Orissa y Jarkhand y en zonas tribales. Los países del Sur deberían poner impuestos ecoló- gicos a sus exportaciones. Tras la reunión de Naciones Unidas en Johannesburgo en 2002 escribí sobre el extraño “eje del dióxido de carbono” compuesto por EE.UU., Arabia Saudita y Venezuela, a cuyos gobiernos no importa su pro- ducción. La OPEP no quiere ni oír hablar del cambio climáti- co, pero en 2007 el presidente Rafael Correa de Ecuador pro- puso a la OPEP un impuesto a las exportaciones de petró- leo, una interesante iniciativa para financiar energías alter- nativas (eólica, fotovoltaica). Los pasivos ambientales de las empresas En muchos lugares surgen reclamos contra empresas bajo la ATCA (Alien Tort Claims Act) de EE.UU. Un proceso judicial enfrenta a indígenas y colonos de la Amazonía del Ecuador con la compañía Chevron-Texaco desde 1993 y otro enfrenta a indígenas Achuar peruanos contra la Occidental Petroleum. Los balances de las compañías petroleras, madereras y mine- 12, Metropolítica “Europa importa grandes cantidades de petróleo y gas, igual que Estados Unidos, cuya contrapartida son emisiones de dióxido de carbono. El metabolismo de las sociedades ricas no se sostiene sin materias primas baratas”. © Oswaldo Rivas / Reuters / Corbis ras no incluyen esas deudas ecológicas. Los intentos de ini- ciar juicios en EE.UU. tropiezan con negativas en la forma de forum non conveniens. Existen protestas en la literatura jurídica de Estados Unidos contra esa negación de justicia. Para capturar dióxido de carbono europeo (nuestro mayor residuo, en volumen) se hacen plantaciones de árbo- les como en el proyecto FACE en los páramos del Ecuador, donde algunas comunidades protestan porque no pueden comerse los pinos, no pueden sembrar ni tener allí ganado, el pino agota el agua que hay en los páramos, y además, si hay un incendio, el contrato les obliga a replantar. En julio de 2007 la página de Ecoportal se hacía eco de una información de la BBC sobre el juicio iniciado en Los Ángeles contra Dow Chemical y Amvac Chemical, fabrican- tes del Nemagón, y la bananera Dole. Parece que Amvac pagó 300.000 dólares a trece campesinos nicaragüenses para evitarse el juicio. El Nemagón o Fumazone, nombres comerciales del pesticida DBCP, causó esterilidad y otros daños de salud a los demandantes después de haberlo usado durante los años 1960 y 1970 para combatir unos gusanos que afectaban a las plantaciones de banano. Según la demanda, Dow y Amvac sabían que el Nemagón era una sustancia tóxica desde comienzos de la década de 1950. Entretanto, a la Dole se le acusó de negligencia y de encubrir de forma fraudulenta la información sobre la toxi- cidad del pesticida. Otra nota de la BBC informó que sólo en Costa Rica se estima que hay unos 30.000 trabajadores perjudicados por el pesticida, con problemas estomacales, hemorragias, dolores de cabeza y esterilidad. “Hay quienes dicen que es una de las peores tragedias laborales del mundo”, resumió la BBC. No se trata de reparar los daños en un sentido físico, es decir, eliminar retrospectivamente la esterilidad sufrida por decenas de miles de trabajadores. ¿Cómo se podría hacer eso? Hay que resarcir el daño causa- do incluyendo los aspectos emocionales. Parece que para Nicaragua una indemnización de unos 25.000 dólares por persona se considera adecuada –la esterilidad de los pobres es sin duda más barata que la de los ricos–, pero si todas las demandas (hasta ahora frenadas en los tribuna- les de EE.UU.) se resolvieran, eso representaría miles de millones de dólares para Ecuador, Honduras, Costa Rica, Nicaragua, Filipinas. Es difícil que Dow Chemical, Shell o Dole hagan frente a sus pasivos ambientales. Al comerse un plátano, el consumidor rara vez piensa en esto. La exportación de residuos tóxicos Además del uso gratuito de los océanos y la atmósfera como sumidero o depósito temporal de dióxido de carbo- no, los países ricos exportan residuos tóxicos cuando pue- den. Siguen la “regla de Lawrence Summers”. En 1992, el entonces economista principal del Banco Mundial escribió un memorando interno argumentando que la contamina- ción debía colocarse donde no había gente o donde la gente era más pobre porque “la medida de los costos de una con- taminación que afecte a la salud depende de los ingresos perdidos por la mayor morbilidad y mortalidad. Desde este punto de vista una cantidad dada de contaminación nociva para la salud debería ponerse en el país con el costo más bajo, es decir, el que tenga los salarios más bajos. Pienso que la lógica económica que hay detrás de llevar una carga Plaza pública, 13 En la primera página, estación de bombeo del oleoducto Crudo Pesado, en Ecuador, que levantó la oposición de los ambientalistas por los daños causados a los ecosistemas. Abajo a la izquierda, campesinos nicaragüenses afectados por el insecticida Nemagón se manifiestan ante el Parlamento, en Managua. A la derecha, protestas en Bhopal, India, veinte años después de la trágica fuga tóxica de la química Union Carbide, ocurrida en 1984. © Raghu Rai / Magnum Photos 14, Metropolítica dada de residuos tóxicos al país con menores salarios es impecable y deberíamos reconocerla”. Tenía razón desde un punto de vista estrictamente económico. La cuestión es, ¿debemos decidir sobre asuntos de vida o muerte con crite- rios económicos? Son muchas las protestas de quienes sufren injusticias ambientales, aunque a veces se cumple la regla de Lawrence Summers. Así, a pesar del Convenio de Basilea, hay exportación de residuos tóxicos hacia el Sur (o zonas pobres en el Norte), así como exportación de residuos electrónicos. Hay una indus- tria de desguace de navíos viejos en Alang, Gujarat, donde una famélica legión trabaja sin precaución ninguna. En 2006 el caso del portaviones Clemenceau llamó la atención sobre este asunto. Al contener amianto, en la UE los trabajadores hubieran tenido que estar protegidos, no así en la India, cuyo Tribunal Supremo dirimía el asunto cuando en febrero de 2006 el presidente Jacques Chirac, acuciado por las presiones de Greenpeace, ordenó el regreso del barco a Brest. Veamos un caso español reciente. El ferry Beni Ansar fue retenido el 12 de julio de 2007 en el puerto de Almería por orden del Ministerio de Medio Ambiente para impedir su desguace en Alang, exigiendo que se cumpla el convenio internacional de Basilea sobre residuos peligrosos. Como éste, entre siete y ocho barcos españoles llegan a Asia para ser desguazados cada año, y más de 250 del resto del mundo. El Ministerio recibió un aviso del Convenio de Basilea alertando de la venta del buque para desguace: “Si lo van a desguazar, el buque es considerado un residuo aun- que navegue. Mandamos una inspección junto con Fomento y la Junta de Andalucía y pedimos a la Comisión Europea que nos dijera qué hacer en estos casos”. Bruselas replicó que el buque no podía salir del puerto. El represen- tante de las navieras afirmó que las cosas no son tan senci- llas: “No está claro jurídicamente que el Convenio de Basilea se pueda aplicar a los barcos. Las ONG han hecho bien denunciando la situación en India y la Organización Marítima Internacional lo va a cambiar para que los desgua- ces reúnan las condiciones adecuadas. Pero mientras, no hay forma de desguazar un barco en la UE y más de 20.000 personas en Asia viven de este trabajo”. Riesgos e incertidumbres: la ciencia posnormal La percepción ecológica se expresa a veces en el lenguaje científico de flujos de energía y materiales, de contamina- ción y toxicidad, pero las cuestiones ecológicas presentan rasgos que no siempre permite tratarlas con métodos cien- tífico-tecnológicos reduccionistas. Por esto, la desconfianza ecologista hacia los científicos está justificada sin necesidad de apelar a filosofías irracionalistas de la ciencia. En efecto, los problemas son complejos, interdisciplinarios, a veces son nuevos al haber sido creados por nuevas industrias, hay incertidumbres, ignorancia inevitable. Observamos que en esas discusiones, como señalan Funtowicz y Ravetz con su noción de la “ciencia posnormal” o Victor Toledo con su “diálogo de saberes”, participan en pie de igualdad los eco- logistas con los expertos de la Administración pública, uni- versidades o empresas. A eso se llama activist knowledge. El movimiento de Justicia Ambiental en Estados Unidos recu- rrió a la popular epidemiología en casos de incidencia de enfermedades por contaminación en barrios pobres. De ahí la apertura del debate cuando las cuestiones eco- lógicas son inciertas, complejas, de consecuencias a largo plazo pero necesitadas de decisiones urgentes. Eso da opor- tunidad, no para un enfrentamiento entre ecologistas y científicos, sino al contrario para un trabajo en común entre ecologistas que respeten los logros de las ciencias en terre- nos bien acotados y científicos que, más que “ciencia para el pueblo” hagan “ciencia con el pueblo”, dispuestos a recono- cer los límites de su saber sobre los problemas futuros que el ecologismo plantea. La deuda ecológica Volvamos al inicio. No nos estamos desmaterializando. En la economía humana aumenta el consumo de biomasa, de combustibles fósiles, de minerales. Producimos residuos como el dióxido de carbono o residuos nucleares. También ocupamos más espacio, destruyendo ecosiste- mas y arrinconando otras especies. Por tanto aumentan los conflictos ecológico-distributivos. No solo perjudica- mos a generaciones futuras de humanos y eliminamos especies que muchas veces ni tan siquiera conocemos, sino que hay también crecientes conflictos ambientales ya ahora mismo. Comprobamos que hay un desplazamiento de los costos ambientales del Norte al Sur. EE.UU. importa más de la mitad del petróleo que gasta. Japón y Europa dependen físi- camente aún más de las importaciones. Eso lleva a la idea de que existe un comercio ecológicamente desigual. La misma desigualdad observamos en las emisiones de dióxi- do de carbono, causa principal del cambio climático. Un ciu- dadano de EE.UU. emite quince veces más en promedio que uno de la India. Nos preguntamos: ¿quién tiene títulos sobre los sumideros de carbono que son los océanos, la nueva vegetación y los suelos? ¿Quién es dueño de la atmósfera para depositar el dióxido de carbono que sobra? De ahí los reclamos de la deuda ecológica que el Norte tiene con el Sur, por el comercio ecológicamente desigual, por el cambio climático, también por la biopiratería y por la expor- Desguace de barcos viejos en Chittagong, Bangladesh. Industrias como esta, en que las condiciones de trabajo son muy precarias y peligrosas, ocupan a más de 20.000 personas en diferentes lugares de Asia. “¿Qué valor tiene un paisaje, no en dinero, sino en sí mismo? ¿Cuánto vale la vida humana? Vemos que en la práctica hay valores inconmensurables, y que el reduccionismo económico es meramente una forma de ejercicio del poder”. tación de residuos tóxicos. La deuda ecológica puede expre- sarse en dinero pero tiene también aspectos morales no recogidos en una valoración monetaria. Valores inconmensurables En los conflictos por extracción de materias primas, por contaminación local o regional, comprobamos el uso de diversos lenguajes. Los poderes públicos y las empresas suelen imponer el lenguaje económico pero los afectados, aunque entiendan ese lenguaje económico y piensen que es mejor recibir alguna compensación económica que ningu- na, tal vez acudan, sin embargo, a otros lenguajes disponi- bles en sus culturas. Pueden declarar, como hicieron los u’wa en Colombia frente a Occidental Petroleum, que la tie- rra y el subsuelo eran sagrados, que “la cultura propia no tiene precio”. En un conflicto ambiental se despliegan valo- res ecológicos, culturales, de subsistencia de las poblacio- nes y también valores económicos. Son valores que se expresan en distintas escalas, no son conmensurables. Todo necio confunde valor y precio. ¿Quién tiene el poder de imponer el método de resolución de los conflictos ambientales? ¿Valen las consultas populares que apelan a la democracia local? ¿Vale el lenguaje de la sacralidad? ¿Valen los valores ecológicos solamente si se traducen a dinero o valen por sí mismos, en sus unidades de biomasa y biodi- versidad? ¿Vale argumentar en términos de la salud, subsis- tencia y bienestar humanos directamente, o hay que tradu- cirlos a dinero? ¿Qué valor tiene un paisaje, no en dinero, sino en sí mismo? ¿Cuánto vale la vida humana, no en dine- ro, sino en sí misma? Son preguntas nacidas de la observa- ción participante en conflictos ambientales en diversos lugares del mundo. De ahí la pregunta, ¿quién tiene el poder social y político de simplificar la complejidad imponiendo un determinado lenguaje de valoración? El conflicto entre economía y medio ambiente no puede solucionarse con jaculatorias tales como “desarrollo soste- nible”, “ecoeficiencia” o “modernización ecológica”. La eco- logía política estudia los conflictos ambientales, y muestra que en esos conflictos distintos actores que tienen distin- tos intereses, valores, culturas, saberes, y también distintos grados de poder, usan o pueden usar distintos lenguajes de valoración. Vemos cómo hay valores inconmensurables en la práctica, y cómo el reduccionismo económico es mera- mente una forma de ejercicio del poder. M © Ian Berry / Magnum Photos Masa crítica Remo Bodei “Las pasiones políticas son como los sueños” Entrevista Daniel Gamper © En riq ue M ar co Uno de los lugares comunes de la filosofía considera que la razón, el logos, es el hilo conductor de la historia de la filoso- fía. Esta idea encuentra su contrapartida en la afirmación de Heidegger de que sólo empezaremos a pensar cuando aban- donemos la razón. ¿Dónde se coloca usted en relación con estas dos concepciones de la razón? ¿Qué es la razón? Yo estoy por una filosofía de la razón impura. Siempre me han interesado fenómenos como las pasiones, el delirio o la ideología política que parece que funcionan sin recurrir a razones precisas. Durante un largo período la filosofía moderna desde Descartes ha privilegiado un pensamiento en el que la razón es muy rigurosa, matemática, y ha dejado de lado fenómenos cotidianos que no son tan perfectos, como la política, la vida cotidiana, la estética o la historia. Son fenómenos cuya aparente falta de sentido provocó que fueran abandonados a la discrecionalidad y a la superstición. Siempre he querido encontrar un sentido en el interior de este tipo de fenómenos. No busco un sentido, por así decir, exclusivamente geométrico. Creo que obedecen a una lógica, y he intentado desentrañarla en las formas en que se concre- ta, por ejemplo, en las pasiones o en el delirio. Lo que he intentado hacer se puede comparar con la teoría heliocéntri- ca: aunque sé que el Sol está quieto y que la Tierra da vueltas a su alrededor, desde mi perspectiva me parece lo contrario. Es de esta disparidad entre la teoría y la percepción habitual en relación con los fenómenos descritos, de la que quiero rendir cuentas. Esto no debe entenderse como si estuviera en contra de una teoría de la razón pura. Antes bien, lo que quiero destacar es que hay múltiples formas de razón y que ésta debe ser matizada. Piense, por ejemplo, que en griego logos tiene la misma raíz que “legumbre”, y que por tanto nos remite al acto de recoger algo, organizar un discurso. ¿Cómo aplica su teoría al caso del delirio? En principio parece que el delirio sea lo contrario de la razón. La razón es orden y rigor, mientras que el delirio es desorden y exceso. Delirio y razón se contraponen como esterilidad y fertilidad. He intentado ver en el delirio for- mas de temporalización, de memoria, de conceptualización y de discursividad que tienen un sentido en el interior del delirio. Esto permite que se pueda entender lo delirante en términos racionales, pero a partir de una racionalidad abierta y tolerante, no pasiva e intolerante de lógicas dife- rentes. La temporalidad del delirio es diferente. ¿En qué sentido? Le pondré un ejemplo. Hay épocas de la vida que se diferen- cian por los distintos criterios de organización de la expe- riencia. Observamos discontinuidades en el cuerpo, como la primera y la segunda dentición, la pubertad o la vejez. Plaza pública, 17 Remo Bodei es profesor en la Universidad de California en Los Angeles (UCLA) y en la Escuela Normal Superior en Pisa, alternando sus estancias en ambos lugares. En sus numerosas obras, pone en práctica un modo de filosofar clásico que antepone la lectura detallada de los grandes autores a las peren- torias cuitas del presente. Con este fin, analiza las obras de Spinoza, Kant, Burke, Tocqueville o De Maistre, con el mismo énfasis que pone en el estudio de la historia política o en los textos psicoanalíticos. Su pensamiento resulta, así, un ejemplo de indepen- dencia y rigor creativos. El monumental libro Una geometría de las pasiones (Muchnik, Barcelona, 1995 y Fondo de Cultura Económica, México, 1995) trata del lugar que ocupan las pasiones en los movimientos revolucionarios, en la práctica y el pensamiento reaccionario y conserva- dor, así como las pasiones democráticas. El diagnós- tico del presente que constata la desaparición de las ideologías es interpretado por Bodei como la progre- siva liberación de las conciencias individuales pro- ducto de la renuncia de los poderes políticos a exten- der sus tentáculos totalitariamente. Con ello, las democracias liberales de principios del siglo XXI se revelan como nuevos ámbitos de acción para unas masas que, con todo, no han renunciado a sus aspira- ciones individualistas. Aprovechando su invitación para impartir una con- ferencia en el ciclo “La condició humana”, organizado por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), lo entrevistamos sobre la razón y el delirio, así como sobre el presente y el futuro del proyecto ilustrado y de la democracia en las sociedades de Occidente. Algunas obras de Bodei traducidas al español: Hölderlin: la filosofía y lo trágico, Visor, Madrid, 1990; Ordo amoris. Conflictos terrenos y felicidad celeste, Cuatro, Valladolid, 1998; Una geometría de las pasiones, Muchnik, Barcelona, 1995 y Geometría de las pasiones, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, La forma de lo bello, Visor, Madrid, 1998; La filosofía del siglo XX, Alianza, Madrid, 2001; Las lógicas del delirio: razón, afec- tos, locura, Tecnos, Madrid, 2001; El doctor Freud y los ner- vios del alma. Conversaciones con Cecilia Albarella, Pre- Textos, Valencia, 2004. 18, Masa crítica Del mismo modo, creo que hay diferentes estructuras o estra- tos que reflejan de qué modo cada época codifica de una manera diferente las experiencias: el bebé no codifica de manera lingüística, la adolescencia supone una nueva codifi- cación de los contenidos vitales del estrato previo de la vida, y así en cada época de maduración. Sea en términos sintácticos o mnemotécnicos, lo que cuenta es que hay una memoria diferente para cada época. Para referirse a esto, Freud mencio- nó en una ocasión los fueros españoles. Los fueros eran los privilegios feudales que tenían las ciudades de la Edad Media y que fueron derogados por Isabel y Fernando cuando unifica- ron España y crearon la nueva constitución. Pero, de alguna manera, quedaron integrados en ella. Del mismo modo, en nuestra estructura psicológica hay fueros–fósiles que no están traducidos. Mi hipótesis es que estos residuos arcaicos son los que nos integran en la temporalidad que se desarrolla. Hay un pasado que, valga la redundancia, pasa, y hay otro que permanece, que queda cubierto de una piel, por así decir, y que explota en momentos determinados de trauma mezclán- dose con el presente y produciendo formas algo anómalas de temporalización. He encontrado ejemplos de esto en el psico- análisis y en la psiquiatría del siglo XX. He prestado especial atención a estas disciplinas, porque son un intento de concep- tualizar y, así, entender fenómenos en principio ajenos a la razón. Ahí se pone de manifiesto una de las ventajas de la razón, y es que ella puede comprender el delirio, pero el deli- rio no puede comprender la razón. ¿En qué consiste el delirio? Hay teorías que afirman que durante el delirio se baja el nivel de la vida psíquica. Creo, al contrario, que el delirio es la incapacidad de filtrar una cantidad enorme de datos. Esto demuestra que el delirio no supone una disminución del nivel de atención, sino que la selección de lo importante y lo no importante es diferente en el delirio en comparación con otros estados psíquicos. Por ejemplo, un loco puede encontrar un significado en el hecho de que en un grupo haya tres personas con una corbata roja y puede creer que ello implica alguna forma de persecución. Para la teoría clá- sica, la de Jung, por ejemplo, se trata de una disminución de la tensión. Otras teorías sostenían que lo delirante era una forma de pensamiento que incluía la incapacidad de genera- lizar. Yo creo, en cambio, que el delirio generaliza demasia- do, dándose lo que técnicamente se llama una hiperinclu- Remo Bodei (Cagliari, 1938), profesor de historia de la filosofía en Los Angeles y Pisa, practica un modo de filosofar clásico basado en el estudio de los grandes autores. Ha escrito numerosos libros, como Una geometría de las pasiones (1996), Las lógicas del delirio (2002) o El doctor Freud y los nervios del alma (2004). © En riq ue M ar co “La voluntad de todos es cuantitativa y conlleva demagogia y manipulación. Una democracia madura es la que intenta transformar cantidad en calidad, y escucha las cuestiones de fondo y no los humores superficiales”. sión. Por ejemplo, para el delirante puede ser que en el mismo concepto de San José esté incluido no sólo el indivi- duo, sino también una mesa, pues San José era carpintero. Hay formas de silogismo distintas. La del delirio puede denominarse una lógica de los predicados. En psiquiatría, por ejemplo, se habla de silogismos como los siguientes: “Todos los indios son veloces / Todos los cuervos son velo- ces / Todos los indios son cuervos”, o, “La Virgen María es virgen / Yo soy virgen / Yo soy la Virgen María” Si delirio y razón están tan próximos y al mismo tiempo tan lejanos, ¿cómo puede ésta comprender a aquél? Me he concentrado en descubrir formas de la razón en las que parece que la razón no se halle presente. El delirio no depende de una falta de verdad sino, paradójicamente, de un exceso de verdad. Siempre hay un acontecimiento histó- rico en la vida del delirante. Este acontecimiento no es acep- tado y para ocultarlo lo envuelve en una serie de hechos delirantes, en el sentido de que parecen absurdos. Pero si nosotros, que no somos delirantes, intentamos ver cómo lo ha envuelto, podemos llegar a comprender por qué ha aisla- do un hecho particular. Desde el punto de vista filosófico, para Descartes o para Kant, hay una coincidencia entre certi- dumbre y verdad. Para el delirio esto es diferente, pues cuanto mayor es la incertidumbre, menor es la verdad, dado que la mayor certidumbre compensa la falta de verdad y el núcleo de verdad queda oculto por un exceso de certidum- bre. Estamos deslumbrados por un exceso de luz. Lo mismo sucede con las pasiones. Es absurda la idea de que razón y pasión se excluyen, que las pasiones son ciegas y que son formas de perturbación del alma, que es como Cicerón tra- ducía el griego pathos, de dolor, de sufrimiento. No fue hasta San Agustín y San Ambrosio que se pasó a entender la pasión incluyendo en ella también el sentido de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Las pasiones también tienen una lógica y un sentido, pero distintos de lo normal. Pensemos en la cólera o la ira. Pongamos por caso que le solicito a un amigo unos importantes documentos y que él no se presenta a la hora indicada en el lugar que hemos acordado. Yo me puedo enfadar mucho, se me saldrán los ojos de las órbitas, se me inflarán las venas del cuello, mi voz se enronquecerá. Actuaré de forma excesiva, despropor- cionada. Se dice que las pasiones son irracionales porque parece que entre la causa y el efecto no hay proporcionali- dad, pero si tenemos en cuenta que mi enfado no está rela- cionado con el hecho de que mi amigo no me haya traído los documentos, sino que ahí se expresan todas mis desilu- siones y resentimientos y que se precipitan en este preciso momento, entonces, para entender lo que ha pasado, hay que ver todo el conjunto que se condensa como una masa crítica. Leemos en los periódicos que alguien “ha matado a su mujer por fútiles motivos”. Esto nunca es así, pues si vemos los motivos en el marco de toda una historia vital, comprobaremos que nunca son fútiles. ¿Es entonces la proporcionalidad lo que nos da la clave para distinguir entre la lógica de la razón y la de la pasión? Me atrevo a decir que en la lógica normal hay proporcionali- dad entre la causa y el efecto. Es una lógica que distingue, es diabólica, en el sentido original del término, según el cual el diablo es el que separa. La lógica de las pasiones es una lógica simbólica, en el sentido griego de symbolos que designa el unificar los pedazos de un vaso. Se tomaba un vaso de cerámica como muestra de hospitalidad y se rom- pía, así las siguientes generaciones de dos familias podían reconocerse uniendo estos pedazos de cerámica rotos. La lógica de las pasiones es simbólica, la de la razón normal es diabólica. La lógica de la razón forma haces de cosas, y acaba confundiéndolo todo. Lo mismo pasa con las pasio- nes políticas o las ideologías, que son como los sueños. Basta pensar en Hitler o Stalin, o también en determinadas ideologías democráticas cuando hay un fuerte deseo de impresionar a los otros. En estos casos, lo que se hace, igual que en el delirio, es tomar un núcleo de verdad y cubrirlo de velos que resulten atractivos. En relación con esto siempre recuerdo un hecho sucedido antes de la subida de Hitler al poder. En el Palacio de Deportes de Berlín tuvo lugar un debate entre un diputado del partido comunista alemán y uno nacionalsocialista. Las personas convocadas eran todas socialistas y comunistas. El diputado comunista empezó a hablar del desempleo, de cuestiones de teoría marxista y fue incapaz de inflamar a los que escuchaban. Decía la ver- dad, pero utilizaba un lenguaje demasiado técnico, no lograba convencer. El nacionalsocialista utilizó un lenguaje mítico, habló de las puñaladas en la espalda, de los judíos que robaban el trabajo y el dinero de los proletarios y la cosa acabó con el diputado nacionalsocialista saliendo a hombros de los que habían entrado como comunistas a escuchar el debate. Lo que extraigo de esta historia es que una verdad que no tiene fuerza de convicción emotiva o pasional es el revés especular de una falsedad que tiene fuerza pero no tiene verdad. Esto recuerda a la música, que combina el máximo de exactitud y rigor, tiene una estruc- tura matemática muy precisa, de una parte, y el máximo de pathos, de vaguedad, de la otra. No se trata de una dialéctica entre ambas. Ciertamente, hay que tomar en serio la contra- Plaza pública, 19 dicción, pero sin buscar soluciones o síntesis baratas. Hay que tener presente el elemento frío y el caliente de la racio- nalidad pura. No son incompatibles. A posteriori me he dado cuenta de que todos mis libros contienen en sus títu- los un elemento frío y uno caliente: Geometría de las pasiones, Lógica del delirio. No lo he hecho intencionadamente. En su libro Geometría de las pasiones se halla una defensa de Burke como crítico de la Revolución Francesa. Para mí, Burke, más que un crítico, es un contrapeso a toda la historia de la Revolución Francesa. En sus reflexiones sobre la Revolución Francesa, en las que sostiene que la razón tuvo que cargar con un peso que cla- ramente no podía soportar, se echa en falta un juicio nor- mativo sobre la Ilustración. ¿Qué piensa del legado de la Ilustración? ¿Hay que recuperarlo o revitalizarlo? Soy partidario de la Ilustración, aunque la del siglo XVIII tenía límites, ya que partía de una idea triunfalista de la razón. En épocas posteriores se manifestaron sus límites: la historia se mostró como una realidad mucho más compleja de lo que la razón podía comprender. Por ejemplo, creo que la Revolución Francesa ha sido una gran conquista para toda la humanidad. No comparto la tesis de Hannah Arendt de que la única revolución buena fue la americana, y que la francesa no lo era porque en ella se cortaron muchas cabe- zas. Sin duda que se cortaron cabezas y que eso es trágico, pero se olvida de que pocos años antes el rey de Francia echó al Sena a miles de personas. No creo que haya que hacer un cálculo de las cabezas de los muertos, eso es maca- bro. El problema de la Revolución Francesa yo lo pensaría en relación con Kant y su famoso ensayo ¿Qué es la Ilustración? Así, dice que tenemos que atrevernos a pensar, esto es, tener el coraje de pensar con tu propia cabeza y salir del estado de minoría de edad. Pero el coraje no es suficien- te. Esto se ve muy bien en un relato de Kafka que se llama La madriguera. Trata de un animal indeterminado al que le gus- taría estar en el interior de la madriguera porque ahí tiene seguridad, aunque, por otra parte, quiere salir a pesar de los peligros que encuentra en el exterior. De modo que lo que hace es ponerse en el umbral y no se decide nunca a entrar ni a salir. Si trasladamos esto al ámbito vemos que no todo es una cuestión de coraje. Spinoza, uno de los filósofos que he estudiado con más detenimiento, dice, de modo muy ajustado, hablando de la relación entre superstición y razón, que para que se desarrolle la razón no es necesario predicar, no hay que ser racional, sino que es necesaria más seguridad. Cuantos más hombres estén seguros, más se desarrollará la razón. Cuando las personas no tienen seguri- dad ni comida ni perspectivas, hay una oscilación entre miedo y esperanza que no se puede transformar en estabili- dad mental. El límite de la Ilustración es su excesivo volun- tarismo y moralismo. Este límite se constata en la historia reciente, por ejemplo, en el fracaso de los Estados comunis- tas que conllevó el olvido de la idea de igualdad y el imperio del mercado y la libertad. Uno de los problemas de la heren- cia de la Ilustración es esta voluntad de programar sin cono- cer bien los obstáculos que hay en la historia. Lo que habría que hacer es disponer de una especie de mapa del tesoro: ver cuáles son las soluciones, los cuellos de botella, las calles sin salida. A falta de una guía semejante, ¿cómo orientarse? Se necesita un programa que mire hacia el futuro con cono- cimiento de las contradicciones pero también de los obstá- culos. Hay una muy buena idea de Maquiavelo que nos © Ferdinando Scianna / Magnum Photos Plaza pública, 21 puede servir para orientarnos: su concepto de verdad efecti- va de la cosa como contrapunto a la imaginación. No debe- mos imaginar lo que deseamos, sino que tenemos que conocer la realidad que se despliega. La verdad efectiva es lo que produce resultados. No se trata de la realidad inmedia- ta, sino de la que se presenta con toda su contundencia. En sustancia, se puede decir que la Ilustración modélica duran- te los siglos XIX y XX es estática, mientras que la idea de una realidad efectiva contiene en sí la superación de la pro- pia idea de utopía. He releído recientemente el Quijote y creo que ahí se manifiesta claramente el asunto que nos ocupa. Entre el Quijote y Sancho Panza hay un camino intermedio. Sancho Panza es el signo de la aceptación de lo que pasa, no tiene ideales. Don Quijote vive en sus ideales. Con ello Cervantes muestra que hay una locura que consiste en desear lo que no está permitido por la realidad, pero que esta locura no es otra cosa que el reverso de la aceptación pasiva del mundo. Entre la aceptación pasiva del mundo y la voluntad de cambiarlo sin conocerlo, de ver en los molinos a los gigantes, hay una diferencia que es importante. ¿No implica esto una concepción competitiva de la demo- cracia, en la que gana el líder que mejor se adapta a los deseos de los electores y/o consumidores? En este caso creo que, de nuevo, hay que buscar un camino intermedio. Rousseau distingue entre la voluntad de todos (el 51% de los votantes) y la voluntad general. Robespierre dice que bastan tres ciudadanos para dirigir una república. Una democracia madura es la que transforma a los ciudada- nos. Como decía Aristóteles, los pobres eligen el voto por- que son la mayoría. Eligen la cantidad, no la calidad. La voluntad de todos es cuantitativa y conlleva la demagogia y la manipulación. Una democracia madura es la que intenta transformar la cantidad en calidad. Esto se puede explicar en términos de derechos. Hay una aclaración ejemplar de Bobbio que lo describe a partir de las generaciones de dere- chos y el modo en que éstos son respetados por los regíme- nes. Primero hubo los derechos políticos, seguidos de los derechos económicos del Estado del bienestar, y ahora se habla de derechos a la educación, a la salud, etcétera. Se trata de un crecimiento que transforma al ciudadano, pues se siente cada vez más seguro y cada vez es más racional. Para salir de la madriguera, no basta el coraje del que habla Kant. Se necesita que el ciudadano tenga más seguridad y más derechos sociales, que sepa que tendrá una pensión y que ya no necesita ser sostenido por sus hijos durante la segunda mitad de la vida. El contraejemplo se encuentra en los EE.UU., en donde no hay seguridad social, ni pensiones suficientes, ni protección sanitaria universal. El problema de la democracia es que no hay que obligar a los ciudadanos a dirigir los principios de los líderes políticos. Sin embargo, los que mandan no deben aceptar pasivamente los instin- tos de las masas, que a su vez pueden estar manipulados por la televisión y por los aparatos de poder. En definitiva, no se trata ni de imponer ni de aceptar, sino que lo más ilustrado es una educación política como la entendían los griegos, que pagaban a los pobres tres óbolos para que asistieran a las tragedias, ya que en ellas se enseña- ba cómo comportarse ante los dilemas morales. Así, podían preguntarse: ¿quién tiene razón, Antígona o Creonte? Hace años realicé un estudio analítico de Antígona desde el punto de vista político y constaté que en el texto hay sesen- ta verbos, adverbios y sustantivos incluidos en el campo semántico de la decisión. El problema actual de la democra- cia, tras la caída de las Torres Gemelas, el retorno de la gue- rra a Europa en los Balcanes y las dos guerras del Golfo, es el sacrificio de la libertad en favor de una presunta seguridad. Hay una manipulación del consenso político. ¿Cómo entiende esta manipulación? No soy enemigo de la televisión que, a fin de cuentas, no es más que un electrodoméstico. El problema es que ha trans- Para Bodei, uno de los problemas de la herencia ilustrada es la voluntad de programar ignorando los obstáculos de la historia, lo que está en la raíz del fracaso de los estados comunistas. En la página anterior, desmantelamiento de una estatua de Stalin en Budapest, 1990. Sobre estas líneas, viviendas obreras en Lausitz, antigua Alemania Oriental, con un cartel de propaganda d’Erich Honecker, 1975. “Cuando las personas no tienen seguridad ni comida ni perspectivas, hay una oscilación entre miedo y esperanza que no se puede transformar en estabilidad mental. A más seguridad, más razón”. © Thomas Hoepker / Magnum Photos 22, Masa crítica formado la política de una manera que afecta, en especial, a los ciudadanos más pasivos. La televisión no permite el control ciudadano de los políticos, de modo que la verdade- ra rentabilidad la da la oratoria, y no la bondad de sus accio- nes de Estado. Vale la pena recordar lo que decía George Sorel en la tercera edición de 1919 de su libro sobre la vio- lencia. Ahí escribe sobre la necesidad de acelerar los tiem- pos, comparando la política de Lenin con un invernadero en el que las hortalizas crecen aceleradamente. Para Hobbes la casa dividía el reino de la política del de la intimidad. Ahora, las paredes de la casa se han vuelto porosas, la política ha entrado en los hogares y los ha transformado. El consenso que se forma en los invernaderos que son los hogares a tra- vés de los medios de comunicación de masas es tal vez mayor que el que se forma en el espacio público, con las manifestaciones, por ejemplo. El consenso que crea la tele- visión puede ampliar la conciencia civil, pero sólo de mane- ra superficial. Como decía Maquiavelo, los príncipes permi- ten que se vea lo que creen que se puede ver, pero no dejan que nada se toque, pues la majestad del Estado no lo acepta. La democracia es más la voluntad de hacer creer que la voluntad de creer. La democracia sólo es madura cuando no se escuchan los humores superficiales, sino las cuestiones de fondo. Antes se hablaba mucho de las necesidades bási- cas, la idea permanece pero ahora lo esencial son los deseos de realización de uno mismo, de éxito personal. Las prome- sas que hace la política consisten en decir que, si hay igual- dad, los hijos tendrán éxito. La política se convierte de este modo en una forma de gestión de las desilusiones. En la política moderna en los países occidentales en los que la riqueza social disminuye porque hay una competencia del trabajo asiático, una baja capacidad de innovación y una práctica desaparición de las conquistas del movimiento obrero, las promesas de los políticos no se pueden realizar. La clase política promete cosas irrealizables y, al fin, la democracia está más hecha de promesas que de realidad. Pero eso no es motivo para rechazarla de plano. En sus textos subraya en más de una ocasión la diferencia entre sabiduría y razón, que también había sido destacada por Giorgio Colli, antiguo maestro suyo. ¿En qué consiste esta diferencia? Es una diferencia básica. La razón pertenece al saber de las cosas, a la ciencia. La sabiduría es más bien una actitud moral, de equilibrio del alma. Es lo que los griegos llama- ban phronesis, que se traduce por “prudencia”, pero que con el tiempo se ha convertido en algo parecido a la cautela. Sin embargo, una explicación cabal de la prudencia la entiende como una forma de conciencia de lo que cambia, mientras que la ciencia, por su parte, tiene que ver con lo inmóvil. Nos podemos fijar en el El oráculo manual o arte de prudencia, de Baltasar Gracián, para quien la prudencia se encuentra en el derecho: iuris-prudencia. Esto significa que hay un código de leyes que no se aplica mecánicamente, que no se pasa automáticamente de lo universal a lo particular, sino que hay una interpretación basada, entre otros, en atenuantes y agravantes, y la sabiduría del juez consiste en saber cuál es la situación precisa y cómo hay que interpretar la ley en © Paul Fusco / Magnum Photos © Bettmann / Corbis Plaza pública, 23 cada caso. Se trata de utilizar el regulo lesbico, las reglas que utilizaban los albañiles de la isla de Lesbos para construir los ángulos y que eran de plomo, y no la regla de Policleto, que era de hierro y no se doblaba. La razón tiene una regla de hierro, mientras que la sabiduría es de plomo, esto es, se adapta a las circunstancias. Hay necesidad de ciencia y de razón en los casos en los que necesitamos la precisión a priori, hay sabiduría en todos los otros casos. Un ejemplo claro se encuentra en el arte de la guerra. En 1914 nadie esperaba que los alemanes invadieran Bélgica, y lo hicieron. En la Segunda Guerra Mundial, los franceses no fortificaron la frontera con Bélgica porque creyeron que los alemanes no volverían a atreverse a entrar por ahí, pero la sabiduría alemana consistió en repetirlo para sorprender a los franceses. En el arte de la guerra hay siempre un más y un menos que es el reino de la sabiduría. Es la virtú de Maquiavelo, o mejor, la relación entre virtú y fortuna. Hablando de Robespierre, usted pone el acento en las ilu- siones necesarias. ¿Cuál debe ser el papel de las religiones en las democracias laicas actuales? La religión católica ha sido importante en Europa del Este para derrotar al comunismo, pero tiene mayores dificulta- des para derrotar al capitalismo. Frente a todo tipo de ata- ques, el capitalismo se ha mostrado como un muro de goma. Las democracias occidentales no tienen valores fuer- tes y la Iglesia lo aprovecha para intentar transformar la reli- gión en las muletas de la democracia. De esta manera, se pretende socavar lo que era un espacio público neutro y que debe ser considerado como un logro muy importante de la democracia, que nace afirmando que cada cual puede creer en lo que desea pero que su creencia no debe ser impuesta a los demás. La democracia ha creado un espacio laico, y es importante conservarlo. Frente a esto, la Iglesia quiere imponer una visión religiosa en la sociedad aprovechando la supuesta debilidad moral de las sociedades democráticas. Cuando Juan Pablo II escribió su encíclica Veritatis splendor, hablaba de su verdad. Si uno no ve su verdad, se supone que es ciego, daltónico o de mala fe. Estoy a favor de una visión laica de la religión. Lo laico se puede definir muy fácilmente en términos evangélicos, pues consiste en darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. En Italia, cuando Mussolini firmó los pactos late- ranenses en 1929, la Iglesia se hizo con muchos privilegios, y cuando Craxi los revisó, mantuvo muchos de estos privile- gios. De modo que en Italia las empresas católicas no pagan impuestos y el Vaticano tiene muchos privilegios. En líneas generales, el problema es que la Iglesia se aprovecha de la debilidad del Estado. No basta con protestar contra la Iglesia, lo que hay que hacer es fortalecer al Estado para que tenga más presente la justicia social. Como se decía en el mundo clásico, la justicia actual es como una telaraña que los fuertes pueden atravesar mientras que los débiles que- dan atrapados en ella. Debería ser lo contrario. Sobre estas líneas, manifestación en defensa de las pensiones públicas. Washington, julio de 1981. En la página anterior, arriba, refuerzo de las medidas policiales en Nueva York, febrero de 2003. Abajo, el cardenal Gaspari y Mussolini momentos antes de la firma del tratado lateranense. Roma, febrero de 1929. M © Bettmann / Corbis Caminar es actividad de doble naturaleza: se camina en el mundo y se camina entre los demás caminantes del mundo. Ambas naturalezas marcan con la acción, porque caminar es dejar una marca, hacer el mapa físico del mundo con el propio cuerpo y con el propio cuerpo entre los otros que andan. Ambas prácticas son al mismo tiempo actividades de explora- ción, conocimiento del mundo y actividad de trazado sobre éste de una carta en la escala más próxima al cuerpo. La primera actividad es un caminar como andadura, como manera en la cual el cuerpo adquiere un ritmo de avance, un paso que le permite una constante movilidad. Caminar es escandir el ritmo de andar, escandirlo de manera vecina a los otros ritmos vitales, el pulso, el latido, hasta llegar a ser casi automático. El cuerpo anda por sí solo. Lo saben bien los maratonistas y corredores, caminar y correr activan un meca- nismo que vuelve los órganos del movimiento casi autóno- mos de la voluntad. Si se observa a los maratonistas se advier- te que en cierto punto, sobre todo si se trata de maratones de cincuenta o cien kilómetros, sucede como si el corredor, absorbido como está por el movimiento, estuviera ausente o, acaso, se hubiera vuelto uno con el movimiento. En un nivel inferior a ese en el cual el paso es sostener una cadencia más que una persecución, el caminar es catalizador de pensamiento, el pensamiento tiene su propio paso, sigue su escansión. Pulso, paso y pensamiento van juntos. El pensa- miento no se acelera justo porque es andante –y un movi- miento del pensar–. Lo ha contado Rousseau, pero también Stevenson, Benjamin Constant, Rimbaud; y Bruce Chatwin lo sintetizó en el bellísimo Los trazos de la canción. Y la experiencia que cada uno de nosotros puede realizar: dar dos pasos para aclararse las ideas. Existe una relación poderosa entre el pensamiento y cami- nar, que recuerda Rebecca Solnit en su Historia del caminar cuyo título original era Wanderlust. La lujuria de vagar. Porque caminar es seguro que ayuda al proceso del pensamiento, simula el movimiento hacia la verdad o hacia la claridad, pero además agrega al pensamiento un elemento que éste no contiene: un cuerpo entero. Quien camina traslada todo su cuerpo, mueve Caminante, hay camino y mapa El caminar entre los otros es una actividad cognitiva, que permite aprender las áreas de referencia existencial. Caminar en una ciudad significa aprender a encontrar el propio camino y el lugar propio en una selva de personas. Texto Franco la Cecla Ensayista Fotos Albert Armengol De dónde venimos Espacios para conocerse y conocer A dónde vamos Circuitos donde ejercer el consumo Plaza pública, 25 brazos, busto, piernas, cabeza, y en primer lugar hace de todo ello objeto de un equilibrio que debe recomponerse a cada paso. Además, caminar significa poder detenerse o poder vagar, poder vagar sin rumbo, demostrando que no siempre el pensamiento debe llegar a alguna parte, que también puede querer tomar senderos abruptos, atajos, desviaciones que no tienen más sentido que el hecho de tomarlos. Quien vaga sin rumbo lo hace porque el sorprenderse a cada paso puede inte- resarle más que la meta. Vagar sin rumbo precede a flâner1 en algunos siglos, antes de que Baudelaire o Walzer descubrieran la naturaleza un tanto huera de este vagabundeo, que dispersa al sujeto en el mundo que atraviesa, sea éste una jungla metropolitana o una auténtica selva. Quien vaga sin rumbo niega el afán de la meta, el espíritu de competència de la trayectoria y en cambio se concentra en el divagar, en perderse en los meandros de los detalles, y sobre todo en el andar sin rumbo hay una alegría que luego el flâneur perderá. Releer Tres hombres en una barca de Jérôme Kapla Jérôme nos da la sensación de ligereza que la conquista del mundo mediante los paseos debió de tener a principios del siglo XX. Toda esta actividad de andar por el mundo es cognitiva, sea vagabunda o encaminada a un fin, al mismo tiempo es cartográfica, recorte, vínculada con paradigmas de la incertidumbre, o bien es como una fila de hormiguitas des- plazándose de un agujero a otro. A los urbanistas caminar les debe parecer eso, seguir pistas de hormiguillas sobre los sig- nos seguros del plano. Sombras que en fila india recorren senderos ya señalizados. Pero los urbanistas en general son tristes y pocas veces se han perdido en las calles. Caminar es una actividad epistémica, de conocimiento, no solo porque lo es de hecho, físicamente, en el sentido de la exploración del mundo y de la “apertura”, sino también en el sentido de que el propio hecho de caminar traza caminos, marca el mundo con las huellas que lo hacen más explorable aún. Stevenson era un gran maestro del arte de caminar, un arte que vivía como cura anti victoriana, no sólo para su cuer- po amenazado continuamente por la tisis, sino también con- tra los fantasmas del encierro y del creer que se sabe todo. Quien anda a pie descubre que el mundo es mucho más complicado en los detalles de lo que parece a la distancia. No diré que caminar es pensar con los pies, pero sí más bien que da pie a pensar, que transforma el pensamiento en un pensa- miento que toca tierra, en un pensamiento que se adhiere al paisaje que atraviesa, aquello que yo llamo “mente local”, una actividad donde sujeto y territorio interactúan íntimamente. Cuando los españoles cantan “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, sólo quieren expresar el concepto de que, en la maraña de lo indiferenciado, los pasos inseguros de quien camina ya constituyen de alguna manera una dirección. En su Stalker, Tarkovski nos ha regalado una ilustración magistral de esta idea. Dos sujetos se mueven perdidos en un territorio desolado por abandonado y desertizado en la ruina industrial. La única manera de avanzar consiste en seguir el pañuelo que uno de los hombres lanza atado a un objeto pesado, que una y otra vez indica el camino. Esto hace pensar en el palo totémico de algunos grupos aborígenes australia- nos, cuya inclinación por las mañanas indicaba la dirección del camino que debían emprender. Digamos que esa manera de caminar como andar en solita- rio es topográfica. El caminante traza con su andar una direc- ción privilegiada, abre una calle. La primera cartografía son los signos que los pasos dejan sobre la hierba, el pasar y repasar del caminante. En la historia de las exploraciones este andar es justo descubrir paso a paso paisajes inéditos, aperturas inesperadas. Descubrir el mundo significa recorrerlo. Los fal- sos peregrinos de Peter Hopkirk son espías al servicio de su majestad británica en el gran juego diplomático entre Rusia e Inglaterra. Se mueven clandestinamente dentro de un Tibet desconocido, trazando un mapa de sus pasos acompañados por las cuentas del rosario como instrumento de medición. Serán las cartas que servirán luego a los ingleses para intentar la invasión del Tibet. Sea como sea, actividad epistémica y actividad hermenéutica se identifican. El cuerpo caminando conoce y traza al mismo tiempo, a la manera de un eterno Pulgarcito que deja migajas tras de sí para que el camino de regreso resulte reconocible. La otra naturaleza del caminar es el caminar “entre” el caminar como trasladarse entre otras personas, el caminar democrático de quien se desplaza en la ciudad y encuentra conocidos y desconocidos. Este caminar es fuente de espa- cios, crea lugares en el andar, determina ensanches, plazas, nuevas entradas, pórticos y pasadizos. La ciudad no es otra cosa que un entrecruzamiento de los itinerarios cotidianos de los habitantes que la ocupan. La naturaleza de estos senderos que constituyen el espacio ciudadano es como una ciudad invisible de Calvino. Lo recuerda la ciudad llena de nieve, en la cual la física habitual resulta cancelada y resideñada por los pasos sobre la nieve, pasos que confirman los itinerarios pre- feridos, las evitaciones privilegiadas. Este caminar traza mapas de diversa naturaleza. El andar parece menos rectilí- neo, más incierto, se interrumpe, se yuxtapone y se bifurca, se entrecruza con el andar de los demás. Si se trazaran sobre el mapa de una ciudad los recorridos preferidos por los habitantes de un barrio surgirían direc- ciones constantes, pero también garabatos, regresos al punto de partida después de vagar, yuxtaponerse y diferen- ciarse los trazos. Los urbanistas no comprenden –porque son tristes– que los edificios, y a menudo las calles, son irre- levantes, y que lo determinante en los espacios públicos del andar y del estar es una combinación de motivaciones, caprichos, necesidad, atracción y evitación que produce el caminar de los cuerpos entre los cuerpos. Los mercados al aire libre de Palermo resisten entre los derrumbes de los edificios caducos porque constituyen la actividad repetida que mantiene vivos esos espacios, aunque estos, por su decadencia y abandono deban no obstante redefinirse. Un mapa por hacer es el del después, lo que queda cuando un mercado se desmonta, o una feria, o un concierto de rock. Las huellas de lo ocurrido, las del encuentro, las latas, mapas, manifiestos, octavillas, objetos perdidos, el legado de una presencia que se siente en el ruido de la ausencia. El caminar entre los otros es una actividad cognitiva. En el moverse entre los otros se aprenden los ámbitos de la presen- cia otra, se aprenden los contextos de pertenencia, las áreas de referencia existencial. Caminar en una ciudad donde tantos caminan significa aprender a encontrar el propio camino y el lugar propio en una selva de personas. En este sentido la afir- mación de Rebecca Solnit resulta más verdadera que nunca. Democracia es caminar entre desconocidos sintiéndose segu- ro. La ciudad es el resultado de este proyecto y deja de serlo cuando el caminar ha caído en desuso o se encuentra obstacu- lizado por la molesta presencia del tráfico automovilístico. Debemos aprender a trazar mapas de los senderos entre- cruzados; resultaría sobre todo interesante trazar la ciudad a partir de estos senderos, volver la ciudad fiel a la cartografía que los pasos democráticos han marcado en ella. ¿Cómo podría realizarse permaneciendo fieles a la magnífica incerti- dumbre del andar humano? Se puede hacer registrando día tras día variaciones y persistencias, repeticiones y desviacio- nes. Se puede hacer teniendo el ojo de Perec, que distingue los itinerarios, comprende las preferencias femeninas y las masculinas, la imprevisibilidad de los niños que juegan y el ocultarse de los adolescentes que buscan rincones escondi- dos a la miradas adultas. La ciudad está cotidianamente llena por la actividad de quienes están en ella y caminan. Los itinerarios cuentan his- torias, triviales o dramáticas, cuentan costumbres, prácticas, a veces opciones o el mero sentido normal de lo cotidiano, que el ritmo de los pasos imita así de bien. Seguir a una per- sona, actividad preferida siempre por artistas de renombre, es también desde siempre actividad de los curiosos. ¿A dónde se dirigirá esa mirada apenas entrevista, dónde bajará del autobús tal hombre o tal mujer, y hacia dónde se dirigi- rá? En un relato de Cortázar el narrador realiza un juego con- sigo mismo en el metro de París. ¿La mujer que lo atrae y que ya ha hecho los mismos cambios de línea descenderá de veras donde lo hará también él? Sólo en tal caso él intentará detenerla, hablarle. Caminar detrás, o junto a alguien, es el medio de cortejar y seducir en la ciudad democrática, y tam- bién la fuente de temor, ansiedad y sospecha de la gente. ¡Cuántos mapas del peligro se han hecho sobre esta falsedad, como si la seguridad de una ciudad no se basara justamente en la proliferación de los senderos y de los cuerpos! A mayor presencia en la calle a toda hora, menor peligro existirá. Verdad trivial que los poderosos no comprenden nunca con sus cascos de policías vigilantes y su andar de pies planos. En cambio la ciudad es el lugar por excelencia donde el caminar es ante todo caminar para hacerse ver y para ver, donde el itinerario se vuelve paseo, una figura del cuerpo que del paseo pasará al vals. Andar significa mover las caderas, oscilar suavemente sobre los talones, “acunarse”, mecerse, como dicen los sicilianos, es decir, mover la cadera como si fuera una “cuna”. De esta naturaleza es el andar humano, femenino y masculino, por fortuna; por fortuna, todavía. Nota 1 N.del T.: En francés en el original, pasearse sin rumbo, vagar por las calles de una ciudad. Del verbo flâner deriva el sustantivo flâneur, (aquel que vaga ) empleado en la siguiente oración. 26, De dónde venimos Andar productivo y andar ocioso En el andar de hoy podemos distinguir un caminar productivo, comandado por el consumo para sellar una subjetividad fabricada, y otro ocioso como mecanismo de resistencia improductiva. Texto Martí Peran Teórico de arte Fotos Albert Armengol Sin ahondar en rigores filológicos, caminar, andar, derivar, vagar o errar sugirieren por igual el mismo tipo de práctica y, en consecuencia, deberíamos aceptar que en cualquier errancia subyace un error. El sentido fundamental de esta ecuación se antoja simple: errar es una suerte de condena que expulsa hacia lo desconocido tras incumplir algún mandato o condición. Así, yerra el exiliado por cometer el liviano desliz de pertenecer a una clase desfavorecida o por oponerse a lo establecido; pero, salvando todas las distan- cias, también deambulan por los parques metropolitanos los pecadores de sobrepeso obligados por ello a un footing periódico y disciplinado. Para comprender el alcance de esta línea de salida, sólo es necesario entender que tam- bién hay errores y errancias anclados en el deseo e, inclu- so, en la libertad. El amplio panel de posibles errores que obligan a vagar es infinito, como variables son, en conse- cuencia, los modos de andar. Al fin y al cabo, de muy atrás se definió lo humano a partir del cuerpo erguido dispues- to a caminar sobre el guión de una perpetua road movie, sal- picada de episodios venturosos y errores garrafales. La vida como el ejercicio mismo del derecho a errar en su doble y simultánea acepción. Para acotar nuestro ámbito de reflexión, vamos a centrar- nos exclusivamente en los andares de hoy, vinculados de una forma más o menos explícita con los mecanismos de producción de subjetividad. La sentencia es menos opaca de lo que aparenta. Lo resumiremos de un modo abrupto y directo. Si para la modernidad tardía, insuflada por el espíri- tu científico, el andar aparecía como una cuestión de la bio- mecánica, para la contemporaneidad global y liberal, el caminar se examina desde la biopolítica. Los variados ejerci- cios futuristas o los estudios de Muybridge sobre la loco- moción humana podrían ser ejemplo suficiente para el pri- mer capítulo. Lo fundamental en el examen del andar moderno era comprobar la eficacia mecánica del cuerpo y su elegancia coreográfica. Pero esta tradición tan excitante y optimista, desarrollada en espacios abiertos que emparen- taban el caminar con el trote animal o con la incipiente motricidad tecnológica de los primeros automóviles, pron- to sería sacudida por Molloy, el personaje beckettiano obli- gado a desplazarse en espacios muy reducidos que traduje- ron el caminar en un problema muscular en el marco de unas posibilidades muy limitadas. El caminar se convierte aquí en una pequeña hazaña con un enorme potencial metafórico, donde las prótesis y los obstáculos a sortear adquieren tanta importancia como el andar mismo. Bruce Nauman se encargó de constatarlo de forma vehemente –Show Angle Work (Beckett Walk); Beckett Walk Diagram– hasta poner en evidencia la nueva dimensión biopolítica que tenía que afectar al caminar: cuerpos gobernados mediante la conducción previa y la vigilada de sus periplos. El proponer esta breve reflexión sobre el andar enmar- cado en los mecanismos de producción de subjetividad, nos remite de forma obligada a esa dimensión biopolítica. En efecto, en el andar de hoy podemos distinguir con mucha claridad un caminar productivo y un caminar ocio- so. El primer modo comprende todas aquellas modalida- des del andar vinculadas con la producción masiva de sub- jetividad en la que se aplica el tardocapitalismo, mientras que el segundo modo, con un carácter antagónico, com- prende aquellas otras formas de vagar como mecanismo de resistencia improductiva frente a esa misma lógica. Dicho de otro modo, de un lado existen los andares comandados por el consumo para sellar con eficacia una subjetividad fabricada y, del otro, unos vagabundeos como certificación de una subjetividad radical, desobe- diente y permanentemente renovada. Sin ninguna duda, esta es la vecindad esencial y la diferencia absoluta que se produce entre las paradigmáticas deambulaciones del turista y del vagabundo. Es conocida la aseveración del magnate del automóvil Henry Ford según la cual “caminar no remunera”. Sin embargo, el viejo capitalismo fordista –sostenido en la pro- ducción derivada de la cadena de montaje tras la cual apa- rece el producto con valor de cambio– al adaptarse a las exigencias contemporáneas se hizo fondista. Nada mejor que la industria del fitness para constatar este giro hacia la producción masiva de subjetividad identificada con cuer- pos esbeltos y bronceados. Naturalmente esto es una cari- catura, pero la industria del podómetro (el aparato para controlar el numero de pasos, la distancia recorrida y la velocidad de los fondistas de Central Park) es una buena metáfora sobre la nueva capacidad productiva del andar; solo era necesario desplazar la atención hacia el propio consumidor, convencerlo de lo saludable del caminar y ataviarlo con todos los complementos necesarios para una feliz exhibición de sus paseos. El lugar en el que se escenifica de forma rotunda la dimensión productiva del andar son los centros comercia- les, allí donde masas ingentes de individuos pasean alre- dedor de la mercancía gracias a una estudiada circulación peatonal. En las últimas décadas, esta estrecha vinculación de causa-efecto entre el caminar y la práctica del shopping se ha adueñado también de distintas áreas de la ciudad, desmintiendo la vieja ecuación que exigía un acceso en automóvil a las zonas comerciales para garantizar un pau- latino incremento de ventas. Ahora son muchas las ciuda- des que reurbanizan los centros históricos y sus alrededo- res como zonas peatonales para el desarrollo de un peque- ño comercio que se abastece de aquellos consumidores que, en su mayoría, acude andando, en bicicleta o en trans- porte público. En este escenario, la prioridad de la Administración se ha desplazado lentamente desde la tra- dicional obsesión por horadar todos los solares para mul- tiplicar las plazas de aparcamiento, hacia aspectos más sutiles como la corrección de posibles desniveles que pudieran afectar la velocidad media del peatón adecuada para la compra. Al respecto, parece comprobado que el buen consumidor soporta sin problemas desniveles de hasta un 5%; pero el esfuerzo requerido para afrontar un desnivel mayor, sin embargo, lo distraería en exceso del festival de escaparates dispuestos a su alcance. Este caminante productivo del capitalismo fondista, casi como una nueva figura en la lógica de la especialización, y cumpliendo los requisitos que organizan la economía de la subjetividad fabricada, antes de asaltar compulsivamen- te las zonas peatonales/comerciales con el objetivo de adquirir todo aquello que debería complacerlo en la supuesta tarea de construir su identidad y ejercer libre- mente sus gustos, en realidad, ya se ha sometido previa- mente a una preliminar operación de falsa singularización. En efecto, en obligado cumplimiento de los deberes de su nuevo rol como paseante productivo, el consumidor ha personalizado su aparición pública con diversos atuendos y prótesis tecnológicas para el andar que, ahora sí, remu- nera (desde las zapatillas de marca reconocida hasta los iPods y móviles con politonos aparentemente exclusivos) con el objetivo de dotarse de un artificial carácter propio entre el amasijo anónimo de otros caminantes. Fabricar caminantes para que, andando, se ilusionen en la fabrica- ción de su propia subjetividad; este podría ser el mejor resumen de la ecuación. Plaza pública, 29 30, A dónde vamos Los centros comerciales –ya sean cerrados o concebidos como zonas específicas dentro de la trama urbana de la ciudad– son el territorio más acotado y reconocible del andar productivo; pero el hiperdesarrollo del turismo ha globalizado el espacio de este caminar equipado de plus- valía. El caminante productivo no solo se autoconstruye consumiendo los productos que lo amparen en esa labor, sino que también se convierte en agente activo de una supuesta vida propia transitando y experimentado esos lugares y espacios que le ofrece el turismo para vivir expe- riencias aparentemente intransferibles. La errancia turísti- ca, susceptible de concebirse como un enorme abanico de distintos paseos guiados es, por esta misma simple fórmula, otro preciso modelo de los mecanismos (biopolíticos) para garantizar unos cuerpos gobernados; a pesar de que en esta ocasión, el comando de la situación pueda confun- dirse con cualquier ridículo estandarte coloreado para garantizar que nadie pierda ni el paso ni el rumbo. Frente a los andares productivos, sin embargo, todavía es posible rastrear también las huellas de los muy dispa- res caminares ociosos que, por fortuna, cruzan por igual el territorio. A decir verdad, el caminar tuvo siempre –incluso en los pastoreos sobre los que se forjaron las culturas nómadas– un carácter despreocupado y un tanto laxo; pero esta misma ociosidad hoy puede adquirir una dimen- sión fundamental como gesto explícitamente antagónico frente a la lógica de la producción. Andar o vagar como antesala de la vagancia. La célebre premisa del caminante Henry D. Thoreau –el caminar concebido como “la verdadera tarea del día”– bien pudiera entenderse en esta precisa clave de ocio sin finali- dad. Los paseos de Rousseau todavía conservaban una función metodológica de carácter estratégico, garantizan- do la soledad tranquila adecuada para la especulación filo- sófica (una tradición poblada de ejemplos que hoy, en cier- to modo, continua con ahínco el caminante Hamish Fulton con sus hercúleas caminatas); pero Thoreau se antoja más cercano a los paseos que tenían que caracteri- zar después la renuncia a la escritura por parte de Robert Walser, el caminante que substituye todas las tareas por la única ocupación en el andar. Frente a la quietud casi pétrea de Bartleby, Walser decide ponerse a andar, pero ambos encarnan la misma renuncia al quehacer producti- vo, a la eficacia de la expresión y a la reducción del vivir al cumplimiento de objetivos. La primera consecuencia de este andar vago, en oposición a la tensión nerviosa que azota al caminante del shopping (la velocidad de la produc- ción) es la lentitud. Incluso podríamos añadir que mien- tras el andar productivo se organizaba dentro de una estructura temporal cerrada, de forma que caminar se con- vertía en una actividad concreta dentro de la jornada labo- ral y ubicada en un espacio-tiempo muy estricto (zonas peatonales en horario comercial), ahora, el andar ocioso puede ya liberar espacios y tiempos distintos, incluso noc- támbulos, para explorar y desarrollar, sin más, nuevas rela- ciones del cuerpo y la espacialidad. La naturaleza desinteresada de este andar vago y ocio- so, como le ocurría al flâneur baudelariano, lo convierte en un exquisito ejercicio de observación. Cada vez más aleja- dos de la ensoñación ilustrada, dispuesta a traducir des- pués las meditaciones de sus paseos, el caminante ocioso se convierte en voyeur silencioso, capaz de prestar aten- ción a lo minúsculo y fugaz. En esta proximidad a lo más pequeño e insignificante (sin remuneración de nuevo) el paseante vagabundo ingresa en una situación de expe- riencia pura, exclusivamente acumulativa y liberada de la lógica del progreso. Caminar sin rumbo es también un modo de olvido de las grandes empresas. Sin embargo, la misma literalidad de esta experiencia del andar indiscipli- nado e improductivo, puede convertirlo en una respuesta táctica (así se conciben, por ejemplo, los “andares de la ciudad” de Michel de Certeau) a la regulación urbana del territorio y a la imposición de los modos de circular o estar en él. Es en esta perspectiva en la que el andar ocio- so deviene antagonista; rescatando la potencialidad labe- ríntica de la ciudad como espacio disponible para la cons- trucción de experiencia propia, ahora sí, sin obediencia a lo previsto. De ahí nuestro argumento inicial según el cual también la vagancia puede examinarse como una modalidad de la construcción de subjetividad; solo que ahora vehiculando una subjetividad nueva, ajena a la reproducción de roles establecidos, y solo guiada por las pequeñas decisiones, en tiempo real, sobre doblar o no en la siguiente esquina. La “producción de desorientación” situacionista, los juegos del caminar colectivo promovi- dos por Fluxus o la exploración de territorios sugerida por Stalker/Observatorio Nomade, ya no reproducen el mapa diseñado de antemano sino que, por el contrario, sugie- ren la necesidad de recorrer lúdicamente el espacio y de forma vivida, garantizando con su andar que, en cada oca- sión, todo es realmente distinto. “La dimensión productiva del andar se escenifica en los centros comerciales, donde masas ingentes pasean alrededor de la mercancía gracias a una estudiada circulación peatonal”. M Historias de vida El mal tiempo está en casa Texto Núria Escur Fotos Laura Cuch 32, Historias de vida Les llaman “els Paus”. Son los pescadores más veteranos de la Barceloneta. Cinco generaciones de tradición les ava- lan. Quedamos con Antonio Huguet Llàser, el patriarca, al pie de la mítica Torre del Reloj del Moll de Pescadors, una de las más antiguas torres de la ciudad a la que sólo se accede si alguien del gremio te lleva. Construida en 1772, sirvió de faro para los marineros durante décadas y, final- mente, se convirtió en reloj en 1904. No siempre ha tenido sus manecillas en funcionamiento. Una metáfora de lo que aquí ocurre: un muelle en el que el tiempo se para y los recuerdos del barrio quedan anclados. Bajo el monolito que en su momento fue señal de fuego, una sábana ejerce de pancarta reivindicativa contra la crisis y la guerra del gasóleo. La Barceloneta del paseo luce llena de turistas, pero aquí dentro sólo están los veci- nos, los de siempre, al lado de sus barcas. -¿Conmigo quiere hablar? Pero si yo ya estoy muerto, señorita. –¡Qué dice, hombre! –Bueno, quiero decir el oficio. –¿Lo peor? –Somos demasiada gente pescando. Habrá que cambiar de oficio. ¿Quiénes? Los que tengan otra salida. No creo que mis nietos se dediquen a esto, ya. El abuelo de Antonio ya nació en la Barceloneta. Y a la familia de su abuela el Ayuntamiento le dio las primeras casas de pescadores que hubo en el barrio. “Así que somos los más antiguos de aquí”, dice orgulloso. “Nací en la calle Conde de Santa Clara número 25, en el año 1941. Encima de la mesa, como todos. Entonces allí no se paría en la cama”. Tiene tres hermanos –uno también se dedica a la pesca–, cinco nietos y otro en camino. “Nuestra pena –interviene el hermano– es que manejamos una maquinaria de trabajo demasiado cara. Si no tienes a nadie que siga el negocio, hay que venderlo. Yo sigo porque continúa mi hijo, si no…”. A pesar de los cambios – “el mayor fue cuando sacaron los tinglados e hicieron el puerto olímpico”–, Antonio jamás se ha planteado marcharse de la Barceloneta. Tiene la piel enjuta y las huellas del sol en el rostro. Siente que su mundo está agonizando por culpa de la crisis del petróleo. “Lo peor es que no existe un margen comercial para salvar- nos. Pueden incrementar el precio del pescado tanto como les dé la gana.” La diferencia básica entre la pesca que él aprendió de sus antepasados y la que practican hoy sus hijos es la tecnolo- gía. “Antes –explica– si te enganchabas con una roca al pes- car, pillabas un papel, dibujabas un mapa y lo apuntabas. Nunca más volvías a engancharte. Ahora pescan con GPS, y eso es impresionante. Ese trasto sólo permite un error de dieciocho metros. Y dieciocho metros en el mar, ni se notan”. Es un mundo de hombres. Ya no queda ni una mujer, ninguna patrona, ni siquiera las que remendaban redes. “Lo tendrían muy difícil para que se las aceptara, es un oficio que discrimina”, explica Maria Isabel, la hija de Antonio, que se ha dedicado a las artes gráficas. No hay futuro para las mujeres en el mar, cuenta, aunque en Galicia, por ejem- plo, es distinto. “De todos modos, tampoco quiero sus hora- rios”, reconoce. “Ahora nos ayuda la técnica –insiste Antonio–, porque antes un solo hombre cargaba con las redes al hombro. Una embarcación de veinticinco caballos la podía controlar un hombre. Las de hoy, no”. Nos acercamos a uno de los barcos de la familia, el Sant Pau. En total han tenido seis. A otro lo bautizaron La Ferrosa. Al lado, el Fairell. “Les pongo nombre de montaña. Ya hay demasiadas barcas con nombre de mujer, y no hay tantas vírgenes, oiga”. –¿Qué futuro le espera a su gremio? –Depende de quién se lo explique. Si eres alguien que no conoce el mar, dices: “Esto no se puede aguantar, ¡tantas horas ahí dentro para este resultado!” Pero los que vamos a la mar, lo miramos de otro modo. No es lo que ganas, lo que te puede, es la satisfacción de coger pescado. Si hubiera pen- sado en el dinero, me hubiera hecho banquero”. Si algo define al barrio de la Barceloneta es que todavía se conocen las familias. “Quedamos pocos, pero nos ayuda- mos. Mire, ese que va de moro, con el pañuelo en la cabeza, es hijo mío”. Ahí está Pau, 42 años, agachado arreglando redes, bajo un sol de justicia. Son las cinco de la tarde y aca- ban de llegar a puerto. –¿Cómo ha ido la faena? –Bueno, mi padre y mi abuelo pasaban mucho frío y nosotros estamos bien encerraditos en una cabina. Pau Huguet sigue viviendo en la Barceloneta. Pero la vida de barrio también ha cambiado: “El barrio ya no es para los de aquí, es para los turistas y los emigrantes. Eso, desde que Barcelona mira al mar. No me gusta mucho que paguen un alquiler para meterse en un piso ocho o diez subsaharianos o una pareja de finlandeses que tienen el piso cerrado todo el año. En ese sentido el barrio está per- diendo”, se lamenta. Sus hijos tienen cuatro y seis años y no desea para ellos el oficio por obligación, “mientras se ganen la vida, que hagan lo que quieran”. Cuesta mucho mantenerse. Sueldos de tripulación, hipoteca del barco, seguros, impuestos… Alguien se añade a la conversación, lanza al aire una demanda y sugiere que los políticos se dediquen a controlar la ley de costas en la Barceloneta, “porque se preocuparon mucho de echar abajo los famosos chiringuitos, que era muy nuestro, muy genuino, para que luciera la Barcelona Olímpica, pero parece que no se dan cuenta de que aquí, ahora, se está construyendo ilegalmen- te”. El crítico ciudadano señala a lo lejos, con su índice derecho, una grúa gigante. Los pescadores han salido de este mismo puerto a las cinco y media de la mañana, lo que significa que llevan doce horas en el mar. A buen ritmo, dos de los marineros bajan las cajas rojas; hoy han conseguido cuarenta kilos de gambas y cuarenta kilos de cigalas (en la lonja se venderán a un precio y en el mercado a más del doble). Una vez al mes, da la salida oficial del muelle cada uno de los barcos, por riguroso turno y justo cuando tocan las seis de la mañana. A esa hora en la que buena parte de la ciudad todavía duerme. –¿Qué es lo más duro del trabajo? –Cuando no pescas. –¿Más que un temporal? –El temporal más grande está en las casas cuando no hay dinero. Calor asfixiante y tecnología punta Nunca han pasado miedo en el mar. Encontramos a Toni, otro hijo de Antonio. “Es uno de los gemelos –el otro se llama Xavier–, que ahora tienen 35 años” y nos invita a meternos en el último barco. La Ferrosa, que apenas tiene un año, puede haber costado unos 250 millones de pesetas (aquí siguen contándolo todo en pesetas). Calor asfixiante y tecnología punta, planos, paneles, pantallas de ordenador… En su época, el abuelo tenía que apuntar cualquier inciden- cia en libretas antiguas, a lápiz carbón, unas libretas que la familia todavía conserva como un tesoro. Los cuadernos de bitácora han sido sustituidos por los blogs de internautas. Toni nos muestra el mapa de rocas, piedras y anclas de la costa que hay que sortear (“esto no lo fotografiéis, que es secreto de sumario y nos lo pueden copiar”). “Llega mucha pesca de importación que en el mercado se mezcla con lo autóctono –comenta a disgusto– y, al final, el consumidor no sabe, no tiene ni idea, de lo que pide ni lo que se queda. No hay ningún seguimiento, nada que demuestre que este pescado que usted ve ahora, aquí enci- ma, sea de nuestra costa. Probablemente usted acabe que- dándose uno de Croacia”. El itinerario diario, la ruta, depen- de del patrón, y hoy decidieron pescar gamba a 750 metros de profundidad. –¿Muchas zancadillas entre el gremio de pescadores? –En tierra somos todos colegas; en el mar, competidores. El que llega primero se lleva más. Pero al volver al puerto se toman juntos unas cervezas. Nos cuenta Toni que la Barceloneta, hoy, para vivir, “resulta muy cara”. Él se ha que- dado en el barrio porque compró el piso cuando costaba Plaza pública, 33 Debajo, Antonio y Esperanza a la mesa con los nietos: los gemelos Marc y Laia, de diez años, y Carlos, de siete. Los abuelos les enseñarán los secretos del mar, pero probablemente con ellos se cerrará el ciclo generacional de esta saga dedicada a la pesca. “ En su época, el abuelo tenía que apuntar cualquier incidencia en libretas antiguas, a lápiz carbón, unas libretas que la familia todavía conserva como un tesoro. Los cuadernos de bitácora han sido sustituidos por los blogs de internautas” veinte millones de pesetas. Ahora ha cuadruplicado el pre- cio, pero le quedan por saldar veintidós años de hipoteca. No aprueba la nueva tendencia, “esa moda”, de vivir dentro de un barco, “pura solución económica para algu- nos ciudadanos”. En el Club Nàutic se pagan 150 euros de alquiler de amarre y un velero cuesta unos cinco o seis millones “de pelas de las de antes”, añade. Pero Toni no viviría en el barco por nada del mundo (“¿usted viviría en un barco? Pues yo tampoco”), aunque aquí vemos cama y servicios. –Supongo que con mal tiempo no salís. –¿Y qué es mal tiempo? El mal tiempo está en casa. Nunca dicen lo que cobran. “Si te digo poco, me dirás que trabajo para el diablo; si te digo mucho, me preguntarás que por qué sigo trabajando”. Qué sabios son los lobos de mar, pensamos. Toni es patrón de cabotaje, de pesca, motorista, licenciado en primeros auxilios, en salvamento, en informá- tica, y ahora se está sacando el carné para conducir camio- nes, pero su profunda sabiduría está en esas sentencias de puro sentido común que suelta de vez en cuando. “Más listo es mi hermano, que si le apagan luz y le quitan los aparatos, sigue pescando. Sabe montárselo, yo ya no.” Mientras nos recomienda cenar en El Lobito, El Sheriff o El Hispano, los que considera los restaurantes con el pescado más fresco del barrio, llega Esperanza, la madre de la familia. Nació en la Barceloneta, como sus padres, como sus abuelos, y allí sigue. Se la ve risueña y resuelta, con sus hombros bron- ceados a la fuerza y unas gafas con montura al estilo Dior. Dice que sufre mucho más cuando sus hijos salen a la carretera que cuando salen a la mar. A los quince años se 34, Historias de vida “Toni no aprueba ‘esa moda’ de vivir dentro de un barco, que considera una pura solución económica para algunos. En el Club Nàutic se pagan 150 euros de alquiler de amarre y un velero cuesta unos cinco o seis millones de las antiguas pesetas”. Arriba, uno de los hijos de Antonio Huguet, Toni, en el barco La Ferrosa; dejándose retratar en la plaza de la Barceloneta, y Antonio de tertulia con su hermano en el Moll de Pescadors, con la Torre del Reloj de fondo. Debajo, Toni prepa- rando el hielo para el pescado; el patriarca familiar con un conocido del barrio, y con el pro- pietario del restaurante El Lobito. hizo novia de Antonio, vivían a cincuenta metros y sus familias compartían vecindad, rumores y merienda. Este otoño cumplen 44 años de casados. Dice Antonio que, a menudo, se casaban mujeres “de payés” con pescadores, “porque ellas querían alejarse del trabajo del campo, que también era muy duro”. La primera casa que tuvieron Antonio y Esperanza era “un cuarto” de vivienda: treinta metros cuadrados en los que convivían la “tieta” viuda, el matrimonio, y sus dos pri- meros hijos. La segunda vivienda llegó con los gemelos: 55 metros. La tercera, dicen, ha sido un capricho: “Por fin nos cabe una mesa donde podemos reunirnos quince para comer”. El metro cuadrado en la Barceloneta –según la Cámara de la Propiedad Urbana de Barcelona– se cotiza ya a precio de oro, por encima de lugares de lujosa tradición como Pedralbes o Sarrià. Ahora, en la nueva casa, Esperanza cocina de muerte la fideuá, el arroz con pescado (su marido la corrige: “Es pescado con arroz, lo que nosotros come- mos”), el rape con patatas, el suquet… Antes compraba más en el barrio pero ahora se desplaza hasta la Boqueria o hasta Santa Caterina “porque el nuestro es el mercado más caro de toda Barcelona, hay más oferta”. Marc y Laia (gemelos de diez años), Carlos (de siete, hoy correteando entre las redes del muelle y unas gaviotas gigantescas), Mario (seis), Nora (cuatro) y el que vendrá (“ya sabemos que es un chaval”) son sus nietos. ¿Cuántos segui- rán viviendo en el barrio? ¿Cuántos continuarán el oficio? Los abuelos les enseñarán un día los secretos del mar, ya lo están haciendo, pero probablemente con ellos se cierre el ciclo de generaciones de esta saga dedicadas a la pesca. Plaza pública, 35 Las tres generaciones actuales de “els Paus”, la família de pescadores más veterana de la Barceloneta, son herederos de una tradición que se remonta muchas décadas en el tiempo. M © Ge er tv an Ke ste re n / M ag nu m Ph ot os Sobre política Una reflexión filosófica Texto Alessandro Ferrara Catedrático de Filosofía Política. Universidad de Roma “Tor Vergata” Al igual que la obra de arte, también la obra política excelente hace el efecto de producir una “expansión de vida”, de dilatar nuestra vida común. Sin buenas razones para compartir en el discurso, la capacidad de la política para poner en marcha la imaginación y tener acceso a su fuerza ha producido sólo desastres enormes, como se ve en primer plano en los totalitarismos del siglo pasado. Pero, sin la fuerza de la imaginación alimentada por la ejemplaridad, las buenas razones son sólo contabilidad del deber ser. Por lo tanto, política en su expresión más alta, es promover fines prioritarios, iluminados por razones capaces de mover nuestra imaginación. Y en esta puesta en marcha de nuestra imaginación, la mejor política nos expande, enriquece, profundiza la gama de posibilidades de nuestra vida en común. En otras palabras: desvela un mundo político nuevo en el que reconocemos la huella de nuestra libertad. Voz invitada 38, Voz invitada El reto que intento zanjar es la definición del concepto “política”, sin tomar una posición acerca de ésta, ni mucho menos desde ésta. Triunfar en él significa caracterizar la política de un modo que nadie pueda rechazar o cuestionar en buena lógica, cualquiera que sea su tendencia teórica. En principio, movido por el sentido común, apelé al fast food del conocimiento: el diccionario Zingarelli. Al encon- trarme con esta definición: “ciencia y arte de gobernar el esta- do”, me deshice de la información cultural rápida; opté por proceder personalmente. Empiezo por las tres premisas más ecuménicas que puedo imaginar. Primero, no existe ningún ser humano que no actúe y cuya acción no se incluya, al menos imaginaria- mente, en un grupo más amplio. Segundo, toda acción tiene un fin, y una elección de medios. Tercero, la elección de los fines varía tanto entre personas como entre núcleos socia- les. La política nace de la imprescindible necesidad de coor- dinar en el conjunto social los fines de la acción individual con los de la acción de los otros. La política participa en dos mundos, el de los medios y el de los fines, pero también en el de los valores. La doble función se refleja en el reparto entre perspectivas realistas y normativas, las dos vertientes de la reflexión filosófica en torno a la política. Los seres humanos no viven aislados, sino en sociedad. En esto coinciden tanto los partidarios de la explicación según la base de la naturaleza social o zoon politikòn de las personas (Aristóteles, Hegel, Marx), como quienes aducen la conveniencia de vivir en sociedad para unas personas en diversos aspectos débiles, deseantes y racionales (Hobbes, Locke, Rousseau). Sea cual fuere la teoría de la acción y la antropología de partida, es innegable que toda persona actúa de alguna manera. Y quienes hablan de acción como algo que difiere de un reflejo neurológico, presumen la eminencia de los conceptos “medios” y “fines”. Cada perso- na vive dentro de un grupo humano mayor, cualquiera que sea la dimensión de éste, y actúa empleando medios para alcanzar fines. No importa saber si estos medios y, sobre todo estos fines, son elegidos por los individuos con independencia o son legados por las tradiciones vigentes del núcleo social de pertenencia. Lo que importa es la idea –también ésta incon- trovertible–, de una cierta secuencia entre tales medios y sus fines. Los seres humanos no están condenados a perseguir una meta por vez con un solo medio. Esto es lo que pretende- mos al atribuir a las personas un cierto grado de racionali- dad, entre otras cosas, por el hecho de poder querer una cosa por amor a otra, por tanto, usando fines como medios para otros fines. Si es así, también hay que aceptar la idea de que cada persona que forma parte de una sociedad posea uno o más fines que no se continúen en otro eslabón de la cadena, auténticos “fines últimos” individuales. Talcott Parsons recurre a la lógica para argumentar que es contradictorio pensar que unos individuos sostengan el tipo de relación que llamamos sociedad, en vez del estado de naturaleza y, al mismo tiempo, que los fines últimos de cada uno de ellos estén en una relación puramente casual (ran- dom)1. Esto no significa que la relación entre fines sea armónica –de hecho, suele ser conflictiva–, indica que si existe sociedad la relación debe seguir algún modelo (pat- tern). Las instituciones, o más en general lo social, tienen una función de enlace entre la trama “no casual” de relaciones entre los diferentes fines últimos mantenidos por todos los individuos, y los fines individuales que persigue cada persona en su vida. Este cuadro de referencia que usa Parsons para explicar la naturaleza de lo social permite comprender la de la política. No nos costará imaginar que estos fines últimos perse- guidos por individuos que viven en grupo social, si bien en una relación no casual entre ellos, sean desiguales. Puesto que no son idénticos, y además, por ser limitados los recur- sos disponibles del grupo no todos los fines pueden perse- guirse de la misma manera. Así se plantea el problema de atribuir un orden de prioridad a tales fines. En esta necesi- dad arraiga esa manera de relacionarse con el mundo que llamamos política. Sólo una asociación que gozase de recursos ilimitados y pudiera satisfacer siempre todos los fines últimos perseguidos por sus miembros sería una sociedad sin política. El espacio de la política es el del establecimiento de un orden de prioridades de los fines, para cuya consecución se transferirán los recursos (limitados) del grupo. La pro- pia creación del poder soberano, entendida por Hobbes como procedente de una voluntad unánime de salvaguar- dar el bien de la vida ante las insidias del estado de natura- leza, no es primum o el big bang de la política, sino el fruto de una orientación formada en primer término y que consis- te en la precedencia unánime de la seguridad de la vida sobre cualquier otro fin. Asociar la política con la determinación ineludible del fin al que se han de transferir los recursos, nos permite situar sobre un terreno incontrovertible sus más familiares imágenes: el tema de los autorizados para gobernar, la manera en que debemos considerar el poder legítimo, la imposibilidad de suprimir distinciones entre amigo y ene- migo, el espacio de la política como lo razonable en tanto que diferente de lo racional. “Debería evitarse considerar la política en clave funcionalista y, sobre todo, limitarla al ámbito estatal como en la definición del diccionario Zingarelli. En sus momentos de apogeo, la política es una redefinición del mapa de valores y necesidades”. Esto nos permite situar la política en un ámbito ante- rior a la gran bifurcación entre los dos enfoques alternati- vos, el “normativo” y el “realista”, así como comprender las tareas de una reflexión filosófica sobre la política. Esta alternativa puede comprenderse como la de quien consi- dera que otorgar prioridad a ciertos fines no pueda pres- cindir de una dimensión de fuerza, y quien cree que ello ha de ser consecuencia de razones que al menos de forma ideal neutralizan las relaciones de fuerza entre los partida- rios de las diversas opciones. Pero no siempre el establecimiento de prioridades con- cierne al ámbito político. Cuando me pregunto cuál de mis fines –aceptar un cargo académico o acabar un nuevo libro–, debe prevalecer, no desarrollo una actividad políti- ca. Tampoco si decido con mi familia destinar una suma de dinero a la compra de un coche nuevo… Aquí encontra- mos otro aspecto constitutivo de la política: la distinción entre público y privado.2 La adjudicación de prioridad sólo tiene calidad política por la naturaleza de la controversia, por la amplitud del número de los que tienen autoridad para participar –a menudo todos los miembros del grupo–, o bien por la modalidad del procedimiento. La suma de algunos o de todos estos elementos tiene resulta- dos vinculantes para el conjunto social. Por definición, público es aquello que concierne a la inter- sección de los fines individuales con los de las subunidades sociales. El establecimiento de los fines últimos comparti- dos es una tarea política eminente. Pero público es también lo que tiene validez para todos, aunque no sea un fin último. Política es lucha entre intereses y valores, conflicto entre lo que una parte desea y lo que la otra parte rechaza. El carácter político de la controversia entre intereses contrapuestos –quienes apoyan la financiación pública de la escuela priva- da y sus adversarios, por ejemplo– radica en la incidencia de la prioridad acordada a un fin que concierne al orden social en su conjunto. Si se discute en familia sobre prioridades en los gastos, no se trata de política, pero cuando los represen- tantes de la industria discuten con los de los trabajadores sobre el despido, la controversia es política, aunque se reali- ce en ausencia de las instituciones del Estado. Aquí adelan- tamos lo que filosofías políticas específicas enunciarán en su propio léxico. Por ejemplo la idea de que los sucesos externos a las instituciones políticas –en la sociedad civil (Hegel), en la esfera productiva (Marx) o en la esfera pública (Habermas)– pueden tener gran valor político, tal vez más importante todavía que lo que sucede en el lugar que el len- guaje periodístico llama “el Palacio”. Lo privado queda fuera de la política porque las normas jurídicas, la dimensión del deber ser sólo vincula al agente implicado en la acción o interacción. Mi promesa de invitar- te a cenar el sábado por la noche sólo me vincula a mí. Privado es lo que está más allá del umbral a partir del cual El discurso es la base mínima de la decencia política. Sobre estas líneas, pelea entre diputados en el Parlamento de Taiwan, enero de 2007. En la primera página, incursión de soldados estadounidenses en un domicilio particular, Tikrit, agosto de 2003. Los combatientes iraquís son “insurgentes” o “luchadores por la libertad” según quien hable de ellos. © Jimmy Chang / Reuters / Corbis es justo que deje de tener influencia el poder político, las instituciones del Estado. Privado es lo que está a disposi- ción exclusiva del individuo o de los grupos. Pero la fronte- ra entre lo público y lo privado es variable y sus fluctuacio- nes suelen ser objeto de atención política. Debería evitarse considerar la política en clave funciona- lista, esto es como enlace entre nuestras necesidades, deseos y preferencias más o menos compartidas y los valo- res más generales que guían nuestra acción. Y sobre todo no debemos limitarla al ámbito estatal, como en la defini- ción del diccionario Zingarelli. Político es también el espa- cio donde se articulan nuevos valores y necesidades. En sus momentos de apogeo, la política es una redefinición del mapa de valores y necesidades. Ésta es sólo una primera aproximación a la caracteriza- ción de la política, sólo un incipit. Quisiera enriquecerla y convertirla en una definición “para nosotros”, que adquiera su sentido pleno si se engloba en nuestro horizonte filosó- fico, como respuesta a nuestros interrogantes y programa filosófico. Tal vez entremos en territorio menos ecuménico, aunque común a muchas personas, espero. A principios del siglo XXI el concepto de política comporta para nosotros mucho más que el establecimiento de priorida- des entre fines que posibiliten la acción “concertada”. Implica también explicar qué es su autonomía, cuál su horizonte y cuáles sus momentos constitutivos; estando cada uno de éstos iluminado por uno de los paradigmas filosóficos contempo- ráneos. Y significa también atreverse a hablar de las formas en política y a decir qué es lo mejor en cuanto a política. Autonomía de la política Desde los tiempos de Maquiavelo hemos aprendido a consi- derar la política como una actividad autónoma. La autono- mía emergió de manera desequilibrada. Sólo una de las semillas que debemos a Maquiavelo germinó enseguida, retrasando el brote de la otra. La expresión “autonomía política” casi por antonomasia significa “autónoma en rela- ción a la moral”. La independencia en relación con la moral, la religión y el ethos compartido no agota el significado del concepto. En la segunda mitad del siglo XX, con la obra de Hannah Arendt y la de John Rawls sobre Liberalismo político, brotó al fin la otra semilla implícita en la obra de Maquiavelo: la autonomía de la política respecto de la teo- ría, o la metafísica. Para Arendt y Rawls la política no puede considerarse la aplicación “práctica” de principios que importa del exterior, del ámbito de la conciencia religiosa, o de la reflexión filosófica. Sólo la crítica del totalitarismo de Arendt y el “liberalismo político”, en la segunda fase del Reconocer al otro posibilita la acción social y constituye la condición de la política, mientras que la opresión extrema niega a algunos el reconocimiento de humanidad completa, sean esclavos, judíos o torturados de Abu Ghraib. En la imagen, la prisión iraquí todavía bajo el régimen de Saddam, tras la concesión de una amnistía, octubre de 2002. © Thomas Dworzak / Magnum Photos pensamiento de Rawls la extraen de manera definitiva del espacio conceptual del “mito de la caverna”. No es posible que la política moderna, y menos aún la democrática, consista en trasladar al interior de la caverna una idea del bien que esté fuera: su escena es la propia caver- na. Y menos aún el justo título para gobernar podría derivar- se de la visión solitaria de un bien cuyos destinatarios no acepten. Concebida así, la política sería una lucha entre gru- pos que, armados los unos contra los otros, intentan “con- quistarle al mundo alguna verdad general”. Rawls, con un corte radical, sostiene en cambio que “la ferviente aspiración de llevar toda la verdad a la política es incompatible con la idea de razón pública que acompaña a la de ciudadanía democrática” (The Idea of Public Reason Revisited, 1999, p. 132). La razón pública es deliberativa y no se rinde a las aparien- cias, a la doxa, en léxico platónico, ni supone que la salvación pueda venir del exterior. Al contrario, trata de distinguir lo mejor y lo peor, lo que es más o menos justo, razonable, dentro de la caverna. Asimismo, para Arendt la política es el arte de definir quiénes somos, de devolvernos lo que quere- mos sin responder a los preceptos de ningún otro discurso. Autonomía de la política significa que dentro de ésta, y no fuera, debemos encontrar los patrones de lo que merece buscarse conjuntamente, en un marco de libertad donde cada cual pueda indagar y expresar su verdad –existencial, filosó- fica, religiosa– como mejor crea, predicando cuanto pueda con la fuerza de sus argumentos y de su ejemplo, a condi- ción de que no pretenda añadirle el poder coercitivo del Estado. Éste sólo se utiliza con legitimidad y sin abuso cuando está al servicio de una verdad que aunque más res- tringida, sea compartida por todos. Momentos constitutivos de la política La política, en suma, es la acción de promover, con resultados vincu- lantes, al menos de intención, la prioridad de algunos fines de valor público entre otros que no se pueden buscar al mismo tiempo; o de pro- poner nuevos fines con plena autonomía, tanto de la moral como de la teoría, y en un horizonte que ya no puede coincidir con el Estado-nación. Esta idea general de la política puede ser examinada desde perspectivas diversas, fundadas en tantas otras pos- turas filosóficas o paradigmas; éstos, a su vez, pueden ilu- minar otros aspectos constitutivos de la política. El primer interrogante que se plantea es de qué modo a la política, entre otras diversas actividades, le toca promo- ver la prioridad de ciertos fines de alcance público. Dejamos de lado las teorías realistas que subrayaron el papel de la fuerza o su amenaza como única variable que, en última instancia, explica el éxito de dar prioridad a ciertos fines. Restrinjo el campo a la política democrática. Las concepcio- nes competitivas de la democracia –Schumpeter, Dahl, Lipset, Downs y otros–, sostienen que la política promueve algunos fines entre otros, por el hecho de que la oferta polí- tica disponible –candidatos y partidos compitiendo por el voto de los ciudadanos– consigue producir unas propuestas de policy 3 que encuentran un mayor número de apoyos que las oponentes. Actuar de buena manera política significa saber definir y exponer bien –evito el verbo “confeccionar”–, una propuesta que satisfaga, se ajuste, a una demanda más amplia. Discurso y juicio Las concepciones deliberativas de la democracia –Habermas, Benhabib, Cohen, Rawls, Laden y otros– sostienen en cambio que la prioridad de ciertos fines selectos se promueve cuando la política funciona de manera no retorcida, a través de la fuerza de las razones intercambiadas en un espacio público con diversos nombres. Que luego serán acogidas en el ámbi- to institucional llamado a decidir: legislativo y ejecutivo. Una política sin este momento del discurso estará basada en la fuerza y arbitrariedad. Aquí se revela la amplitud teórica de la investigación de Habermas sobre los presupuestos del dis- curso: esa investigación nos explica lo que significa para una praxis comunicativa acercarse al ideal de un intercambio de razones en ausencia de coerción. El discurso no es sólo la norma para medir el genuino carácter deliberativo de la política, sino también la base mínima de la decencia política. Para Rawls, lo que diferencia de los “bandidos” a los pueblos decentes cuyos sistemas políticos no son democráticos ni liberales –esto no es moti- vo de exclusión de una pacífica “sociedad de pueblos”–, es justo la presencia de alguna forma de consulta, que pese a no ser igualitaria mitiga el carácter autocrático del poder. Dar al momento discursivo de la política lo que se le debe en la conceptuación de ésta conlleva admitir que toda forma no degenerada de la política exige el intercambio de razones; que éste tenga un espacio dentro del esfuerzo general de promover la prioridad de fines públicos determi- nados, que es la esencia de la política. Pero la tesis de la imposibilidad de eliminar la delibera- ción en el espacio político no debe confundirse con la discu- tible hipótesis de la exclusividad de las razones: política nunca es puro intercambio de argumentos para decantar lo mejor. Ni esto puede ser considerado como ideal regulativo –como sugieren algunos enfoques poskantianos– sin que “Autonomía de la política significa que dentro de ésta y no fuera debemos encontrar los patrones de lo que merece buscarse conjuntamente, en un marco de libertad donde cada cual pueda indagar y expresar su verdad como mejor crea”. Plaza pública, 41 42, Voz invitada falten otros elementos constitutivos de la propia política.4 Sin embargo, una política donde la prioridad de fines públicos se cribe a través del discurso, nunca llegaría a una decisión operativa si no hubiera un momento de juicio. No sólo las diversas prioridades de fines se basan en el peso de las razones que militan a favor de una u otra, sino que tam- bién las propias razones pueden tener diverso y controverti- do peso, según resulten más o menos representativas de concepciones más amplias, no necesariamente compartidas. La pesadilla de toda concepción discursiva de validez es el “empate”, es decir, esa situación en la que somos nosotros los que tenemos que establecer la diferencia y desempatar. No es necesario recurrir al caso extremo del empate para comprender el carácter constituyente del momento del jui- cio. Basta recordar el hecho de que la razón, cuando habla- mos de política, sólo puede ser deliberativa: una capacidad de discurrir que en su fin práctico se queda anclada en un contexto, que trata de resolver un problema con recursos materiales y simbólicos finitos y ya en buena parte dados. Una capacidad de discurrir que aspira a resolver un proble- ma en un horizonte temporal que no puede dilatarse al infi- nito, como es el caso de la razón especulativa. El momento del juicio cierra la ilimitada apertura del discurso crítico- especulativo. Las preguntas sobre la naturaleza de la liber- tad, justicia, igualdad, laicidad, etc., acaso nunca reciban res- puesta taxativa, mientras el pensamiento se mantenga en un contexto finito en el cual se sitúa el problema político que exige solución en un tiempo que los deliberantes no pueden extender a voluntad. Y el juicio cumple este enlace sin anular la pluralidad de las posiciones articuladas en el discurso, e insertando la operatividad de la política en lo razonable, es decir, en la intersección de cuanto está compar- tido. El arte del juicio es el de extender en lo posible esta intersección, vinculándola con la normatividad que reflejan las identidades de las partes en conflicto. He aquí las bases en las que todos pueden reconocer la legitimidad de una decisión política vinculante aunque no unánime: la ejempla- ridad, de la que está llena la normatividad de lo razonable.5 Reconocimiento y don No obstante, sin interlocutores no hay política. Ni discurso sin un “quien” del discurso, un compañero de diálogo. No hay juicio sin destinatario del juicio, alguien por el cual se juzgue sobre algo. Y, como es obvio, la política presupone una sociedad, que actuemos teniendo en cuenta las repre- sentaciones, las necesidades, la voluntad y las reacciones de otros como nosotros, no hay política sin reconocimiento. También Napoleón, al declarar “Francia no necesita recono- cimiento. Está allí, como el Sol”, hablaba a alguien. Y el reco- nocimiento es el momento constitutivo de la política, en sus tres sentidos. En su primer sentido, el reconocimiento tiene un valor casi trascendental, pues reconocer al otro, como sujeto dotado de voluntad como uno mismo, posibili- ta la acción social, y de manera mediata, constituye la condi- ción política. Mis acciones sociales no se dirigen hacia ani- males o cosas. Si las realizo es porque a través de los anima- les y las cosas me dirijo a otros sujetos humanos que reco- nozco como semejantes; así, acaricio el perro de un amigo, o cambio el neumático del coche de un conocido. En este pri- mer sentido, el reconocimiento tiene importancia para la política sólo cuando la opresión política extrema niega a algunos –esclavos, judíos o torturados de Abu Ghraib– el reconocimiento de humanidad completa, es decir, cuando la política cae, por decirlo como Margalit, por debajo del nivel de decencia. En un segundo sentido, el reconocimiento es constituti- vo para la política como algo que no es del todo imprescin- dible, sino que por el contrario, puede ser atribuido o nega- do a alguien. Se trata del reconocimiento que concedemos a nuevos estados, a los nuevos partidos, a los viejos que cam- bian de vestimenta y afrontan “virajes”, a los “estadistas”, a los movimientos de liberación como “representantes” de pueblos, a las ONG como representantes de ciertos intere- ses colectivos. En este segundo sentido podemos hablar de una verdadera “política de reconocimiento”, la cual pasa a través del uso que nosotros hacemos del lenguaje para designar a los actores de la política. Cuando los combatien- tes islámicos iraquíes se vuelven “insurgentes” en el perió- dico El País, cuando los disidentes se vuelven freedom fighters 6, allí descubrimos el poder del reconocimiento en política, y hasta qué punto la criba de las razones y el obrar del juicio dependen de quien tenga autoridad para acceder al espacio de las razones y el juicio, y reconozca. Existe por último un tercer sentido en el cual el reconoci- miento tiene importancia para la política. En la medida en que ésta es algo diferente de una desinteresada búsqueda de la verdad –sea ésta teorética o práctica–: un segmento de la razón deliberativa, aquella que discierne elecciones desde el punto de vista del bien templado por lo justo; entonces quien plantea una tesis es tan importante como el contenido de la tesis. Desde este tercer punto de vista, “reconocimiento” se convierte en el término con el que marcamos la importan- cia de quien dice algo, además de la importancia de lo que se dice. No estamos en política, sino en otra práctica, si par- timos de la tesis de que el significado de lo que se dice no tiene relación con la persona que lo dice. Una reflexión sobre el nexo entre política y reconocimiento tiene como “El contenido esencial del don político por excelencia es la donación de la confianza: en quien nos representa, en el aliado, en la buena fe del interlocutor, en el hecho de que el otro respetará los acuerdos. Sin confianza solo hay conflicto”. tercer ámbito la investigación en torno a lo que en general se puede afirmar sobre la relación entre locución y locutor, acción y actor. Finalmente, intrínseco a la política es el momento del don. Puede parecer una afirmación paradójica, sobre todo en relación con una práctica que muy a menudo ha sido defini- da como la persecución racional de los fines colectivos. Pero la política no podría existir si no supusiéramos la disponibi- lidad para ir más allá del Sí del actor, sea individual o colecti- vo. Las presunciones de la acción antes conjunta que solita- ria, imponen no sólo que el otro exista dentro de mi hori- zonte cognitivo, sino que yo esté dispuesto a entrar en una relación donante, con otra persona, aunque sea provisional. “Donante provisional”, significa, en otro léxico, una relación que incluye un momento de reciprocidad. Encontramos este presupuesto en los propios orígenes del diálogo sobre polí- tica, en la República, cuando Sócrates afirma, oponiéndose a Trasímaco, que hasta una banda de ladrones, para que pueda actuar, tiene que estar dispuesta a la reciprocidad y dispues- ta a retroceder. También aparece este elemento cuando Montesquieu señala el carácter esencial del sentimiento político de la virtud para que una república pueda durar en el tiempo. Lo encontramos en la propia idea de lo razonable como contrapuesto a lo racional en Rawls. Y también en la idea de Arendt de que la política nace “cuando la preocupa- ción por la vida individual es sustituida por el amor al mundo común”. Lo encontramos en las palabras de un gran político como JFK cuando, en su famoso discurso de inaugu- ración, dijo: “No os preguntéis qué puede hacer América por vosotros, sino qué podéis hacer vosotros por América”. Plaza pública, 43 © Be ttm an n / C or bi s No debe pensarse que el momento de la reciprocidad sea incompatible con el desinterés moderno por el don cuya gratuidad está garantizada por la infraestructura del inter- cambio. Por el contrario, desde los albores de la vida social, cada donación provoca su recíproca, y la cadena es pronto interrumpida por el incumplimiento de dicha obligación no escrita. Igualmente, la política es imposible si se reduce a la mera dimensión del discurso, del juicio y del reconocimien- to de los demás. Debo entrar con los otros en una dimen- sión que incluya la esperanza de reciprocidad en el don clá- sico. El contenido esencial del don político por excelencia, es la donación de la confianza: la confianza en quien nos representa, la confianza en el aliado, la confianza en la buena fe del interlocutor, la confianza en el hecho de que el otro respetará los acuerdos. Sin confianza sólo hay conflic- to, no es posible la práctica de la política tal y como la hemos caracterizado hasta aquí. Tampoco puede haber polí- tica si no tenemos confianza en la disponibilidad mutua para favorecer a los demás en la prioridad de los fines. La donación suprema que a menudo ha requerido la política es la de la propia vida. Concluyo esta reconstrucción de los momentos consti- tutivos de la política con una referencia al tema más visible- mente ausente: ¿Es posible que una concepción de la políti- ca no considere el papel del poder en la acción? El tema que emerge aquí es el del poder político. Con esta expresión queremos, desde el punto de vista de Weber, significar la capacidad de hacer que alguien haga algo que no haría espontáneamente, constreñirlo a la acción en virtud de una creencia en la legitimidad del orden del que es destinatario. El poder interviene después, conceptualmente después de que el trabajo de la política, en el sentido aquí delineado, haya sido cumplido; es decir, después que cierta prioridad de fines compartidos haya sido establecida pro tempore. En un contexto de política democrática, es a través del compar- tir los fines, aunque sólo sea indirectamente, que surge la legitimidad de la obligación. Sin embargo, por otro lado, el poder como influencia, el poder como Macht 7, también está presente y se inserta como variable que interviene en el proceso de selección de los fines. El poder como Macht es uno de los hechos inexo- rables de la política, como lo es el crimen en el plano de la acción social. El delito se constituye como transgresión de una norma, pero el carácter finito e imperfecto de las crea- ciones humanas hace que no exista sociedad sin crimen, ni tampoco proceso político sin la sombra del poder como fuerza coactiva. No obstante, lo que importa es el papel que se ha asignado a ésta en la construcción del concepto de política. Y la elección aquí ha sido la de marginar este aspec- to: un poder sin legitimidad, un poder que establezca los fines más que emanar de los fines, es un ruido de fondo que © Tra m on to / Ag e F ot os to ck Plaza pública, 45 interfiere con el verdadero proceso político. Un poder sin legitimidad no puede reflejar la libertad, sino sólo la arbitra- riedad de la fuerza. Razones que mueven la imaginación En las consideraciones expresadas hasta aquí he intentado delinear la estructura esencial de la actividad que llamamos política, e identificar algunos momentos constitutivos. Pero política no es sólo esto. Quiero terminar considerando lo que la política puede ser en su mejor acepción. Muchas veces, en el transcurso de su historia bimilenaria, la refle- xión sobre política se ha enfocado en su enlazamiento con el mito y los símbolos. Cuando la política obra a lo mejor no es sólo razonamiento, buenas razones y juicio sensato sobre lo posible. Nos lo recuerda Platón, cuando al invitar- nos a resistir a las tres olas suscitadas por su radicalismo igualitario, piensa la justicia según las pautas de la armonía del alma. Y Aristóteles, cuando ve en el Estado una comuni- dad que tiende a la eudemonía8; también lo recuerda Maquiavelo en los Discursos, cuando habla del ideal del “vivir civil”; y Rousseau cuando ve en el legislador a quien puede indicar dónde está el bien común, alguien convence apelando también a una autoridad divina. La política en apogeo es un sabio implante de visión en el tejido de lo posi- ble. No es casual que el término “arte” se combine a menu- do con el término “política”. Se afirma que es típico de la excelencia artística alterar los esquemas que llamamos estilos y fundar nuevos, mover la imaginación y las facultades de la mente en un libre juego donde las funciones se fecunden recíprocamente, desarrollar nuevos modos de crear el mundo, de cambiar el que existe, pero en todo ello la obra de arte saca de algo más general –la ejemplaridad y su fuerza, centrada en la con- gruencia radical de una identidad como reconciliación sin- gular de ser y deber ser, hechos y normas–, en cuya fuente también se alimenta la política. Las grandes concepciones de la política que transforman el mundo –el nacimiento de los derechos naturales, la idea de legitimidad por consentimiento de los gobernados, la terna libertad, igualdad y fraternidad, la abolición de la esclavi- tud, el sufragio universal, el concepto derechos humanos, el Estado del Bienestar, la igualdad de género, la idea de soste- nibilidad, o la de derechos de las generaciones futuras– son con- junciones en las que lo nuevo nunca se ha impuesto como consecuencia lógica de lo que ya existe, sino como una manera nueva de ver el mundo, compartida por muchos, para dar luz a potencialidades hasta ahora en la sombra. Al igual que la obra de arte, también la obra política exce- lente hace el efecto producir la “expansión de vida”, de dila- tar nuestra vida común. Y se impone por la fuerza de su ejemplar reconciliación de valor, y por ser en un aquí y ahora, al que podemos llegar también desde algún otro lugar, y en un tiempo sucesivo. Sin buenas razones para compartir en el discurso, la capacidad de la política para poner en marcha la imagina- ción y tener acceso a su fuerza ha producido sólo desastres enormes, como se ve en primer plano en los totalitarismos del siglo pasado. Pero, sin la fuerza de la imaginación ali- mentada por la ejemplaridad, las buenas razones son sólo contabilidad del deber ser. Por lo tanto, política en su expre- sión más alta, es promover fines prioritarios, iluminados por razones capaces de mover nuestra imaginación. Y en esta puesta en marcha de nuestra imaginación, la mejor política nos expande, enriquece, profundiza la gama de posibilidades de nuestra vida en común. En otras palabras: desvela un mundo político nuevo en el que reconocemos la hue- lla de nuestra libertad. No es casual que en el pasado, antes de que las guerras religiosas llevaran a una radical separación entre religión y política, en sus momentos más elevados la política estuviese sacralizada. Llegaba a las propias raíces de lo sacro, es decir, a la experiencia de ver la fuerza del vínculo que une reflejada en una forma. En el horizonte en el que hoy vivimos, la radi- cal asunción de lo finito como presupuesto del pluralismo ha separado la política de las expresiones sacras, pero no de la fuerza que las genera. Las razones convencen, pero sólo las que mueven la imaginación movilizan, y en esto la gran polí- tica mantiene algo del pasado. Su capacidad de movilizar radica en su promesa de inscribir la ejemplaridad de ciertas experiencias morales en las que realidad y valor se concilian –la primera entre todas es la de la dignidad igualitaria de todos los seres humanos, la redención de toda humillación, el rechazo de la injusticia– en las formas del vivir común. Este es mi concepto de la política, otro fast food que se puede rechazar. Notas 1 Véase Parsons (1934, p. 45). 2 Sobre esta distinción véase Jeff Weintraub, The Theory and Politics of the Public/Private Distinction; Krishan Kumar y Jeff Weintraub, Private and Public in Thought and Practice, Chicago, University of Chicago Press, 1997, pp. 1-42. 3 N. del T.: política de gobierno. 4 En Faktizität und Geltung, Habermas ha incluido de manera explícita la imposibilidad de eliminar el momento pragmático. 5 Cf. capítulo 3 de Ferrara, A., The Force of the Example. Explorations in the Paradigm of Judgment, New York, Columbia University Press, 2007. 6 N. del T.: luchadores por la libertad. 7 N. del T.: en alemán en el original, fuerza. 8 N. del T.: felicidad, placer. M Un poder sin legitimidad no puede reflejar la libertad, sino sólo la arbitrariedad de la fuerza. En la página anterior, el dictador chileno Augusto Pinochet. La disposición a la reciprocidad es uno de los elementos intrínsecos de la política, implícito, por ejemplo, en las palabras inaugurales de la presidencia de Kennedy –página 43–: “No os preguntéis qué puede hacer América por vosotros, sino qué podéis hacer vosotros por América”. 46, Quadern central La Universidad, ante su crisis La encrucijada Bolonia Ilustración Gallardo Fotos Gianluca Battista Quadern central, 47 La Universitat a debat 48, La universidad, ante su crisis Toda institución dedicada a la enseñanza requiere amor al saber y capacidad para transmitirlo. Porque el aprendizaje nace de la curiosidad, de la imaginación y de la motivación por el conocimiento. A su vez no hay conocimiento sin libertad. Libertas perfundet omnia luce, se lee en el escudo de la Universitat de Barcelona. Desde la escuela hasta la universi- dad, la libertad y el saber van de la mano, impregnándolo todo de luz. Hay varias maneras de lastimar el amor al saber o bien de mutilar la libertad intelectual. La más fácilmente identifica- ble es la imposición directa de dogmas, de unas verdades intocables, previas a toda actividad intelectual o científica. Cuando se encarcela la curiosidad intelectual la libertad decae y la enseñanza se vuelve adoctrinamiento. Asimismo, hay formas más astutas y tentadoras de minar la libertad intelectual. Por ejemplo, cuando se orienta la enseñanza hacia lo que es más rentable en términos de mercado, más atractivo para el negocio, tanto para quien compra el conoci- miento como para quien lo vende. Cuando el conocimiento y la cultura tienen precio de mercado no necesariamente vende el mejor, sino el que se adapta mejor a las reglas del juego. Negocio y cultura siguen así inversos caminos. La Diada de Sant Jordi es un buen ejemplo de esta circunstan- cia: no venden más los mejores escritores, sino el autor de mayor audiencia mediática (sea escritor o no). Una universidad libre es una universidad autónoma de toda presión religiosa, ideológica, mercantil o política. Está claro que la universidad no vive en una torre de marfil alejada de la sociedad. Forma parte de la sociedad, pero ha de servirla como institución pública y no como institución mediatizada por intereses privados. Por eso la autonomía universitaria es tan importante. Porque mantiene una relación directa con la capacidad de promover el conocimiento por encima y al mar- gen de los intereses particulares dominantes. Las universidades acostumbran a ser los lugares donde surgen con mayor fuerza los movimientos por la libertad en las dictaduras. También en las democracias liberales son las universidades las instituciones donde normalmente se origi- nan las respuestas más críticas contra el statu quo dominante, aunque no se debe exagerar esta capacidad contestataria ya que el sistema económico y político cuenta con grandes y poderosos medios para domesticar y someter a la universi- dad. Así, las universidades de hoy en las sociedades avanza- das van hacia una división up and down. Las universidades down han de obtener titulados para el mercado de trabajo pre- cario al menor coste posible, mientras que las universidades up han de continuar asegurando la renovación (generacional) de las elites. Algo o mucho tiene que ver la actual contrarre- forma de grados y masters con esta división en dos de la ins- titución universitaria. Igualmente, el empobrecimiento de la docencia universi- taria está relacionado con esta división discriminatoria de la enseñanza superior. Cada vez más se incentiva a buenos pro- fesores para el abandono de los grados e, incluso, de la docencia con el pretexto de formentar la investigación de excelencia. Al mismo tiempo se olvida un principio funda- mental que distingue la escuela de la universidad: el estu- diante universitario ya es un adulto con derecho a voto al cual también se le supone iniciativa a la hora de aprender. En la escuela el profesor está más presente, tanto en la forma- ción como en la evaluación y control del aprendizaje. Pero en la universidad los estudiantes no deberían ser tratados como si fuesen adolescentes, con menús preparados para facilitar la digestión y con evaluaciones continuas, como un examen administrado en pequeñas dosis. Quizá como con- trapunto habría que tener más presente el modelo germáni- co de evaluación con sólo uno o dos exámenes generales e interdisciplinarios, que Bosch i Gimpera y Manuel Sacristán defendían como un control global de los conocimientos para otorgar una titulación determinada. En todo caso, entre el modelo germánico y el que se está aplicando (y que se pro- pone impulsar más todavía), hay una distancia sideral. La Una institución a debate Texto Miquel Caminal Catedrático de Ciencia Política y de la Administración. Universitat de Barcelona La universidad ha de servir a la sociedad como institución pública, no mediatizada por intereses privados. La autonomía universitaria está en relación con la capacidad de promover el conocimiento por encima y al margen de los intereses particulares dominantes. misma que hay entre una universidad exigente y otra deva- luada, que quiere sacarse a los estudiantes de encima, a buen ritmo y al menor coste. En suma, resulta entre paradójica y cómica la combina- ción entre la repetida excelencia, que gobernantes y rectores proclaman por doquier, con la no menos repetida exigencia del coste cero para aumentar la oferta universitaria y su cali- dad. Del mismo modo, se está adoptando una política de segmentación del personal docente e investigador, de reduc- ción de costes de la formación del profesorado, de neurótica competitividad curricular, de controles más burocráticos que reales sobre la dedicación. El efecto resultante es la desmoti- vación por la falta de incentivación positiva y de reconoci- miento de la labor realizada. El silencio del profesorado uni- versitario no es sinónimo de aprobación o de identificación con las políticas universitarias, sino de cansancio, de deses- peranza y hasta despreocupación por el futuro de la universi- dad. Las universidades se han fragmentado en mil pedazos, cada uno de los cuales compite por sobrevivir, como si pudiera haber universidad sin agregación e interdependencia de las partes; sin colaboración interdisciplinaria. Todos somos universidad, unos con los otros, no unos compitien- do contra los otros. Hace falta un debate en profundidad sobre el punto en que nos encontramos y qué pensamos acerca del estado actual de la universidad en general y de la universidad de Cataluña en particular. En este sentido es positiva la realiza- ción del Llibre Blanc de las universidades públicas catalanas (junio de 2008), a pesar de sus insuficiencias y de algunas contradicciones en la definición de un nuevo modelo de uni- versidad catalana. Sin embargo, no habrá un real y democrá- tico debate si éste no cuenta con la implicación de la socie- dad, en especial la de todos los sectores de la comunidad universitaria, y no únicamente de quienes la gobiernan. De ahí la aportación de este cuaderno, que no tiene otra pretensión que promover el debate y el interés por la univer- sidad, así como la defensa de su calidad como institución pública al servicio de toda la ciudadanía. Como coordinador del cuaderno, agradezco las aportaciones de las personas que han colaborado en él. Todas ellas tienen un conocimiento de años de la institución universitaria, y disponen de auctoritas para dar su opinión crítica y al mismo tiempo constructiva. La pluralidad de análisis y la diversidad de temas tratados tienen en común la complicidad de los colaboradores por la universidad pública y autónoma, y un igual compromiso en defensa de su calidad. Un deseo como punto final de esta introducción: la voluntad de no perder la ilusión por la uni- versidad y de contagiarla al lector. Mientras haya universita- rios habrá universidad. M Laboratorio de producción animal en la Escuela Superior de Agricultura de Barcelona. Campus de Castelldefels de la Universitat Politècnica. El pretexto Bolonia La universidad, ante su crisis Cuaderno central, 51 Lo que se lee últimamente en los medios de comunicación sobre la universidad pública es, en líneas generales, esto: 1) que lo que se hace en ella no se corresponde con lo que hoy demanda el mercado laboral y la competencia empresarial; 2) que falta profesionalización y sobra teoría en la articulación de los planes de estudios en la mayoría de las facultades y escuelas; 3) que la gestión actual de la universidad pública es inadecuada, por asamblearia, y que debería cambiar para parecerse todo lo posible a la gestión empresarial; 4) que hay mucha endogamia y que eso deja fuera de la universidad pública a muchos de los que serían o habrían podido ser buenos profesores e investigadores; 5) que hay un índice muy elevado, y además creciente, de fracaso escolar entre los estudiantes, lo que probaría la inadecuación de la universi- dad pública actual; 6) que las matrículas que pagan los estu- diantes universitarios son muy bajas, lo cual, teniendo en cuenta la financiación pública, crea injusticia social; y que, por lo tanto, las tasas deberían acercarse al coste real de la enseñanza universitaria. Lo que se desprende de todo esto es una visión unilateral de la universidad pública actual. Creo que los ciudadanos deberían aspirar a una visión más ecuánime de la situación. Y querría adelantar mi punto de vista sobre esto, que resumi- ría así: estamos asistiendo a una campaña de desprestigio de la universidad que, de prolongarse y cuajar en la opinión pública, dará un nuevo impulso al proceso de mercantiliza- ción y privatización, directa e indirecta, de las instituciones universitarias, como ha ocurrido ya con otras instituciones públicas. La cosa no es nueva, pero se ha renovado ahora tomando como pretexto la adaptación del sistema universi- tario español al Plan Bolonia. Empecemos, pues, por las luces, buscando la ecuanimidad. No hay duda de que en las últimas décadas la universidad pública se ha abierto socialmente superando así, al menos en parte, las barreras clasistas que había en el pasado. Se han atajado algunas de las injusticias más flagrantes que, deriva- das de las desigualdades sociales, impedían a los hijos de los trabajadores llegar a la universidad, de manera que en buena medida podría decirse que se ha ido imponiendo la merito- cracia en el acceso, por imperfecta que ésta sea aún. Se ha democratizado parcialmente la gestión de los órga- nos de gobierno de la universidad. Y en ese sentido, en varias de las universidades públicas, se ha logrado que los estu- diantes estén representados en los principales órganos de gestión de la institución. Y se ha conseguido que se oiga y se tenga en cuenta (al menos de vez en cuando, todo hay que decirlo) la voz del personal de administración y servicios. Se ha logrado la estabilidad laboral de buena parte del pro- fesorado que estaba en situación precaria todavía en la déca- da de los ochenta. Se ha dignificado la figura del profesor en formación. Se ha mejorado en general la situación de los becarios predoctorales. Se ha dignificado la investigación y la docencia en la mayoría de las escuelas y facultades. Y se han mejorado sensiblemente las instalaciones universitarias. Esta es la cara A del disco que se canta en la universidad antes del Gaudeamus igitur, que todavía sigue siendo la pieza principal de esa cara. Y en la medida en que todo esto sea un mérito, hay que atribuírselo a la paciencia y al sentido común resultante de las actuaciones de la actual comunidad universitaria (estudiantes, docentes, investigadores y perso- nal de la administración y servicios). Digo esto para salir al paso de algunos discursos añoran- tes que he oído en los últimos tiempos. No veo que haya nada importante que añorar de lo que fue la universidad del pasado. Y creo que este es el sentir más generalizado entre las personas que llevamos ya muchos años trabajando en la universidad pública. Tampoco veo que lo que se está hacien- do aquí en las universidades y centros privados sea mejor que lo que se hace en las universidades públicas, ni desde el punto de vista de la docencia ni desde el punto de vista de la investigación. Pero vayamos con la cara B, o sea, a las sombras. Hay que reconocer que, aunque en la universidad actual no existe por lo general añoranza ni particular atracción por la pri- Texto Francisco Fernández Buey Catedrático de Filosofía Moral y Política. Universitat Pompeu Fabra Asistimos a una campaña de desprestigio que, si se prolonga y cuaja entre la opinión pública, dará nuevo impulso al proceso de mercantilización y privatización de las instituciones universitarias. El pretexto actual es la adaptación del sistema al Plan Bolonia. Sobre la universidad y sus funciones vatización, tampoco hay entusiasmo ni satisfacción generali- zados en este momento. Los profesores y el personal adminis- trativo y de servicios de más edad están convencidos de que esta universidad actual no es, desde luego, la universidad autó- noma, autogestionada, democrática, creativa, científica y participativa por la que se luchó bajo el franquismo y durante la transición. Muchos estudiantes de hoy tienen quejas contra esta uni- versidad muy parecidas a las que teníamos los estudiantes de ayer, aunque ahora no tanto sobre los contenidos de la enseñanza como sobre la forma de impartirla. Muchos ayu- dantes, asociados, contratados y becarios se ven a sí mismos como nos veíamos ayer la mayoría de los profesores no numerarios de entonces: en situación precaria y obligados a hacer otros trabajos fuera de la universidad para subsistir. Y he oído quejas del personal administrativo y de servicios contra el nepotismo y la desidia que me recuerdan también las quejas que se oían en la universidad de ayer. Algunas de las sombras (o de los problemas) de la univer- sidad de hoy son herencias de aquel ayer; pero otras de esas sombras son novedades debidas a los cambios tecnocientífi- cos, económicos y culturales que se han producido en los últimos veinticinco años. Todavía persiste a veces el viejo mandarinato en los departamentos y en las oposiciones. Todavía sigue habiendo caciquismo y paternalismo en la relación entre profesores, en la relación profesor-alumno y en la relación con el perso- nal administrativo y de servicios, todo lo cual limita la democratización de la universidad y la participación de los estudiantes. Todavía sigue habiendo endogamias y corpora- tivismos que obstaculizan la meritocracia. Todavía persiste la situación de precariedad de un núme- ro importante de profesores asociados y contratados porque, aunque el legislador ha introducido correcciones, a veces se usan esas figuras con una finalidad distinta de la que dice la ley. Todavía sigue dominando la clase magistral sobre el seminario y el curso participativo. Todavía sigue faltando autonomía universitaria. Y en esto, en los últimos años, se va a peor. Todavía sigue habiendo un serio problema de recursos y financiación pública de la universidad. Aunque se han mejorado los criterios de valoración del trabajo de investigación (agencia estatal, agencias de las comunidades autónomas), cada vez se presta menos aten- ción a los criterios de valoración de la docencia. Y lo más importante: la inversión en la enseñanza pública universita- ria en este país sigue siendo clamorosamente insuficiente, sobre todo si se toman en consideración dos factores compa- rativos: a) la generalización del acceso y, por tanto, el consi- derable aumento del número de estudiantes universitarios; y b) lo que se ha hecho, mientras tanto, en países con des- arrollo económico similar. En esas condiciones, o sea, puesto el disco por las dos caras, el llamado Plan Bolonia se podría ver como una opor- tunidad para corregir la escasa consideración que tradicio- nalmente se viene dedicando a los problemas de la didáctica en la enseñanza superior, así como a las técnicas y métodos de enseñanza alternativa. Y se debe reconocer que algo se ha empezado a hacer ya, positivamente, en esa dirección. El problema aquí es que, como ocurre a veces (por papana- tismo o por exaltación de las técnicas pedagógicas), se está empezando a torcer el bastón en la dirección contraria a la que se torcía antes: ahora se tiende a menospreciar la expe- riencia didáctica de los profesores universitarios y a importar y divulgar, sin crítica, técnicas pedagógicas demasiado inge- nuas, incluso preuniversitarias. El llamado Plan Bolonia podría ser una oportunidad para corregir la falta de discusión desinteresada (y subrayo la pala- bra) en la reforma de los planes de estudio con el fin de adaptarlos a las nuevas necesidades de la sociedad. Algo se ha producido ya en esa dirección durante los últimos meses. El asunto central en esto es de criterio. Pues una cosa es adaptar los planes de estudio a las previsibles necesidades de la sociedad en su conjunto y otra muy distinta adaptarlos a las demandas de las empresas, que son sólo una parte de la sociedad. Decidir sobre esto es también decidir sobre prefe- rencias y valores en la institución universitaria. El Plan Bolonia podría constituir una oportunidad para paliar la ausencia de discusión intrauniversitaria sobre los motivos que justifican las líneas prioritarias de la investiga- ción en función de las necesidades sociales a medio y largo plazo. Una oportunidad para mejorar el control efectivo del trabajo de docencia e investigación del conjunto del profeso- rado. Una oportunidad para paliar la casi inexistencia en la práctica de reflexión sobre el papel de las tutorías personali- zadas pensadas para orientar el futuro académico y profesio- nal de los estudiantes. El asunto que hay que discutir aquí es cómo encontrar un equilibro conveniente entre dos de las funciones clásicas de la universidad: la transmisión de conocimientos a través de la docencia (lo que implica, obviamente, una mejor prepara- ción pedagógica del profesorado) y la creación científica a través de la investigación. Y ello supone empezar recono- ciendo que no todo buen investigador tiene que ser al mismo tiempo buen docente y que no todo buen docente tiene que ser al mismo tiempo buen investigador. El Plan Bolonia podría ser una oportunidad para paliar la falta de planificación a medio y largo plazo de las necesida- des departamentales y de lo que conviene para el profesora- do en formación. También en esto hay ideas nuevas e intere- santes, sobre todo en relación con el trabajo de los becarios. La cuestión aquí es evitar la sobreexplotación de los beca- rios y profesores en formación para cubrir déficits presu- puestarios, pues esa práctica daría lugar a una nueva genera- ción de profesores no numerarios en precario. El Plan Bolonia también podría ser una oportunidad para paliar la falta de reflexión sobre los motivos de fondo del absentismo y del abstencionismo de los estudiantes univer- sitarios y para tener en cuenta sus motivos. Entre los cuales está, desde luego, el aumento considerable del número de estudiantes universitarios que al mismo tiempo trabajan (a tiempo parcial o a tiempo completo), pero no sólo eso. El riesgo actual en este punto es que todo ocurre como si hubiera en la universidad pública dos discursos paralelos que no llegan a encontrarse: uno es el de las autoridades universi- tarias (bastante euforizante sobre lo que se está haciendo) y otro el de los estudiantes más activos (cada vez más crítico respecto de la aplicación concreta de los acuerdos de Bolonia). Una de las cosas que más llama la atención en los debates que está suscitando la adaptación de los estudios universita- rios a los acuerdos de Bolonia es lo poco que se habla y se escribe sobre las funciones de la universidad. En tiempos no muy lejanos toda controversia sobre la reforma de los estu- Arriba, campus de Bellaterra de la UAB. En la página anterior, clase de la licenciatura de Economía, Administración y Dirección de Empresa de la UPF, en el Campus Ciutadella; manifestación contra el Plan Bolonia, el 6 de marzo pasado, y máster de Investigación en Economía y Empresa de la misma UPF. En la última página, el patio del Campus Ciutadella. En la primera página, clase de escultura en la Facultad de Bellas Artes de la UB. Cuaderno central, 53 54, El pretexto Bolonia dios universitarios solía atender a sus tres funciones clási- cas. Dos de ellas ya las he mencionado: transmitir conoci- mientos para la configuración de las profesiones y educar a los futuros investigadores en los campos de la ciencia y la tecnología. Queda la tercera: crear y organizar hegemonía, o sea, asegurar ese otro tipo de “profesión”, como decía Ortega y Gasset, que es el “mandar”. Digo “mandar” en el sentido amplio y menos grosero de la palabra. Esta función social de la universidad, la de producir las éli- tes cuya subcultura acabará configurando el tipo de hegemo- nía vigente en la sociedad, ha estado tradicionalmente vincu- lada al privilegio. Y así ha sido vista por liberales y socialistas en épocas en las cuales las barreras clasistas para el acceso a la enseñanza superior eran muy patentes. Pero en la época del pseudoliberalismo y del pseudosocialismo, que es la nuestra, eso se suele pasar por alto. El asunto sólo aparece tangencial- mente en aquellos analistas que se dan cuenta de que la crea- ción de hegemonía, la formación para el “mandar”, no es sólo una cuestión ideológica o ideológico-política, sino que, a medida que se han ido rompiendo las barreras clasistas al acceso a la universidad, cada vez cuenta más la creación de hegemonía por vía mediata o indirecta, o sea, que también se crea hegemonía en la formación de profesionales y científicos. La cuestión de fondo en lo referente a esta función de la universidad es que la tendencia a la universalización del acce- so a los estudios superiores pone en cuestión la forma de mantenimiento de la hegemonía y de la división social del tra- bajo, o sea, la reproducción de los viejos privilegios. De ahí las resistencias de los privilegiados a aceptar tal universalización. Las maniobras para la conservación del privilegio empeza- ron aquí con la conocida frase aquella de que “habrá que poner en la universidad el cartel de reservado el derecho de admi- sión, como en los bares”. No se pudo poner porque la presión social en sentido contrario era ya grande. Luego se intentó frenar el impulso social que surgía desde abajo imponiendo pruebas de selectividad y adaptando éstas a lo que los de arriba pensaban que tenía que seguir siendo la división social del trabajo. Tampoco eso funcionó. Y no sólo por la protesta continuada de los estudiantes más jóvenes, sino porque la selectividad misma se degradó tanto que ya no seleccionaba nada. La base del viejo privilegio y de la forma- ción para el mandar se tambaleaba, por tanto. Y así se fue lle- gando a una situación en la que, como en otros ámbitos de la vida pública, se empezó a pensar en privatizar la sede de creación tradicional de la hegemonía. Al llegar aquí, cuando se empezó a hablar de privatizar la universidad pública en consonancia con la ideología mal lla- mada neoliberal, los modelos parecían claros. Sólo había que seguir el ejemplo anglosajón y lo demás se nos daría por aña- didura. Pero ocurrió que la historia por una parte y, por otra, la restrictiva forma de entender la lógica del beneficio a corto plazo, precisamente entre los empresarios que decían estar dis- puestos a ello, actuaron como factores suficientes para que el modelo se quedara en casi nada. Se habló mucho de empezar a competir en serio con los países de inspiración pero, según parece, resultaba más rentable enriquecerse a corto plazo. De manera que, al menos aquí, se prefirió pasar a la privati- zación indirecta de la universidad pública, lo que en la prácti- ca quiere decir colonización más o menos directa de tales o cuales departamentos universitarios, convenientemente seleccionados, que puedan producir beneficios en un plazo tan rápido o parecido a los que se producen en operaciones financieras más o menos especulativas. Me salto las excepcio- nes, que las hay, y algunas respetables, porque son eso: excep- ciones. De hecho, la universidad pública ha seguido siendo la universidad, y aunque las universidades privadas se han multi- plicado, lo han hecho casi siempre vinculadas a instituciones religiosas (también mercantilizadas) ya establecidas. Paralelamente, la presión social para que la universidad se adaptara a las necesidades de una sociedad que estaba cam- biando aceleradamente se tradujo por arriba en la idea de que la universidad tenía que estar al servicio de las necesida- des del mercado laboral. Ahí empezó lo que se llama mercan- tilización de la universidad. Que no es algo nuevo que se haya inventado en Bolonia. Eso estaba ya, negro sobre blan- co, a mediados de los ochenta, en la ley que hizo el PSOE. Lo nuevo es el paso del lema según el cual había que adaptar la universidad pública al mercado laboral a otro lema algo más drástico y que ha aparecido recurrentemente en los últimos tiempos tomando como pretexto los acuerdos de Bolonia: adaptación de la universidad pública a las necesidades de la empresa. Obviamente, para poder competir con los otros que, se supone, van a hacer lo mismo en la Unión Europea. Adaptación de la universidad a las necesidades de la empresa quiere decir varias cosas al mismo tiempo: a) vincu- lar aún más a las empresas los departamentos universitarios que corresponda; b) formar mano de obra flexible para la época de las deslocalizaciones, del trabajo precario y de las prácticas baratas; c) dar por hecho que los consejos sociales de las universidades públicas tienen que estar hegemoniza- dos por representantes del mundo empresarial que, obvia- mente, son quienes saben cómo va a ir a corto plazo el mer- cado de trabajo; y d) hacer que la gestión de la universidad pública se aproxime todo lo posible a la gestión empresarial con el argumento de que los claustros universitarios son demasiado asamblearios y demasiado corporativos. “ La formación para el mandar se ha ido trasladando a másters y posgrados, muchos de ellos privados o concertados con universidades privadas extranjeras, donde se están configurando las nuevas élites”. Como casi nadie parece fijarse en la paradoja que supone el hecho de que los representantes de las grandes corporacio- nes llamen corporativistas a los trabajadores de la enseñanza pública, la cosa, de momento, está colando. De la misma manera que cuela, casi sin protestas, el hecho de que los representantes de los medios de comunicación más endogá- micos que ha conocido la historia de España repitan conti- nuamente la palabreja sin hacer nunca mención a lo que tie- nen en casa. Con lo cual no quiero decir –lejos de mi inten- ción– que en la universidad pública actual no exista corpora- tivismo y endogamia, que las hay. Únicamente quiero decir que para corporativismo en serio (e ignorado) el de las gran- des corporaciones privadas; y que para endogamia en serio (e igualmente ignorada) la de la mayoría de los medios de comunicación privados generalmente vinculados a las gran- des corporaciones. Ahí estamos ahora: en la segunda vuelta de tuerca en veinte años para asegurar desde arriba el proceso de privatización indirecta y de mercantilización directa de la universidad pública que asegure el mantenimiento del privilegio y la reproducción de hegemonía. Agrava la cosa el hecho de que, para hacer frente a la presión social en favor de la universali- zación de la enseñanza superior, la crítica al privilegio ha cambiado de signo para convertirse en puro cinismo: ahora se acusa a los hijos de los trabajadores que han logrado tener acceso a la universidad porque supuestamente se benefician de tasas bajas que no cubren el precio real de la enseñanza. Lo que equivale a decir (y ahí está el cinismo demagógico) que los estudiantes universitarios que trabajan, y que cada vez son más, deberían quedar sometidos, por una parte, a contratos precarios que no pueden discutir y, por otra, a pagar mucho más por sus estudios. Mientras tanto, ¿hasta qué punto se puede decir que la universidad pública sigue siendo sede de la formación para el “mandar” en nuestras sociedades? Por poco que uno se fije en los cambios que durante estos años se han ido produ- ciendo en lo que respecta a la tercera función tradicional de la universidad, la de la configuración de la hegemonía, caerá en la cuenta de que el lugar para la conformación del privile- gio se ha ido desplazando. A medida que los hijos de los trabajadores llamaban a las puertas de la universidad y lograban entrar en ella, los anti- guos primeros ciclos de buena parte de las carreras universi- tarias se han ido convirtiendo casi en prolongación del bachillerato. Con lo cual la verdadera formación para el man- dar se ha ido trasladando poco a poco a másters y posgrados (muchos de ellos, efectivamente, privados o concertados con empresas y universidades privadas extranjeras) en los que se están configurando las nuevas élites. No hay más que echar un vistazo a lo que figura ahora en los curricula de las élites y otro al precio de la mayoría de esos másters, aquí o en el extranjero; y luego comparar con las salidas profesionales que ofrecen grados y licenciaturas (reformados o no). Lo decía Manuel Sacristán en un ensayo ya clásico sobre la universidad: de sus tres funciones tradicionales sólo ésta, la de producir hegemonía, es realmente incompatible con un sistema socioeconómico igualitario, que es lo que apunta en la presión social en favor de la universalización de la ense- ñanza superior. La raíz del conflicto, que se ve venir en la Unión Europea, está en la contraposición entre defensa de la justicia social en todos los niveles de la enseñanza y desloca- lización acelerada de las sedes de producción de hegemonía para la conservación del privilegio. Esto, creo, es lo que están viendo ya los estudiantes críticos. M Buscar la eficiencia La universidad, ante su crisis Cuaderno central, 57 El debate acerca de la manera más conveniente de gobernar la universidad pública vuelve a estar sobre la mesa. Determinados sectores han propuesto cambios radicales en la legislación renovada hace poco, como por ejemplo introducir métodos jerárquicos y personalistas para las deci- siones internas, designar en vez de elegir los cargos uniper- sonales o convertir los consejos sociales en consejos de administración. Parece natural tomar como punto de partida para este debate las funciones y objetivos de la institución universita- ria, que podríamos sintetizar como transmisión, creación y aplicación de conocimiento, para contribuir al desarrollo de la sociedad en su conjunto. Observemos que, por un lado, el equilibrio entre docencia, investigación y transferencia, y por el otro su vocación de compromiso social la diferencian de otras instituciones académicas o científicas (de formación superior, investigación, asesoramiento, corporativas...). En particular, este carácter global del servicio público hace que, a la hora de fijar sus objetivos, la universidad deba tener bien presentes los requerimientos de los demandantes parti- culares (mercado laboral, sector productivo, estudiantado...), pero no como criterios únicos, ni siquiera prioritarios. De hecho, son muchas las actividades universitarias que no resultan directamente comercializables, como la formación en determinados ámbitos humanísticos, la investigación básica o la transferencia a sectores sociales de bajo poder adquisitivo. Más en general, las externalidades positivas son tan amplias que tiene poco sentido hablar de clientes, bene- ficiarios o mercado. Quizá podríamos decir que el cliente/ beneficiario es la propia sociedad. En consecuencia, no hay motivos para asimilar la forma de gobierno con la de entidades encaminadas a la satisfac- ción de clientes específicos. Más aún, el gobierno de la uni- versidad no debe perseguir tanto la competitividad como la eficiencia, es decir, la correcta utilización de los recursos dis- ponibles. Pocas universidades pueden ser competitivas, pero todas pueden ser eficientes. La asunción de las funciones de la universidad requiere liber- tad de pensamiento, iniciativa creadora y capacidad crítica. Por ello, tampoco las administraciones pueden arrogarse absoluta capacidad para la determinación de sus objetivos, pese a que en las sociedades democráticas constituyan el máximo canal de representación social. De hecho, la propia Constitución consagra el principio de la autonomía universi- taria. Nos encontramos, entonces, con la aparente paradoja de que “no manda quien paga”. No obstante, si ni los demandantes específicos ni los gobiernos pueden erigirse en poseedores de la universidad, tampoco pueden hacerlo los universitarios. La autonomía universitaria requiere, por un lado, mecanismos de rendición de cuentas y de evaluación, tanto individuales como colecti- vos, y por el otro, procesos de determinación de los objetivos globales estratégicos en los que tengan capacidad de inci- dencia las administraciones, los demandantes específicos y otros agentes sociales. Desde el punto de vista de las relaciones internas de gobierno, la universidad se inscribe en lo que Mintzberg cata- loga como “organizaciones de profesionales”, aquellas cuyos rendimientos dependen esencialmente de las capacidades y actitudes de sus miembros. Su principal característica es que el gobierno interno, se trate de instituciones públicas o priva- das, se basa en el convencimiento, que es el extremo opuesto al gobierno autoritario. Esta es una razón adicional contra una ingerencia externa excesiva, que se suma a las expuestas antes en favor de la autonomía universitaria. Pero lo que importa ahora es subrayar que los mecanis- mos internos de toma de decisiones deben basarse en la transparencia y la participación, de modo que sus integran- tes se sientan corresponsables. Los esfuerzos realizados en tal sentido se compensan de sobras con la eficacia en la puesta en práctica de los acuerdos adoptados, que suelen requerir la colaboración e incluso el voluntarismo de quie- nes los aplican. Asimismo, para la elección de los cargos uni- personales deben regir métodos democráticos. De esta Texto Josep Ferrer Catedrático de Matemática Aplicada y ex rector de la Universitat Politècnica de Catalunya El gobierno de la universidad no debe perseguir tanto la competitividad como la eficiencia, es decir, la correcta utilización de los recursos disponibles. Pocas universidades pueden ser competitivas, pero todas pueden ser eficientes. ¿Qué gobierno se necesita en la universidad pública? 58, Buscar la eficiencia forma, a la potestad normativa se sumará la autoridad moral necesaria para ejercer las funciones con la máxima eficacia. Esta corresponsabilidad en la toma de decisiones y en la elección de cargos funcionales no excluye, naturalmente, mecanismos de control en el seguimiento y cumplimiento de los acuerdos y directrices; al contrario, constituyen su mejor base. Deshaciendo mitos Unos mecanismos de gobierno participativos y democráticos no tienen por qué adoptar formas asamblearias, como suele calificarse la situación actual de manera falsa y probablemen- te interesada. Aquí no se trata de defender o criticar el asam- bleismo, claro está, o de analizar en qué situaciones puede resultar adecuado. Sólo se trata de desmentir rotundamente que se lo pueda asimilar con la práctica vigente en nuestras universidades. Por el contrario, disponemos de una normati- va (leyes estatales y autonómicas, estatutos y reglamentos de cada universidad...) que regula de forma precisa las configura- ciones, competencias y funcionamiento de los distintos órga- nos de gobierno, tanto colectivos como unipersonales, tanto internos como ínter universitarios o de participación social. Es legítimo discrepar de esta normativa, y somos los primeros interesados en detectar sus defectos y promover las oportu- nas modificaciones. Pero no lo es tildarla de asamblearia, con la intención manifiesta de desprestigiarla. Junto a este mito se acostumbra también a agitar el de la falta de agilidad en la toma de decisiones para hacer frente a la velocidad de los cambios en nuestro entorno. La poca disi- mulada intención de todo ello es contraponer los métodos colegiados y democráticos a los jerárquicos o personalistas, mayoritariamente empleados en los ámbitos empresariales y entidades privadas. De hecho, la contraposición se basa en opiniones o apreciaciones poco contrastadas, puesto que la universidad ha demostrado en las últimas décadas una nota- ble capacidad de adaptación y de iniciativa. Por otro lado, más allá de la rapidez en la toma de decisiones, lo que impor- ta es que éstas sean acertadas y se apliquen con eficacia. Hay que estar bien alerta para evitar que las decisiones colegiadas degeneren en corporativas, obligados por la nece- sidad de reunir mayorías suficientes. El hecho de que sea este un peligro inherente a los procesos de discusión y acuerdos colectivos, no nos exime de combatirlo. Así se ha conseguido en buena parte, por ejemplo, estableciendo cana- Bajo estas líneas y en la primera página, reunión de profesores en la sala de grados de la Facultat de Ciències Econòmiques i Empresarials de la UB, en el Campus Diagonal. Cuaderno central, 59 les específicos de negociación sindical para abordar los aspectos laborales y de condiciones de trabajo fuera de los órganos institucionales o académicos, igual como en temas de evaluación, planificación y otros. En todo caso, los posibles peligros de lentitud, inmovilis- mo o corporativismo no justifican renunciar a los métodos participativos y democráticos. Por un lado, porque no está claro que las alternativas jerárquicas o personalistas los evi- ten. Y por otro, porque estas alternativas presentan desventa- jas claras, como ya se ha señalado. Alguien dijo que los pro- blemas que acarrean las hojas secas no deben hacernos talar los árboles. Quizá en este caso sería más apropiado decir que las insuficiencias de las democracias parlamentarias no deben resolverse volviendo a las monarquías absolutas. Otra confusión frecuente (probablemente también intere- sada) es asimilar gobierno y gestión. Existe un amplio con- senso en la conveniencia de profesionalizar la gestión, que se amplía cada vez más por la creciente complejidad de los asuntos de orden administrativo, económico, normativo, de infraestructuras, etc. de la universidad actual. Es difícilmente imaginable dejar esta responsabilidad exclusivamente en manos de cargos electivos sin un apoyo de expertos de máxi- mo nivel en el tema. La falacia consiste en deslizarse insensiblemente hacia la profesionalización del gobierno, para acabar en la misma no electividad de los responsables institucionales criticada antes. Las responsabilidades políticas de gobierno quedan así en manos de una tecnocracia no sometida al control democrático interno, mientras que la capacidad de decisión de los miembros de la comunidad universitaria se limita al ámbito estrictamente académico. Una versión limitada de este mismo proceso es la llamada gerencialización, es decir, la progresiva asunción de funcio- nes y atributos de los órganos institucionales de gobierno por parte de la tecnoestructura gerencial. Paradójicamente, en circunstancias de debilidad de estos órganos, ellos mismos pueden propiciar esta tendencia para encubrir sus carencias. A modo de diagnóstico De las anteriores consideraciones se desprende que las for- mas de gobierno que se implantaron en la universidad des- pués del franquismo son en general adecuadas: el principio de autonomía universitaria, que internamente se concretó en métodos de gobierno colegiados y democráticos (para la toma de decisiones, la elección de los cargos unipersona- les…) y en una gestión profesionalizada y complementada con mecanismos de planificación, control y evaluación por parte de las administraciones y de los diversos agentes e ins- tituciones sociales. Sin negar sus carencias, este esquema se ha demostrado eficaz para transformar en pocos años la uni- versidad cerrada y obsoleta heredada del franquismo, en otra homologable a nuestro entorno europeo y capaz de proveer a las necesidades sociales. Los cambios radicales mencionados al principio no pare- cen entonces contar con una sólida base argumental o empí- rica. Más bien se formulan a partir de un prejuicio genérico sobre la bondad de los esquemas usuales de gobierno de la empresa privada: consejo de administración, ejecutivos designados, gobierno jerárquico, responsabilidades uniper- sonales… La presunta eficacia de estos mecanismos en cier- tos ámbitos no la garantiza en la universidad pública, que posee especificidades bien diferenciadoras, tanto en las fun- ciones como en las estructuras, según hemos analizado. Podemos admitir que a las personas acostumbradas a los esquemas privados la mecánica de la corresponsabilización les sorprenda y les resulte de difícil comprensión. Pero sospe- chamos que algunos de los sectores proponentes lo que per- siguen es subvertir el gobierno de la universidad con el obje- to de ponerlo al servicio de determinados intereses privados, y no a los de toda la sociedad. Resultan claros, por ejemplo, los beneficios que comportaría poder emplear a la universi- dad pública como subcontratante, a bajo coste, para tareas de asesoría, de I+D o de formación de dirigentes, en lugar de hacerlo mediante departamentos internos, consultorías pro- fesionales o instituciones privadas. Pretensión que, aunque desgraciadamente es ya en parte una realidad, encuentra fuertes obstáculos en los actuales sistemas de gobierno. Sin embargo, la confirmación del esquema de gobierno vigente no significa complacencia con su funcionamiento. Es evidente que hay que seguir profundizando en la transparen- cia interna, la profesionalización de la gestión, la rendición social de cuentas, el papel del consejo social, etc., y que deben diferenciarse mejor los órganos colegiados de gobier- no de los canales de negociación sindical o corporativa, así como probablemente extenderlo al sector estudiantil. Y tam- bién hay que estar atentos a nuevas necesidades o iniciati- vas. Por ejemplo, instancias de coordinación y planificación interuniversitarias o suprauniversitarias. O formas de con- trol y gobierno de las “coronas” de centros mixtos (con administraciones, empresas…) aparecidas en los últimos años y probablemente con una gran potencialidad futura. En definitiva, en vez de cuestionar periódicamente el esquema de gobierno construido en las últimas décadas, los esfuerzos tendrían que invertirse en profundizarlo, mejorar- lo y ampliarlo. “ El riesgo de corporativismo, inmovilismo o lentitud no justifica renunciar a los métodos democráticos, igual que las insuficiencias parlamentarias no deben resolverse volviendo a las monarquías absolutas”. M El modelo social La universidad, ante su crisis Cuaderno central, 61 En 1994 Paul Krugman publicó un artículo que se hizo mere- cidamente famoso bajo el título “La competitividad: una obsesión peligrosa”. Explicaba con lucidez cómo la preocupa- ción razonable por satisfacer de forma más eficiente las nece- sidades de los seres humanos –elevando de forma sostenible el nivel de vida de las sociedades en un entorno de creciente incorporación de países y personas a los circuitos económi- cos internacionales– estaba siendo sustituida por una “retóri- ca de la competitividad” que en la práctica implicaba la apro- piación por parte de determinados intereses poderosos de preocupaciones y temores para acabar desviando a su favor recursos (financiación, subsidios, apoyos políticos, etc.), generando unas dinámicas en que al final los intereses gene- rales acababan quedando relegados. Hoy se acepta, en los análisis más serios, que la competitividad es un concepto multifacético que no se limita a responder a presiones a la baja en costes y salarios, sino que incluye aspectos que van desde la calidad institucional hasta unas bases sociocultura- les que permiten a las sociedades asumir importantes retos colectivos. Incluso el último ranking del World Economic Forum de Davos tiene que reconocer que entre los diez pri- meros países según su indicador de competitividad figuran siete europeos, entre ellos los nórdicos, caracterizados por unos sistemas de bienestar y cohesión social importantes. Actualmente, en varios influyentes ámbitos empresariales y académicos es habitual utilizar el binomio de “competitivi- dad + excelencia”. ¿Se trata de presentar a la excelencia como la receta mágica que debe inspirar la reforma de los sistemas productivos y educativos, a la vista de las deficiencias acumu- ladas en las últimas décadas, o por el contrario estamos de nuevo ante una innoble e interesada manipulación de otro noble concepto, siendo por tanto plenamente aplicable tam- bién la certera crítica de Krugman? En otras palabras, ¿consti- tuye la insistencia en la retórica de la excelencia y la competi- tividad en el mundo educativo y especialmente el universita- rio una importante adecuación a nuevas exigencias y realida- des globales o, por el contrario, se está utilizando para tratar de ocultar un retroceso en toda regla respecto a importantes avances en la calidad, alcance y democratización del acceso a niveles crecientes de “capital humano” de sectores cada vez más amplios de las sociedades? Para contestar a estas preguntas es importante constatar que el tipo de universidad y, en general, el modelo de siste- ma de educación e innovación que se considere deseable no es una cuestión que pueda ni deba responderse en abstracto. Por el contrario, precisamente por la importancia de la edu- cación en la sociedad del conocimiento, es más crucial que nunca en la historia clarificar qué modelo de sociedad se desea potenciar. Cada opción socioeconómica tiene su modelo de sistema educativo. Planteemos, pues, en primer lugar esta crucial cuestión. ¿Qué universidad para qué sociedad? Las concepciones de la universidad y la educación no son neutrales. Al respecto es singularmente interesante el análi- sis de alcance del premio Nobel de Economía Douglass North y varios colaboradores como Wallis y Weingast. Estos autores describen cómo la mayor parte de la historia de la humanidad ha sido lo que denominan un “orden natural” –en el sentido estadístico de lo más frecuente a lo largo de los tiempos– en que unas minorías han detentado el control de los activos más esenciales, desde el poder político hasta la propiedad de los activos económicos más relevantes inclui- do el acceso a la educación de calidad. Se han utilizado diver- sos argumentos para mantener limitado a unas élites el acce- so a esos activos, desde los designios divinos hasta los nece- sarios privilegios de “los mejores”, fundamentos de las aris- tocracias, y la imposibilidad de que “hubiese para todos”. Los autores citados y otros analistas describen la singularidad de lo sucedido básicamente desde finales del siglo XIX y sobre todo durante el siglo XX, en términos de lo que Ortega califi- có de “la rebelión de las masas”: se trataría del paso desde esos “órdenes sociales cerrados” hasta un “orden social abierto” en que diversas circunstancias fueron conduciendo Texto Joan Tugores Ques Catedrático de Economía y ex rector de la Universitat de Barcelona Cuando se deja de hablar de calidad para sacralizar la excelencia, como hoy sucede a menudo, se está sacrificando el compromiso de una educación de calidad para amplios segmentos de la población a favor de una concentración de recursos en unas minorías. Qué ocultan la excelencia y la competitividad a sucesivas ampliaciones de los derechos políticos –dando lugar al sufragio universal– y económicos y sociales, y asi- mismo a un acceso de segmentos cada vez más amplios de la sociedad a niveles crecientes de educación y formación, incluyendo finalmente la educación universitaria. Este pro- ceso habría permitido la movilización del potencial más amplio de las sociedades, que dio lugar a un período de pros- peridad económica sin precedentes históricos, al tiempo que la puesta en marcha en las sociedades avanzadas de sistemas de “sociedad del bienestar” evidenciaba la complementarie- dad –y no la contraposición– entre eficiencia económica y equidad o cohesión social. Pero las cosas parecen estar cambiando. La globalización estaría dando lugar a unas potenciales ganancias de eficien- cia, pero también a una asimétrica distribución de esos “divi- dendos de la globalización” cada vez más asumida incluso desde la ortodoxia. Estudios recientes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial así lo constatan. Pese a las promesas de que la globalización introduciría más competen- cia en prácticamente todos los sectores, observamos en muchos de ellos procesos de concentración ahora a escala global, que dan lugar a unas nuevas organizaciones con una capacidad de control mayor que nunca, y que, de puertas adentro, tienden además a concentrar de forma jerárquica la capacidad de decisiones estratégicas en unas cúpulas reduci- das. Las nuevas tecnologías de la información y la comunica- ción, que prometían una capacidad para “descentralizar” la generación de ideas y riqueza, se estarían convirtiendo más bien en formas de articular organizaciones e instituciones cada vez más verticales. No causan sorpresa, desde ese punto de vista, fenómenos como el “mileurismo” o el estancamien- to, cuando no reducción, de los salarios reales en amplios seg- mentos de la sociedad, incluidos los titulados universitarios. Y precisamente la respuesta que algunos plantean a esos fenómenos –que se atribuirían a la “sobrecualificación” de nuestra juventud y a la abundancia de titulados procedentes de los países emergentes– es precisamente redefinir las prio- ridades del sistema educativo para centrarlas –retornando de nuevo al sistema anterior a la “rebelión de las masas”– en las minorías “excelentes”, con maquillajes en los sistemas de titulaciones para salvaguardar la apariencia de que amplios sectores de la población siguen accediendo a títu- los universitarios. De este modo, esas nuevas reglas y enfo- ques están siendo el marco en que se estaría produciendo una regresión desde el orden social abierto, laboriosa y efi- cazmente conseguido en el siglo XX, hacia nuevas y sofisti- cadas fórmulas de orden social cerrado en que la “excelencia” estaría actuando como un mecanismo de reversión de muchos de los avances en el acceso a la educación de cali- dad en todos los niveles. La cuestión crucial, por tanto, es qué tipo de sociedad queremos. Si se acepta que hay que volver a un “orden social cerrado” porque sólo unas minorías – las reducidas y selec- cionadas “clases creativas”, en la jerga de Richard Florida – son capaces de asumir los retos tecnológicos y organizati- vos globales, entonces la retórica excelentista es el comple- mento. Pero si se considera que los avances económicos y sociales conseguidos con las “sociedades abiertas” no tie- nen parangón histórico y deben ser salvaguardados e, inclu- so aún más, potenciados, la vía a seguir es la apuesta por un sistema educativo de calidad, que incorpora la imprescindi- ble clarificación de que un sistema sólo es de calidad si llega a una masa crítica importante de la sociedad. No es sólo una discusión “filosófica”. Para clarificarla podemos preguntar- nos: para el bienestar y progreso de una sociedad ¿qué es más importante: que cada una de las decenas de miles de Servidor del Port d’Informació Científica, centro participado por la UAB donde se encuentra el Centre de Referència en Emmagatzematge Massiu de Dades Científiques, que da apoyo a comunidades internacionales de investigación. En la primera pàgina, picosatèlite fabricado en la sala blanca de la Escola Superior d’Enginyeria de Telecomunicació, de la UPC, en el Campus Nord. empresas –una mayoría de ellas medianas y pequeñas– dis- pongan de buenos ingenieros, químicos, informáticos, eco- nomistas, juristas, etc., o por el contrario que esa misma sociedad disponga de un puñado de “campeones naciona- les” y/o alguna entidad de investigación con algún poten- cial o real premio Nobel? No se trata sólo de preguntar en qué tipo de sociedad se preferiría vivir, sino de efectuar comparaciones de eficiencia. Entre otras razones, porque cada vez más estudios evidencian que la mayor parte del éxito internacionalizador de muchos países y territorios se vincula más a una creciente inserción de una masa crítica de empresas en los retos globales, que por una concentración de recursos en esos “campeones” en los que se confía que tengan una presencia creciente, pero que a menudo acaban dependiendo de las conexiones con los poderes políticos. Y antes de que se trate de replicar que la concentración de recursos en entidades de élite tiene a medio plazo unos efectos difusores beneficiosos para el “conjunto del siste- ma”, debemos constatar la frecuente voluntad de “jugar en una liga aparte” de las entidades y personas vinculadas al enfoque excelentista, con limitada o incluso negativa volun- tad de interactuar con el resto del sistema…, algo que tam- bién reproduce las dinámicas de los precedentes históricos de los “órdenes sociales cerrados”. El futuro de nuestra universidad Los partidarios de los planteamientos excelentistas, como en el caso de los debates sobre la competitividad, utilizan un punto de partida parcialmente cierto – estructuras producti- vas obsoletas, deficiencias acumuladas en los sistemas edu- cativos– para reclamar una revisión en profundidad, una “nueva universidad”, a la vista de los presuntos excesos a que ha llevado la masificación o democratización del acceso a la educación superior. Suele obviarse en esta parte del aná- lisis que en gran medida las criticadas deficiencias tienen su origen en las notorias insuficiencias de financiación – “ten- siones presupuestarias” se denominan con deleite por parte de algunos– propiciadas a menudo por los mismos colecti- vos que hoy las fustigan. Y, como en el caso de la competiti- vidad analizado por Krugman, la conclusión pretende ser que hay que concentrar los recursos y la valoración social en unas minorías “excelentes” que sí sepan aprovecharlos. La sofisticación y el elevado coste de los equipamientos cientí- fico-técnicos estarían siendo uno de los instrumentos utili- zados para acorralar financieramente a las universidades, lo que las induce a pasar por las horcas caudinas de importan- tes renuncias a sus auténticos compromisos. Cuando se trata de replicar que esta concentración de recursos deja fuera del acceso a una educación de calidad a amplios segmentos de la sociedad, los más sinceros respon- den con un sonriente encogimiento de hombros, otros incluyen cláusulas de estilo acerca de compromisos sociales en los planes estratégicos, mientras que de facto se generan unos títulos de grado degradados (sic)… que permitan liberar recursos para reasignarlos a favor de las “minorías excelen- tes”. Podría argumentarse que el acceso a los niveles y nue- vas instituciones de docencia e investigación está abierto a todos, sin discriminaciones, pero ya se está encargando la aplicación de esos mismos criterios al conjunto del sistema educativo y social –con las subsiguientes ampliaciones en las desigualdades que registran nuestras sociedades– de hacer predecible el resultado final. En este sentido, para muchos de los que asumimos com- promisos con el sistema educativo entre otras razones por la percepción, cierta en su momento, de que constituía proba- blemente la mejor herramienta para conseguir mejorar al mismo tiempo la eficiencia y la equidad de una sociedad, es especialmente grave –y doloroso– constatar que se están produciendo cambios –que incluso en ocasiones tratan de presentarse de manera lacerante como progresistas, como de futuro– y que de facto significan una pérdida no solo de equi- dad, sino asimismo a medio plazo de eficiencia. El sistema educativo con el que muchos asumimos compromisos vita- les era una poderosa herramienta de movilización de cada vez más potencial de ideas, talento, ilusión, de sectores amplios de la sociedad. Hoy tenemos que ir constatando, ¿resignadamente?, que el sistema educativo vuelve a ser, como en un pasado que parecía superado, un mecanismo de discriminación y amplificación de diferencias, tan falto de equidad como, a medio plazo, de eficiencia. La gran paradoja de la sociedad del conocimiento es que cuando este activo esencial es potencialmente más accesible a todo el mundo se ponen en marcha mecanismos como los descritos, que lo vuelven a concentrar en unas élites, con voluntad de exclusivismos. Cuando, como sucede actual- mente con excesiva frecuencia, se deja de hablar de calidad para sacralizar la excelencia se está, de hecho, sacrificando el compromiso de una educación de calidad para amplios seg- mentos de la población a favor de una concentración de recursos en unas minorías. Ese es un elevadísimo precio que no suele explicitarse: más bien suele ignorarse o negarse. Y es preciso reiterar que a la hora de valorar ese enorme precio no se trata solo, ni principalmente, de una cuestión de equi- dad. Es sobre todo, como muestra la historia y como se ha comentado en los párrafos anteriores, una cuestión de modelo de futuro y progreso de las sociedades. “ Constatamos la frecuente voluntad de ‘jugar en una liga aparte’ de las entidades y personas vinculadas al enfoque excelentista, lo que reproduce las dinámicas históricas de los ‘órdenes sociales cerrados’”. M Cuaderno central, 63 Perspectiva histórica La universidad, ante su crisis Cuaderno central, 65 El 12 de junio pasado, en sesión solemne celebrada en el paraninfo de la Universitat de Barcelona, se presentó el Llibre blanc de la Universitat de Catalunya ante las autoridades políti- cas, la sociedad civil y la comunidad universitaria. Desde el planteamiento inicial se parte de la constatación de la larga tradición histórica de la universidad que ahora se quiere reformar, y de los antecedentes más recientes y próximos que deberán dar sentido a la reforma. Así, se habla de la universidad europea heredera de una tra- dición que tiene diez siglos, con lo cual nos encontramos “ante una de las instituciones más antiguas, con más prestigio y con la mayor capacidad de renovación de la historia de la humanidad”. Y se precisa, en relación con nuestra universidad, que las reformas se tendrán que hacer “en atención al esfuerzo de la Generalitat republicana con miras a construir una univer- sidad autónoma, innovadora y de calidad” (por ello denomi- nan el proyecto de reforma “de la Universidad de Cataluña”). Parece que cualquier propuesta de reforma tendría que par- tir del exacto conocimiento de la realidad a reformar. Y tam- bién parece lógico pensar que el peso histórico, el arraigo social y cultural y la densidad, en nuestro caso concreto de la Universitat de Barcelona, determinarán en buena medida que la reforma sea una reforma y no la aplicación de algún idealis- mo que acabe despersonalizando a la institución todavía más. Es sabido que la tradición plurisecular de la universidad en Cataluña, aunque no fuera demasiado brillante, estuvo más de un siglo interrumpida de forma violenta por la creación de una única, descontextualizada y anacrónica Universidad de Cervera. Lo que ya no resulta tan conocido son las circunstan- cias de su retorno a Barcelona y el proceso de recomposición de la vida universitaria en esta ciudad. Todo aquello se hizo al tormentoso ritmo de la consolidación del liberalismo en España, con un complejo proceso que comenzó oficialmente con la primera “oración inaugural” de curso pronunciada por el filósofo Ramon Martí d’Eixalà en octubre de 1837. El ambiente político y social de la ciudad no ayudó mucho; los presupuestos no se traspasaron hasta 1846, cuando tam- bién comenzaron a fijarse las primeras plantillas de profeso- res. Hubo que luchar contra la enorme intromisión de la Iglesia (Concordato de 1851) o contra las dificultades del pri- mer inmueble adjudicado, el del ex convento del Carme, un caserón viejo y nada funcional. El problema del edificio marcó esta primera etapa hasta que en 1853 se resolvió construir una sede moderna para la univer- sidad. Pero la iniciativa se demoraba. En ocasión de aprobarse el Plan de Ensanche de Cerdà (1859) se reactivó, y sobre todo con la elección del arquitecto responsable, Elies Rogent (1860), quien acabó los planos en 1862. A pesar de todo, cuando el edi- ficio de la Universitat de Barcelona aún no estaba terminado, lo ocupó el ejército para usarlo como campo de entrenamiento de la artillería (septiembre de 1869), o de acuartelamiento de la infantería y la caballería (1870-1871). Aún en 1877, cuando ya estaba casi terminado el edificio, se usó en parte como sede de una Exposición de Artes Suntuarias Antiguas y Modernas. Un hecho significativo: este calvario que duró desde 1862 hasta 1877 –la adecuación de algunos laboratorios es poste- rior– no ha dejado constancia de queja alguna por parte de las autoridades ni de la sociedad civil de Barcelona. No parece, pues, que tuvieran una especial consideración hacia su pri- mera institución docente. Pese a este cúmulo de dificultades que perduraron hasta tan entrado el siglo XIX, mientras las universidades europeas consolidaban sus modernas estructuras, la Universidad Literaria de Barcelona experimentó una cierta consolidación. Entonces destacaron los estudios de medicina, herederos de la rica tradición de las academias que florecieron en la ciudad durante el siglo XVIII; el proceso que condujo a la creación de la Escuela Superior de Arquitectura (1875), o el inicio de los estudios de ingeniería industrial. Para el resto, con la creación de unas primeras escuelas en los campos de la crítica literaria, la filosofía, la filología, el derecho o la economía política, tenemos que buscar el esfuerzo de gente muy dinámica y con un compromiso total con el heterogéneo proceso de la Renaixença catalana. Texto Jordi Casassas Ymbert Catedrático de Historia Contemporánea. Universitat de Barcelona Las anteriores iniciativas de reforma buscaban superar el envaramiento de la universidad oficial, asimilarse a los mejores centros europeos y responder a las exigencias de la sociedad y la cultura catalanas. Pero el proceso actual presenta enfoques nuevos. El recurso a la tradición universitaria, ¿mera excusa? 66, Perspectiva histórica Excepciones aparte, la universidad barcelonesa de finales del XIX se consideraba obsoleta, provinciana y alejada del mundo cultural y social circundante. Entre las tentativas de reforma de mayor relevancia debe mencionarse el Segundo Congreso Pedagógico (Barcelona, 1888) y la Segunda Asamblea Universitaria de 1905 (en la primera, realizada en Valencia en 1902, ya se había planteado la reivindicación de la autonomía universitaria). En esta última asamblea barcelo- nesa, se planteó la necesidad de que el profesorado comple- tara la docencia con la publicación de trabajos científicos, un hecho normal en el modelo alemán de la Universidad Humbolt desde mucho antes. Tanto o más importantes que estas iniciativas fueron las procedentes del mundo del naciente catalanismo político, buena parte de cuyos dirigentes eran jóvenes licenciados que conocían perfectamente la institución y sus carencias. A par- tir de 1900 y a través de la revista Universitat Catalana, se había calentado el ambiente para la celebración del que sería el Primer Congrés Universitari Català, celebrado en 1903. Allí se habló de la libertad de cátedra, del compromiso universitario en la creación del servicio de extensión universitaria –que seguía el modelo francés de las universidades populares introducido cuatro años antes– o de la necesidad de catalani- zar la universidad. De todos modos, ante la imposibilidad de influir en la universidad oficial, estos sectores catalanistas optaron por crear una universidad paralela, los Estudis Universitaris Catalans (1903), cuyos principales especialistas enseñaban Derecho civil catalán, Lengua catalana, Economía social y política arancelaria, Arte catalán, Literatura catalana, Historia de Cataluña, Geología o Pedagogía. En 1907, con la creación del Institut d’Estudis Catalans, poco después con la creación de la Biblioteca Nacional de Cataluña y la puesta en marcha del programa de pensionados en el extranjero –jóvenes beca- dos en las mejores universidades del mundo para especiali- zarse–, el catalanismo acabará por establecer las bases de la futura modernización del sistema universitario catalán, cul- minación del gran esfuerzo realizado desde el Ayuntamiento de Barcelona y la Mancomunidad de Cataluña para moderni- zar la enseñanza primaria y secundaria, movimiento que durante la Segunda República tendría en el Institut Escola su experiencia piloto. La aceleración general que se produjo en los años de la Gran Guerra acabaría dando forma y sentido a esta gran movilización, y desembocaría en la celebración del Segon Congrés Universitari Català (1918). En éste se habló de la organización universitaria, de la participación de los estu- diantes en la gestión, del establecimiento de diversas catego- rías de profesorado, de la organización de los seminarios y la adscripción de los doctorandos a ellos, de un nuevo sistema de evaluación por bloques de asignaturas, de la creación de la figura del lector doctor, del establecimiento de los planes docentes, del reglamento del profesorado (en éste se con- templaba la separación de un catedrático del servicio por incapacidad física o intelectual), de la autonomía docente y financiera de la universidad, de la catalanización lingüística (sin limitación de otras lenguas a causa de la naturaleza de la materia o del profesor). Al fin se discutió la propuesta de Francesc Layret: la universidad “debe ser ante todo el órgano propulsor de la cultura catalana” sin lucha alguna con las demás culturas peninsulares. El 2 de diciembre de 1918 se dio a conocer un documento universitario en el cual todo lo dis- cutido en el congreso se traducía en un proyecto articulado. Conviene recordar que esta iniciativa contó con la oposi- ción frontal de un muy numeroso contingente de profesores de la propia universidad de Barcelona, que hubo una tentati- va de neutralización gubernamental –iniciativa del ministro César Silió, 1919– y la posterior represión sistemática de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Como sabemos, sólo con el establecimiento de la República y la Autonomía de Cataluña pudo retomarse la iniciativa que culminaría con la puesta en marcha de la Universitat Autònoma de Catalunya. Así y todo, el cambio no se aceptó de manera uná- nime y las resistencias siguieron siendo significativas. De todos modos, esta universidad catalana y moderna fun- cionó durante un período, breve y tormentoso, 1933-1939, en cuyo transcurso se produjo el recorte de la autonomía a causa de los acontecimientos de octubre de 1934 y de las lógicas dificultades propias de los años de la Guerra Civil. Hubo tiempo para iniciar la experiencia, pero no se pudo disfrutar de la mínima perspectiva temporal imprescindible para con- solidar el nuevo modelo universitario. Todavía mucho más terrible resultó el traumático final de esta experiencia, en enero de 1939. El exilio de los pioneros, la destitución del ser- vicio de muchos profesores, el encarcelamiento de otros y hasta alguna ejecución, la destrucción de cualquier vestigio de autonomía, la aparición de nuevos profesores sin conoci- mientos ni relación con la comunidad académica ni la cultura del país, etc., son las evidencias del gran golpe que supuso la victoria franquista para la universidad de Cataluña. Un cuarto de siglo después, a partir de los años sesenta, la coincidencia de diversos factores permitiría el inicio de un nuevo proceso de recuperación de la universidad en Cataluña, un proceso con frecuencia más subterráneo que abierto, puesto que iba a concretarse durante la vigencia de la universidad centralizada (al margen de la aparición del “ El peso histórico, el arraigo social y cultural y la densidad de la universidad barcelonesa determinarán que su reforma sea auténtica y no la aplicación de algún idealismo que la despersonalice aún más”. fenómeno aislado de las universidades autónomas) y de las estructuras represivas de la dictadura. Pero se concretó un ambiente renovador, un grupo de profesores inquietos y un movimiento estudiantil esforzado y esperanzado en que la recuperación de la democracia permitiría la de un espíritu y un modelo universitario basado en la catalanidad, la autono- mía, la calidad y la relación con el mundo. Sin embargo, la perspectiva histórica nos impone una constatación de una gran fuerza relativizadora, aspecto fun- damental al tratarse de una institución como la universitaria: después de más de cien años de ausencia, la universidad de Barcelona invirtió unos cuarenta años para consolidarse e instalarse con lo mínimo imprescindible para funcionar con normalidad. ¡Y ello nos conduce a una fecha tan reciente como 1877! Cuarenta años después, otro movimiento renova- dor tuvo suficiente empuje como para acabar consolidando un modelo –de vida históricamente insignificante– en armo- nía con las principales universidades europeas, y profunda- mente identificado con la cultura del país. Cuarenta años des- pués de aquella experiencia, en los años setenta se sentaron las bases de una recuperación universitaria que permitió una puesta al día bastante espectacular, que alió la propia tradi- ción con la voluntad de asimilación al mundo próximo. Pero que nadie se engañe, nuestra historia institucional y humana ha sido lo bastante sincopada y con frecuencia demasiado dramática como para generar una universidad con la solidez, capacidad de resistencia y adaptabilidad de las principales universidades europeas que se han tomado como modelos. Otra vez, al cabo de cuarenta años, podemos arriesgarnos a producir un nuevo reinicio que acabe por des- personalizar un modelo falto de tiempo universitario sufi- ciente para dar sus mejores frutos. Como hemos visto hasta aquí, las iniciativas de reforma universitaria precedentes partían de la voluntad de superar el envaramiento de la universidad oficial, de la necesidad de asi- milarse a las mejores universidades europeas y de la volun- tad de responder como el principal “templo del saber” a las exigencias de la sociedad y la cultura catalanas, hechos todos que ayudaban a crear una gran confluencia de voluntades. El proceso de reforma actual introduce nuevos enfoques: la dependencia de los estudios y la investigación a las necesida- des e intereses del mercado (lo que se identifica como el vín- culo de la universidad con la sociedad); la subordinación (y reglamentación extrema) del proceso educativo a un modelo concebido por unos pedagogos responsables en gran parte de las disfunciones de la enseñanza primaria y secundaria, y una nueva forma de control (“político”) de la universidad a través de unos consejos sociales altamente profesionalizados, que parecen responder a un nuevo impulso de la tradicional reser- va con la que el poder considera las autonomías, especialmen- te la universitaria. Todos estos hechos contribuyen a mante- ner y a acrecentar la individualización de las voluntades. Como hemos visto también, la azarosa vida convirtió a nuestra universidad de Cataluña en un cuerpo mucho más vulnerable de lo que podía creerse. Habrá que ver el resulta- do de esta reforma en el transcurso de los próximos cuaren- ta años que ahora comenzamos, y rezar para que aún este- mos a tiempo. Sobre estas líneas, biblioteca de reserva en el edificio histórico de la Universitat de Barcelona. En la primera página, encierro de estudiantes en el mismo centro, el pasado mes de noviembre, como protesta contra el Plan Bolonia. M El clima en las aulas La universidad, ante su crisis Cuaderno central, 69 Éste es un recorrido por las opiniones sobre la universidad actual de un grupo variopinto de universitarios elegidos al azar. Tal vez sus conclusiones no sean universalizables, pero sí reales y representativas del clima que se vive en las aulas y –añaden ellos– de la falta de clima fuera de las mismas. En los años sesenta, Barcelona contaba con siete institutos de enseñanza media, cuyos alumnos tenían desde los diez hasta los diecisiete años, aproximadamente, es decir, desde el ingreso de bachillerato hasta el curso preuniversitario. Y una única universidad. Hoy hay en Barcelona una decena de uni- versidades, contando públicas y privadas. Hasta aquí un dato que muestra los cambios meramente cuantitativos en el sis- tema de enseñanza universitario. No hace falta ser partidario del materialismo dialéctico para asumir que esta transforma- ción cuantitativa debe de haber tenido algún tipo de repercu- sión cualitativa. Quizás quien mejor refleja el asunto sea Esther J. Tiene 27 años y estudia Filosofía en la UB, después de haber cursado Psicología. “La universidad parece hoy la segunda parte de un instituto”. La idea reaparece en diversas conversaciones. Francesc Pascual y Joaquim Roglan, profeso- res de Periodismo en la Ramon Llull, comentan que han apre- ciado una especie de prolongación de la adolescencia en los alumnos, que asisten a clases como por obligación. En las aulas, a veces, hay que pedir silencio, cosa que antes sólo pasaba en los centros de primaria y secundaria. Helena A., profesora de inglés en una universidad privada, señala un posible motivo: “Hace unos años, para buena parte de la población, llegar a la universidad era un acto de volun- tad. Había gente que para entrar en la universidad tenía que romper con su destino inicial. Hoy, en muchos casos, llega- mos a la universidad sin habernos planteado siquiera si lo deseábamos”. El resultado es la inercia. Se entra en la univer- sidad como antes en el instituto, obligado y a desgana. Y el profesorado no siempre ayuda a romper el ritmo. ¿Arrastran los alumnos a los profesores o son éstos los que dirigen el carro hacia la abulia? Màrius G., de 23 años, en cuarto de Sociología de la Universidad Autónoma, afirma con rotundidad: “Sólo he tenido cinco profesores buenos en estos años”. No es una cifra despreciable. Da más de uno por curso, aunque habría que matizar, porque él mismo señala que la calidad de la docencia ha mejorado a medida que avanzaba en la carrera. Una opinión muy similar a la que manifiesta Ariadna S., de 22 años, en cuarto de Humanidades de la Pompeu Fabra: “En los últimos cursos la enseñanza es mejor que en los primeros. Incluso el mismo profesor se esfuerza más y, sobre todo, tiene con los alumnos un trato más de igual. En primer curso, algunos te tratan a baquetazos”. No es la única persona que se expresa así. Una doctoranda en Física de la UB recuerda que cuando era estudiante de segundo un profesor al que fue a hacer una consulta le espetó: “Tú, en vez de Física deberías dedicarte al macramé”. Un cate- drático de Humanidades no se abstiene de asegurar en clase que no sabe qué hace allí, donde no hay quien pueda entender- le. En ningún momento se ha cuestionado si el problema es de los alumnos o más bien se trata de la propia incapacidad. Esther J. señala: “En general no se fomenta el pensamiento crítico. Rige el principio de autoridad. No se enseña a leer”. No todos los estudiantes consultados tienen la misma creencia. Por ejemplo, Carmen C. Su opinión tiene un interés añadido. De 49 años, empezó Filología cuando tenía dieciocho. Llegó hasta cuarto y abandonó. Ahora se ha reenganchado y, debido a los cambios en los planes de estudios, ha tenido que cursar materias de los primeros cursos. “A finales de los setenta la universidad estaba llena de profesores ilustres: José María Valverde, Sebastià Serrano, Jordi Llovet y muchos otros. Estaba bien, pero en las clases éramos doscientos. Y algunos de los profesores se pasaban media vida en congresos. Ahora no hay tantos profesores famosos, pero los que hay sudan la camiseta y, en parte, son más asequibles. Para los alumnos esto es mucho mejor. Antes, preguntar era una osadía, ahora la gente pregunta incluso tonterías. Tanto que a veces la uni- versidad parece una prolongación del bachillerato”. La mayor asistencia de los profesores a clase coincide, en el mismo proceso de secundarización de la universidad, con Texto Francesc Arroyo Periodista Los estudiantes están incómodos en la universidad. No valoran a la mayoría de los profesores, pero aprecian lo que aprenden. Defienden la universidad pública, no la consideran cara y no rechazan los programas Erasmus, pero dudan de su utilidad para el aprendizaje. Recorrido por las opiniones estudiantiles 70, El clima en las aulas más novillos por parte de los alumnos. “Los profesores: asis- ten. Pocos fallan sin causa justificada, en términos generales, señala Esther J., y en un sentido similar se expresan Andrés C., de diecinueve años, estudiante de primero de Farmacia en la Universitat de Barcelona, y Berta T., de veinte años, que estu- dia segundo de Medicina en la Autònoma. Pero los alumnos tienen otras preferencias. Esther J. acude a clase por la tarde y empieza por destacar que “el perfil del alumnado es diferente”, por las mañanas “la gente es más joven”. Por las tardes, la media de edad ronda los treinta y, qui- zás por eso los estudiantes faltan menos. Andrés C. cuenta lo que ocurre en Farmacia: “Los profesores asisten y no tengo quejas de su calidad; los alumnos, muy poco. Casi nunca hay más del 20%. Es una carrera más de concepto, muy de empo- llar, y se puede hacer con apuntes”. Esto provoca que haya poco intercambio con otros alumnos: “Vas a clase, te explican lo que sea y te vas”. Hay excepciones. Berta T. apunta: “Los pro- fesores no faltan habitualmente; los alumnos, depende de la asignatura”. Y Queralt C., de 23 años y estudiante de segundo ciclo de Periodismo en la UPF, lamenta que en esa facultad la asistencia sea “obligatoria. Nos tratan como a críos. A las dos faltas no te dejan examinar”. En su opinión, los profesores deberían ganarse al público con otros métodos. Por ejemplo, interesando a los alumnos. Màrius G. también va a clase por la tarde. “Hay, en general, menos alumnos, aunque por la maña- na tampoco están las clases abarrotadas. La gente va poco a clase”. Y añade, en relación con los futuros planes de estudio: “En la medida en que Bolonia haga obligatoria la asistencia, se producirá una exclusión social, quedará fuera de la universi- dad quien no pueda asistir porque tenga que trabajar”. “En Filosofía”, cuenta Esther J., “la calidad del profesorado no es uniforme. Algunos son muy mayores”, expresión que no significa precisamente “buenos”, sino más bien caducos. Además, “los planes de las materias no están unificados, lo que da como resultado una falta de continuidad a lo largo de formación”. Y sigue explicando: “Hay autores que se ven todos los años repetidamente, por ejemplo, Kant. Otros, no los he visto en toda la carrera”. Es el caso, señala, de Karl Marx. En general cree que la enseñanza es “muy conservado- ra. La idea es que el estudiante se configure el currículo, pero todo es tan dispar que acaba siendo caótico. Las materias troncales carecen de coherencia. A veces hay inconsistencias entre el primer y el segundo semestre. Un ejemplo: hay Ética 1 y Ética 2; cada una la imparte un docente diferente y no hay entre ellos una línea unitaria”. Y, a pesar de todo, el interés no decae. Hay casi unanimi- dad en afirmar que los estudios les merecen la pena, aunque las motivaciones de cada uno de ellos sean muy diversas. Màrius G. asegura que su interés ha ido creciendo con el paso del tiempo y al profundizar en el aprendizaje. Andrés C. (Farmacia) no se recata al expresar el entusiasmo: “Me encan- ta. Estaba entre Medicina y Farmacia y creo que escogí bien. Aquí haces un poco de todo, química, anatomía, de todo”. Casi en el mismo tono se expresa la futura médico Berta T.: “Estoy más motivada que cuando empecé. Aún no sé qué especialidad quiero hacer, pero sé que me interesa lo que aprendo”. Queralt, que se prepara para ser periodista, es la más relativista. Su interés está directamente relacionado “con la asignatura y, a veces, con el profesor”. Esther J., probable- mente la voz más crítica, tampoco se arrepiente de acudir a clase. “Mi interés es máximo”, quizás porque desde el bachille- rato “quería estudiar Filosofía”. No lo hizo porque la familia la convenció de que eso no sirve para ganarse la vida y se fue a Psicología. “Ahora estoy encantada de estudiar Filosofía”, sos- tiene, y añade que cree que es algo “recomendable para todo el mundo, y más si se estudia de mayor”. Carmen C. también aprecia lo que recibe en las aulas: “Lo que aprendo me interesa mucho. Más ahora que hace veinti- cinco años, cuando empecé. Además, disfruto una barbaridad. Me enriquece mucho más que la primera vez, cuando, tal como lo veo ahora, tenía sobre todo mentalidad de examen. Ahora, la enseñanza me abre puertas a la vida”. Precisa que se refiere a la Literatura, pero también a asignaturas que antes no apreciaba, como Latín. “He disfrutado un montón este año”. La enseñanza actual abre también puertas al exterior con los programas Erasmus. Todos los estudiantes los conocen bien, aunque no siempre por haberse apuntado a uno de ellos. La opinión, sin embargo, no es especialmente favorable a este tipo de experiencia, al menos desde la perspectiva aca- démica. Màrius no ha hecho Erasmus, aunque no renuncia a ello. Andrés, aún en primero, tampoco, aunque tiene en su horizonte irse a Estados Unidos una vez haya terminado la carrera. Para él, los Erasmus son poco interesantes porque en su especialidad “hay pocos en inglés”. Carmen C. no hizo Erasmus en su primera etapa y no cree que lo vaya a hacer ahora. Pero tiene amigos cuyos hijos sí han viajado con este programa al extranjero. De ahí ha sacado la opinión: “Pagan una puñeta. El que de verdad concede la beca es el padre”. Esther J. tampoco tiene experiencia directa. Queralt sí hizo un Erasmus. Así lo resume: “Good!, fantastic!”. Y de inmediato añade: “Pero no se hace nada, no aprendes demasiado. Eso sí, es una gran fiesta”. Casi de forma unánime, los estudiantes consultados (todos ellos matriculados en universidades públicas) son par- tidarios de la enseñanza pública. Hay casos en los que el asunto es cuestión de principios: “Soy partidaria de la univer- sidad pública por militancia”, dice Carmen, y razona: “Las inversiones deben ir exclusivamente a servicios públicos. Es el único modo de prosperar”. Esther también se manifiesta partidaria de la universidad pública, pero añade la cautela que le despierta el proceso de unificación de planes de Bolonia. “No sé si quedará claro el límite”, apunta. Andrés tiene menos dudas, pero por otro motivo: “En mi carrera, sólo tengo la opción del sector público y, además, no conozco las universidades privadas”. Berta también es militante: “Prefiero la enseñanza pública. Absolutamente. No me parece bien que haya tantas universidades privadas. Es injusto para las perso- nas que no se pueden permitir el coste”. Màrius defiende la universidad pública, pero, matiza, “con calidad”. Queralt siempre ha estudiado en la Pompeu Fabra, que en su opinión “tiene funcionamiento de privada con coste público”. El asunto del coste despierta opiniones coincidentes: la universidad no es cara. A lo sumo, Esther, que cursa una segunda carrera, reclama que no se penalice esta opción: “El recargo del 40% por segunda carrera está fuera de lugar. Se penaliza seguir estudiando”. Andrés incluso se excusa por no opinar al respecto, pero es hijo de profesores universitarios y el precio de la matrícula es casi simbólico. Ninguno de los consultados cree que en las universidades haya algo que pueda ser llamado con propiedad “vida univer- sitaria”. Los movimientos sociales parecen expulsados de la universidad y las preocupaciones apenas se refieren al hori- zonte que dibuja Bolonia. “Soy muy crítica al respecto”, dice Esther. “Tengo la impresión de que va a consagrar definitiva- mente la universidad como continuación de la enseñanza pri- maria y secundaria, que se va a convertir en un centro de pro- ducción de profesionales con criterios economicistas”. Berta se considera “conejillo de Indias”. Andrés tampoco vibra al hablar de la vida en las aulas: “Sí hay”, explica, “pero no mucha. Se hace muy poca durante el curso, y cuando llegan los exámenes, ves más gente”. La opinión más contrastada, por haber vivido dos épocas tan diferentes como los últimos años setenta y ahora, es la de Carmen: “La universidad de hoy está muchos menos politizada. En el último año no he ido a una sola asamblea. Cuando empecé por primera vez había veinticinco asambleas cada curso. Y carteles. A principios de los años ochenta eran todos de reclamaciones políticas, ahora son anuncios de pisos o habitaciones o para compartir viajes. Antes había un espíritu más reivindicativo. Igual hay movi- miento estudiantil, pero no se nota”. Y eso que Carmen, que estudia en la UB, no ha leído un cartel colgado en la secretaría de una facultad de la Universidad Pompeu Fabra. Está dirigido a los alumnos, supuestos clientes, y dice así: “Tenga la bondad de dirigirse a mí con suavidad, sin alzar el tono de voz y sin contrariarme en modo alguno. A las personas de mi edad los gritos y discu- siones les provocan bruscas subidas de tensión, hiperacidez gástrica, trastornos cardiovasculares… y entonces, llego a ponerme muy desagradable”. Toda una declaración de volun- tad de servicio colgada en una universidad pública. Y debe de haber quien lo considere una gracia. Sobre estas líneas, estudiantes en el patio del Campus Ciutadella de la UPF. A la izquierda y en la página anterior, clase de segundo curso de la licenciatura de Economía, Administración y Dirección de Empresas en el mismo centro. En la primera página, estudiantes en el Campus Diagonal. M La ofensiva neoliberal La universidad, ante su crisis Cuaderno central, 73 El término “universidad” designa desde hace más de nove- cientos años instituciones muy diversas que varían según los lugares y las épocas. En consecuencia no hay que caer en la trampa de hacer afirmaciones con validez pretendidamente universal. En el caso que nos ocupa, el papel de la universidad pública no es el mismo en una dictadura totalitaria que en una democracia y las universidades privadas son muy diver- sas: ninguna de las españolas es comparable, ni se lo propone, con la de Harvard ni, por poner otro ejemplo, con la Universidad Centroamericana de El Salvador, donde trabajaba y fue asesinado Ignacio Ellacuría. En este artículo nos referimos a las universidades públicas y privadas del sistema universitario español actual. En lo que respecta a las privadas, sólo a las instituciones, incluidas las de la Iglesia Católica, reconocidas como universidades según lo que establecen las leyes y no a las denominadas, contraria- mente a lo que prevén dichas leyes, universidades de empresa o corporativas (por lo visto, la universidad goza de prestigio suficiente como para que las empresas con esos departamen- tos de formación que llaman universidades usurpen la deno- minación). En el análisis no consideramos los centros jurídi- camente privados adscritos a universidades públicas, que han perdido importancia relativa al irse integrando en universida- des públicas o privadas. La situación en España Robert Hutchins1 escribió que la universalidad del voto exigía la universalidad de la educación. El final de la II Guerra Mundial, con la derrota del nazifascismo, señaló el inicio de un largo período de expansión de la enseñanza universitaria, en los Estados Unidos y en Europa, tanto en repuesta a las aspiraciones de sectores cada vez más amplios de la ciudada- nía, como porque la evolución económica, social, científica y técnica requería niveles de cualificación crecientes. En Europa, la expansión del sistema universitario tuvo lugar esencialmente en el sector público. Tras la Guerra Civil, España permanece al margen de este proceso durante un cier- to período, a causa de la extrema postración en que quedó sumido el país por las consecuencias políticas, económicas, demográficas y morales de la guerra, entre las cuales figuran el aislamiento internacional, la autarquía y la descapitaliza- ción intelectual de la universidad, resultado del exilio y de las depuraciones. Fracasada la autarquía, en la transición de los años cincuenta a los sesenta del siglo pasado se inicia, al principio tímidamente, el aumento del número de estudian- tes, que se acelerará y se mantendrá hasta finales de siglo, acompañado y favorecido, ya en los años ochenta y primeros noventa, por la expansión territorial del sistema, que implica un gran aumento del número de universidades2. Bajo el franquismo, la universidad es predominantemente y casi exclusivamente pública. Esto corresponde a una conti- nuidad, en este aspecto, de la tradición universitaria española, y es coherente con la voluntad totalitaria del régimen, plasma- da en la ley “Sobre ordenación de la Universidad española”3, que define la universidad como una corporación de maestros y escolares a la cual el estado encomienda “la misión de dar la enseñanza en el grado superior y de educar y formar a la juventud para la vida humana, el cultivo de la ciencia y el ejer- cicio de la profesión al servicio de los fines espirituales y del engrandecimiento de España”, los cuales “inspirándose en el sentido católico, consubstancial a la tradición universitaria española, acomodará sus enseñanzas a las del dogma y de la moral católica y a las normas del Derecho canónico vigente” y “en armonía con los ideales del Estado nacionalsindicalista, ajustará sus enseñanzas y sus tareas educativas a los puntos programáticos del Movimiento.” Todo lo que apoyara al régimen, que era todo lo que el régimen toleraba, quedaba dentro de la universidad pública española, y fuera no quedaba espacio para prácticamente nada más. Sólo la Iglesia Católica, como contrapartida por su decisivo apoyo al franquismo, mantenía parcelas autónomas, lo que, en el caso de la universidad, dio lugar a un pequeño sector privado formado por universidades y centros de forma- ción superior de la Iglesia. Texto Albert Corominas Profesor de Organización Industrial Vera Sacristán Profesora de Matemática Aplicada. Universitat Politècnica de Catalunya Las posibilidades de que la universidad privada desplace a la pública son escasas en España. Tampoco es verosímil un proceso de privatización. El auténtico peligro para la universidad pública es que sea mercantilizada y sometida a intereses privados. Cara a cara entre el sistema público y el privado 74, La ofensiva neoliberal La situación, por lo que respecta a las relaciones entre siste- ma público y privado, se mantiene en lo esencial hasta la apro- bación, en 1983, de la Ley de Reforma Universitaria (LRU)4, que establece el derecho a la creación de universidades privadas. Se inicia así un proceso en el que la privada, religiosa o no, intenta ganar terreno a la pública, ya sea con la creación de nuevas universidades o con la adscripción de centros privados a universidades públicas. Sin embargo, y aunque en años de exceso de demanda actúe como válvula de escape, en general no puede competir en calidad ni en precio ni, a causa de la dis- tribución territorial de la pública, en accesibilidad. Actualmente, las universidades privadas están presentes en 8 de las 17 comunidades autónomas, y representan el 32,39% de las universidades presenciales. Sin embargo, sólo estudia en ellas el 9,99% del estudiantado de primero y segundo ciclo, y ello da lugar al 11,71% del total de personas tituladas. Los datos relativos al tercer ciclo son, respectivamente, el 4,89 y el 3,89 %5. Para ponerse a la altura de la universidad pública se requie- ren inversiones muy fuertes, que sólo se pueden rentabilizar con precios muy altos, disuasorios para la gran mayoría de la población. Las universidades privadas españolas, que son muy diversas en dimensión y calidad, intentan competir sobre una base distinta que podríamos llamar de diferenciación del pro- ducto. Por un lado, en algunos casos, por medio de una oferta de formación basada en una ideología y valores particulares6. Por otro, con una supervisión más directa de la actividad de cada estudiante, con una oferta de posibilidades de colocación en empresas que apoyan a la universidad o que forman parte de su mismo entramado empresarial, y con la creación de una red de relaciones de apoyo o incluso de poder. La reciente reforma universitaria (LOMLOU)7, al sustituir el catálogo de títulos oficiales por un registro, ha abierto la puerta a otra posi- bilidad diferenciadora: la oferta de títulos peculiares, como los grados en diseño de interiores, en ciencias de la danza o en sis- temas web, sólo por citar ejemplos de los que han propuesto como títulos oficiales algunas universidades privadas, entre las cuales, ciertamente, no se cuentan las de mayor calidad. En cuanto a los costes, la medida más fácil para reducirlos es que el profesorado imparta un número elevado de horas de clase en detrimento de la investigación. El profesorado de las universidades privadas representa un 8,73% del conjunto del profesorado universitario. El 57% de este personal trabaja en la universidad a tiempo parcial, mientras que en la universidad pública el porcentaje es del 28%. Descontando el profesorado con dedicación parcial, el 33% de las plazas de profesorado de la privada requieren disponer del doctorado (68% en la pública). La universidad pública cuenta, además, con 4.908 personas que se dedican exclusivamente a la investigación (el personal investigador es inexistente en las universidades privadas). Pero sin buena investigación la universidad no puede rea- lizar buena docencia. De hecho, con la muy notable excepción de la Universidad de Navarra, la producción científica de las universidades privadas es muy escasa, y en ciertos casos, imperceptible; el último análisis de las publicaciones científi- cas de las universidades españolas, de acuerdo con los docu- mentos citados en la base de datos ISI del año 2005, indica que las universidades privadas aportan el 2,71% de la investi- gación universitaria. Más de la mitad de esta actividad corres- ponde a la Universidad de Navarra; el resto de universidades privadas, juntas, representan el 0,99% del total de la investiga- ción universitaria. De hecho, 15 de las 23 universidades priva- das no alcanzan a acumular en 10 años el número de publica- ciones científicas que la universidad pública más pequeña aporta en un solo año8. Junto con los elementos mencionados, algunas universida- des privadas, con el apoyo de algunos medios de comunica- ción, mantienen una campaña persistente de denigración de la pública, contraponiendo el burocratismo y la rigidez que acha- can a ésta, con la flexibilidad, la imaginación y la iniciativa que se atribuyen. Otras, más seguras de sí mismas, proclaman la irrelevancia de la distinción pública/privada, para concluir que los fondos públicos deberían financiar a unas y a otras. Esta aspiración a obtener fondos públicos es muy general en las universidades privadas, vía cheque escolar, becas o concierto. Por descontado, la distinción pública/ privada no es irrele- vante, sino todo lo contrario. Pública y privada, como ocurre en el caso de la sanidad, difieren en el precio, en los procedimien- tos de selección del personal, en los equipamientos y, como se ha visto, en el servicio que ofrecen. Y en quién manda que, en definitiva, con un peso mayor o menor de la comunidad uni- versitaria, es la persona o entidad propietaria: la administra- ción, que en el caso de las universidades públicas debe garanti- zar su pluralidad, o los intereses privados que, lógicamente, pretenden que prevalezca su ideología particular. Lluís Barbé9 recordaba unas palabras de John Stuart Mill10 en las cuales las Iglesias citadas pueden sustituirse por cual- quier grupo análogo: “Las diversas Iglesias, establecidas o no, son muy competentes en la tarea que les es peculiar, la de enseñar las propias doctrinas a su generación tanto como puedan. La tarea apropiada para una universidad es diferente; no consiste en explicarnos desde una posición de autoridad lo que debemos creer, y hacernos aceptar la fe como un deber, sino en darnos información y enseñanza, y ayudarnos a con- formar nuestras creencias de una manera digna de los seres inteligentes que buscan la verdad en toda las eventualidades y demandan conocer todas las dificultades, para estar mejor cualificados para hallar, o reconocer, el modo más satisfacto- rio de resolverlas”. Por tanto, la pretensión de identificar universidad libre con universidad privada no es sólo insostenible, sino contradicto- ria. La única universidad que puede ser libre es la pública, a condición, claro está, de que haya democracia política. “ La pretensión de identificar universidad libre con universidad privada no solo es insostenible, sino también contradictoria”. Cuaderno central, 75 El hecho es que la universidad pública sigue siendo la hegemónica en el sistema español, y todo indica que lo segui- rá siendo, a menos que ella misma resulte incapaz de corregir sus defectos y seguir evolucionando. Por supuesto, habrá uni- versidades privadas, al menos para estudiantes con determi- nados requerimientos, o para cubrir desajustes entre deman- da y capacidad de la pública. Y también porque en algunos centros privados se concentra una labor que la pública no puede ni debe asumir, entre otras cosas porque no se trata de una función propiamente universitaria, pero sobre la cual debería reflexionar: la configuración y el refuerzo de redes de relaciones de poder. Mercancía o servicio público Entonces, ¿acaso queda la universidad al margen de las actua- les corrientes neoliberales privatizadoras? Al contrario, desde hace tiempo está en juego la disyuntiva de la universidad como mercancía o como servicio público. Ya hemos visto que en España las posibilidades de que la universidad privada desplace significativamente a la pública son muy escasas. Tampoco es verosímil, por falta de rentabili- dad, un proceso de privatización de la universidad pública como el que sufrieron, por ejemplo, las compañías aéreas o las de comunicaciones. El peligro para la universidad pública no es ser privatizada sino mercantilizada y sometida a intereses privados. El artículo 11 de la LRU (sustituido por el 83 de la LOU11), que establece la posibilidad legal de que el profesorado de la uni- versidad pública firme convenios con entidades públicas o pri- vadas para hacer trabajos científicos, técnicos o artísticos, ha tenido los efectos positivos de facilitar el conocimiento y el contacto de la universidad con el entorno, y de permitir a los grupos de investigación la obtención de financiación adicio- nal, pero esta actividad, con demasiada frecuencia, no tiene características significativamente distintas de la que llevan a cabo despachos profesionales o empresas de ingeniería y con- sultoría, es decir, no tiene nada de específicamente universita- rio. Hace veinticinco años que entró en vigor el artículo 11, y en el seno de la universidad la gran mayoría considera natural esta norma; pero no lo es, como se ha puesto de manifiesto por las protestas que ha suscitado este curso, en Francia, la pro- puesta de implantar un sistema similar. El hecho es que estas actividades tienen interés para la entidad que las paga, sobre todo si lo hace a bajo precio, pero algunas lo tienen escaso para la universidad, a la vez que condicionan la actividad de investi- gación de una parte del profesorado. Una regulación más estricta podría evitar estos inconvenientes, pero las cosas más bien parecen evolucionar en el sentido opuesto. Más recientemente, desde personas y entidades diversas se difunden opiniones y propuestas que convergen en el objetivo de mercantilizar la universidad pública y reducir los fondos públicos para financiarla12. Se trata de enfatizar la transferen- cia de conocimiento y de tecnología al tejido empresarial, y de hacer pasar a segundo término la investigación básica y la docencia, tal como se apunta con la atribución de las universi- dades al nuevo Ministerio de Ciencia e Innovación y las carac- terísticas de algunos nombramientos de la plana mayor de este organismo13. Se trata, asimismo, de reducir el sistema uni- versitario público por la vía de propagar que sobran estudian- tes y por la de propugnar que los precios de matrícula se sextu- pliquen y se implante un sistema de créditos –no de becas– para que nadie con talento se quede sin la oportunidad de ir a la universidad. De esta manera, entre las personas disuadidas al convencerse de que no les resultará rentable estudiar en la universidad y las que renunciarán a hacerlo por razones econó- micas, se conseguiría encoger el sistema y, aún más, su finan- ciación pública, puesto que una parte importante de los fon- dos la aportaría el estudiantado con sus matrículas. Asimismo, los títulos, el contenido de los programas y los métodos peda- gógicos se deben orientar a satisfacer las necesidades inmedia- tas del mercado laboral. Por último, todo se completa con una propuesta de cambio del sistema de gobierno, que debería recaer sobre un órgano ejecutivo, con hegemonía empresarial en su composición y sus métodos. Estas propuestas han suscitado la respuesta de personalida- des y colectivos de la universidad pública española14. En un futuro próximo se dirimirá las orientaciones que prevalecerán. La universidad pública es vulnerable porque arrastra muchos vicios y defectos de un pasado más o menos lejano, pero podrá mantener su carácter a condición de que ella misma los analice, actúe para corregirlos y sea consciente de lo que está en juego y del marco en que se sitúa: la ofensiva neoliberal por la mercan- tilización y la destrucción del conjunto de conquistas económi- cas y sociales que suele llamarse estado del bienestar. Notas 1 Robert M. Hutchins, The University of Utopia. The University of Chicago Press, Chicago, 1953 (La Universidad de utopía, Eudeba, Buenos Aires, 1959). 2 Acerca de la evolución de la universidad española: Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, Educación superior y futuro de España, Fundación Santillana, 2001. Víctor Pérez-Díaz, “Carácter y evolución de la universidad española”, Claves de razón práctica, nº 136, octubre 2003, pp. 22-29; Albert Corominas, Josep Ferrer, Guillermo Lusa, “Acerca de la universidad española, ahora”, Mientras tanto, 68-69, 1997, pp. 105-122. 3 De 29/07/1943 (B.O.E. 31/07/1943). 4 Ley Orgánica 11/1983, de 25 de agosto, de Reforma Universitaria (B.O.E. 01/09/1983). 5 Los datos corresponden a los cursos 2006-07 y 2005-06, y provienen de los últimos informes del Consejo de Coordinación Universitaria, accesibles en http://www.micinn.es/univ/ccuniv/. 6 Por ejemplo, la Universidad Católica Santa Teresa de Jesús, en Ávila, “goza de una identidad propia que inspira toda su actividad. Sus principales puntos son los siguientes: Esta Universidad nace con el propósito de secundar la misión de la Iglesia en la evangelización de la cultura y se identifica plenamente con los objetivos y medios señalados por la Constitución Ex corde Ecclesiæ y por el Decreto general de la Conferencia Episcopal para su aplicación en España.” 7 Ley Orgánica 4/2007, de 12 de abril, por la que se modifica la Ley Orgánica 6/2001, de 21 de diciembre, de Universidades (B.O.E. 14/04/2007). 8 Datos de un estudio de Universia, consultables en http://investigacion.univer- sia.es/isi/isi.html. 9 Lluís Barbé, “Parlem de la universitat. Sobre el què, de què, en què i per què”, Revista de Catalunya, 1992, 62, pp. 23-38. 10 “Inaugural Address at St Andrews” - Rectorial Inaugural Address at the University of St. Andrews, concerning the value of culture, 1867. 11 Ley Orgánica 6/2001, de 21 de diciembre, de Universidades (B.O.E. 24/12/2001). 12 Véanse al respecto, por ejemplo: Albert Corominas, Vera Sacristán, “¿Una cam- paña pro mercantilización de la universidad pública?”, Sin Permiso, 30/03/2008, htp://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=1763; Albert Corominas, Vera Sacristán, “Una campaña pro mercantilización de la universi- dad pública: ¿por qué y para qué?”, Sin Permiso, 13/04/2008, http://www.sin- permiso.info/textos/index.php?id=1 13 Albert Corominas, Vera Sacristán, “Zapatero encomienda la ciencia y las uni- versidades a una representante de las privadas y de la patronal”, Sin Permiso, 20/04/2008, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=1804. 14 Véanse, al respecto, por ejemplo: Carmen Ruiz-Rivas (ex directora general de Universidades), “Lo multidisciplinar”, El País, 07/04/2008; Carlos Berzosa (rec- tor de la Universidad Complutense de Madrid), “Sí a Bolonia, pero no así”, El País, 09/06/2008; José Maria Barja (rector de la Universidade da Coruña), “Sombras sobre Bolonia”, La Voz de Galicia, 20/06/2008; y también el mani- fiesto promovido por profesorado de todas las universidades públicas catala- nas “Per una universitat pública al servei de tota la societat”, http://reposito- ri.wordpress.com/. M Ciencia y mercado La universidad, ante su crisis Cuaderno central, 77 Como en tantas cosas de la vida y de la discusión política actual, también en materia de política universitaria se observa un regreso a posiciones que, no hace tanto, se creían superadas para siempre después del final de la Segunda Guerra Mundial y de la victoria política y militar de las fuerzas de la democracia sobre las fuerzas de la reacción, el oscurantismo y el fascismo. El 2 de agosto de 1932, en plena discusión parlamentaria sobre la concesión de autonomía a la Universitat de Barcelona, José María Gil Robles, el conspirador monárquico y líder de la extrema derecha católica en las Cortes republicanas, se expresaba así sobre su ideal de “autonomía universitaria”: “Pediría la autonomía no para la Universidad de Barcelona, que me parecería muy poco, sino para todas las Universidades españolas; una libertad de movimientos, una autonomía docente, pedagógica, administrativa, que no solamente sirviera para que se desplegaran ampliamente las actividades universitarias, sino para que la sociedad, y aquí está, señores, lo interesante, le prestara a la Universidad el calor, el apoyo y la asistencia que hoy le niega, porque no llega a las entrañas ni al corazón del pueblo. A esto es a lo que aspiramos nosotros para la Universidad: la creación de Universidades que puedan competir con las del Estado; yo defiendo este principio, a pesar de que soy catedrático uni- versitario y perteneciente a un escalafón del Estado.”1 Para Gil Robles, pues, una genuina autonomía universita- ria pasaba por poner la enseñanza superior al servicio de los intereses –y los negocios– privados de la “sociedad” (la ton- tita retórica actual de la “sociedad civil” aún no estaba en boga). “Autonomía” significaba, pues, para Gil Robles, inde- pendencia respecto del interés público tutelado u organiza- do por el Estado republicano, y al revés, sumisión de la vida universitaria al juego de intereses particulares, desigualmen- te organizados, de la “sociedad”. Y también, claro está, la recuperación por parte de la Iglesia católica de las competen- cias que le habían sido arrebatadas por el Estado republica- no; asalto en toda regla a la promesa de laicidad universalis- ta de la Segunda República española. Unos meses después del discurso parlamentario de Gil Robles, y en la Alemania inmediatamente posterior a la investidura de Hitler como canciller, Martin Heidegger pro- nunciaba un celebérrimo discurso, “La autoafirmación de la Universidad alemana” (27 de mayo de 1933), dando alas inte- lectuales al ataque nacionalsocialista a la autonomía de la universidad alemana. En efecto, en su toma de posesión como rector de la Universidad de Friburgo, el filósofo Heidegger se empleó a fondo para desacreditar la vieja y veneranda idea de la autonomía universitaria. El núcleo pretendidamente filosófico del ataque a la auto- nomía universitaria era la crítica a la idea de que la ciencia, la investigación científica básica, tiene el fin en sí misma. Nada nuevo en él: antes de su paso al nazismo políticamen- te activo –y también después de su “desnazificación” por los tribunales militares aliados– ya había dejado claro Heidegger que no le gustaba nada eso de que los científicos modernos pusieran el fin de la ciencia en la ciencia misma, colocando la búsqueda de conocimiento bajo la sola y para él frívola tutela del capricho de satisfacer la curiosidad. En una célebre oca- sión, el filósofo de la Selva Negra presentó a Galileo como el prototipo de ese extravío, como el verdadero iniciador de la escisión moderna entre la ciencia especializada y el mundo de la vida o la existencia. Heidegger opuso a eso un auténtico saber, que era auténtico para él, como es de sobra conocido, en la medida en que estaba –instrumentalmente– orientado a un fin: el fin de desvelar el sentido de la existencia del hom- bre. Un fin en apariencia tan noble como indeterminado. Lo nuevo de su discurso como rector era la concreta deter- minación que hizo en 1933 de aquel fin un tanto misterioso, al que la aspiración al saber debía servir instrumentalmente. Esa nueva determinación traía consigo la demolición de la “muy celebrada libertad académica”, en cuyo fundamento filosófico veía muy bien Heidegger que está la idea de que el conocimiento básico –no, claro está, el aplicado– se busca por sí mismo, es autotélico, por usar jerga aristotélica. En su discurso rectoral, Heidegger oponía a eso el ideal de una uni- Texto Antoni Domènech Catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política. Universitat de Barcelona La actual mercantilización de la universidad pública europea significa la destrucción de la motivación “pura” de la búsqueda organizada de conocimiento. Es el ataque a la autonomía universitaria más decidido y consecuente desde los años treinta. La autonomía universitaria, de vuelta a los años treinta versidad en que la ciencia, lejos de tener el fin en sí misma, se convirtiera en una “íntima necesidad de la existencia”, pasando así a constituirse “en el acaecer básico de nuestra existencia espiritual como pueblo”. Y eso ¿qué quería decir en román paladino? Quería decir que la universidad alemana, lejos de seguir siendo una torre de marfil que gozaba de una autonomía protegida por la “libertad académica” en la que, idealmente al menos, era posible buscar el conocimiento por sí mismo con indepen- dencia de cuáles fueran los resultados, debía tener tres vín- culos finalistas o instrumentales: 1. Un vínculo con la “comunidad del pueblo”. Este vínculo significaba para él que los estudiantes debían prestar un ser- vicio laboral que les obligara a trabajar con los no académicos. 2. Un segundo vínculo con “el honor y el destino de la Nación”. Ello significaba el servicio militar como parte de la exis- tencia del estudiante, que debía ser instruido militarmente. 3. El tercer vínculo era “con la tarea espiritual del pueblo alemán”. Heidegger afirmaba que era urgente formar a los estudiantes para que fueran capaces de prestar un tercer ser- vicio, el epistémico (Wissensdienst), para el bien del pueblo. Heidegger resumió sus propuestas diciendo que la uni- versidad alemana tenía que orientarse hacia el fin de formar a “los futuros caudillos y custodios de los destinos del pue- blo alemán” (zukunftige Führer und Hüter des Schicksals des deuts- chen Volkes). Las propuestas de Heidegger no tuvieron mucho éxito, afortunadamente, en su parte constructiva o afirmati- va. Pero, como todo el mundo sabe, sí en su parte destructi- va: el nazismo destruyó por completo la vida académica ale- mana –acaso la más fértil del siglo XX–, una aniquilación de la que nunca más se ha recobrado. En contra de lo que dice una tradición filosóficamente ignara –en buena parte inaugurada por Heidegger–, la ciencia básica es siempre de una utilidad práctica incierta: la teoría científica más famosa del siglo XX, la teoría general de la rela- tividad, no sirve absolutamente para nada: ninguna tecnolo- gía operativa se funda en ella; no ha tenido el menor uso industrial o tecnológico hasta muy recientemente, en que, inopinadamente, ha “servido” para fundar la tecnología de la localización GPS. Ese es el motivo principal de que la investi- gación científica básica, que, con el gran arte plástico, con la gran música o con la gran literatura comparte al menos el rasgo de su perfecta inutilidad ex ante, no se haya financiado nunca a través del mercado y de la inversión privada que per- sigue el beneficio: se ha financiado o a través de la universi- dad pública (como en la mejor tradición europea) o a través del mecenazgo privado más o menos altruista (como en las grandes universidades privadas norteamericanas). La razón filosófica de que la investigación básica no pueda sujetarse a un cálculo instrumental coste/beneficio es sencilla de entender. La investigación básica persigue un bien –la remoción de las restricciones informativas estructurales a que está sometida la acción humana– al que, precisamente, no puede aplicarse ningún cálculo coste/beneficio. Pues, por defi- nición, no puedo estimar el valor –en términos de utilidad, o de dinero, o de lo que sea– de la información X mientras no la poseo; los costes de la actividad encaminada a conseguir la información X, pues, son costes que, aun si calculables a priori, Biblioteca de reserva de la Universitat de Barcelona, en el edificio histórico de la plaza Universitat. En la primera página, el Centre de Realitat Virtual de la UPC, instalado en el Parc Tecnològic de Barcelona. Cuaderno central, 79 no pueden contrastarse nunca a priori con el posible beneficio dimanante de poseer esa información. La cultura filosófica ha reconocido perfectamente ese problema desde, al menos, la rotunda afirmación de Aristóteles, según la cual el único motivo de la búsqueda de conocimiento nuevo es la necesi- dad, característicamente humana, de satisfacer la curiosidad, razón por la cual la investigación básica no puede sino proce- der, en lo fundamental, en el aspecto motivacional, gratis et amore. La autonomía universitaria presupone el reconocimien- to institucional de esta verdad filosófica elemental. Es verdad que, ex post (aunque no siempre, ni siquiera fre- cuentemente), los resultados de teorías científicas básicas permiten fundar tecnologías poderosas. Es más, sólo en los resultados de una buena investigación básica perseguida por sí misma pueden fundarse tecnologías de gran capacidad instrumental. Ortega, que conocía muy bien el ambiente irracionalista-instrumentalista alemán del que salieron luego construcciones filosóficas como la de Heidegger, dejó estupendamente descrita esa peculiar relación entre ciencia básica y ciencia aplicada o técnica: “La técnica es consubstancialmente ciencia, y la ciencia no existe si no se interesa en su pureza y por ella misma, y no puede interesar si las gentes no continúan entusiasmadas con los principios generales de la cultura. Si se embota ese fer- vor –como parece ocurrir–, la técnica sólo puede pervivir un rato, el que dure la inercia del impulso cultural que la creó”.2 La actual mercantilización en curso de la universidad públi- ca europea significa la destrucción de la motivación “pura” de la investigación y de la búsqueda organizada de conocimiento; no puede entenderse sino como el intento de ponerlos al servi- cio de fines y valores instrumentales, y por lo mismo, como el ataque a la autonomía universitaria –propiamente entendida– más decidido y consecuente registrado desde los años treinta. Como el que se registró en los años treinta, el actual proceso de instrumentalización finalista de la investigación básica y la educación superior se basa en la ilusoria creencia de que aque- lla “inercia” de que habló Ortega puede durar para siempre.3 Se dirá que la universidad actual, mucho más democrati- zada y abierta a las clases populares que las universidades elitistas de honoratiores –desnudamente clasistas– anteriores a la Segunda Guerra Mundial, es muy distinta de la universi- dad alemana que Heidegger se proponía reestructurar. Y se dirá, con no menos razón, que el de ahora es un intento de instrumentalizar la vida académica también muy distinto del de los nazis. Triste consuelo, si consuelo es, porque en el actual ataque a la libertad y a la autonomía académicas no sólo puede adivi- narse un inconfundible programa contrarreformador, es decir, desdemocratizador de la enseñanza superior, sino que pueden verse también inquietantes paralelos con el programa de “servicios” finalistas propuesto por el rector Heidegger. También a los estudiantes europeos de ahora, como a los alemanes de 1933, se les exige un “servicio laboral” en forma de contratos de trabajo precarios, cuando no puros merito- riajes ad honorem en las empresas, o la solicitud de créditos bancarios, a devolver luego con el sueldo de trabajos basura. También a los estudiantes europeos se les exige ahora, no ciertamente un vínculo finalista con el honor y el destino o con la “tarea espiritual” de la nación, pero sí un vínculo finalis- ta con la coyuntura de un mercado de trabajo desregulado. Grotescamente, en el slang de muchos gestores y burócratas académicos, ya se empieza a llamar a los estudiantes “clientes”. Y también ahora se quiere formar a “caudillos y custodios” del orden social establecido, sólo que esa tarea guardiana parece querer reservarse a las instituciones académicas priva- tizadas con ánimo de lucro (aquellas en las que el Gil Robles de 1932 fiaba su bastardo concepto de “autonomía universita- ria”), dejando tendencialmente para las públicas, cuando mucho, la mera función de instruir a unos “clientes” destina- dos de por vida a la subalternidad económica e intelectual. Notas 1 Gil Robles (“La enseñanza en el Estatuto de Autonomía”, Diario de Sesiones de las Cortes, 2 de agosto de 1932). Esta tesis del discurso de Gil Robles, tan actual, proseguía de forma no menos actual: “No es para nadie un secreto que esa Universidad bilingüe que hoy se va a conceder a Cataluña, o que la Universidad autónoma que, en otra hipótesis, pudiera constituirse, no serán más que un instrumento de catalanización, mejor podríamos decir de deses- pañolización, que acabaría con todo germen de cultura española dentro del ámbito a que alcanzara la actividad de la Universidad catalana”. 2 La rebelión de las masas, Planeta, Barcelona, 1981, pág. 102. La insatisfacción de Ortega con la visión instrumental de la ciencia que se había abierto paso en la cultura filosófica de habla alemana del primer tercio del siglo XX tiene un sor- prendente paralelo en la insatisfacción expresada por Bertrand Russell con la visión instrumental de la ciencia que ser había abierto paso en la cultura filo- sófica de habla inglesa del primer tercio del siglo XX: “En el desarrollo de la ciencia, el impulso-poder ha prevalecido cada vez más sobre el impulso-amor. El impulso-poder está representado por la industria y por la técnica guberna- mental. Está también representado por las conocidas filosofías del pragmatis- mo y el instrumentalismo. Cada una de estas filosofías sostiene que nuestras creencias sobre cualquier objeto son verdaderas siempre que nos hagan capa- ces de manipularlo con ventaja para nosotros”. (La perspectiva científica [1949], Barcelona, Ariel, 1969, pág. 214.). 3 El asalto a la autonomía universitaria que experimentamos en Europa ahora mismo tiene un paralelo en el sistema universitario norteamericano, que, como se dejó antes dicho, fundaba tradicionalmente esa autonomía, no en la organización público-estatal de la investigación, sino en su organización a tra- vés de la donación altruista. Un ejemplo bastará para iluminarlo. La Universidad de Harvard, la número uno del ranking mundial, se ha convertido en los últimos años en una empresa especuladora en los mercados financie- ros. Es la segunda institución privada más rica de los EE.UU., con un patrimo- nio de 37 mil millones de dólares (procedentes de donaciones que permiten a las grandes fortunas buenas desgravaciones fiscales). El año pasado gastó menos del 5% de su patrimonio en tareas propiamente académicas (que es lo que exige la ley norteamericana a las organizaciones sin ánimo de lucro). Y las remuneraciones de los ejecutivos de su fondo de administración de donacio- nes (¡que tiene una tasa de retorno de inversiones del 23%!) se acercaban en 2005 a los 80 millones de dólares. (Cfr. Geraldine Fabrikant, “Fund Chief at Harvard Will Depart”, The New York Times, 12 de septiembre de 2007.) M “ Se quiere reservar a las instituciones privadas la tarea de formar a los ‘caudillos y custodios’ del orden social establecido, y dejar a las públicas la mera instrucción de unos ‘clientes’ destinados a la subalternidad”. El reto científico La universidad, ante su crisis Cuaderno central, 81 En los últimos diez años, la orientación y organización de la universidad en Cataluña ha cambiado sustancialmente, y sigue cambiando. La descripción, apreciaciones y comenta- rios que siguen se refieren a la Universitat de Barcelona (UB), que conozco bien y que es una buena universidad tanto en investigación como en docencia, tal como reconocen reitera- damente los diversos estudios internacionales sobre calidad universitaria. Me referiré específicamente al ámbito de las ciencias experimentales, que forman parte de las llamadas ciencias duras, y que, creo, pueden reflejar mejor el, llamémos- le conflicto, que sugiere el título de este artículo. No puedo asegurar que las afirmaciones de este trabajo sean del todo aplicables al resto de las universidades públicas catalanas, pero en cualquier caso se trata de un ejemplo de peso y sufi- cientemente ilustrativo. En el ámbito de las ciencias experimentales, es la propia organización de la investigación la que ha modificado sus- tancialmente la vida de los departamentos universitarios. La creación de un parque científico, el Parc Científic de Barcelona, ha implicado que los grupos considerados pun- teros, sea por el campo de trabajo que cultivan, por las apor- taciones que realizan o bien por otras razones, hayan aban- donado físicamente su antigua ubicación y hoy dispongan de instalaciones nuevas y de facilidades de toda clase, aun- que nunca suficientes, para poder realizar mejor su labor. Entre las ventajas que la nueva situación conlleva cabe des- tacar la facilidad de relación científica entre los grupos reu- nidos de este modo, que, muy probablemente, vivían antes en la mutua ignorancia. La convivencia de científicos con diferente formación facilita la resolución de problemas complejos, los cuales requieren cada vez más la aportación de puntos de vista distintos y de instrumentos sofisticados diversos. Por otra parte, la presencia en el parque de algunas empresas específicamente interesadas en las líneas de investigación que se desarrollan allí, facilita las relaciones de interés y ayuda a poner en contacto a los investigadores con los problemas científicos y tecnológicos más directa- mente vinculados a la actividad económica. Debe aclararse aquí que estos beneficios para la investigación son eviden- tes y que la propia exigencia del entorno creado ayuda a los científicos, o debería ayudarles, a dar el paso necesario desde una investigación demasiado básica y académica, hasta otra también fundamental, pero con una orientación más aplicada. La nueva organización ha implicado hasta ahora una inversión importante destinada a los nuevos edi- ficios, equipamientos, infraestructuras y capital humano y, por lo tanto, una disminución de los recursos destinados a las facultades y departamentos universitarios. También ha comportado la natural conflictividad asociada a la selección de los grupos de investigación segregados. Fuera del paraguas del Parc Científic, los profesores uni- versitarios han acusado los cambios. Por lo que se refiere a la investigación, la percepción de la necesidad de reorientar su organización y eficiencia ha conducido a la creación de institutos de investigación que reúnen, bajo algún epígrafe suficientemente descriptivo, a grupos procedentes de diver- sos departamentos y facultades. El proceso de formación de estos institutos ha sido largo y ha implicado una clara defi- nición de objetivos, una organización interna supra departa- mental y una estricta selección de los grupos candidatos. La institución, la UB, impulsa y apoya a los institutos universi- tarios de investigación, pero hasta ahora no ha habido apor- taciones económicas o de capital humano significativas. Por ahora, pues, los institutos universitarios de investigación, todos muy jóvenes aún, han iniciado las actividades que les son propias sin recursos específicos pero en un marco pro- picio y estimulante que facilita las colaboraciones científi- cas entre grupos. No obstante, se necesita una firme y decidida política de apoyo para lograr que los institutos universitarios de inves- tigación logren su objetivo, la sinergia entre grupos de for- mación distinta que se enfrentan a un tema común de reco- nocido interés. Por el momento, sólo una parte del profeso- rado universitario se acoge a algún instituto de investiga- Texto Elisabeth Bosch Catedrática de Química Analítica. Universitat de Barcelona El profesorado está inquieto porque percibe una simplificación excesiva de la formación en el marco del proceso de Bolonia. Junto a ello, existe la impresión de que se pretende convertir los estudios de grado en una especie de formación profesional avanzada. Universidad docente / institutos de investigación 82, El reto científico ción y, por lo tanto, un significativo número de profesores se mantiene en la situación original, en gran parte, porque sus actividades de investigación no responden, o lo hacen de manera muy secundaria, a los temas centrales de los institu- tos de investigación creados hasta ahora. La actividad inves- tigadora de todos los profesores de nuestro entorno, tanto de los que se encuentran en el Parc Científic como de los que permanecen en los departamentos universitarios, formen o no parte de alguno de los institutos de nueva creación, se financia con fondos públicos a los que se accede de manera competitiva, y también con fondos privados, en su mayoría en forma de contratos con empresas, o, en ciertos casos, con alguna administración. Una de las palabras mágicas asociada a las tareas de investigación, la competitividad, actúa en el presente como un motor indiscutible de la actividad y orien- tación científica en los grupos más activos. Esta es sólo una descripción de cómo se organiza la inves- tigación experimental en la UB, pero cabe agregar aquí algu- nas apreciaciones muy generalizadas entre los profesores. La primera es que la distribución de los investigadores entre entidades de investigación específicas y departamentos uni- versitarios conlleva una jerarquización de campos de trabajo y de grupos que potencia a unos sobre otros en cuanto a consideración científica y recursos, y a menudo resulta incó- moda. Además, pese a que en muchos casos los profesores que trabajan en el Parc Científic mantienen su actividad docente en las aulas universitarias, esta tarea es percibida como secundaria por los departamentos, los cuales han de hacer frente a los aspectos más pesados de la organización docente, de las relaciones con la administración y de la aten- ción personalizada a los estudiantes. La segunda apreciación es la evidencia de que cualquier tipo de investigación en temas punteros requiere un entorno adecuado donde haya especialistas competentes en otros campos a los que recurrir con el objeto de solucionar proble- mas concretos, y sólo la universidad puede ofrecer este entor- no. Estos especialistas también necesitan mantenerse activos en la investigación en el campo al que pertenecen, que aun- que no sea tan puntero hoy -podría serlo mañana-, y con fre- cuencia no sienten que su labor sea suficientemente recono- cida. El tema es complicado, puesto que la exigencia social de excelencia, también una palabra mágica que está perdiendo significado a causa de su abuso, es incompatible con la igual- dad estricta de consideración y de recursos. Pero los recursos son imprescindibles para todos y la investigación científica que crece, y sólo está viva si crece, requiere una financiación que también debe crecer y, a menudo, de manera exponen- cial. Sólo con una política que atienda a estas consideracio- nes será posible la necesaria armonía competitiva. El segundo aspecto de la actividad universitaria, aunque igualmente importante, es la docencia. La transmisión, y sobre todo la creación de conocimiento, han sido las caracte- rísticas de la institución a partir de su fundación. Durante muchos años los objetivos de los profesores se centraron en la formación de los estudiantes para convertirlos en buenos conocedores del lenguaje y de los fundamentos de su disci- plina, de algunos aspectos prácticos que derivan de ella, y en definitiva, en personas capaces de seguir estudiando y apren- diendo según las exigencias de la vida profesional. Para con- seguirlo estaba claro que la docencia no podía en ningún caso desvincularse del proceso de generación de conocimiento, es decir, de la investigación. En este ámbito de formación de estudiantes, se plantean en el presente nuevos desafíos que suelen enmarcarse en el llamado proceso de Bolonia, que de hecho es una propuesta de armonización de las enseñanzas universitarias en el entorno de la Unión Europea. El proceso comporta cambios desde las licenciaturas clásicas que pre- tenden directamente la formación de profesionales con plena capacidad, hasta los títulos de grado, más modestos, que exi- gen a los estudiantes posteriores estudios de master para entrar cómodamente en el mercado laboral. Todo ello tiene dos clases de repercusiones diferentes en la vida de los departamentos universitarios. En primer lugar, hay que revisar a la baja los planes de estudios y los progra- mas vigentes para adaptarlos al grado y organizar los estu- dios de master con orientaciones diversas, una de las cuales debe conducir a la realización de la tesis de doctorado. A menudo estas actividades de adaptación resultan complica- das, pero forman parte del trabajo cotidiano de los profesores que afrontan el reto con profesionalidad y sentido crítico. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, la percepción de una sim- plificación excesiva de los contenidos y de la formación final que conseguirá un graduado son motivos de inquietud gene- ralizada. A esta inquietud se suma la orientación pedagógica que impulsan las autoridades académicas del momento, y que consiste en favorecer, e incluso hasta forzar, la aplicación de algunos procedimientos de enseñanza y evaluación de los conocimientos adquiridos más apropiados para la etapa de educación secundaria que para el trabajo en la universidad. Además, estas directrices metodológicas que, para ser aplica- das correctamente, requerirían nueva financiación y nuevo profesorado, no comportan ninguna nueva dotación. La percepción conjunta de la simplificación de los conteni- dos y de la secundarización de los procedimientos de ense- ñanza lleva a muchos profesores a la convicción de que se pre- tende, a nivel de los estudios de grado, convertir a la universi- dad en una institución docente de algo parecido a una forma- ción profesional avanzada. Se argumenta que la llegada de un gran y creciente número de estudiantes a la universidad de alguna manera obliga a reducir contenidos y niveles de exi- gencia en una primera fase, el grado, que conduce a un título que otorga algunas competencias profesionales. A continua- ción, aquellos estudiantes con mayor interés por la disciplina, y con posibilidades económicas –ya que por el momento no hay becas para todos los interesados–, pueden iniciar los estu- dios de master. Este planteamiento comporta, sin embargo, un cambio de orientación muy importante en los primeros niveles de la enseñanza universitaria, e implica una pérdida en la clásica y sistemática introducción del estudiante en el len- guaje, con frecuencia críptico, y en los conceptos fundamenta- les, precisos y difíciles de adquirir, que sustentan una discipli- na científica. En la misma línea, hay que destacar la prolifera- ción de enseñanzas con títulos atractivos que sólo responden a necesidades sociales aparentes, y que consisten en el estu- dio de aspectos de aplicación de disciplinas muy diferentes entre sí, sin entrar en el fondo de ninguna de ellas. En estas circunstancias, los profesores que orientaron su carrera universitaria con perspectivas de investigación y docencia de alto nivel buscan cobijo en el parque científico o en los institutos universitarios de investigación y sobre todo dirigen su docencia a los cursos de master y de doctorado, donde pueden tener contacto directo con los mejores estu- diantes, aquellos que pueden decidirse a iniciar tesis doctora- les y a alimentar la investigación científica autóctona. Esta opción priva a los estudiantes de los primeros cursos del con- tacto con los mejores profesores, los que son capaces, desde las disciplinas más básicas, de transmitir el auténtico sentido del tema en estudio y las dificultades y retos que implica. Al contrario de lo que suele pensarse, los primeros cursos no son los más sencillos de impartir. La explicación clara y rigu- rosa de los principios de cualquier disciplina científica que dé al estudiante una base sólida, requiere profesores de forma- ción científica contrastada y actividad investigadora reconoci- da. Sólo el estudio continuado y la investigación científica honesta y constante hacen un buen profesor, y es el contacto con alguno de ellos en el comienzo de los estudios universi- tarios el catalizador definitivo para obtener nuevas vocacio- nes científicas. Una reflexión más amplia sobre el tema lleva a constatar que en el presente son los segmentos sociales modestos los que aportan estudiantes con la capacidad, la voluntad y el esfuerzo necesarios para llevar a término una carrera científica. De hecho, estos estudiantes son una parte muy significativa de los doctorandos de nuestros laborato- rios. La otra parte, también significativa, son estudiantes extranjeros, llegados de Latinoamérica y de países orientales, con un bagaje de estudios y de esfuerzo personal que, muy a menudo, resulta de una gran rentabilidad científica. Esta des- cripción de los laboratorios de investigación no es en absolu- to local. La mayoría de los países de nuestro entorno padecen la misma situación, acaso una perversa consecuencia de nuestro modo de vida. Cabe preguntarse por qué las ciencias duras resultan poco atractivas para la mayoría de nuestros jóvenes, y si la simplificación excesiva de los procesos de enseñanza, la minimización de la exigencia de esfuerzo per- sonal y la dulcificación de la evaluación de los resultados constituyen un buen camino para responder a los retos cien- tíficos y tecnológicos de la sociedad moderna. Quiero finalizar diciendo que en el Llibre Blanc de la Universitat de Catalunya, presentado recientemente, un docu- mento de reflexión e intenciones de la propia universidad, el capítulo referente a la investigación se titula “Una universi- dad intensiva en investigación y en el centro del sistema científico, tecnológico y cultural”, y el relativo a la enseñanza “Una universidad con formación de calidad, centrada en los estudiantes e integrada en el Espacio Europeo de Educación Superior”. Los títulos son muy explícitos, y la universidad catalana expresa de esta manera que la voluntad de afirma- ción en los dos aspectos es clara, y la capacidad también. En consecuencia, hay que pensar si la orientación actual de divergencia entre las primeras etapas de la enseñanza uni- versitaria y la investigación avanzada es el camino adecuado para la formación de nuestros jóvenes y para dar un impulso decidido a la sociedad del conocimiento a través de la inves- tigación científica. Laboratorio de aviones no tripulados en la Escuela de Ingeniería Técnica Aeronáutica de la UPC, en el campus de Castelldefels. En la primera página, uno de los servidores del centro tecnológico Port d’Informació Científica, en la UAB. M 84, Propuestas/respuestas Propuestas/ respuestas La ausencia de voluntad política Texto Juan-José López Burniol Notario Para Juan-José López Burniol, la problemática a que se enfrenta la universidad obedece a un déficit político que se deja sentir en tres puntos: la carencia de un mapa universitario, la falta de un sistema de financiación que prime el mérito y el mantenimiento de un sistema de gobernanza ineficaz. Jordi Llovet, aunque acepta que el Plan de Bolonia es una consecuencia lógica de la evolución europea, se pregunta si una civilización puede prescindir de su legado sapiencial para imponer una idea meramente mercantilista y utilitaria del saber. Finalmente, Rosa Virós pide un aumento sustancial de la inversión del Estado en la universidad para asegurar que cumpla en libertad con la universalidad de sus fines. En los días que corren, el déficit fundamental para desarrollar las políticas precisas en los más diversos ámbitos no radica en una falta de conocimiento suficiente, que las más de las veces es completo y exhaustivo, sino en una escandalosa ausencia de la voluntad política precisa para adoptar las decisiones necesarias. En otras palabras, el problema político fundamen- tal es, hoy por hoy, la falta de coraje de que adolecen los políti- cos, incapaces de adoptar aquellas resoluciones que saben imprescindibles, pero que resultan incómodas porque se opo- nen a la opinión publica dominante o lesionan los intereses particulares de algún territorio o de algún grupo, con las potenciales consecuencias electorales. Sirva este exordio para justificar la afirmación con la que resumo mi experiencia, como miembro del Consejo Social de la Universitat de Barcelona primero y como presidente de este órgano después, acerca de la actual situación de la universidad. Mi punto de vista se concreta así: la grave problemática a la que se enfrenta la universidad se debe, en buena medida, al escan- daloso déficit de una política universitaria adecuada, que se deja sentir en tres puntos: 1) la carencia de un mapa universita- rio, 2) la falta de un sistema de financiación que prime el méri- to, y 3) el mantenimiento de un sistema de gobernanza ineficaz. No se niega la existencia de otras causas determinantes de la actual situación, como pueden ser la limitación de los recur- sos asignados, el corporativismo del estamento profesoral, la trivialización de la enseñanza como consecuencia de la masifi- cación, etc. Pero, con independencia y más allá de estos facto- res, lo cierto es que se hace ostensible, por encima de todos ellos, la dejación de sus funciones por parte de un poder públi- co que no ha sido capaz de traducir en un mapa realista las necesidades universitarias del país, que no ha asumido la nece- sidad de practicar la imprescindible discriminación positiva en materia de financiación, y que ha incurrido en una clara elu- sión de sus responsabilidades al permitir la perpetuación de un sistema de gobierno de las universidades que se caracteriza por su impotencia y su cortoplacismo. Por lo que respecta al mapa universitario, no resisto la tenta- ción de contar una anécdota. Poco antes de unas Navidades, el responsable autonómico de universidades se dirigió –en el transcurso de una reunión– a los rectores y presidentes de los consejos sociales de las universidades catalanas, a propósito de la distribución entre ellas de las nuevas titulaciones previs- tas para el próximo curso, con estas o parecidas palabras: Cuaderno central, 85 “Poneos de acuerdo, que asumiré lo que decidáis”. No hace falta insistir en que esta forma de actuar está en las antípodas de lo que debe ser. Es el poder político el que, tras evaluar cuá- les son los intereses generales, ha de decidir dónde se imparti- rán las nuevas titulaciones, de acuerdo con un mapa previa- mente elaborado en función de las necesidades de todo el país. Lo que significa, por ejemplo, dejar de utilizar la política universitaria como un instrumento de política territorial. Bien entendido que la decisión del poder público ha de ser sensible a las necesidades del mercado, pero sin dejarse tampoco mar- car la pauta con carácter exclusivo por ellas. El profesor Bricall ha escrito que “en la actualidad una parte importante de nuestra organización social y económica ha adoptado el mercado como forma de regulación”, y destaca que el mercado tiene un carácter disolvente de ciertas estructuras –barreras, privilegios y monopolios legales–, que son barridos satisfactoriamente cuando soplan los vientos de la libre com- petencia. Pero señala también que “esta acción demoledora, como es automática, actúa de forma indiscriminada”, por lo que puede llegar a destruir “formas de integración y de cohe- sión”; lo que obliga a instrumentar “un procedimiento para la defensa –al margen del mercado– de ciertos intereses colecti- vos”. Y, en esta línea, concluye que “la universidad ha de dispo- ner de una cierta capacidad autorreguladora –la autonomía– y la Administración debe establecer de manera adecuada a nues- tros tiempos los modos apropiados de conexión con el resto de las instituciones sociales –la política universitaria–.” En lo que a la financiación se refiere, es de todo punto evi- dente que si la universidad tiene dos misiones igualmente trascendentes –enseñanza e investigación–, la asignación de recursos públicos a cada uno de los centros no debe hacerse exclusivamente en función de la primera de dichas misiones –la enseñanza–, sino que ha de tener muy en cuenta el nivel de excelencia alcanzado en la segunda –la investigación–, de modo y manera que la financiación de las universidades se haga con arreglo a criterios de discriminación positiva que favorezcan a los centros punteros en investigación y transfe- rencia de tecnología, de un modo semejante a como lo ha dis- puesto la última y reciente reforma de la universidad alemana. En esta línea, la subvención debería ajustarse a un contrato- programa y tomar en consideración las prioridades de la socie- dad con relación a la universidad, permitiendo un nivel ade- cuado de inversión y promoviendo la investigación básica y la que afecte a sectores relevantes, aun cuando no directamente productivos. Y, asimismo, las universidades deberían ser obje- to de una evaluación independiente, que ponderaría la correla- ción existente entre la financiación de cada universidad y los resultados obtenidos. De esta forma se evitaría que pudiera afirmarse –como hace con toda razón Ramón Pascual– que, “tras quince años de funcionamiento de la ley (LRU) que daba a las universidades una cierta autonomía, es bastante triste que los usuarios no sepan las características de cada enseñan- za en cada universidad”. Por último, en lo referente a la gobernanza de las universida- des, hay que partir de la idea de que la autonomía universitaria se manifiesta, primariamente, en su autogobierno, es decir, en la autonomía institucional, que determina que los órganos de gobierno de la universidad sean el resultado de una elección en la que los miembros de la comunidad universitaria juegan un papel decisivo. Ahora bien, la universidad es una entidad autónoma, pero no independiente, lo que significa que su ges- tión interesa no sólo a la comunidad universitaria, sino a un ámbito social muchísimo más amplio, que también precisa dejar oír su voz y ejercer una cierta influencia en su destino. Esta es la tarea que corresponde a los consejos sociales, y que estos desempeñan con mejor o peor fortuna según los casos. Por consiguiente, nunca se insistirá suficientemente en la necesidad de un gobierno universitario fuerte que supere el síndrome asambleario que, en más de una ocasión, ha conver- tido a la universidad en una realidad magmática casi ingober- nable. En este sentido, una vieja encuesta hecha pública por el Secretario de Estado de Universidades y recogida por El Periódico de Catalunya, de 8 de septiembre de 1999, destacaba que la mayoría de los rectores, presidentes de consejos socia- les y responsables de política universitaria de las universida- des públicas consideraban que había que rebajar poder al claustro y a los órganos colegiados y reforzar el papel de los órganos unipersonales como el rector o los decanos. Por otra parte, la Administración ha de ser responsable. Como ha escri- to Pablo Salvador Coderch, “autónomas, pero muy poco res- ponsables, nuestras universidades acaban por caer cautivas de sus funcionarios”. La única conclusión lógica de lo expuesto es la de que ha de existir una política universitaria. M Ciencias y humanidades separadas Texto Jordi Llovet Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. UB La crisis actual de las humanidades en las universidades del mundo occidental, y sobre todo en Europa, no es sólo conse- cuencia del llamado Plan de Bolonia, sino también el efecto de una serie de causas de orden económico, social, de conocimien- to y político, propias de la Unión Europea, y tal vez de la historia del continente. A primera vista se diría que el Plan de Bolonia, tan cuestiona- do por los alumnos y un amplio sector de profesores de las uni- versidades de la Unión, es el único responsable, por medio de unas decisiones “de gabinete”, del actual menosprecio a todas las ciencias humanas, en particular aquellas que por fuerza han de ser consideradas las menos “científicas” por poco exactas. Pero las causas de este fenómeno son de un orden más complejo, hasta el punto que podría decirse que los planes de Bolonia son también consecuencia de una situación macro histórica, con determinaciones de muy diversa índole. No hay que olvidar que las universidades son una institución derivada de la enseñanza de la teología, la gramática y la retórica en las escuelas monásticas y catedralicias del final de la Baja Edad Media; corporativa y gremial (eso es lo que quiere decir la palabra latina medieval universitas, ajena en consecuencia al valor de “universalidad” que se da con frecuencia al vocablo). Hacia el siglo XI, y sobre todo en el XII, algunas de las mayores y más antiguas universidades europeas –París, Bolonia, Montpellier, Oxford, Salamanca– ya estaban plenamente constituidas, y su misión, derivada de la enseñanza “preuniversitaria” medieval –es decir, del trivium y el quadrivium–, muy pronto fue más allá de la enseñanza de la teología para convertirse en enseñanza de una serie de materias muy diversas, tanto de las disciplinas hereda- das de la gran tradición humanística grecolatina y cristiana como del progresivo avance de lo que entonces podía vagamente lla- marse “ciencias”. Como el estado de dichas ciencias era entonces tan rudimentario, no debe asombrar que la enseñanza de las ramas “científicas” universitarias dependiera en aquellos tiem- pos, en buena medida, de la lección humanística: la filología, la teología y la filosofía fueron durante mucho tiempo el auténtico patrón subyacente de toda enseñanza universitaria. Estas dos ramas del saber, las “humanidades” y las “ciencias”, fueron del brazo durante muchos siglos, pero es un hecho que a medida que las ciencias, y después la técnica, consiguieron en las sociedades y universidades europeas un papel autónomo y auto- suficiente en el marco del conocimiento, las ciencias se indepen- dizaron de las letras, para desarrollarse en una suerte de progre- sión geométrica, dejando a las humanidades en el lugar que de hecho les correspondía, que era el del puro mantenimiento de Propuestas/respuestas Cuaderno central, 87 una sabiduría, unas lenguas clásicas y un antiguo saber, y de unos dogmas religiosos cada vez más cuestionados por el poder de las disciplinas empíricas y los progresos del agnosticismo. Es posible que durante los siglos XVI y XVII todavía se pudiera hablar de una cierta correspondencia entre ciencias y letras en el mundo universitario. De hecho, aún a principios del siglo XIX se encuentran manifestaciones tan “medievales”, relativas a la uni- versidad, como las de Friedrich Schelling, según el cual el cora- zón de toda vida y de toda enseñanza universitaria debe encon- trarse en la filología y la filosofía, entendidas éstas como mate- rias madre de toda forma de conocimiento. Pero como ya se ha dicho, el progreso de las ciencias en el Siglo de las Luces, en espe- cial del álgebra, hará que estos dos campos del saber, antigua- mente unificados –desde Platón hasta las escuelas neoplatóni- cas del Renacimiento y aún las del siglo XVII–, divergieran cada vez más hasta volverse del todo extrañas entre sí. Es verdad que Newton conocía perfectamente las lenguas clá- sicas –o que un siglo más tarde, Goethe, quien llegó a intentar incluso la refutación de la teoría de los colores de Newton– toda- vía terciara con toda naturalidad en el terreno de las ciencias exactas y naturales. Pero la ruptura entre estos dos ámbitos era ya un hecho evidente al final del Siglo de las Luces. Tal vez el últi- mo ejemplo de conocimientos no compartimentados sino reu- nidos en unidad metodológica y de perspectiva ya no teológica sino “humanística”, fue la Enciclopedia dirigida por D’Alembert, Diderot y Turgot, entre otros. Y cabe subrayar, en este sentido, que Diderot era tan bueno en matemáticas como en filosofía o filología, y que el matemático D’Alembert redactó diversos artí- culos del ámbito “humanístico” para aquella enciclopedia, y que otro tanto ocurrió con numerosos redactores. Si puede decirse así, el tiro de gracia en la separación del saber humanístico y científico se produjo plenamente en el siglo XIX, tal vez antes, a partir de la invención de la máquina de vapor y las enormes consecuencias de dicho invento para el des- arrollo industrial. A partir de entonces, cuando la técnica, a con- secuencia de los avances de la ciencia, se volvió tan poderosa, y sobre todo, tan útil para el crecimiento económico de las socie- dades urbanas de Europa, las humanidades quedaron relegadas a un papel en parte secundario, en parte accesorio, y más toda- vía, replegadas en un lugar testimonial de la antigua tradición sabia, letrada y precientífica. Pero la inercia de la enseñanza universitaria siempre ha sido muy grande, de manera que hasta bien entrado el siglo XX, cuan- do las ciencias y la técnica ya habían conseguido un papel del todo autónomo en el panorama del saber y de su enseñanza, uno de los grandes temas que iba a ocupar a la filosofía, acaso en un desesperado intento de mantener unos privilegios perdidos desde hacía dos siglos, sería la crítica de la tecnología y de los peligros que significaba su progreso para la conservación de las antiguas formas de conocimiento, basadas desde siempre en la teología y la filología: eso se encuentra en diversos escritos de Heidegger y de Karl Jaspers, entre otros filósofos alemanes del siglo pasado, país donde las humanidades presentaron una enorme resistencia contra la separación epistemológica entre las letras y las ciencias, y aún siguen haciéndolo. Por eso hemos dicho antes que el Plan de Bolonia es en buena medida la pura consecuencia de determinaciones de orden social, económico, mercantil, comercial y político. La Unión Europea nació como un mercado internacional de dos materias primas tan importantes en su momento como el carbón y el acero, y se desarrolló, en el transcurso de la segunda mitad del siglo XX, de acuerdo con estos parámetros. Por un lado, la teología, la filología o la filosofía no podían ya pretenderse madres de todo conoci- miento y por el otro, el progreso económico sólo dependía y cada vez depende más de factores del todo ajenos a las humanidades. La “crisis de las humanidades” no es en consecuencia otra cosa que la repercusión en el mundo universitario de la preeminencia y la preponderancia de las ciencias exactas y de unas tecnologías muy avanzadas respecto a unas antiguas formas de saber que, como ya hemos dicho, quedan en el mundo universitario como mero testimonio de momentos y formas de civilización que sólo pueden ser consideradas como “del pasado”. El tema que debería preocuparnos se resume en esta pregun- ta: ¿puede definirse una civilización al margen de un sustrato filosófico, religioso o filológico, aunque dicho sustrato actúe solo a manera de complemento propedéutico? Si tenemos pre- sente que las universidades son el centro donde se forman los profesores de toda educación secundaria, ¿puede imaginarse una educación en la cual se abandonen progresivamente las dis- ciplinas humanísticas, que son las auténticas transmisoras de la tradición, proveedoras de buenos instrumentos para toda clase de conocimientos, y sobre todo, de la capacidad de discrimina- ción de los valores en una sociedad en favor de una idea mera- mente mercantilista y utilitaria del saber? Bolonia sólo mira hacia delante, en una clara sumisión al opti- mismo positivista. Pero cabe preguntarse si la enseñanza, y la entera civilización, pueden vivir abocadas sólo al futuro, sin inte- rés alguno por el legado sapiencial que se encuentra justamente en la base del desarrollo de Europa, incluida la formación de una ciudadanía democrática y solvente. M “ Cabe preguntarse si la enseñanza, y la entera civilización, pueden vivir abocadas solo al futuro, sin interés alguno por el legado sapiencial”. De los objetivos de la universidad en el siglo XXI Texto Rosa Virós Catedrática de Ciencia Política y ex rectora de la Universitat Pompeu Fabra Cualquier análisis crítico y constructivo de la universidad –como pretende serlo, por ejemplo, el reciente Llibre Blanc de las universidades públicas catalanas– debe partir, si es realista y a la vez coherente, de los fines éticos de una institución clave en la moderna sociedad del conocimiento, con una visión global o universal del contexto que la enmarca, que la condiciona y que tiene como núcleo principal el alcance y la difusión de un saber sin límites temáticos, más allá de las fronteras locales o nacionales y lejos de cualquier discrimina- ción por razones económicas, clasistas o xenófobas. En ese sentido, toda universidad es, por definición, política desde el momento en que es pública, ya que pertenece y sirve a toda la colectividad ciudadana por muy privada o particular que pueda ser la iniciativa de su fundación o la propiedad de sus bienes. En una sociedad democrática, lo particular tiene que estar supeditado a lo general o universal. Es decir, en nuestro caso, y según las competencias respectivas, al Estado o a la Generalitat, que representan el poder de los ciudadanos. Un análisis realista de nuestra situación universitaria res- pecto al futuro, coherente con la ética institucional y teleológi- ca que acabo de definir, obliga a buscar la raíz de los severos problemas a los que se enfrenta no en ella misma, sino en los proyectos políticos que ciertos sectores de nuestra sociedad tienen sobre la relación que debería existir entre los centros de conocimiento y de información y el tejido productivo y laboral. Es cierto que la producción y el trabajo pertenecen al ámbito global, de forma abstracta, de la comunidad política que llama- mos “sociedad”, pero no es menos cierto que el sistema socio- económico capitalista tiende a considerar de interés general o de todos lo que a menudo no pasa de ser el interés de unos cuantos que, con la excusa de ser primordiales en el proceso de creación de la riqueza, se adjudican el derecho de decidir lo que es bueno o malo, justo o injusto, útil o inútil desde su visión; en algunos casos, tal vez sesgada respecto a la dimensión excesivamente crematística y pragmática del conocimiento. Esa confusión entre lo común general y lo particular conlleva que sus argumentos se presenten de forma tan indiscutible como la propia economía y sus leyes, aceptadas como “naturales” e inamovibles. Propuestas/respuestas Cuaderno central, 89 Hace años que se considera una ayuda inapreciable para las universidades el mecenazgo de las empresas, fundaciones y entidades de crédito ante la precariedad de la inversión pública. Antigua es la queja empresarial según la cual los estudiantes no aprenden según las necesidades técnicas de la producción. Estas y otras carencias explican la proliferación de universidades privadas que aspiran a formar una élite diri- gente del país. Sin embargo, un análisis profundo nos indica que la cultura del mecenazgo todavía no está suficientemente extendida y, por tanto, la mayoría de universidades privadas, en general, tampoco tienen fácil su desarrollo según criterios de calidad y, en lo que se refiere a las públicas, muchas desaparecerían si las instituciones que las subvencionan dejaran de hacerlo. Justo ahora que por fin muchos ciudadanos han comprendido la importancia del conocimiento, la investigación y la innovación como fuentes de riqueza, a raíz de la adaptación al sistema de educación e investigación europeos. A una parte de la comunidad universitaria –no solo a los estudiantes– le da miedo que la discriminación económica de base social se traslade a los másteres y que los planes de estu- dio y los trabajos de investigación se sometan al interés eco- nómico o comercial de ciertas empresas en detrimento de otros saberes. De la misma manera, crean inseguridad algunos informes sobre un cierto mimetismo entre la organización del gobierno de la universidad y el sistema de organización empresarial. El consejo social sería un consejo de administra- ción que nombraría a un gerente-rector, máximo dirigente de una estructura jerárquica movida prioritariamente por el prin- cipio de eficacia. Un punto clave es aclarar la posibilidad de que la actual ten- dencia a inserir la universidad en el marco del estado del bien- estar no entre en contradicción con el discurso actual de inte- grarla de una forma mucho más decidida en el tejido económi- co y productivo y, en segundo lugar, controlar que los ciudada- nos con las rentas más bajas no soporten de una manera des- proporcionada (recordemos el sistema fiscal regresivo) la pro- gresión de los capitales particulares. Si alguno de los colectivos anti-Bolonia se permite objetar que no toda la sociedad resultará beneficiada por igual del espacio común de educación europeo se le tacha de ir en con- tra de la lógica económica –que el capitalismo liberal identifica con el progreso general– y aquí paz y después gloria. ¿Qué hacer, pues? Según mi parecer, la única manera de ase- gurar que la universidad cumpla con la universalidad de sus fines y que lo haga en libertad (frente a una privatización de hecho) es que aumente sustancialmente la inversión del esta- do en ella y también el control de dicha inversión. Esto exige una reforma fiscal en profundidad que, hay que decirlo, no cuenta con el apoyo suficiente precisamente de aquellos que necesitan para sus empresas universitarios mejor formados y más competentes. Quizás una inversión en becas y becas salario, en mejorar la ratio profesor-alumnos, en renovar los métodos docentes, etc. abriría grietas en los muros defensivos de los profesores no motivados, de los alumnos estresados que a menudo tie- nen que compatibilizar estudios y trabajo, y de los grupos propios irreductibles, en el compromiso de velar por una uni- versidad pública y autónoma, realmente universal, capaz de plantearse los problemas reales de los hombres y las mujeres del siglo XXI. El Llibre Blanc de la Universitat de Catalunya intenta mantener un equilibrio razonable entre, por un lado, el mantenimiento de cotas de igualdad y justicia social y, por otro, la estricta competitividad mercantil y el eficientismo puro y duro. Se deberían debatir sus propuestas en las propias universi- dades, en los partidos, sindicatos y colegios profesionales. Si no hay debate y aproximación real de posturas, creo que Bolonia puede ser un maquillaje superficial, reflejo de una Constitución Europea abortada, fruto de universos ideológi- cos blindados. Confieso que, en estos momentos, estoy entre el pesimismo y la pequeña esperanza. M “ Si algún colectivo anti-Bolonia objeta que no toda la sociedad resultará beneficiada por igual del espacio educativo europeo, se le tacha de ir contra la lógica económica, que el capitalismo liberal identifica con el progreso general, y aquí paz y después gloria”. Ciudad y poesía © Christian Maury © Tomàs Garcés (1901-1993) Del libro “Vint cançons” Primer poema de “Cinc cançons del port” Editorial Columna Traducción de Daniel Alcoba Canción del puerto ¡Bajel que duermes en puerto envuelto por las tinieblas! Soltaste los gallardetes, y están plegadas las velas. Encima del palo maestro sólo arde una linterna. Si el marinero te cuida además la luna vela. ¡Silencio de la alta noche! El agua del puerto es queja, y tibia como un cojín. El cielo es pálido y tierno como si lo humedeciera la rociada marinera. De a poco se duerme el barco a vista del centinela. Si sopla un poco de viento titubean las estrellas, la mar balancea las naves; con el alba languidecen los fulgores de los astros y el rumor de la taberna. El bajel ha despertado y abre todas las lumbreras. ¡Dulzura de mayo trémula placer de la brisa fresca! El mar parece hecho al goce de gallardetes y velas. Marineros a faenar, que se hace el día y clarea. La mar más allá del puerto se soltó la cabellera. Tomàs Garcés © Al be rt Ar m en go l OBSERVATORIO Observatorio, 93 Solos en el calvero del bosque Los que nos dedicamos a este extraño oficio de contar las cosas que suceden a aquellos que no están cerca de las cosas, vivimos con desazón un fenómeno que va en alza. Cada día recibimos en nuestra mesa de trabajo o en la panta- lla del ordenador cartas convencionales o e-mails anuncián- donos un acto que, a criterio de los organizadores, puede lle- gar a ser de nuestro interés y del público al que nos dirigi- mos. No creo caer en ninguna exageración si sitúo la cifra de comunicaciones en alrededor de las cincuenta al día. Cualquiera puede contrastarlo en las secciones de agenda de los periódicos. En la prensa escrita suele informarse de actos o eventos que tienen lugar sólo en Barcelona, pero la vitali- dad asociativa de las comarcas catalanas es igualmente intensa. El resultado sobre el papel proporciona la imagen de una sociedad que, a partir de las seis de la tarde, se dispo- ne a acudir a un lugar en el que una o varias personas habla- rán de algo y la gente les escuchará. No se trata de un fenómeno nuevo. Desde tiempos inme- moriales, los miembros de las distintas tribus solían encon- trarse al atardecer en un calvero del bosque. Ahí, junto al fuego recientemente socializado, los mayores transmitían su cultura oral a los más jóvenes. Ahí los exploradores contaban a los sedentarios las maravillas que habían visto más allá del último horizonte. Ahí se conjuraban los malos espíritus y la tribu podía dormir en paz. En la actualidad, esas cincuenta comunicaciones que me llegan diariamente, me mueven a un cálculo estadístico. Ya sea la presentación de un libro, la apertura de una exposición, la mesa redonda sobre un prohombre fallecido, el debate en torno a una iniciativa municipal, siempre hay detrás de cada iniciativa un grupo de entusiastas que pierden sueño y tiem- po en la organización de esos actos. Si damos por buena la cifra de cincuenta invitaciones al día, podemos inferir que al menos hay una decena de personas que gestionan ese acto, que lo han concebido, se han preocupado de contactar con los participantes, han impreso un papel anunciador y lo han mandado a los que ellos creen posibles asistentes. Diez acti- vistas por cincuenta actos nos llevan a quinientas personas movilizadas al día, que multiplicadas por cinco días a la sema- na arrojan 2.500. Y teniendo en cuenta que ese tipo de activi- dades provocan en los organizadores una lógica fatiga, pode- mos inferir que esos 2.500 no se van a volver a poner en mar- cha en el mejor de los casos hasta el mes siguiente. Total, sobre la base de cincuenta convocatorias diarias podemos Palabra previa Texto Joan Barril Periodista 94, Palabra previa imaginar un ejército de 10.000 voluntarios al mes dedicados a la organización de actos que, en parte o en su totalidad, tie- nen que ver con lo que se ha dado en llamar “la cultura”. Continuamos con las cifras y nos llegan señales de alarma de la SGAE que advierten de la disminución en las ventas de discos. Por su parte las editoriales han de recurrir a grandes campañas de promoción para que uno solo de sus libros les cubra el déficit de los otros. Nacen premios que intentan lla- mar la atención mediática de lo que deberían ser obras de largo recorrido. Por el contrario, la misma SGAE reconoce que es en los recitales multitudinarios donde se percibe un incremento notable de público presencial. Curioso síntoma: tanto en los actos pequeños de los esforzados militantes cul- turales como en los grandes fastos de los escenarios –ahí donde no es tan importante el ir como el haber ido– la gente se busca y se hace compañía con el pretexto de la cultura. La cultura ya ha dejado de ser una aventura del héroe cultural. La cultura es sencillamente un culto en el que unos cuantos dicen, otros escuchan y se dejan ver en una latría convencio- nal de la que jamás emerge la crítica y siempre el aplauso. Tal vez estamos asistiendo al fin de la idea de las ciudades como ámbito creador de cultura. Las ciudades ya no son laboratorios, sino templos expiatorios de la cultura que es incapaz de crearse y de debatirse. Se confunde de esta mane- ra “cultura” como simple modo de vida pasivo. La música ya no se lee, sino que es un sonido que ayuda a disimular el silencio. La literatura deja de ser una fiesta del conocimiento para pasar a ser una exaltación del marketing. El pensamien- to ya no contribuye a crear nuevos mundos, sino que se resigna a ser un producto específico de temporada, una suer- te de autoyuda mental en tiempos de confusión. De las artes gráficas mejor no hablar, porque la perplejidad que surge entre el papanatismo de las supuestas academias y el inte- riorismo a tanto el metro cuadrado nos llena de niebla. Afortunadamente nos queda la red. Gracias a ella jamás se había escrito tanto como se escribe ahora. Y probablemente jamás se había leído tanto. Pero la red no deja de ser un patio de juegos. Ese lugar sin lugar donde muchos arqueros dispa- ran sus flechas hacia el cielo sin querer admitir que al caer la flecha que ellos mismos han lanzado van a convertirse en sus propias víctimas. El calvero del bosque está convirtiéndose en un ritual aburrido. Allí se repiten una y otra vez los tópicos de una cul- tura que prefiere rescatar del pasado el entusiasmo que el presente no les da. Los exploradores han desaparecido y el último horizonte siempre es el penúltimo. Hoy, para ser alguien, es más importante mostrar seis meses de contrato de alquiler en Greenwich Village que la pequeña obra cocida en la soledad intelectual del terruño. ¿Por qué será que la excelencia siempre es de importación? Será tal vez que somos demasiados y que es más fácil la sospecha que la generosidad. Una simple cuestión de equilibrio ecológico de las especies en peligro de extinción. Los ámbitos culturales, empequeñecidos por lenguas maternas, por comisariados burocráticos o por subvencionadores miopes, han dejado la pradera ilimitada y prefieren la seguridad embarrada del corral. La estirpe intelectual de ciertas ciudades se nutre hoy de dos grandes oficios: el del embajador exclusivo de las glo- rias extranjeras o el del traductor de los éxitos transfronteri- zos. En el calvero del bosque el éxito local siempre es sospe- choso. Y la individualidad se penaliza con el ostracismo. Se acabó el tiempo del héroe solitario. A los poetas maldi- tos se les niega incluso el derecho a la maldición, que es, al fin y al cabo, lo que les permitiría sobresalir –aunque fuera post mortem– de la ciénaga. El actor cultural hoy ha de ser ante todo un redomado tahúr de las relaciones públicas. Nos hemos quedado sin instrumentos de intermediación. La uni- versidad se ha quedado aislada en el marasmo de los escala- fones. Las revistas especializadas languidecen. Los suple- mentos de los periódicos, atenazados por una crítica cautiva de la imprescindible sinergia que da razón de ser a los gru- pos empresariales de comunicación, se convierten en meros catálogos automáticos de los autores amigos. Y sin embargo ahí están esos esforzados voluntarios del culto a la cultura. Se buscan porque se necesitan. Se sienten juntos porque de esa manera se hacen compañía. Pero el héroe solitario no tiene mucho futuro en una ciudad que ignora el suelo para volar hacia el consuelo. Los cafés cultu- rales han desaparecido por la presión de las ordenanzas municipales. Los ateneos se configuran como pequeños con- servatorios de una cultura geriátrica. El fin de semana en una lejana segunda residencia es el nuevo Parnaso donde la crea- ción se forja sin ningún tipo de esperanza. Si las ideas surgen de la duda, ¿contra quién o quiénes dudaremos? Probablemente habrá que morir para que algún día diez personas voluntaristas lleven, como decía Gil de Biedma, nuestro versos allí, para contarlos. Y ahí estaremos nosotros, los mercenarios de los medios de comunicación, para hacer el trabajo sucio de decidir quién nos cae más sim- pático y para renunciar a la comprensión de la cultura difícil. ¿La obra? Eso no importa. Más importante que pensar, que escribir, que componer es vender, dar justificación a la edi- ción y elevar a la categoría de joyas lo que no suele pasar de ser una barata quincalla que dignifica a los charlatanes sin que pierdan ninguna neurona en el esfuerzo. La soledad fértil ya sólo fructifica en los divanes del psi- quiatra o en las sentidas notas necrológicas redactadas por los verdugos del ninguneo. Y mientras tanto, poco a poco, en el calvero del bosque ya sólo queda la incontestable sabiduría de los árboles. Para el autor, las ciudades están dejando de ser laboratorios de auténtica creación para convertise en templos expiatorios de una cultura que es incapaz de crearse y debatirse. En la portada del artículo, exposición en la sede del Colegio de Arquitectos. M Carrers de frontera Passatges de la cultura alemanya a la cultura catalana Arnau Pons i Simona Sˇkrabec Generalitat de Catalunya Barcelona, 2007 479 páginas El origen de Carrers de frontera. Passatges de la cultura alemanya a la cultura catalana es muy circunstancial: la celebración de la Feria del Libro de Frankfurt 2007, en la que la cultura catalana fue la invitada de honor. Tal como exponen en la breve presentación Arnau Pons y Simona Sˇkrabec, laboriosísimos cuidadores del volumen, el principal objectivo era repa- sar las influencias que, sobre todo desde mediados del siglo XIX hasta ahora, ha tenido la cultura alemana (literatura, artes plásticas, pensamiento, lingüística, arquitectura, música, historia y sociopo- lítica), de manera ininterrumpida e inde- ciblemente heterogénea, en el mundo sociocultural catalán. Y, al mismo tiem- po, constatar (y recapacitar sobre) los efectos concretos –la fertilidad– de estas influencias. Asimismo, estos dos objeti- vos debían servir también como pretex- to para presentar ante el público alemán a los autores, las obras y los movimien- tos ideológicos y artísticos más relevan- tes que han surgido de la propia tradi- ción político-cultural catalana. Todo ello, pues, extremadamente ambicioso. Y exi- toso. No cabe duda de que, a pesar de su origen circunstancial y de su propósito pragmático, Carrers de frontera tiene el valor –la información útil, las ideas inéditas, el rigor impecable– del ensayis- mo más lúcido y perdurable. El volumen está estructurado en cua- tro capítulos, encabezados por un pórti- co, que está dedicado a las figuras litera- rias fundamentales –Llull, March, Martorell– y a los hechos históricos más cruciales –la Guerra de Sucesión– que marcaron la política y la cultura catala- nas anteriores al siglo XIX. Cada uno de estos cuatro capítulos que conforman el libro se corresponde con un período his- tórico concreto: el último tercio del siglo XIX y los primeros veinte años del XX; la Segunda República y la Guerra Civil; los años de la dictadura franquista; el pasa- do reciente y la actualidad. La panorámi- ca que ofrece el volumen no puede ser, por tanto, más completa. Es tan comple- ta que el lector desconfiado que no haya ni siquiera hojeado el libro, quizás ten- dría motivos incluso para temer si un afán tan extensivo no puede haber com- portado inevitablemente una cierta deja- dez en los detalles. Para convencerse de que la vastedad panorámica no ha ido en absoluto en detrimento de la minuciosi- dad específica de los contenidos, basta con dar un vistazo a la nómina de cola- boradores: es insólita y excepcional. Una garantía. Para decirlo en pocas palabras, viene a ser una especie de dream team ger- manófilo o germanólogo catalán. El número de colaboradores supera la centena. Se pueden encontrar desde poe- tas hasta traductores, desde historiado- res hasta lingüistas, desde filósofos hasta profesores, quienes no comparten nada más que la relación que, como crea- dores o pensadores catalanes, cada uno de ellos ha mantenido con un aspecto u otro de la cultura alemana. Para dar cuen- ta del valor de Carrers de frontera, bastaría con mencionar algunas de las parejas de nombres (autor sobre autor o, en algu- nos casos, autor sobre tema) que se pue- den encontrar en él: Antoni Marino y “el primer romanticismo en Cataluña”; Joan Solà y Pompeu Fabra; Enric Sòria y Salvador Espriu; Ferran Aisa y “el anar- quismo en Cataluña”; Jordi Llovet y Goethe, Hölderlin y Kafka; Carles Miralles y las Elegías de Bierville en el con- texto europeo; Oriol Bohigas y “la huella centroeuropea en la arquitectura catala- na”; Josep Fontana y Marx; Benet Casablancas y Schönberg; Joaquim Sala- Sanahuja y Wagner; Feliu Formosa y el teatro de Brecht; Jordi Castellanos y “la novela catalana y la novela alemana de entreguerras”; Manuel Carbonell y Heidegger. Y la lista se podría alargar, sin perder envergadura ni una pizca de talen- to, por lo menos durante otro párrafo entero. O durante dos párrafos más. El principal interés de Carrers de frontera radica en la demostración de cómo el influjo germánico sobre la cultura catala- na ha funcionado, invariablemente, como un factor de puesta al día, de modernización higiénica y radical. Alemania y la cultura germánica han sido uno de los tres grandes faros de la cultura occidental de los últimos dos siglos (los otros dos han sido la cultura francesa y la anglosajona), y es por eso por lo que cualquier cultura que se haya abrevado en ella ha salido ganando. Es la fertilidad de las fronteras: cuando son traspasadas. Una fertilidad que, en el caso de una cultura como la catalana, sis- temáticamente perseguida y permanen- temente problematizada desde el exte- rior con perversas intenciones, resulta aún más evidente. Para cualquier cultura de un país normal, interesarse por la cul- tura germánica ha sido históricamente una prueba de buen gusto y un seguro para fortificar el propio prestigio y para mejorar la propia calidad. Para Cataluña y la cultura catalana ha sido algo más decisivo y trascendental: un requisito indispensable para evitar languidecer, una estrategia ineludible para ir más allá de una supervivencia puramente provin- ciana, residual y subalterna. Para darse cuenta de ello, basta con hacerse unas cuantas preguntas totalmente elementa- les y sencillas. Por ejemplo: ¿qué habría sido Joan Maragall sin Goethe y sin Nietzsche? ¿Y el teatro catalán sin Brecht ni Bernhardt? ¿Y Carles Riba sin Hölderlin? ¿Qué habría sido Joan Vinyoli sin Rilke? ¿Y el Modernismo sin Wagner? La máxima virtud de la mayoría de los textos que aparecen en el volumen es que son capaces de combinar la exposi- ción didáctica y sencilla (imprescindible, teniendo en cuenta su naturaleza ante todo instrumental) con la densidad y el rigor del ensayo más experto. No obstan- te, no es solo por la calidad de los textos “La máxima virtud de los textos es que son capaces de combinar la exposición didáctica y sencilla con la densidad y el rigor del ensayo más experto”. Observatorio, 95 OBS ZONA DE OBRAS por lo que Carrers de frontera es un libro digno de figurar en la biblioteca de cual- quier lector culto, exigente y refinado. La edición del volumen es impecable: una obra de arte en sí misma. Casi todos los textos van complementados por todo tipo de documentos e ilustraciones, curiosos o fascinantes: copias de manus- critos o de mecanoescritos, fotografías inéditas o muy poco vistas de escritores, reproducciones de pinturas (Casas, Fortuny), carteles políticos, esculturas (Barceló, Plensa), fotomontajes, porta- das de libros, recortes de prensa, infor- mes de lectura, dibujos (Tàpies) y poe- mas visuales (Brossa). En última instancia, por lo tanto, se puede decir que Carrers de frontera se nos presenta como la prueba tangible de la vitalidad y la calidad, tanto históricas como actuales, de la cultura catalana. Es el documento –inteligente, exquisito– de una proeza. Que se completará, pró- ximamente, con la aparición de un segundo volumen, dedicado a los Pasajes de la cultura catalana a la cultura ale- mana. Pere Antoni Pons La vocació de modernitat de Barcelona Joan Ramon Resina Galaxia Gutenberg / Cercle de Lectors Barcelona, 2008 316 páginas Quizás ha pasado un poco desapercibi- da la publicación del libro de Joan Ramon Resina titulado La vocació de modernitat de Barcelona. Auge i declivi d’una imatge urbana. Es un ensayo importante, honesto, crítico, apasionado y forzosa- mente polémico, que tendría que haber suscitado un debate intelectual y políti- co de alto nivel entre todos aquellos interesados en las ciudades y la cultura urbana, la literatura sobre ciudades y las formas de creación de identidades, en la política cultural o simplemente en la política. El libro de Resina sobre Barcelona y su representación, sobre la ciudad y su relato, se convertirá en una pieza imprescindible, acaso incómoda, para explicar el proceso de moderniza- ción (fallido, según el autor) de la capi- tal de Cataluña. Después de tantos años de hablar de Barcelona, de su remodela- ción y de su imagen, y hasta de su auto- promoción, es un tanto paradójico el punto muerto en que parecen encon- trarse políticos, arquitectos, urbanistas, sociólogos, historiadores, escritores, periodistas o críticos literarios. Para comenzar, vale la pena recordar algunos elementos significativos de esta obra. En primer lugar, el libro aparece en una nueva colección de ensayo en lengua catalana que significa una gran apuesta de la editorial en traducir obras del pen- samiento contemporáneo. Por el momento destaca el libro La literatura en peligro de Tzvetan Todorov, que se tradujo antes al catalán que al castellano. También hay allí la voluntad de impulsar la ensayística catalana actual, a veces carente de salidas editoriales dignas. La colección ya cuenta con algunos títulos importantes, como el de Perejaume, L’obra i la por, y el de Maria Josep Balsach, Joan Miró. Cosmogonies d’un món originari, obra que fue galardonada con el premio de ensayo Ciutat de Barcelona 2007. En segundo lugar, el prestigio de su autor es evidente. Joan Ramon Resina (Barcelona, 1956) es catedrático, responsable del Departamento de Español y Portugués, y director del programa de Estudios Ibéricos de la universidad de Stanford, California. Es un académico de prestigio en el mundo de la literatura comparada, de la teoría de la cultura y del hispanis- mo norteamericano, colaborador del Frankfurter Allgemeine Zeitung. Resina cuen- ta con una amplia bibliografía en catalán, castellano e inglés sobre cultura política, literatura y cine, en la cual resulta difícil destacar algún libro, acaso los más cono- cidos sean El cadáver en la cocina: la novela policíaca en la cultura del desencanto (Anthropos, 1997), After-Images of the City (Cornell University Press, 2003), El postna- cionalisme en el mapa global (Afers, 2005) o Casa encantada: lugares de memoria en la España constitucional (1978-2004) (Iberoamericana, 2005). En tercer lugar, el libro de Resina es un “auténtico” ensayo. Por supuesto que con seguridad nunca llegaremos a saber definir con exactitud lo que es un ensa- yo. Algunos de los grandes nombres de la crítica del siglo pasado lo intentaron. Georg Lukács, Walter Benjamin, Theodor Adorno y más tarde Jean Starobinbski, o entre nosotros, Eugeni d’Ors, Josep Ferrater Mora o Joan Fuster, quisieron delimitar con el máximo rigor un género que destaca precisamente por su libertad creativa, por su falta de límites, por su carácter inaprensible. El precedente de Montaigne es muy claro. Fue su libro, los Essais (Ensayos) quien dio nombre al género. En su origen etimológico, exa- gium significaba en latín “balanza”. El ensayo tiene en consecuencia mucho que ver con la experiencia individual, con la indagación subjetiva, con el “sopesar” ideas, en principio, sin pretensiones de llegar a una conclusión. Pero tal vez quien más cosas haya dicho sobre el ensayo contemporáneo haya sido el novelista Robert Musil a través de las reflexiones de Ulrich, el protagonista de El hombre sin atributos. Decía Musil que un hombre que busca la verdad se convierte en un sabio y que un hombre que preten- de expresar su subjetividad acaso se con- vierta en escritor. Pero ¿qué ha de hacer el hombre que busca algo situado entre una y otra, entre un sabio o un escritor? Muchos estarían tentados de aconsejarle dedicarse a la filosofía, pero ya se sabe que a Musil los filósofos no le convencí- an. El novelista austríaco encontró en las virtudes del ensayo no sólo un género literario a medio camino entre las exacti- tudes discursivas y la frescura del impre- sionismo, una forma literaria que permi- te fusionar la vida interior con la refle- xión y el pensamiento, sino también una 96, Zona de obras auténtica actitud ante la vida y el arte. Todo eso (experiencia individual, documentación y rigor crítico, desplegar teorías y sopesar ideas) se encuentra en buena medida en el libro de Joan Ramon Resina. Y está perfectamente expresado en los dos primeros sustantivos que apa- recen en el título y el subtítulo de su libro: “vocación”, “modernidad”, “auge” y “declive”, atribuidos a la ciudad de Barcelona, a su representación literaria, o más extensamente, a la discusión sobre su modelo de ciudad. El libro de Resina fue escrito original- mene en inglés, y esta primera orienta- ción hacia el lector anglosajón puede haber producido algunas distorsiones (por ejemplo, en el uso del adjetivo modernista que tal vez debería ponerse entre comillas, para diferenciarlo del sentido que tiene en la tradición catala- na). Pero ello también da al autor una independencia crítica y un eclecticismo teórico y metodológico (que va desde la filología estricta hasta la hermenéutica, pasando por el psicoanálisis) que hacen al libro muy atractivo precisamente por- que se aleja del ensayo académico o uni- versitario convencional y le permite aso- ciar objetividad y subjetividad, literatura y política con plena libertad de espíritu. El libro analiza cien años de historia de la ciudad, entre la Primera Exposición Universal (1880) y los Juegos Olímpicos de 1992, a partir de una investigación sobre Barcelona en la literatura catalana y en la presencia de la ciudad en la litera- tura escrita en otras lenguas. En este sentido, es un libro que debe situarse junto a otros ensayos precedentes, como los de Rafael Tasis, Jordi Castellanos o Julià Guillamon, para citar sólo tres ejemplos. En su brillante introducción titulada “La ciutat com a forma social”, Resina parte de la idea de “legibilidad” de la ciudad moderna. Entendida esta como una “experiencia”, como una suma de relaciones que incluye tradición y memoria, pasado documentado y “recuerdos anónimos y desarraigados”, pero sobre todo, voluntad de preservar su continuidad. La ciudad es “legible”, por eso es susceptible de ser analizada como si fuera un texto, porque funciona como un “espacio semántico”, como un “escenario semiológico”, con una “len- gua” y una gramática propias. El libro se divide en siete capítulos, comienza por la “ciudad burguesa” representada por Narcís Oller, con un magnífico (y poco conocido) contrapunto de Edmondo de Amicis, avanzando por la “ciudad imagi- nada”, centrada en las propuestas nove- centistas de Eugeni d’Ors de la ciudad total (y en mayúsculas), siguiendo en la constitución del Barrio Chino en la nove- lística francesa, sobre todo de Jean Genet, y profundizando en el capítulo central del libro, “Un lloc entre els morts”, dedicado a una innovadora interpretación de La plaça del Diamant de Mercè Rodoreda. Hasta aquí el “auge” del título. Y en adelante, el “declive”. El análisis de El amante bilingüe de Juan Marsé, y sobre todo, de algunas lamentables declaracio- nes del novelista sobre el tema de la len- gua, señalan una inflexión en el tono del ensayo, que se vuelve más subjetivo y crí- tico. La literatura es sustituida por la polí- tica en un sentido amplio. En los capítu- los finales Resina comprueba la falta de autocrítica de las clases dirigentes y entra de lleno en el campo de batalla del debate político. Examina los discursos de Pasqual Maragall y de Oriol Bohigas sobre la promoción de una Barcelona convertida en la “mejor tienda del mundo” y en que la cultura se instru- mentaliza como propaganda. Convencido de que está transformándo- se en una ciudad “desterritorializada”, una metrópolis más en el mundo de la globalización, Resina emite una crítica severa de la Barcelona de hoy, y demues- tra la devastación producida por la falta de reflexión después de la Barcelona olímpica y el Forum de las Culturas. Simplificada, “descatalanizada”, publici- tada, Barcelona se vuelve transparente como un logotipo. La conclusión de Resina es negativa, es el fracaso político del “riesgo de morir de éxito”. Aunque puedan parecer parciales o subjetivas, cualquier lector, aunque sea de modo íntimo, sabe que en las reflexiones de Resina hay algo de verdad. El proceso de la desilusión, de “desidentificación” de mucha gente en relación con la ciudad, es real y es nuevo. Xavier Pla Antoni Rovira i Trias. Arquitecte de Barcelona Eloi Babiano i Sánchez Ayuntamiento de Barcelona y Viena Edicions Barcelona, 2007 279 páginas El protagonista de este libro ya puede descansar tranquilo. 125 años después de su muerte, Barcelona dispone, por fin, del primer libro que viene a hacerle justi- cia. ¿Cómo es posible que hasta ahora no se hubiese realizado un trabajo así sobre el arquitecto de los mercados, sobre el demoledor de la Ciutadella, sobre el urbanista de referencia? ¿Sobre el padre del actual cuerpo de bomberos, y del campanario de Gràcia, y de la sede del Ayuntamiento de Sant Martí de Provençals? Digámoslo claramente: Antoni Rovira i Trias ha pasado a la his- toria de Barcelona como un señor con mala suerte. Como es bien sabido, fue él quien ganó el concurso para la urbaniza- ción del nuevo Eixample. Pero como es aún más sabido, el proyecto que le tenía que proporcionar la gloria no ha acabado siendo nada más que una interesante obra de urbanismo-ficción ambientada en Barcelona. Cerdà fue el designado, y suyas son la Gran Via, la plaza de las Glòries Catalanes, y también la Diagonal. Desde el preciso instante en que el Gobierno central impuso la ejecución del Eixample de Cerdà, Antoni Rovira i Trias se convertía en un perdedor por decreto. Según Eloi Babiano, esta es la causa prin- cipal del olvido a que Barcelona lo ha “Rovira i Trias ha pasado a la historia como un señor con mala suerte. El proyecto que le tenía que proporcionar la gloria acabó solo como una obra de urbanismo- ficción ambientada en Barcelona”. Observatorio, 97 98, Zona de obras sometido durante los 125 años siguien- tes a su muerte. Rovira i Trias también ha tenido mala suerte a la hora de pasar a la histo- ria: las personas que han escrito sobre él han incurrido en algunos errores que han ido pasando de boca en boca durante un par de generaciones. Él no es el autor del mercado de Sants, y no nació en 1845, sino en 1816: la primera fecha es la del nacimiento de su hijo Antoni Rovira i Rabassa, arquitecto que, por cierto, sí que tiene una tesis dedica- da a su obra. Tampoco es el autor de la remarcable valla del Cementerio del Poblenou: eso fue cosa de su padre, Antoni Rovira i Riera. El primer valor que debemos recono- cer al libro de Eloi Babiano es el del nece- sario contraste de toda la información que hasta ahora se había escrito sobre el arquitecto. Desamparado de una biblio- grafía de referencia, y rodeado en un mar de errores potenciales, Eloi Babiano ha tenido que construir de nuevo toda la biografía del arquitecto. Lo ha hecho como aconsejaba Josep Maria Huertas, una de las personas a quien dedica el libro: pisando los lugares de los que se habla, no dando nada por sobrentendi- do antes de tiempo. Si, por ejemplo, alguien había escrito que Rovira i Trias era autor de los proyectos de unas escue- las municipales en Súria, él fue a este municipio del Bages para comprobar si era cierto. Y, por lo visto, no lo era. Eloi Babiano (1956) es un historiador de Gràcia que durante muchos años se dedicó a la banca y que ha hecho de la investigación su afición permanente. Es miembro del Taller d’Història de Gràcia, y esta entidad fue la primera a la que recurrió para dar a su empleo un destino impreso. La entidad consideró, sin embargo, que esta obra tenía una reper- cusión que iba más allá de los intereses de los vecinos de Gràcia. Al final, la obra salía a la venta el mes de diciembre de 2007, coeditada por el Ayuntamiento de Barcelona y Viena Edicions. El libro cuenta con una segunda parte en la que se recogen punto por punto los detalles referentes a los trabajos emble- máticos del arquitecto, donde además de los ya mencionados, se cuenta el des- aparecido Escorxador Municipal, los mercados del Born (a menudo se obvia que Rovira i Trias fue el padre del proyec- to) y de Sant Antoni, o diversas interven- ciones en el Rec Comtal. Incluso tiene un anexo que recoge los cientos de pro- yectos en los que Babiano ha encontra- do la firma del arquitecto. Más allá de la amplia recopilación, que haría las deli- cias de los incondicionales de Rovira –si es que hubiese muchos–, hay que desta- car las cien primeras páginas de la obra, donde se sitúa al arquitecto en su con- texto y se aborda, de manera inevitable, la controvertida cuestión del Eixample. Sobre la obra de Cerdà, Babiano lanza un reto: “Ya va siendo hora quizás de plante- ar desde un punto de vista histórico, y no de urbanista ni de arquitecto, algunas preguntas” sobre el proyecto ganador. ¿Es una utopía igualitaria proyectar un ensanche sin industrias, que acaba convirtiéndose en espacio de burguesía? Babiano nos recuerda de nuevo la ciudad radial proyectada por Rovira, jerarquiza- da en cuanto a sus espacios, atenta a las tramas urbanas preexistentes en el llano de Barcelona. Un trabajo propio de un arquitecto respetuoso con el crecimiento natural de la ciudad, que situaba la plaza central donde los ciudadanos la habrían querido, al final de la Rambla (y no en una plaza de las Glòries que ha necesita- do 150 años para convertirse en aquello que Cerdà imaginaba). No tiene sentido sentir nostalgia de lo que no fue, y el propio autor reconoce que, seguramen- te, los problemas del proyecto de Rovira habrían sido otros. Es una pena que se conserve tan poca documentación sobre Antoni Rovira i Trias: su familia casi no tiene nada y para añadir más mala suerte, las memorias que un día el arquitecto escribió se han perdido... Aunque la mayoría de los recuerdos que nos quedan son las pie- dras y la forja de sus edificios, Babiano nos muestra el retrato de un arquitecto municipal obediente, quizás gris en algunos aspectos, que supo mantenerse a las órdenes de su ayuntamiento a pesar de los constantes cambios de color político (y a pesar de paradojas: Rovira i Trias fue designado durante unos años arquitecto municipal del Eixample de Cerdà). También nos muestra detalles propios de un prohombre de su tiempo, como su presencia en la fundación de una Societat Filomàtica de Barcelona, que puede considerarse como la abuela del actual Ateneu Barcelonès. En sus conclusiones, Eloi Babiano aún insiste en que el biografiado merecería algún tipo de reconocimiento por parte de su ciudad. ¿A qué? Sea como fuere, y mien- tras no llegue el momento, Rovira i Trias permanece tranquilo y metálico en la placita que lleva su nombre, a dife- rencia de Cerdà y sus colapsos. Gerard Maristany La fábrica de porcelana Antonio Negri Paidós Ibérica Barcelona, 2008 216 páginas Las primeras conferencias y seminarios de Negri –una vez obtenida la libertad de la que tantos años había estado pri- vado– se convirtieron en espectáculos catárticos. De pronto, la figura más icó- nica del movimiento postoperaísta ita- liano se hallaba en medio de una nueva militancia contra la guerra, un movi- miento multitudinario al que había que dotar de un nuevo léxico para que fuera entendido como potencia política, y no tan sólo como una multitud espontá- nea. Negri ha reconocido que las mani- festaciones de Seattle de 1999 y la publi- Observatorio, 99 cación de Imperio (escrito con Michael Hardt) le devolvieron el contacto con el mundo. Pero el intento de proporcionar una representación adecuada a la nueva escala adquirida por la ciudadanía glo- bal que se oponía a la guerra de Irak no siempre ha sido recibido con entusias- mo. Estas lecciones dictadas en el Collège International de Philosophie, en París, a finales de 2004 y principios de 2005, son una muestra de ello. Sólo empezar, Negri fue abucheado. Sus declaraciones en favor del “sí” durante la campaña del referéndum sobre el Tratado de la Constitución Europea pro- vocaron reacciones violentas entre algunos asistentes de izquierdas. La fábrica de porcelana presenta una transcripción de los diez talleres que tuvieron lugar, pese al clima hostil del principio. Aunque esta agitación no es nueva; recordemos que el pensamiento de Negri a menudo se ha desarrollado en un trasfondo de violencia. No obs- tante, el afán didáctico se impone. Los conceptos de multitud, biopolítica, bio- poder, ciudadanía, gobierno, decisión, organización y otros son introducidos con un carácter pragmático y no utópi- co. Negri prescinde de los métodos filo- lógicos para entregarse a una propuesta que estimula lo que denomina “nueva gramática de la política”, una tarea urgente para subsanar el hundimiento de los criterios de valoración modernos asociados a la forma del Estado-nación. De ahí deriva la preocupación por ajus- tar las formas de valorización del traba- jo inmaterial en que cada vez cuenta más la forma de producción hegemóni- ca y menos la excepción; así como el derecho público subjetivo, un deseo creciente de participación en los proce- sos de gobierno para ir más allá de los moldes constitucionales que solo reproducen derechos, sin reconocer, por ejemplo, las nuevas condiciones de la emigración y los retos que plantea en los vínculos territoriales y jurídicos. Si a Negri se le puede permitir ese tono a veces excesivamente sintético, es porque se trata de un filósofo que ha tenido una relación inusual con la his- toria del siglo XX. No sólo la ha interpre- tado críticamente, sino que la ha vivido desde el compromiso militante y ha experimentado la indeterminación pro- pia de cualquier proceso de cambio social, hecho que le da alas para periodi- zar y estructurar el tiempo del desarro- llo capitalista y revolucionario con unos criterios alternativos. El ejemplo más claro se encuentra en el primer taller, en el que plantea la ruptura que representó la posmodernidad, sobre todo en térmi- nos biopolíticos. Aquí Negri dice las cosas como le parecen. Se carga sin miramientos las posiciones de Gianni Vattimo y de Richard Rorty, insinuando que su pensamiento representa una especie de arrepentimiento revolucio- nario. Solo salva a Gilles Deleuze, Félix Guattari y Michel Foucault, aquellos que entendieron a tiempo la amplia- ción de los límites del poder. Entiende que las intuiciones de un poder aplica- do a la vida como ámbito de producción se han vuelto más evidentes, reales y perdurables que el lamento por la pérdi- da de las grandes narraciones. El propio Negri sufrió la clausura del periodo a finales de los setenta en Italia y acabó en la cárcel después de un juicio en que se le acusaba de inducción a la violencia. El corte histórico abierto entre la modernidad y la posmoderni- dad no podía tener una expresión más carnal y biopolítica que ésta. La cuestión en la que se echa de menos un razonamiento más extenso es la que apunta una homología entre la resistencia ejercida por los movi- mientos y las formas de poder domi- nante. La oposición tradicional a las organizaciones políticas hegemónicas no parece sostenible si se tiene en cuen- ta el acercamiento monstruoso que se ha producido entre las formas emer- gentes y otras formas institucionales. Las tendencias del capitalismo globali- zado demuestran que donde había opo- siciones históricas ahora se pueden dar nuevas hibridaciones. La multitud sigue siendo esta especie de ser subli- me en que la filosofía política deposita su esperanza de que un nuevo sujeto político emerja. Pero queda mucho por recorrer. Y Negri no lo ignora. La multi- tud es una monstruosidad en la medida en que desafía las formas de representa- ción democrática, lo que Negri viene diciendo al menos desde Imperio. Ahora añade un problema técnico y se interro- ga por un proceso democrático de toma de decisiones en el seno de la multitud. Esto le hace parecer pragmático y añade a la inconmensurable dimensión de la multitud la necesidad de articularse en una decisión fruto de esta organización que, por primera vez, depende de la subjetividad. Con frecuencia Negri predica una filosofía de carácter revolucionario, e incluso romántico, pero nunca quiere dejar de ser práctico. Aspira a definir una organización multitudinaria que haga posible “expresar un punto de vista general que esté integrado en las decisiones locales y que […] se convier- ta en un nombre y una decisión comu- nes”. No obstante, la multitud se propo- ne como una alternativa a la reducción y simplificación de la participación que, para ser operativa, a menudo se ve trai- cionada, convertida en pueblo. Nada de eso dice Negri. Hay que transportar las dinámicas de invención que el capitalis- mo ha reconocido en la fábrica social a las instituciones políticas. Si somos buenos para trabajar dentro de este nuevo esquema definido por el capita- lismo cognitivo, también tenemos dere- cho a tomar decisiones que, una vez inscritas institucionalmente, no borren la diferencia de base. Pero este es un problema político que paraliza la refle- xión allí donde uno tiene que elegir entre quedarse del lado de la experien- cia o bien considerarlo desde una tem- poralidad histórica. Negri no disimula la impaciencia que caracteriza el debate, pero aún se muestra convencido de que “hacer multitud es hacer democracia”. Por eso La fábrica de porcelana no es un libro concluyente. Más bien se lee como un intento de participar en las transfor- maciones actuales animando al mismo tiempo una pedagogía colectiva, apor- tando ideas para mantener viva la posi- bilidad de la revolución y del cambio. Para Negri, la palabra revolución no representa más que un gran momento de invención y participación destinado a producir una realidad nueva. Carles Guerra “El libro es un intento de participar en los cambios actuales animando una pedagogía colectiva, y aportando ideas para mantener viva la posibilidad de la revolución”. ¿Vuelve el teatro político? Bueno, todo el tea- tro es político porque toda obra contiene una manera de entender el mundo. Nos podríamos alargar y comentar que toda obra puede ser analizada políticamente, incluso puede ser discutida políticamente su progra- mación en cualquier teatro. Y todo eso es cierto, pero aquí estamos obligados a ser modestos, y cuando planteamos la pregunta inicial solo nos referimos a aquel teatro que tiene voluntad de intervención sobre algún tema (más o menos de actualidad) abierto al debate político. Por ejemplo, el Barça, en la comedia de David Plana Dia de partit, dirigida por Rafael Duran (Teatre Lliure, mayo y junio de 2008). En ella se explica la historia de un defenestra- do de la política, obsesionado por volver a primera línea a través de una invitación al palco presidencial del Camp Nou. Quizás la obra se queda a medias tintas, despierta muchas expectativas para después frustrarlas casi todas en un desenlace muy mal resuelto. Pero el Barça ocupa páginas de periódicos, muchos minutos en televisión y radio y nadie se cuestiona el porqué de esta enorme incidencia mediática y social. Hay que valorar el intento de Plana. El teatro político también está muy pre- sente en el Lliure 2008/2009, desde la misma inauguración de la temporada. Àlex Rigola escogió Rock’n’roll, de Tom Stoppard (Sala Fabià Puigserver, septiembre), para participar de esta onda. Se trata de un texto muy bien tramado dramáticamente: Jan deja los estu- dios en Cambridge y vuelve a Praga para dar apoyo a las reformas de Dubcek de 1968, pero sufrirá la opresión de un régimen que inclu- so prohibirá su querida música rock. Su tutor, el veterano profesor marxista Max, aca- bará dejando el partido comunista años des- pués, al comprobar en propia piel las contra- dicciones entre teoría y praxis. Stoppard criti- ca la opresión totalitaria en el Este, y la ceguera de gran parte de la izquierda intelec- tual en Occidente. En la segunda parte habla, casi de refilón, del empobrecimiento del debate en el Reino Unido, debido a una pren- sa entregada al sensacionalismo, alejada de la reflexión y de la mirada crítica. Esta es, seguramente, la parte más interesante de la pieza. Atacar a los regímenes denominados comunistas parece una empresa caduca. En cambio, sí tiene sentido preguntarse por la derrota cultural de la izquierda, por la crisis del sentido colectivo del pensamiento y la acción humanos. Pese a ello, siempre que hablamos de Stoppard hablamos de gran espectáculo teatral, y en el Rock’n’roll del Lliure hemos visto trayectorias vitales inten- sas servidas por interpretaciones de altura. Más política y más teatro. El dramaturgo Juan Mayorga ha presentado La paz perpetua (TNC, octubre), una producción del CDN, diri- gida por José Luis Gómez. La obra plantea un concurso entre tres perros para alcanzar una plaza en una unidad de elite antiterrorista: un rottweiler (encarnación de un chico de la calle); un perro de laboratorio (un chico edu- cado en colegios de elite) y un pastor alemán (el intelectual que se ha hecho a sí mismo). De esta situación dramática deriva una fábula moral sobre la guerra contra el terrorismo. Un dilema actual, ¿todo vale para combatir el terrorismo? ¿También conculcar el derecho desde el estado de derecho? Y para acabar, otra vez política nacional, después de este paseo global: El bordell de Lluïsa Cunillé, dirigida por Xavier Albertí (Sala Fabià Puigserver, noviembre). Veteranos prota- gonistas de la Transición regentan un burdel: un travesti, antiguo militante de izquierdas; un militar ya retirado; y un banquero. Seguramente el más patético de todos ellos es el travesti, que se pasa más de media pieza en el váter (“El mundo al final me puso en mi lugar; desde entonces intento ser agradecido y servirle de la mejor de las maneras”, dice). Sin embargo, lo más impactante es la entrada de un adolescente en escena, un personaje vacío como una calabaza que, por no tener, no tiene ni posibilidad de memoria. En El bordell, cuan- do la juventud entra por la puerta, la historia sale por la ventana. Así pues, sí, vuelve el tea- tro político. Estos tiempos de crisis material reavivan el debate, y ahora la escena parece querer hacer su contribución. 100, Teatro OBS TEATRO Eduard Molner © Ro s R ib as El regreso del teatro político Si Dioptria está considerado como el mejor disco de rock catalán del siglo XX, ya en el nuevo milenio Pau Riba ha vuelto a firmar una obra redonda, en el fondo y la forma, de una alta densidad creativa. Ni más ni menos que un fenomenal planisferio sónico de la Cataluña del buen humor, el juego y el arrebato (la rauxa), titulado Virus laics, y que, según su autor, “es un disco que se ha hecho a sí mismo, donde podrí- amos decir que he hecho trabajar a la providencia”. Para Pau Riba, que define a los virus laicos como las caras que uno puede encontrar en la piedra de Montserrat con efecto espejo, todo ha ido tomando sentido: “De tal manera que, mientras me encontraba buscando esto delante del monasterio, de repente descu- brí un monumento a Ramon Llull y una escalera de la vida”. Aparte del Doctor Il·luminat y de la Moreneta (“una virgen negra encontra- da, que la iglesia católica ha querido blanquear”), también aparecen en el disco otras figuras capitales de la cosmología catalana como Francesc Pujols (Rap hiparxiològic), Salvador Dalí (La daliniana flor), Jacint Verdaguer (con una rompedora versión del Virolai), o bien todo un loser de la canción como Jaume Quadreny. “Es decir –precisa Riba–, la Cataluña del arrebato. En este condenado país que desde el novecentismo se está purificando y ha querido escupir lo que es alo- cado, todos los personajes que salen aquí han tenido que defenderse a sí mismos, hasta el punto de que Verdaguer tuvo que escribir En defensa pròpia”. En sus proverbiales excelencias literarias, Pau Riba suma a Virus laics un trato muy fresco y original de las voces. “Lo que realmente unifica este material –piensa el autor– es el trato de voces (coros gritados, coros hablados, cantar y recitar al mismo tiempo...) y los arreglos, tra- bajando además con distintos grupos de músicos (De Mortimers, Mu i 1000Simonis)”. Coproducido al 50% con el batería de los Mu, Antonio Puertas, el resultado de todo ello es un sonido potente, expansivo y muy contemporáneo. No es casualidad que, por vez primera, Pau Riba haya tenido el control total sobre la grabación: “Es el primer disco que hago con mis propias manos. He necesitado un reciclaje de diez años, pero por primera vez no dependo de arreglistas ni de historias. No se trata sólo de transmitir unas notas, sino un feeling. Y con esta posibili- dad actual de autograbación lo puedes plasmar inmediatamente, como si tuvieras un pincel y una tela. Con mil euros, un PC y un micro, estás en condiciones de componer, grabar, distribuir, vender y demos- trar que puedes fabricar un producto con el mismo o un mejor acabado que el de la industria”. De hecho, el primer contacto de Riba con la autograbación y la autoedición tuvo lugar hace poco más de veinte años en el Bananmoon Observatory de Deià con motivo de la graba- ción de Licors: “Es el primer estudio electrodoméstico que recuerdo. Había un bote de café lleno de cintas magnetofónicas. Eran loops, cintas cerradas, que David Allen utilizaba con el Revox”. La aparición de Virus laics, que también incluye brillantes originales como Dansardana o Històries d’Atlantis, logradas adaptaciones de Charles Cross y de Serrat, una ácida crítica a la política española y un excelente trabajo gráfico de Adela de Bara, ha coincidido con el sesen- ta aniversario del artista. Explicaba el genial compositor minimalista, Erik Satie, que cuando era joven siempre le decían: “Ya verás cuando tengas sesenta años”, y añadía: “Ahora que los tengo, no he visto nada”. Y Pau Riba, ¿ha visto algo?: “Hombre, lo que he visto es que el tiempo se acelera, que a medida que voy creciendo me voy tranquili- zando y que, cuanta mayor distancia cojo, más claro lo veo. ¡Vaya, una tomadura de pelo, en resumidas cuentas!”. Observatorio, 101 OBS MÚSICA Karles Torra © Dani Codina Pau Riba, arrebato de alta precisión Cuando se habla del mercado del arte, la referencia suelen ser las grandes subastas internacionales como la celebrada en septiembre de 2008 con la obra del británico Damien Hirst, artista que se hizo famo- so por la venta millonaria de un tiburón sumergido en formol. Este mercado, sin embargo, no tiene mucho que ver con lo que debería dinamizar el día a día de los artistas. La falta en Cataluña de una tradi- ción coleccionista en las economías medias hace difícil que un artista pueda vivir solo de su obra. Por eso, cuando Pere Ginard (Mallorca, 1974) acabó Bellas Artes y se matriculó en la Escola Massana, pensó que la ilustración sería una manera de ganarse de la vida. Hasta entonces había tenido suerte y de muy joven había podido vender algunos cuadros que le ayudaron a pagarse la carrera. En la Massana, Ginard comprobó que muchos de los prejuicios que había percibido en Bellas Artes en relación con los límites del arte, los tenía interiorizados, pero gracias a profesores como Arnald Ballester se dio cuenta de que la ilustración era mucho más que un trabajo de encargo o un empleo de subsistencia, y de que en ella podía incluir todo lo que le gustaba del mundo del arte. Nos encontramos a princi- pios del siglo XXI, y además de los descubrimientos académicos hace otro: en la escuela conoce a Laura Ginès (Girona, 1975), quien, como él, proviene de otro universo aparentemente desvinculado de la ilustra- ción: la arquitectura. La química que hay entre ambos, que años más tarde daría como resultado el nacimiento de Lluc, se activa y crean la microfactoría de creación Laboratorium. Es la época en que la animación cobra impulso en Barcelona. En el Macba se presenta la obra del comprometido artista sudafricano William Kentridge, que hizo descubrir a muchos jóvenes artistas que no todos los dibujos animados son Bola de Dragón. Los nuevos creado- res incorporan la tecnología digital a su trabajo gracias al abarata- miento de la electrónica de consumo, pero se encuentran con que el mercado del arte les tiene cerrado el paso, circunstancia que les pro- porciona, a cambio, una completa libertad de actuación. Uno de los primeros trabajos de Laboratorium es la animación de Música para per- plejos (2002), un corto que mezcla diferentes técnicas de animación y que tiene como hilo conductor pequeños fragmentos de música clási- ca y orquestal de los siglos XIX y XX. El sonido se transforma en ima- gen en forma de situaciones surrealistas de ambientación metafísica. Más estrictamente metafísica es Il Gioco (2001), una animación de poco más de un minuto y medio basada en el cuadro de Giorgio de Chirico Misterio y melancolía de una calle, pintado en 1914. Con este traba- jo Ginard y Ginès entran en contacto con el festival barcelonés de ani- mación creativa Xinacittà. El proyecto se inició en 2001 y duró hasta 2007 con una interrupción en el año 2006. Gracias a Xinacittà, lo que había sido un trabajo intuitivo de Laboratorium adquirió forma con- ceptual gracias al descubrimiento del contexto histórico y contempo- ráneo de la animación. Como es natural en una microsociedad creativa, en Laboratorium está la energía individual que se aprovecha de la dinámica colectiva. “De hecho –dice Laura Ginès–, Música para perplejos es mi trabajo de carrera, pero firmamos juntos porque forma parte del ámbito de nues- tra creación común”. A su vez, Pere Ginard ha publicado varios libros ilustrados que diluyen las fronteras de lo que es el trabajo de encargo y el de creación: “Nosotros no ponemos una barrera entre lo que puede ser el trabajo alimentario y el que no”. Obras firmadas por Ginard son Libro de lágrimas (Anaya, 2002); Prometeu, con texto de Albert Jané (Combel, 2007); La Laia i el vent, de Nathalie Pons (Bambú, 2007), y Niños pequeños (Thule, 2008), además de libros autoeditados. Laboratorium trabaja profesionalmente para la televisión y el cine. Suyos son los spots de las últimas cuatro ediciones del festival de cine independiente L’Alternativa, que se celebra en Barcelona. También en el ámbito profesional han trabajado para Mediapro realizando el gra- fismo para televisión, que incluye las animaciones, la careta, las corti- nillas y los elementos gráficos que intervienen en un programa. 102, Artes plásticas OBS ARTES PLÁSTICAS Investigaciones de Laboratorium Jaume Vidal © Da ni C od in a Observatorio, 103 OBS DISEÑO Salida, lavabos, información, etc.; si vamos andando. Centro ciudad, todas direcciones, estación de servi- cio, etc.; si vamos conduciendo. La señalización, o señalética, se integra tanto en el entorno que, habi- tualmente, pasa desapercibida. Es decir, pasa des- apercibida hasta que no está, o está mal resuelta. Y no es que notemos su ausencia, sino que, simple- mente, nos perdemos. O no encontramos lo que esta- mos buscando, que viene a ser lo mismo. Si todavía queda alguien que asocia el diseño a la creación de formas u objetos raros, poco útiles y caros, englobados bajo el apelativo de “productos de diseño”, la señalética es un ejemplo que desmiente tal opción. Los usuarios no la compran y, por tanto, no la juzgan ni la escogen. Simplemente la utilizan, la perciben glo- balmente, como mensaje que llega directamente a su mente para informarles de dónde están y hacia dónde van. Para ayudarles y orientarles, en definitiva. Sin embargo, en ella nada es casual. Aparecen temas gráficos, además del contenido escrito: tama- ños, colores, formas, tipografías. Temas industriales, de construcción del objeto y materiales. Y aparecen temas espaciales, de integración en el lugar, de situa- ción y correcta información en cada momento. Pero no es solo eso, pues, además, está la identidad. Aparte de la relación con el sitio, que debe ser de respeto, la información constituye un sistema que, a su vez, debe disponer de su propia identidad, dialogando en equili- brio tanto con la identidad del lugar como con el tema acerca del cual informa, pues forma parte de ambos. Un ejemplo que lo ilustra es la nueva señalización que la diseñadora Roseta Mus, en esta ocasión junto con Oyhana Herrera, ha realizado para el Cementerio de Montjuïc. Contando con el antecedente de muchos cementerios de ciudades europeas, el encar- go consistía en establecer unos recorridos por este importante patrimonio de la ciudad, para dar a cono- cer tanto sus numerosas e importantes obras de arte como la historia que contiene. A partir de ello, las autoras optaron por una imagen que evitara tanto las connotaciones fúnebres como las que acercaran el lugar a un parque temático. Para conseguirlo, evitaron utilizar códigos gráficos o pictográficos, recurriendo al color. Tres itinerarios para tres colores; el artístico en azul, el histórico en amarillo, y el combinado entre ambos en verde, color mezcla de los anteriores. A partir de ahí, cada visitante dispone de un plano que se complementa con las mínimas indicaciones posibles, estratégicamente situadas en el lugar, y que estructuran el recorrido en función de las preferencias de los usuarios. Siguiendo la senda de la historia y poniendo en evidencia que la muerte, además de su aspecto social, tiene una com- ponente cultural de primera magnitud. Siguiendo la senda: señalética para el cementerio de Montjuïc “Post-it City”: estructura, imagen e información Otro diseño de Roseta Mus Pons, realizado con Anna Subirós, ambas del equipo Polar, fue la ima- gen gráfica y organización general de la exposición “Post-it City. Ciutats oca- sionals” (CCCB, del 13 de marzo al 25 de mayo de 2008), dedicada a las ocu- paciones temporales del espacio urbano. En este caso, la diversidad tanto del material como de la información y documenta- ción obligó a las diseña- doras no solo a dar forma e imagen al evento, inclu- yendo tanto la gráfica como la implantación espacial, sino también a estructurarla. Para ello, recurrieron a una retícula, un sistema de fichas y una imagen neutros, pero a la vez capaces de dotar de identidad al conjunto. El resultado, una exposi- ción de contenido comple- jo pero claramente com- prensible, que ilustra a la perfección la máxima de las autoras: ¡viva lo fun- cional!, aplicada en este caso a un producto gráfi- co, lo que constituye una verdadera declaración de principios. Josep M. Fort 104, Cine OBS CINE Jordi Picatoste Desde hace un par de años, hay un productor independiente que está destacando en Cataluña y en España. En 2008 Luis Miñarro, de Eddie Saeta, ha presentado filmes catalanes en Cannes (El cant dels ocells, de Albert Serra, y la coproducción Liverpool, de Lisandro Alonso) y Locarno (El brau blau, de Daniel Villamediana, y El somni, de Christophe Farnarier). Además, también es el productor del último film espa- ñol dirigido por un cineasta autóctono que ha estado presente en una sección oficial de un gran festival extranjero (En la ciudad de Sylvia, de José Luis Guerín, que compitió por el León de Oro en la Muestra de Venecia del año 2007). A Serra o Guerín hay que añadir otros nombres como Marc Recha, de quien coprodujo Les mans buides, o Julio Wallovits, con su debut en solita- rio en La silla, o incluso Isabel Coixet, con Cosas que nunca te dije, de 1996, la primera experiencia cinematográfica de Eddie Saeta, que nació en 1989 como productora de publicidad. Desde entonces, y con una particular fuerza durante los últimos años, Miñarro se ha con- solidado como garante de un cine arriesgado, experimental, de autor y nada convencional. “Como espectador, el cine comercial, que es también el más previsible, me ha dejado de interesar, ¡he visto tantas, de estas películas! Por eso, tengo la idea, siempre que pueda, de apostar por este cine más minoritario, si se quiere, pero que tiene que existir porque es una ventana de pensamiento y de contraste que sirve para crear nuevos lenguajes. Fue una decisión que surgió de manera natural, nada premeditada, debido a que he visto muchas películas. Yo diría que soy más cinéfilo que productor”, dice Miñarro. A diferencia de otros, que buscan una fideli- dad con los directores con los que trabajan, Miñarro ve en su labor una faceta de aventura personal más allá de aquella puramente profe- sional: “Mi intención no es hacer todas las pelí- culas, por ejemplo, de Albert Serra o José Luis Guerín. Me gustan los proyectos en concreto y la posibilidad de descubrir el mundo personal de cada director. No tienen nada que ver unos con los otros. Esta vertiente del cine es la que me interesa, vivir una experiencia con cada uno de ellos; experiencias intensas que duran dos o tres años”. En este trayecto personal, que inició como cinéfilo desde la infancia y continuó como crítico en revistas como Dirigido por, hay un escalón superior, sueño de todo aficionado, que está a punto de alcanzar: su debut como director, con un documental, correalizado con Christophe Farnarier, sobre el regreso de tres amigos budistas después de unos años de aislamiento. Además, también prepara la nueva película de José María del Orbe, Aita, sobre la diferencia generacional en el País Vasco, y La mosquitera, film de ficción de Agustí Vila. Miñarro, o la aventura personal de un productor Una prueba de la buena acogida que tiene la política de produccio- nes de Luis Miñarro es el hecho de que el productor presentó, el vera- no pasado, sus dos últimas pelícu- las en diferentes secciones del Festival de Locarno, en Suiza: El brau blau, el debut en la dirección del crítico Daniel Vázquez Villamediana, y El somni, de Christophe Farnarier, director de fotografía de Honor de cavalleria, de Albert Serra, y codirector de la primera película como realizador de Miñarro.“Luis es un caso único dentro del cine español” dice Villamediana, periodista muy críti- co con este cine, que en El brau blau hace un ejercicio de estilo sobre los toros, riguroso y críptico, a partir de la obsesión de un joven que reproduce en una masía aisla- da la técnica de las corridas. Esta sublimación de la siempre polémi- ca tauromaquia es considerada por su director como “una manera original y provocadora de rehabili- tar el mundo de los toros”. Muy distinta, más accesible y más humana, es El somni, en la que el francés Christophe Farnarier, establecido en Girona desde hace dos décadas, acompa- ña en sus últimos viajes a Joan Pipa, pastor trashumante que deja una actividad que está desapare- ciendo. Las reflexiones y los sue- ños de este entrañable personaje centran la mirada de este bello documental. Doble participación en Locarno © Da ni C od in a Observatorio, 105 OBS ARTES EN LA CALLE Martí Benach La bautizaron con el nombre de Rogelio Rivel, en homenaje al herma- no pequeño del famoso clown Charlie Rivel. Rogelio, acróbata y tam- bién payaso, se había dedicado en cuerpo y alma, una vez jubilado de los grandes circos, a formar en los años ochenta a las nuevas genera- ciones de acróbatas, y así se lo agradecieron. Muy pronto, en abril, la Escola de Circ Rogelio Rivel (ECRR) cumplirá su décimo aniversario, una década de esfuerzo y alegría, de magia e ilusión, pero también de precariedad y lucha por la supervivencia. Quizá por eso, lo celebrará con más actividades y espectáculos que nunca. En realidad, la escuela tiene mucho que celebrar. Nacida en 1999 en Nou Barris, al amparo del Ateneu Popular, se ha convertido en la cuna del circo de Barcelona. Y también de toda Cataluña, ya que es el único centro de formación profesional existente en el país. “Abrimos para dar una oportunidad a la gente joven que quería estudiar las artes del circo y aprender el oficio, cosa que entonces no se podía hacer en nin- gún sitio”, rememora Teresa Celis, profesora de acrobacia y presidenta de la junta de la ECRR. La respuesta al programa piloto resultó entu- siasta, y al año siguiente ya organizaron un plan académico de dos años y un tercero de especialización. “Desde entonces hemos supera- do todas las expectativas: un 80% de nuestros ex alumnos han logrado establecerse como profesionales”, asegura Celis. Miembro de la Federación Europea de Escuelas de Circo, la ECRR dirige su oferta formativa a jóvenes de entre dieciséis y veinticinco años, y los prepara para acceder a escuelas superiores, sobre todo de Francia, Inglaterra, Bélgica, Suecia o Canadá, países con más tradición y estudios reglados. Con el objetivo de introducirlos en las diferentes disciplinas, el programa incluye técnicas base (acrobacia, trampolín, verticales, preparación física, etc.), de apoyo (danza, teatro, anatomía aplicada, seguridad, nutrición) y propias de circo, como acrobacia, báscula, aéreos, trapecios o malabares, entre otros. En total, 2.300 horas distribuidas en dos cursos académicos. Opcionalmente, para quien no puede acceder a una formación superior, se ofrece un tercer curso de especialidad, con asesoramiento técnico y artístico para crear un espectáculo. Tras un proceso de selección, la ECRR acoge cada año a veintidós alumnos por promoción. No obstante, las actividades del centro no se acaban aquí. También organiza talleres regulares, intensivos y exterio- res, por encargo de escuelas, empresas o administraciones. El año pasado, así, recibió a cuatrocientos alumnos en los talleres regulares, trescientos en los intensivos, y a veinticinco familias en los talleres familiares de circo. Al mismo tiempo, continuó con el proyecto de talleres en las cárceles, con clases semanales en centros penitenciarios y de menores. En total, según Teresa Celis, movilizó a 1.500 alumnos y noventa trabajadores, entre profesorado y personal administrativo. A lo largo de estos años, la escuela ha ganado prestigio y apoyo social. El 32% de los alumnos ha seguido estudios superiores en el extranjero, y el 77% se ha hecho un lugar en el mercado profesional. De la Escola Rogelio Rivel han salido artistas y compañías que pasean sus espectáculos por todas partes, tanto en circos estables como en festivales en la calle, tan revitalizados hoy en día. Sólo hay que recor- dar las últimas ediciones de Escena Poblenou, el Festival Ulls o Circots, celebrados el pasado mes de octubre en Barcelona. A su manera, la escuela ha contribuido a la actual efervescencia de un nuevo tipo de circo. “Está claro que se está imponiendo el circo con- temporáneo, que atrae a otro público, más adulto e interesado por las artes visuales, en contacto con la danza y el teatro”, comenta Celis. “En cierto modo –continúa– está también relacionado con el ‘circo de maleta’ que hemos intentado potenciar”. Sin embargo, a la hora de hacer balance Teresa Celis lamenta la falta de apoyo institucional. “Seguimos instalados en la precariedad como norma habitual. Hasta el año 2006 no recibimos una subvención importante de la Generalitat, pero sólo cubre el 20% del presupuesto. Si ahora tenemos una carpa más grande es porque hemos puesto dinero nuestro”. El Ayuntamiento tampoco escapa a la crítica: “Nos da 6.000 euros al año, justo lo que nos cuesta un alumno”. Celis recuerda que la ECRR ha presentado un proyecto para cons- truir un nuevo edificio, y no ha recibido ninguna respuesta oficial. Al mismo tiempo, ha visto inaugurar la Central del Circ en el Fórum, donde en el año 2010 funcionará el espacio municipal definitivo para los creadores profesionales. En abril, por tanto, la Escola de Circ Rogelio Rivel celebrará feliz su décimo aniversario, y se mantendrá a la expectativa. En adelante, quizás se tendrá que replantear el futuro... Rogelio Rivel, diez años de escuela de circo © Da ni C od in a Rincones vivos IBA Col·lectiu d’Improvisació hace años que recupera la idea de montar conciertos en casas particulares. Las músicas libres pasan a ser una experiencia más próxima y un acto de resisten- cia cultural e ideológica más allá de los circuitos habituales. En el pasado mes de junio Pilar Subirà observaba cómo una decena de desconocidos habían ocupado su casa, situada en un idílico pasaje apartado del tráfico muy cerca de la Sagrada Família. Algunos estaban en la cocina acabando de preparar la cena, otros ponían la mesa. “¿Puedo coger estos vasos para el agua?”, preguntó alguien. Otros, que ya habían abierto bote- llas de vino, conversaban en la terraza, y otros recorrían el comedor, el patio y el garaje dando palmadas para comprobar la acústica. ¡Plas-plas!, ¡plas-plas! “Sí, daremos el concierto en la sala de abajo. No tiene tanta reverberación pero es la que nos va mejor”. Quien hablaba era Alfredo Costa Monteiro, acordeonista nacido en Oporto pero residente desde hace más de una década en Barcelona. Aquel anochecer daría un con- cierto a dúo con el francés Michel Doneda, saxosoprano y “tocador”, como el primero, de objetos de todo tipo con los que extrae sonidos inesperados y compone texturas sonoras. Sobre unas mesitas en el piso inferior preparaban su arsenal –moldes para hacer flanes, virutas de aluminio, varitas de metal, palos de madera, arcos de violín, papeles, trozos de car- tón– para lo que sería el concierto número 178 de IBA Col·lec- tiu d’Improvisació. Este año 2008 se cumple una década desde que IBA, colecti- vo barcelonés autogestionado especializado en músicas improvisadas y experimentales, empezó a programar de forma intermitente pero constante estas formas musicales minoritarias en diferentes lugares de la ciudad. Pese a los cam- bios acontecidos en el seno del colectivo, las etapas por las que ha pasado y las direcciones artísticas que ha tomado, IBA parece haber adquirido vida más allá de las personas que han formado parte de él. Tanto es así que, actualmente, se sigue llamando “colectivo”, cuando solo está integrado por la trom- petista Ruth Barberán, miembro del colectivo desde 1999, que, con tenacidad y con una actitud que denota por encima de todo ideas claras y amor a la música, parece multiplicarse para continuar una labor que ahora hace diez años iniciaron los miembros fundadores, músicos de renombre en este campo musical: el pianista Agustí Fernández, el saxofonista Javier “Liba” Villavecchia y el teclista Joan Saura. Lo hicieron siguien- do la estela de otras iniciativas asociadas de ámbito europeo en las que son los propios músicos los que se organizan casi como un sindicato para procrear estas músicas raras y minori- tarias, cuidar de ellas y contribuir a su supervivencia. Bajo la estela de IBA, en Barcelona han aparecido otros colectivos, como la asociación musical L’Embut o L’Ull Cec, que también contribuyen a su supervivencia. “Ahora estoy yo sola, pero cuento con la ayuda de muchos amigos, y la verdad es que no es muy difícil de organizar...”, dice Barberán. Y añade: “La verdad es que en el momento que vea que no puedo, lo dejo y ya está. Pero sí, sí que siento que hay futuro... Quizá proponga a alguien más que forme parte de IBA”. Y des- pués de una pausa añade: “Pase lo que pase, IBA ha valido la pena por todo. Está bien que haya iniciativas como esta, por- que significa que aún queda gente que está dispuesta a hacer cosas por amor al arte”. Después de la “decepcionante” expe- riencia de programar en salas convencionales como el JazzSí o el Sidecar, ahora hace cinco años que IBA ha reducido su La nueva música doméstica del colectivo IBA Texto Olga Àbalos Fotos Pere Virgili Observatorio, 107 campo de acción a los conciertos organizados en casas de par- ticulares voluntarios, en el Centre d’Estudis Musicals Passatge, cerca de la plaza de Tetuan, y en el Centro Cívico Can Felipa, en el corazón de Poblenou, que acoge el Festival Mínim, de carácter anual. Barcelona se convierte en un enor- me escenario abierto a ser explorado constantemente. Pilar Subirà es nueva en este papel de anfitriona. Es la pri- mera vez que deja su casa para un acto como este. Sin embar- go, parece entusiasmada observando a su alrededor: “¿Que qué siento con esta experiencia? Pues que estoy invitando a los compañeros a casa. Yo también soy músico, soy percusio- nista. Hago un poco de todo: colaboro con el Liceu y la orques- ta de la OBC, toco contemporánea y música antigua... Y aquí en el piso de abajo tengo mi espacio de trabajo; es grande por- que tienen que caber todos los instrumentos: hay un vibráfo- no, una marimba, etc. ¿Por qué no aprovecharlo con iniciativas como esta?” Confiesa que, de algún modo, todo eso le recuer- da los encuentros contraculturales de Dau al Set durante el franquismo. Barberán, con delantal esta noche, ayuda a servir la cena previa a la actuación para los músicos, amigos y cola- boradores que harán posible una velada como esta en la que nadie ganará dinero: crema de verduras, ensalada fría de lente- jas y bizcocho de chocolate y manzana. El público pagará seis euros por un concierto de música improvisada libre de primer nivel acompañado de limonada casera elaborada con menta y tomillo, entre otros brebajes, y un pica-pica. A las 20,30 h llegan puntuales los primeros espectadores. Algunos minutos más tarde la asistencia alcanza las veinticin- co personas. Ruth está contenta porque “hoy ha venido gente nueva que no conocía. Normalmente nos conocemos todos, aquí”. ¿Es difícil ganar adeptos?: “El público se gana con cuen- tagotas, de uno en uno, igual que los músicos, que se ganan de uno en uno. Pero, en general, la gente de Barcelona es muy perezosa y muy poco curiosa”. Costa Monteiro y Doneda se preparan y rápidamente se crea un silencio magnífico en la sala, que ellos mismos se encargan de romper delicadamente con los primeros sonidos. El primero frota objetos con su acordeón y el segundo realiza cacofonías con el saxo soprano. Entre los asistentes, hay otros improvisadores, como el inglés Tom Chant, que mira al suelo como para escuchar mejor. Otros espectadores cierran los ojos para gozar de las diferen- tes texturas que adquiere y adquirirá el sonido en los próxi- mos cuarenta minutos. El portugués y el francés dialogan, se encuentran y se alejan, se entienden y no se entienden por momentos en un espectáculo único e impredecible de flujos sonoros. Sea como sea, el espectáculo de la escucha está garantizado, cosa impensable en un bar o una sala de concier- tos convencional. “Dar conciertos en casas no es esconder la música [de la gente], simplemente responde a la necesidad de encontrar un espacio adecuado”, asegura Barberán. “Es algo que vimos que se hacía en Europa y nos gustó porque la escu- cha es mucho mejor que en un bar, donde existe el ruido de la barra. [Por Europa] yo he tocado en librerías, salas de exposi- ciones, tiendas de discos, casas ocupadas... No es una música para pasar el rato; necesita una escucha muy activa”. Musicalmente, sin embargo, el lenguaje que explotan y recrean estos músicos, aunque sigue siendo transgresor, ya tiene un siglo de antigüedad. La improvisación como forma musical en sí misma, tal como la conocemos actualmente, tiene su origen en el ámbito de las vanguardias de principios de siglo XX. Conforme fue alimentándose posteriormente de la música contemporánea y el jazz de vanguardia, fue crecien- do hasta convertirse en los años sesenta en la famosa free músic. Compositores como Derek Bailey, que llegó a tocar en casas de la mano de IBA, asentaron sus bases teóricas y la exaltaron como la música más pura y primitiva existente... Abrimos los ojos. Los improvisadores acaban su dúo y pasan a las palabras. Este tipo de formatos domésticos permi- te que las barreras entre el público, los músicos y la música desaparezcan. En unos formatos tan inestables y abstractos, los comentarios posteriores sobre lo que me ha parecido a mí y lo que te ha parecido a ti hacen que la música, rara, minorita- ria, única, se convierta en una experiencia sensorial irrepeti- ble. No obstante, en Barcelona este concierto número 178 de IBA no deja de ser una anécdota. Todavía falta mucho camino para que la ciudad se ponga al nivel de Berlín, París o Londres, donde las músicas libres sí que ocupan un lugar visible den- tro de la agenda cultural. Lugares de acción IBA: casas particulares de toda la ciudad, Centre d’Estudis Musicals Passatge y Centro Cívico Can Felipa. IBA convoca los conciertos a través del correo electrónico. Para formar parte de la red de amigos hay que escribir a improiba@hotmail.com. Tiene una web no actualizada pero bastante completa: http://collectiuiba.tripod.com. Precio por concierto: 6 euros. Incluye música libre, bebidas, pica-pica y acogida. Centro Cívico Can Felipa: calle Pallars, 277; http://www.bcn.es/canfelipa. Centre d’Estudis Musicals Passatge: pasaje Bocabella, 8 bajos. M Entrevista Sergi Doria Fotos Pere Virgili “La metáfora del ‘melting pot’ no se cumple en la inmigración actual”George J. Borjas En tránsito Con ocho millones de inmigrantes sin papeles en la Unión Europea y la crisis económica destruyendo empleo, el debate sobre la inmigra- ción suena a cierre de puertas a los recién llegados. Un debate que las elites económicas y políticas intentan esquivar con eufemismos y lenguaje políticamente correcto, pero que hace una década ya abordó el economista George J. Borjas, catedrático de Harvard y autor de A las puertas del cielo (Proa), uno de los estudios más polémicos sobre el proceso migratorio en los Estados Unidos. Nacido en Cuba hace 58 años, y con el patrimonio familiar expropiado por el castrismo, Borjas supo qué es ser inmigrante y pobre: tenía ocho años al salir de Cuba, su padre acababa de morir y su madre no consiguió ganarse la vida en Miami, por lo que la familia tuvo que trasladarse a Nueva York. Una experiencia que le otorga cierta autoridad moral para enjuiciar sin hipotecas “buenistas” la complejidad del fenómeno. La aparición de su ensayo abrió la caja de los truenos. Le acusaron de “neoliberal” cuando puso sobre el tapete, con un documentado análisis exento de convenciones ideológicas, el cálculo de beneficios y costes que suponía cada inmigrante y advertía de cómo los prime- ros pueden irse reduciendo a medio y largo plazo, cuando las presta- ciones sociales devienen onerosas, al orientarse a una inmigración que no progresa socialmente. Sus declaraciones levantaban ampo- llas en las tribunas de una corrección política que Borjas contempla como un simple intercambio de tópicos y denomina irónicamente “la niebla mitológica” que oscurece todo debate serio sobre un tema que sigue siendo tabú social y materia de programa electoral. Según su estudio, la inmigración no mejoraría la economía pro- ductiva, ya que la mano de obra barata desincentiva la inversión en investigación y desarrollo: “La inmigración disuade de la innova- ción”, asegura. Si los progresistas tildaban su ensayo de neoliberal, la opinión de los conservadores no era mucho mejor. Medios como el Wall Street Journal o el liberal Reason negaron que la inmi- gración contribuya a bajar los salarios y beneficie más al empresa- rio que al trabajador. Aquella polémica americana es hoy europea y opone dos posturas extremas: “La negativa, que los inmigrantes causan problemas y acaban resultando muy caros, y la positiva, idílica, que sólo podemos esperar beneficios de la inmigración”. El autor de A las puertas del cielo abonaría la segunda opción, con cierto tono pesimista: “El típico himno a la inmigración se centra en anécdotas estereotipadas de las poquísimas personas (de entre la gran cantidad de gente que atraviesa la frontera) que llegan a los Estados Unidos sin un céntimo y acaban siendo premio Nobel y dirigiendo multinacionales…”. Usted no cree en el mito del self made man… En mi libro presento un amplio abanico de pruebas de que la gran mayoría de inmigrantes tiende a tener un impacto menos que favo- rable para los trabajadores y contribuyentes norteamericanos. Una afirmación polémica… Que se sustenta en la teoría económica. A partir de los datos, se trata de poner en una balanza los beneficios y los problemas que acarrea la inmigración. En mi opinión, estas conclusiones no sugie- ren necesariamente que los Estados Unidos prosperen más sin inmigración. Sugieren, en cambio, que la inmigración sería mucho más beneficiosa si el país aplicara una política diferente. La inmigra- ción de personas con una educación y una capacidad productiva mejores resulta más beneficiosa para el país. ¿Qué diferencias apuntaría entre Estados Unidos y Europa, en relación a las políticas de inmigración? Son dos modelos muy diferentes. Una considerable proporción de los inmigrantes que llegaron a Europa en los últimos años lo hizo en condición de refugiados del África subsahariana, el Magreb y los países del Este. En Estados Unidos, solo el diez por ciento de la inmigración tiene esa condición de refugiado. La otra gran diferen- cia es que Estados Unidos ha practicado una política inmigratoria sin parangón en el mundo. Para conseguir un visado basta con tener un miembro de la familia ya instalado en el país. En cuanto uno cuenta con esa conexión familiar, obtiene el permiso de residencia sin importar su nivel educativo, ni sus competencias profesionales. En ese aspecto, las cifras son elocuentes. Al final del siglo XX, Norteamérica acogió una media anual de 730.000 inmigrantes legales, unos 200.000 ilegales y casi 100.000 refugiados y ahora la tercera parte de las personas no nacidas en el país son ilegales, con un crecimiento de casi un millón anual. ¿Cómo ve el caso europeo? Difícil e interesante. Como he dicho antes, presenta un modelo tan diferente que es un error reflejarse en el caso norteamericano. Son Observatorio, 109 realidades sociales y culturales que tienen poco que ver. Hasta ahora los estudios europeos se han venido centrando en la realidad americana, por el carácter fundacional de la inmigración en nuestro país y la abundancia de datos, de fácil acceso y gratuitos. En Europa no existe una historia tan larga de migraciones y eso dificulta un estudio riguroso del impacto económico a largo plazo. El mercado norteamericano funciona de forma diferente. También varían las problemáticas de colectivos concretos. En Europa, el principal pro- blema son los musulmanes y en los Estados Unidos la frontera mexicana. La religión islámica es un problema europeo, y el acceso a la educación, un problema americano. También he de señalar que, tanto en Europa como en Norteamérica, el fenómeno de la inmigra- ción no debe abordarse solamente desde la economía. Al hablar de los inmigrantes españoles y turcos en Alemania y Suiza, el escritor Max Frisch dijo: “Queríamos trabajadores y vinieron personas”… Por eso es un error quedarse en el fenómeno económico. Los políticos no afrontan el problema… les quema en las manos. No hay interés en hablar claramente de los problemas derivados de la inmigración. Cualquier discusión al respecto se ve condicionada por el buenismo y la corrección política. Si dices que determinado grupo étnico causa problemas, especialmente si no es de raza blan- ca, recibes el anatema de la llamada “discriminación positiva”. Bush se ha mostrado partidario de legalizar a los “sin papeles”… El republicano McCain también estaba a favor de esa legalización, pero lo dijo antes de ser nominado candidato a la presidencia. Obama no ha dicho exactamente lo que va a hacer al respecto… En principio, republicanos y demócratas parecen coincidir en “amnis- tiar” a los ilegales. También están de acuerdo las elites académicas, económicas y los medios de comunicación… No así la ciudadanía. La inmigración y la política aderezan un peligroso discurso… Porque el debate sobre la inmigración es, ante todo, una lucha polí- tica entre los que ganan y los que pierden. Dicho de forma más sen- cilla, la inmigración modifica la forma de cortar el pastel, y este hecho innegable explica en gran parte por qué determinados seg- mentos de la sociedad están a favor de la entrada de un número considerable de inmigrantes, mientras que los otros quieren poner freno al flujo de entrada de forasteros o frenarlo directamente. ¿Y en qué estadio se encuentra la discusión? Se sigue discutiendo porque en los Estados Unidos todavía no se ha producido un conflicto social grave creado por los inmigrantes. Lo que sí está claro es que los autóctonos no quieren que la inmigra- ción continúe ganando derechos de ciudadanía. Con la actual afluencia de inmigrantes estamos hablando de un incremento de población entre diez y veinte millones. ¿Quién gana y quién pierde? Los trabajadores son los grandes perdedores, porque se ven forza- dos a competir con unos recién llegados que venden su fuerza de trabajo a menor precio. Le pondré un ejemplo. Si España admitiera un millón de periodistas al año sería muy duro para los profesiona- les del país. En el caso norteamericano no hay que olvidar que exis- ten amplios sectores, como el de raza negra, que no poseen educa- ción secundaria. Los ganadores son los empresarios, que se benefi- cian de los sueldos a la baja. Traducido en números, son 160.000 millones de dólares, lo que supone casi el dos por ciento del PIB. También se benefician los consumidores, que gozan de unos pro- ductos a más bajo precio y una oferta más amplia de servicios. ¿No es posible alcanzar un punto de equilibrio? Si nos centramos en el impacto económico queda claro que el país se beneficia más regulando el número y calidad de los inmigrantes: seleccionar a los mejor preparados. Admitir a todos los que llaman a la puerta resulta contraproducente. Hay que limitar las cuotas migratorias. En los Estados Unidos, unas 50.000 visas legales se con- ceden por lotería. La demanda anual se estima entre ocho y diez millones de peticiones. Como las soluciones del libre mercado son difíciles de rebatir, parece sensato que se comiencen a imponer algunas restricciones a la inmigración, en la medida de lo posible. En su libro rompe con un mito ligado al fenómeno migratorio: la teoría del melting pot o fusión de culturas, que pone en marcha el ascensor social de las sucesivas generaciones. La evolución del melting pot en la América del siglo XX no es el mejor ejemplo a seguir en Europa, porque aconteció en un contexto histó- rico muy específico. Cuando los inmigrantes europeos llegaron a los Estados Unidos se dirigieron a los mismos sectores económicos: la industria y las manufacturas. En 1918, el ochenta por ciento de los trabajadores de Ford eran inmigrantes: estaban bien pagados y afi- liados a los sindicatos, lo que demuestra una asimilación óptima. La situación ha cambiado: hoy, los trabajadores inmigrantes tienen poca formación y van preferentemente al sector servicios: hoteles y restaurantes. Eso demuestra que el comportamiento laboral actual tiene poco que ver con el que se producía en la primera mitad del siglo XX. La estructura económica ha cambiado radicalmente. Pero la acogida era más dura en aquella época… Cierto. El sector público no existía, ni los subsidios, ni lo que llama- mos Welfare State o Estado del bienestar. Cuando las cosas se ponían feas, el treinta por ciento de lo inmigrantes retornaba a sus países de origen. Ahora, la gente confía en la protección del Estado y per- manece en el país de acogida porque recibe ayudas públicas. Por ejemplo, en los años noventa, los inmigrantes se beneficiaron con más frecuencia de las políticas sociales que la población nativa. Volvamos al melting pot. ¿No es aplicable desde el punto de vista cultural? Volvamos al contexto histórico. En 1915 se publicaban en los Estados Unidos más de quinientos periódicos en alemán. Cinco años después habían desaparecido. ¿La causa? La Primera Guerra Mundial: expresarse en alemán era poco menos que un crimen y “El multiculturalismo es una política que refuerza y cohesiona a las minorías. La discriminación positiva les enseña que no hay por qué desligarse de su pasado cultural y esto perjudica su ascensión económica y su socialización”. 110, En tránsito aquellos inmigrantes tuvieron que aprender el inglés para poder integrarse en los ámbitos económico, político y social. No obstante, la etnicidad perdura durante mucho tiempo. La metáfora del melting pot –en que todas las diferencias de los grupos étnicos se funden en un periodo de tiempo relativamente corto– no es del todo cierta. Sería más adecuada la metáfora de la olla que hierve “a fuego lento”, porque las diferencias étnicas se disuelven lentamente. ¿Cómo se comportan las nuevas generaciones de la inmigración? Antes de explicarlo digamos que la primera generación son los padres, la segunda, los hijos, y la tercera, los nietos. Los nietos no padecen las desigualdades de sus abuelos. En este caso, el melting pot influye: en el siglo que va de la primera a la tercera generación se han eliminado diferencias culturales y sociales. Pero también hay que decir que una gran proporción de los inmigrantes que llegaron después de 1965 son trabajadores relativamente poco cualificados, no obtienen buenos resultados en el mercado laboral estadouni- dense y no hay muchas esperanzas de que alcancen una paridad económica con los trabajadores autóctonos a lo largo de su vida laboral. Y ese empeoramiento del rendimiento económico se debe en parte a la disminución de la calificación profesional relativa en las sucesivas oleadas migratorias. Si están menos preparadas desde el punto de vista formativo, no sorprende que tengan más probabili- dades de depender de los servicios sociales. El multiculturalismo es un producto made in USA… Y una política que refuerza y cohesiona a las minorías. La discrimina- ción positiva les enseña que no hay por qué desligarse de su pasado cultural y eso perjudica su ascensión económica y su socialización. La segregación de personas de raza negra en barrios pobres ayuda a ali- mentar el círculo vicioso y dificulta que puedan escapar del gueto. Las de ascendencia mexicana se juntan con la de su misma cultura, etcé- tera… Como esos guetos son tan amplios, no les obligan a intercam- bios y eso ralentiza la asimilación y el melting pot. Algunos ni siquiera se molestan en aprender inglés, o no son capaces. En 1990, el 37% de los inmigrantes que llevaban al menos diez años en los Estados Unidos decían que no hablaban el inglés “muy bien”. Si tenemos en cuenta que las personas de grupos desfavorecidos que pueden esca- par de esos enclaves son pocas, el capital étnico influye en la movili- dad social de quienes residen en esos guetos y perpetúa las desigual- dades socioeconómicas de generación en generación. En conclusión, el multiculturalismo es un mal negocio para los países de acogida… La asimilación, tanto económica como cultural, ha tenido siempre un peso importante en el debate inmigratorio. Antes de los años sesenta, había un claro consenso en torno al lema E pluribus unum (“De muchos, uno”), el lema del sello de los Estados Unidos, y se creía que tenía que ser el rector de la política pública de asimilación. Hoy ese consenso ya no existe. Además, la retórica política multicul- tural de los años ochenta y noventa a menudo denigraba la noción de asimilación cultural con perlas como “Muerte a los ingleses” o “¡Asimilación cultural, aculturación cultural… o asesinato cultural!”. Por descontado, la noción de asimilación económica difiere ligera- mente –sólo ligeramente– de la pérdida de la lengua y la cultura pro- pias de los inmigrantes que los multiculturalistas consideran deplo- rable. Algunos observadores probablemente desean que los Estados Unidos ofrezcan un entorno social y económico en el que los inmi- grantes puedan mantener su identidad social y cultural, y al mismo tiempo conseguir rápidos avances económicos. Pero para experimen- tar una asimilación económica, un inmigrante en principio tendrá que obtener habilidades valoradas por los empleadores americanos, como la lengua o la adopción de las normas del mercado laboral. Los colectivos de inmigrantes constituyen, con el tiempo, poderes fácticos: conforman bolsas de votos que acaban condicionando los resultados electorales y, por ende, la política del país… En 1998, un once por ciento de los norteamericanos era “segunda generación”. Hacia el año 2050, esa misma cuota aumentará hasta el catorce por ciento y un nueve por ciento corresponderá a los nietos de los actuales inmigrantes. En 1996, Bill Clinton firmó una ley que suprimía la asistencia pública a la inmigración ilegal, pero la misma ley incluía una disposición que otorgaba a cada Estado la potestad de destinar fondos públicos para reemplazar esa partida. Un tercio de la población de California son inmigrantes, muy activos política- mente, que pagan impuestos. Pues bien: California reemplazó de inmediato las ayudas sociales que Washington había suprimido. En España, Francia, Italia, Bélgica y Holanda se están barajando diversas modalidades de “compromiso de adaptación” o “contra- to de integración” para que el inmigrante conozca la lengua, cos- tumbres, derechos y deberes para con el país que le recibe. Usted propone un carné o sistema por puntos, basado en la capacidad cultural y profesional y pone como ejemplo a Canadá. La experiencia canadiense me parece útil si se trata de seleccionar a los recién llegados de acuerdo a su capacidad. Influye la edad del solicitante, la formación académica, el dominio del inglés y el fran- cés, la profesión… En este sentido, los inmigrantes que llegan a Canadá están mejor preparados y ganan más que los que llegan a los Estados Unidos. La formación y la juventud son prioritarias en la política de inmigración canadiense, mientras que en Norteamérica los lazos familiares pasan por encima de cualquier criterio cualitati- vo. Creo que en España este sistema por puntos podría ser más beneficioso, siempre, quede claro, en el plano económico. ¿Se barajan muchos tópicos sobre el origen nacional de los inmi- grantes? Más que tópicos, las diferencias las marcan la remuneración salarial y el acceso a la educación. Si uno quiere conocer la calidad de vida y el nivel académico de un inmigrante, casi siempre basta preguntarle dónde nació. Los salvadoreños y mexicanos ganan un cuarenta por ciento menos que los trabajadores autóctonos, mientras que los nacidos en Australia o Sudáfrica ganan un treinta o cuarenta por ciento más. En los años sesenta, la mayoría de inmigrantes legales procedía de Europa o Canadá. En 1970 la población hispana no supe- raba el cinco por ciento; la asiática era del uno por ciento y la negra el doce por ciento. Según las previsiones, en 2050 la composición de la población estadounidense será hispana en el veintiséis por ciento, asiática el ocho por ciento y negra el catorce por ciento. Usted es cubano, si cambian las cosas en la isla a la muerte de Castro, ¿volverán muchos exiliados? Lo dudo mucho. Yo me fui de Cuba siendo un niño y los que desem- barcaron en Miami de adultos ahora son octogenarios: veo difícil que vuelvan. En cuanto a sus hijos, mantienen poca conexión con la rea- lidad cubana. Lo que me parece más posible es que la comunidad de Miami, que es muy poderosa económicamente, invierta en el turis- mo y la industria de una Cuba capitalista. Observatorio, 111 M 112, Medio ambiente OBS MEDIO AMBIENTE Joaquim Elcacho La pérgola fotovoltaica del Fórum ha sido uno de los símbolos más populares de la nueva arquitectura urbana de Barcelona, pero sobre todo un emblema de la apuesta por las energías renovables y la sostenibilidad. Sin embargo, el proyecto energético no se reduce a esta ostentosa estructura, sino que, en una segunda fase, se ha extendido a toda la gran explanada. La Central Fotovoltaica en su conjunto ya está plenamente operativa desde el pasado mes de septiembre, y la capacidad energética de la segunda fase de la insta- lación se suma a la de la pérgola, operativa desde la celebración del Fórum de las Culturas. Cuatro años después de la celebración del Fórum de las Culturas, la gran explanada que domina este nuevo espacio público de la ciudad se ha convertido también en la central de energía solar urbana más potente del Estado. Tras un largo proceso de negociación y de obras, el pasado 5 de septiembre el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE, dependiente del Ministerio de Industria y Energía) conectó a la red eléctrica las placas solares que cubren esta gran plaza, la instalación llamada oficialmente II Fase de la Central Fotovoltaica del Fórum. Culminaba así una iniciativa de aprovecha- miento de la energía solar que se inició en julio del 2004 con la entra- da en funcionamiento de la gran estructura inclinada conocida popularmente como la pérgola, junto a la actual Escuela de Vela. Pese a tratarse oficialmente de dos fases de un mismo proyecto, las cen- trales de la pérgola y de la plaza del Fórum han seguido procesos de construcción y gestión completamente distintos y funcionan de forma independiente. La Central Fotovoltaica del Fórum fue ideada como un aprovecha- miento singular de las energías renovables y, a la vez, como un sím- bolo de arquitectura urbana en conjunto de la nueva área de desarro- llo. El diseño original de la ostentosa pérgola inclinada es de los arquitectos Martínez Lapeña y Elías Torres. Esta primera fase del pro- yecto fue ejecutada por encargo del Ayuntamiento por un consorcio de empresas especializadas (Endesa, Seridom, Inabensa e Isofoton). Tras un detallado proceso de desarrollo, la central se puso en marcha en plena celebración del Fórum de las Culturas y sigue funcionando desde aquella fecha sin problemas técnicos significativos. La pérgola solar está orientada hacia el sur con una inclinación de 35 grados y su altura máxima es de 50 metros sobre el nivel del mar. Dispone de 2.686 módulos de aprovechamiento de la energía solar, con una superficie total de 3.494 metros cuadrados y una potencia nominal de 443 kilowatios. En el año 2007, la pérgola solar del Fórum produjo casi 500.000 kilowatios hora. En el momento de su construc- ción era la central fotovoltaica urbana mayor del Estado y una de las cinco más importantes del continente. Con todo, hay que recordar que la producción de este tipo de centrales es relativamente modesta si se compara con los consumos urbanos totales. La pérgola del Fórum, por ejemplo, produce el equivalente al consumo eléctrico de unas 140 familias barcelonesas (con un consumo medio de 3.600 kWh/año por familia). La central de la plaza del Fórum se ha hecho realidad con el acuer- do firmado en febrero de 2006 por el alcalde de Barcelona, en aquel momento, Joan Clos, y el ministro de Industria y Energía, en aquella fecha, José Montilla. El convenio establecía que el promotor de la ini- ciativa, es decir, el Ayuntamiento, cede las estructuras porticadas sobre las que se instalan las placas solares y los edificios de opera- ción técnica, mientras que el IDAE realiza la inversión de 3,7 millones de euros y gestiona la central durante 25 años. La nueva central foto- voltaica está formada por 5.200 metros cuadrados de placas solares y su potencia nominal total es de 600 kilowatios. Atrapar la fuerza del Sol desde el Fórum © Da ni C od in a